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Habrá quien diga que por fin se va el nefasto Illa con la remodelación de ministros del letal Gobierno Sánchez. Nada más lejos de la realidad y baso esta afirmación en las palabras de Sánchez en el momento de su anuncio.
Pues no dice que la nueva ministra conoce muy bien el tema sanitario y que ha estado acompañando a Illa desde el comienzo de la pandemia y asistiendo a las reuniones, escasísimas añado yo, del Consejo Interterritorial de Sanidad.
Si esto es así, lo cual hay que poner en duda dicho por Sánchez, estamos en más de lo mismo. Continuismo es el supositorio sin vaselina que nos receta el presidente con estos cambios.
Con motivo de la grotesca manifestación del 8M en la que estuvo presente la nueva ministra y por razones obvias seguro que también el nuevo ministro, manifesté que ni se le conocía ni se le esperaba. Que no había aportado nada a la política nacional aunque esto quizá haya sido su mejor aportación, el nada. Así no ha metido la pata por acción.
Pero no podemos olvidar a mi juicio, un dato clave. Ha sido ministra de Función Pública durante un año de pandemia. Tiempo para 80.000 muertos de covid y para haber acometido acciones de Gobierno.
Lo tenía fácil y además era una obligación. Del que fue su ministerio dependía la ordenación de la Función Pública y dentro de ella la de los profesionales del Servicio Público de Salud, entre otros.
Tenía la obligación de haber salido en su defensa especialmente en los primeros tiempos de la pandemia cuando los empleados públicos se enfrentaban a la covid sin equipos de protección, sufriendo enfermedad y muerte. Ni se le vio, ni se le esperaba. Estaba en las manifestaciones feministas perdiendo el tiempo. Un precioso tiempo en los inicios de la pandemia
Era una obligación salir en defensa de los empleados públicos cuando el ministerio de Seguridad Social y el de Trabajo negaron la condición de accidente de trabajo a muchos empleados de centros sanitarios perdiendo éstos derechos ganados con sudor y lágrimas.
Antecedentes que suponen una pésima carta de presentación y que auguran un más que peor continuismo.
Lo peor de todo, se pierde nuevamente la oportunidad, la obligación de poner al frente del ministerio de Sanidad a un profesional médico, sanitario capaz de entender lo que ocurre en este complejo momento, de apartar a los diablos que mal aconsejan, de ser crítico con las indicaciones políticas y atender los consejos de la ciencia con criterio.
Y de premio para Iceta, un ministerio. Por sumiso. Por pelota. Por catalán. Porque baila muy bien el tipito.
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