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Se ha escrito tanto sobre don Pio Baroja y sobre todo de sus novelas que encontrar algo desconocido por los lectores es tarea ardua y difícil. Sin embargo, yo he vuelto a leer los artículos que publicó el año 38 y 39 porque don Pio rompiendo su independencia se atrevió a escribir sobre el comunismo español y ello le acarreó, como le suele ocurrir a todos los que se atreven a escribir o criticar a los comunistas, que fuera perseguido y literalmente “asesinado” por el silencio.
Pero Baroja dice sobre el marxismo, el comunismo lo que muchos ni se atrevían ni se atreven a decir. Sin comentarios. Pasen y lean.
“El comunismo ruso, casi siempre judío, ha querido comprometer a sus camaradas españoles, incitándoles al crimen, para que de esta manera no se puedan volver atrás. El jefe o el jefecillo socialista o comunista de España, aleccionado por la predicación del rencor, ha ido seguramente donde no pensaba ir”
EL FONDO DEL MARXISMO
Cuando se observa la importancia y la generalización que ha tenido el marxismo en el mundo, hay para quedarse sorprendido. Antes de Karl Marx existía en Europa el socialismo tematizado desde el tiempo de Platón. Los profetas modernos de esta teoría política, algunos evidentemente de gran talento, como Saint-Simón, Fourier y Owen, fueron poco a poco olvidados. Si quedó algo útil de su crítica social, ésta se aprovechó, pero sus sistemas dogmáticos y cerrados desaparecieron. En cambio, el socialismo de Karl Marx ha quedado íntegro como un credo inmutable.
Muchas explicaciones se han dado para explicarlo. Se ha dicho que el marxismo era el socialismo científico. El colaborador y heredero de Marx, el alemán Engels, publicó una obra que se titula:
“Progreso del socialismo desde el estado de utopía al de ciencia”. Es incomprensible cómo se puede creer que una teoría política pueda ser científica. Toda ciencia política y experimental está siempre en constante evolución porque no puede ser exacta.
Cuando fueron dos expediciones científicas de médicos franceses y alemanes a estudiar el cólera a Egipto y Roberto Koch descubrió el bacilo originario de la enfermedad, los sabios franceses, a pesar de sentirse rivales de los alemanes, reconocieron que el bacilo existía, y discutieron su acción. Nunca se ha visto que los adversarios políticos hayan reconocido las verdades de los enemigos. Tampoco ha habido riñas sangrientas por la teoría de Newton o por la de Copérnico. La ciencia pura, no ha producido jamás ni revoluciones ni complots.
Según los fieles del marxismo, éste es una aplicación científica de las doctrinas económicas a la vida. La afirmación es una pura fantasía. También los socialistas consideran que la dialéctica heredada de la filosofía de Engels es una ciencia. “La dialéctica —dice Engels— es la ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto del mundo exterior como del pensamiento humano”. Es absurdo creer que la dialéctica es una ciencia, al menos teniendo de la ciencia el concepto actual. La dialéctica, ni la de Engels, ni la de nadie, es una ciencia experimental de certeza y de evidencia. Nadie ha visto que, por la dialéctica, los individualistas se hayan convertido en comunistas, o al contrario, ni los espiritualistas en materialistas, ni los monárquicos en republicanos.
Se ve que Karl Marx era un metafísico, ni muy grande ni muy original.
En la doctrina suya hay una porción de afirmaciones que han perdido todo su valor para los científicos, y hay otras que se habían hecho antes por distintos economistas, sobre todo por los ingleses.
“Dos grandes descubrimientos tenemos que agradecer a Marx —dice Engels—, la concepción materialista de la historia y la divulgación de la producción capitalista por medio del aumento del valor (plus—valía). Con ello, se convirtió el socialismo en una ciencia”. ¡Qué ilusión!
La concepción materialista de la historia no tiene valor. Decir que sólo los hechos económicos y la vida material determinan y dan carácter al mundo, es una idea primaria de estudiante. La historia no se explica sólo por intereses materiales. Si los motivos históricos estuviesen ya completamente aclarados, como la vida cambia poco o no cambia nada en cientos y hasta en miles de años, se conocería ya su mecanismo. Además de los motivos económicos, hay los motivos étnicos, psicológicos, religiosos y morales. ¡Qué duda cabe que el descubrimiento de la máquina de vapor, de la dínamo eléctrica, del motor de explosión, han influido en la vida humana! Pero también es evidente que las ideas o las teorías han influido en la inteligencia de los inventores y en sus creaciones. Saber qué es lo anterior, si lo material o lo espiritual en la vida, es como afirmar que el huevo es anterior a la gallina o la gallina al huevo.
A pesar del carácter precario de las afirmaciones de Marx, éstas quedan como indiscutibles. Han tenido su eclipse, pero han vuelto a su prestigio entre las masas. Sin embargo, en la doctrina suya hay una porción de afirmaciones que han perdido todo su valor, lo que no es obstáculo para su crédito. El mismo carácter de inmutable y de indiscutible de lo dicho por Marx, tiene lo escrito por su colaborador y heredero Engels. Este publicó un libro titulado: “Orígenes de la familia, de la propiedad y del Estado”. Su libro se ha publicado recientemente en español, en varias ediciones económicas. Esta obra, que salió hace más de un medio siglo, basada en investigaciones etnográficas deficientes, se considera en el campo de la ciencia como envejecida y tendenciosa. Engels exageró ciertos datos y suprimió otros con el propósito de demostrar la verdad del materialismo histórico. Otras obras importantes de la época de autores más ilustres y más bien enterados, como Tylor y Lubbeck, no tienen ya, a los ojos de todo el mundo, más que una importancia histórica. Sin embargo, para los doctrinarios del marxismo, el libro de Engels representa toda la verdad. Como su amigo y maestro Marx, él también es indiscutible.
Otra cosa en pugna con el carácter de lo científico, es que nada de lo pronosticado por Karl Marx ha resultado cierto. Marx quería creer que la cuestión social era una cuestión pura y exclusivamente económica; por eso, había que aplicar de una manera científica las doctrinas económicas a la vida. Los profesores socialistas actuales, a pesar de llamarse algunos marxistas, ya no creen que la cuestión social sea un problema de economía pura, sino que es producto de muchos y diversos factores. También afirmaba Marx que los capitales tenían la tendencia de concentrarse en pocas manos, preparando de esta manera que el Estado fuera en el porvenir el único propietario. Esta ley de concentración de capitales no se ha verificado, y la propiedad de la clase media, en vez de disminuir en estos últimos años, ha aumentado. La revolución social, también según Marx, iba a comenzar en Inglaterra, país de máxima cultura industrial. No ha sido así, ha comenzado en Rusia, pueblo agrícola y de economía primitiva.
Respecto a los datos de Karl Marx, naturalmente, no tienen mucha exactitud ni aplicación, porque son antiguos. Los datos económicos que cita Karl Marx en su libro “El capital”, se refieren a la Inglaterra de 1833 a 1844, y, naturalmente, hoy han variado. Las ecuaciones entre la mercancía, el dinero y la plus-valía que figuran en su libro, no parecen más que vulgaridades, son un aparato científico.
A pesar de todas sus fallas, de sus errores y de su pesadez, el libro de Karl Marx queda para los adeptos como el Korán para los mahometanos, como un libro indiscutible. No hay posibilidad de ejercer la crítica sobre sus afirmaciones; hay que creer ciegamente en él, según los doctrinarios de la escuela. Esta actitud hace odiar a los comunistas a la gente independiente. Porque el comunista podrá amenazar al millonario con quitarle su fábrica o su palacio, pero al hombre independiente y pobre ¿Qué le va a quitar? No le puede quitar nada. Por eso le tiene más rencor. De ahí que os diga claramente que el proletariado es el enemigo natural de los intelectuales. Desde cierto punto de vista, el marxismo es una secta religiosa. Tiene un libro sagrado: “El capital”. Un catecismo: el “Manifiesto comunista”. Un instrumento de trabajo: la dialéctica engelniana.
Los comunistas modernos, como Lenín, han modificado en parte la técnica del partido, sin salir del dogma. La ilusión de los bolcheviques; que después del Estado que llaman burgués, en que según ellos los ricos ejercen la violencia contra el proletariado, ha de venir una forma social en donde suceda todo lo contrario, en la cual el proletariado ejerza el despotismo contra la burguesía. Entonces, piensan estos doctrinarios, cuando la burguesía esté ya vencida, ya no se necesitará del Estado. Los bolcheviques, ordenancistas y despóticos, coronan su utopía con un ideal anarquista. El anarquismo será el final, pero mientras tanto, exterminan a todos los anarquistas. La idea de que no habiendo ricos ya no habrá pobres, es una idea inexacta. Hay países que son íntegramente pobres, en los cuales no hay ricos. El proletariado también es una pseudo realidad. No se sabe dónde se acaba y dónde se empieza a ser proletario. No hay manera de fijar sus límites. Un jefe de taller ¿es un proletario? Hay muchos que ganan más que un médico, que un periodista o que un profesor de colegio. Si sólo los plutócratas y los grandes terratenientes son los que se llaman burgueses y los demás no, la mayoría somos proletarios. Es una invención un tanto absurda de Lenín y de sus colegas, el hablar de la dictadura del proletariado. Tanto valdría decir de una casa en donde los criados llegaran a dominar a los amos, que era una casa en donde mandaban los criados. Sería en tal caso una casa en donde los antiguos criados se habían convertido en amos.
Además de su carácter religioso de secta absolutista, que no acepta la discusión ni la independencia de criterio, el marxismo se parece al curanderismo. Tiene una panacea para todos. Que en la realidad la medicina tenga éxito o no tenga éxito, no importa. Eso no quita para que sea indiscutible.
Cuando se piensa en esto, se pregunta uno: ¿Qué fondo puede haber en todo ello? ¿Por qué a base de un libro confuso y difuso, que no se lee, se puede llegar a un fanatismo de tal naturaleza? ¿Por qué esta doctrina no ha evolucionado como todas las demás, no se ha dividido y no se ha fraccionado? La razón, o por lo menos una de las razones principales, es que en el fondo inconsciente del marxismo hay un elemento étnico, y este elemento es el judío. La raza judía tiene, desde hace siglos, el deseo de imponerse al mundo. El judío cree que está destinada para él la soberanía de los pueblos. Tiene una gran idea de su superioridad, un profundo desprecio por los demás, y es hombre de pocos escrúpulos.
El judío, que no ha sido casi nunca inventor, sino más bien compilador y divulgador, aceptó con gran entusiasmo la teoría comunista de un hombre de su raza, como Karl Marx, y la propagó y la difundió con el arte que tiene para ello. El judío, en la vida intelectual tiene caracteres parecidos a los que presenta en la vida comercial. Lo esencial para el judío culto es llegar a ser algo y a mandar. El arribismo suyo es una forma de su ansia de imperio: cree que la dirección del mundo es algo que está asignado a su raza, desde el comienzo de la historia. Para éste, naturalmente, toda teoría doctrinaria y afirmativa le es simpática. Los pueblos primitivos de la vieja Europa, en sus elementos cultos, no se prestan a obedecer a utopías.
Hace algunos años se publicó en Rusia el libro titulado “Los Protocolos de los Sabios de Sion”. Nadie sabe quién ha escrito este libro, pero, evidentemente, ha salido de medios próximos al judaísmo. En esa obra se habla de la conquista del mundo por los hebreos.
Al judío, para mandar, le estorban las diferenciaciones nacionales de Europa, que fueron humillantes para ellos. De aquí nace ese fondo de odio semítico contra las naciones europeas, el deseo de que se hundan. El judío quiere pasar a ser apisonadora por el continente, que no haya particularismos, que no haya más valor que el dinero.
Este es, probablemente, el motivo por el cual la mayoría de los judíos de categoría son, expresa o tácitamente, partidarios del comunismo. Todo lo que es de procedencia semítica tiene el mismo carácter doctrinario absolutista.
Una de las manifestaciones de la despreocupación judaica es el cambio de nombre. No es que no se dé en los individuos de otras razas, pero es mucho más frecuente en los judíos. En estos últimos tiempos de Alemania, antes de Hitler, tomaban nombres ilustres de todos los países. Así el doctor Cosme de Médicis o el ingeniero Rohan, que se anunciaban en una calle de Berlín o de Francfort, eran un Cohen o un Leví disfrazados. Cierto que en Alemania era comprensible y legítimo en parte el cambio de nombre por los actuales judíos, porque a muchos, al quitarles el apellido hebreo de la familia y darles uno alemán, les habían puesto nombres ridículos: Coliflor, Ratón, Mal olor, etc., pero en fin, no era tampoco necesario tomar el nombre de una familia ilustre y conocida. El judío tiene un fondo de rencor contra Europa; considera que el europeo le ha ofendido y entra con placer en todo lo que pueda desacreditar nuestro continente. Así se le ve figurar en el teatro, en la novela y en el cine erótico, en el cubismo, en las falsificaciones y en la legitimación del homosexualismo con Freud y sus discípulos.
El judío actual no es ya el antiguo israelita practicante y escrupuloso; es en parte escéptico de muchas cosas menos de su raza.
Benjamín Disraeli, lord y primer ministro inglés, dijo en su tiempo, hablando de los judíos correligionarios suyos: lo principal es la raza.
El sentimiento de la raza hace que los judíos vean en el comunismo su venganza y la posibilidad de su triunfo.
Este fondo de odio semítico contra Europa y el deseo de que se hunda, ha dado un carácter de continuidad al marxismo y ha hecho que no se descomponga, ni degenere. De ahí esas consignas de crueldad brutal que ha mandado Rusia a los rojos de España. El comunismo ruso, casi siempre judío, ha querido comprometer a sus camaradas españoles, incitándoles al crimen, para que de esta manera no se puedan volver atrás. El jefe o el jefecillo socialista o comunista de España, aleccionado por la predicación del rencor, ha ido seguramente donde no pensaba ir.
El comunista ruso, al mismo tiempo que envía constantemente estas consignas de odio y de exterminio, tiene el cuidado de pintar como próximo un paraíso que pueda ilusionar al obrero europeo, que cree en estas utopías como en algo que se pueda realizar mañana.
Al mismo tiempo tiene como técnica la falsedad. Los rusos pintaron al último zar como un criminal sediento de sangre. No había tal cosa. Todos los informes individuales pintan al zar Nicolás como un hombre tímido, bondadoso y débil. Los judíos provocaron la muerte horrorosa del zar y de su familia, y el director de la matanza fue un judío. Se dice también como consigna en España: Nosotros, los comunistas, defendemos la libertad. ¿Qué libertad van a defender, si son doctrinarios y absolutistas rabiosos? Ya saben que esto no es verdad, pero les conviene decirlo, y mientras tanto, llenan las cárceles de sospechosos, que para ellos son todos los que no son comunistas.
El comunismo es hoy la gran cruzada que la raza judía hace contra el mundo europeo y su cultura con un fin de catequista. En Francia, en Suiza y en Alemania se ve en los judíos, aún entre los más ricos, una simpatía manifiesta por el comunismo y el Frente popular. Es un poco raro el oír a una señora millonaria que vive en una casa espléndida, con un parque magnífico, con varios automóviles y un salón lleno de obras de arte, mostrarse partidaria acérrima de los bolcheviques y justificarlos. Después se sabe que esa señora tiene una participación en grandes fábricas o en Bancos y que es judía o casada con algún judío.
Sin duda, la consigna de la raza es superior al interés, o las señoras ricas suponen que para ellas no ha de llegar nunca la época de las incautaciones y de los fusilamientos.”
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