21/11/2024 12:47
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Cada año nos sorprendemos en estas fechas cuando nos percatamos de la  antelación con la que se empieza a vestir nuestra ciudad con las luces de Navidad. Quedan siempre más de dos meses para conmemorar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo cuando ya se pueden ver algunas calles de Barcelona engalanadas con lucecitas de diferentes formas, tamaños y colores – unas más elegantes y armónicas, otras más estroboscópicas y epilépticas -. A pesar de expresar nuestro sentimiento de sorpresa, el hecho de que se embellezca nuestra ciudad por este motivo, no nos suscita desasosiego de ninguna clase, ni nos enturbia el corazón, ni tiene implicaciones negativas más allá de aquel que manifiesta dócilmente: <<¡Ya podrían invertir ese dinero en las pensiones de nuestros mayores!>>. No le falta razón al que quiere que se le dé una justa retribución al anciano necesitado, pero hay un matiz tan sustancial como insoslayable, y es que eso nunca debe ocurrir a costa de dejar de dar gloria a nuestro Salvador. La Navidad, el nacimiento de Jesús de Nazaret, nos vincula – tengamos fe o no – con nuestra tradición. Una tradición que implica un mensaje claro, bueno, bello y verdadero. Ese Evangelio, el cual se puede llegar a resumir en un solo versículo <<Amaos los unos a los otros como yo os he amado>> (Jn 13,34). Hallamos en él, el ejemplo ideal del amor, al que nada ni nadie se puede comparar. «Solo tú eres Santo» decimos en el Credo, el único no pecador – con el permiso de Nuestra Señora – de toda la historia de la humanidad. Aquel que se encarnó para posteriormente entregar su vida para nuestra redención, clavado en una cruz después de recibir todo tipo de humillaciones. Hallamos en Jesucristo las claves para entender lo que es el amor (entrega sacrificada, sufrida, para siempre y sin esperar nada a cambio), el significado y práctica del perdón (siempre y para con todos sin excusarnos por las circunstancias), el sentido del sufrimiento humano (entendiendo y esperando que todas nuestros sufrimientos serán compensados una vez muramos con la visión beatífica de Dios).   

Pues mientras dirigimos nuestra mirada a ese niño Dios rodeado de armonía, de paz, de esperanza, de cercanía, de ternura y de Verdad, algo sucede en nuestra ciudad simultáneamente. De manera absolutamente penosa e irracional, hemos marcado e incluido en nuestro calendario una fecha para »celebrar» un rito explícitamente satánico. Ahora muchos dirán <<¡Hala! ¿Pero qué dices exagerado?>>. Bien, cabe apostillar una cosa de antemano, y es lo siguiente. Cuando no se tiene conocimiento de algo, cuando no se han reflexionado los datos de manera concienzuda, cuando no se ha buscado información ni se ha indagado lo más mínimo, cuando todo nuestro juicio sobre algo se encuentre fundado en una mera impresión, en un pálpito que bebe de un instinto, en un sentimiento pasajero, o en una percepción subjetiva, eso no nos da ningún tipo de derecho a emitir una opinión. Principalmente porque el error no tiene derechos, y además, que no se sepa algo, que no se conciba como verdadero o posible, no quiere decir que no sea verdadero. Retomemos la cuestión: celebración de un rito explícitamente satánico. De un tiempo a esta parte hemos adoptado el festejo que tiene su génesis en una burla a la festividad de Todos los Santos (esas personas que vivieron imitando al niño Dios del principio, aquel que amalgamaba todos las virtudes en grado infinito). Todos los Santos sabemos que se celebra el día 1 de noviembre, pues bien, para el 31 de octubre la gente tiene decorada sus casas con calabazas endemoniadas, telarañas, arañas, unos se disfrazan de monstruos, otros de zombis, y las pobres muchachas que padecen daddy issues en su grado sumo, en no pocas ocasiones se disfrazan de monjas con crucifijos invertidos, etc. Podría seguir pero la náusea me redirige al orden y pasaré muy por encima, de puntillas y velozmente al describir tan escabroso aquelarre. 

 La gente para saciarse (ensuciarse) ya no sabe qué hacer y ni siquiera se hace una sola pregunta en el silencio de su corazón para ver si tiene el más mínimo sentido su más mínima acción. Son capaces de celebrar la víspera de Todos los Santos – cuyo nombre en inglés emana de All Hallows Eve y en este artículo no escribiremos – sin tener en cuenta que tipo de valores, intenciones, espíritu subyace en dicha cuestión. Una noche que tradicionalmente era noche de oración, meditación, vida en familia, un momento para encomendarse a los santos y rogarles su intercesión para obtener así la ayuda divina necesaria para combatir las asechanzas de la vida diaria, ha acabado por transformarse en todo lo contrario. Ahora es una noche ostensiblemente anticatólica y por ende, antihumana. Una noche de desarraigo en la que los más jóvenes se disponen a cenar rápidamente para ausentarse de sus hogares y preparar juegos insustanciales junto a su pandilla, o bien para ir a hacer botellón o directamente salir de fiesta disfrazado de lo que ya es en vida todos los días del año: un muerto viviente. Es una noche de dolor, de llanto, de muerte, de profanación. Se secuestra una ingente cantidad de niños y en las sectas más depravadas, formadas por adláteres del mismo demonio,  se practican abortos a modo de rito satánico, en los cuales se extirpa del vientre de la madre al bebé (mujer previamente embarazada para la consecución del rito) donde posteriormente le trepanan al recién nacido el cráneo para beberse su sangre. Asimismo, se profanan Iglesias con la finalidad de sustraer las Sagradas hostias, y un escabroso etcétera.

No nos detendremos en una enumeración más detallada, pues no es el rebozarnos en el lodo infernal el objeto de esta reflexión. En lo que pretendo hacer reparar a esas conciencias más adormecidas, es que en España, no solamente hemos renunciado a nuestra fe sino que al habernos despojado de nuestros rituales, hemos incorporado ritos nuevos porque sí. <<Porque es divertido y me lo paso bien; decoro la casa así porque me gusta; porque resuena conmigo poner telarañas por todo el salón; porque me apetece infestar de elementos tétricos mi casa donde vivo con mis dos hijos pequeños; porque soy libre para celebrar lo que quiera; porque es original; porque es novedoso; porque me gustan los colores; porque me invade la idiocia al no hacerme las preguntas las cuales fui creado para hacerme>>. Lo que pretendo destacar por el insólito grado de cutrez, lo inauditamente esperpéntico, lo más preocupante sin lugar a dudas, no es que hayamos renegado de nuestra fe, no es tampoco que incorporemos una nueva fiesta que contradice como hemos dicho anteriormente lo todo lo bueno, lo bello, lo verdadero, lo humano y lo divino que nos trae nuestra tradición cristiana salvífica. Lo que me da a entender que estoy en un mundo absolutamente desquiciado, irracional, esquizofrénico, es que en menos de dos meses más del 90% de la población sea capaz de celebrar tanto el evento satánico por antonomasia, como el nacimiento del Hombre Dios.   

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 Todo lo anterior denota el arrasamiento antropológico culminante al que se está llegando. Una erosión total del término persona. El hombre es un ser esencialmente cognoscente, pues es el saber lo que constituye la naturaleza humana. Lo propio del hombre es conocer, amar. Si no nos hacemos cuatro preguntas básicas acabaremos rehuyendo totalmente de nosotros mismos. «El hombre que no encuentra un sentido profundo de su significado se distrae con el placer» decía Víctor Frankl. Pues bien, parece ser que hoy no es que no queramos hallar un sentido profundo de nuestro significado, más bien se opta por vivir buscando el sinsentido más abyecto posible (por nuestros frutos se nos está conociendo). Lo propio del animal es conducirse en base a sus impulsos, obrando en base a un instinto de supervivencia que se circunscribe al mundo circundante que le rodea. Un pez que vive en un lago, es incapaz de concebir a diferencia de un hombre, que habita en un universo finito, que se expande y que tiene un inicio. El hombre, por su naturaleza espiritual está abierto a conocer todo, pues tiene alma infinita. El hombre puede trascender lo puramente material, trasladándose a lo universal y abstracto previamente habiendo accedido mediante los sentidos a lo particular y concreto. Todo hombre por naturaleza desea la verdad, el bien y la belleza. ¿Por qué no nos hacemos las preguntas necesarias para conocer la verdad?  ¿Por qué nos conformamos con la idea de bien relativo que nos ha querido vender un mundo anticristiano? ¿Qué entendemos hoy por belleza? ¿Lo nuevo? ¿Lo transgresivo? Si todo el mundo apetece el orden ¿En base a qué naufragamos entre el desorden de nuestros apetitos sensibles? 

¿Si el bien es relativo, si no hay valores objetivos, si no se practican las virtudes, si celebráis el culto al anticristo y después en Navidad cantáis villancicos y coméis hasta reventar llenando vuestro estómago y vaciando el significado de la fecha, cómo pretendéis educar a vuestros hijos? Se me ocurren muchas más preguntas. Pero solamente haré una más: ¿Cuál es el fin más elevado al que estás dispuesto a llegar siendo cómplice de esta bazofia? 

 

 

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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BDT

Ahora tenemos aquí el Giligüin, otra payasada importada de los anglos ante la que se inclinan miles y miles de bufones, peperos o sociatas, ricos o pobres. Vale, los zombis deben disfrazarse de zombis, pero, joer, que es basura anglo.

¡Todos los Santos!, lacayos falderos, ¡TODOS LOS SANTOS!

Aliena

Eso es. ¡Y «Don Juan Tenorio»! Aunque, claro, a ver de dónde se sacan actores capaces de interpretar la obra.

Geppetto

Cuando desarraigas de una sociedad su religion, sus tradiciones y su historia el hueco que se deja se rellena inmediatamente con otras

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