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Después de la última guerra civil española, en los años 40 y buena parte de los 50 del siglo pasado, se construyó por orden del general Franco, entonces Jefe del Estado español, el Valle de los Caídos. Es un monumento realmente grandioso, en el que, además de una basílica y una abadía, se alza la cruz más alta del mundo situada sobre el risco de La Nava, de piedras graníticas. Las dimensiones de la cruz son 104 metros de altura y 46,4 metros de envergadura. Diseñada por el arquitecto Diego Méndez, alumno de Pedro Muguruza, entonces Director General de Arquitectura. Su estructura fue calculada por los ingenieros Carlos Fernández Casado e Ignacio Vivanco Bergamín, de la empresa Huarte y Compañía SL. En los cálculos se tuvieron en cuenta en cuenta vientos de hasta 340 kilómetros por hora y fue construida sin andamios, subiendo el material por dentro mediante potentes montacargas que subían por un pozo perforado en la montaña.
La construcción de la cruz fue una obra verdaderamente impresionante y difícil en la que intervinieron unos 2000 trabajadores. A pesar de los riesgos que conllevaba su trabajo, la cruz se acabó en 1958 sin ningún accidente mortal. Según confesó posteriormente Méndez, la cruz “era la pesadilla tanto de él como de Franco”.
Sobre la finalidad de la obra del Valle, en su conjunto, según cuenta el mismo arquitecto, en su obra “El Valle de los Caídos”, los anglosajones “se quedan pasmados tanto de la obra en sí como de lo que llaman su inutilidad”. Pero en los documentos fundacionales de 1957 y 1958, en los que se determina “la oración por todos los muertos en la guerra; la impetración para España y para el mundo de las bendiciones divinas que obtengan la paz, la prosperidad y el bienestar; la celebración del culto solemne en la Basílica; el esfuerzo de investigación y estudio que aborde los problemas del progreso y de la justicia sociales en España”.
Ahondando un poco más, en el decreto de 23 de agosto de 1957, que creaba la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, se dice que “ha de ser el Monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz”. Por eso, ahora que se le ha ocurrido a este gobierno la feliz idea de “resignificar” el monumento, es bueno recordarles que siempre ha sido un monumento a todos los caídos, que es y ha sido siempre un monumento de reconciliación. No es nuevo este intento de resignificación, lo comenzó el inolvidable expresidente Zapatero, cuando “su comisión de “expertos” decía que había que convertirlo en el monumento a los caídos de ambos bandos.
En ese majestuoso monumento, según el censo del ministerio de Justicia, yacen los restos de 33.833 personas (21.423 son de víctimas identificadas y 12.410 de personas desconocidas), víctimas de uno y otro bando. Allí llegaron, desde todas las provincias españolas excepto de Orense, La Coruña y Santa Cruz de Tenerife, en 491 traslados efectuados entre 1959 y 1983, aunque la mayoría de los movimientos se hicieron en los tres primeros años. En el caso de restos identificados, la exhumación y traslado debía contar con el consentimiento expreso de los familiares. Cuando se trataba de enterramientos colectivos con restos total o parcialmente identificados se exigía la conformidad de los familiares. Sólo en el caso de enterramientos individuales o colectivos no identificados, se podía proceder a la exhumación y traslado sin necesidad de recabar ninguna diligencia.
A pesar de lo que cuenta Diego Méndez en su libro sobre la opinión de los anglosajones respecto a la inutilidad de la obra del Valle de los Caídos, el 3 de abril de 1959 The New York Times reseñaba la inauguración del Valle por Franco con el siguiente titular: “El general Franco ofreció el ramo de olivo de la paz a los millones de españoles que entre 1936 y 1939 lucharon al lado del Gobierno republicano vencido”. Puede que, ya entonces, en aquel lado del Atlántico comprendieran mejor la significación del monumento de lo que ahora lo hacen estos personajes de insignificante talla moral e intelectual, que pretenden su inútil resignificación y puede que la demolición de la cruz que preside el monumento, a tenor de los gritos proferidos por un impresentable vocero de la SER, acorazado en descubierta del gobierno. Parecen no poder soportar lo que decía el titular del New York Time: “……del Gobierno republicano vencido”; parece que no pueden olvidar su afición, pasada o no, por destruir los símbolos de la religión cristiana que forma parte de nuestra civilización, mal que les pese. Y aunque no son demasiados, porque solo 55.000 personas han firmado la petición para la demolición de la cruz, ellos han comenzado la labor de zapa para, como siempre, imponer un criterio minoritario a fuerza de decretazo en la oscuridad.
Se han pasado años sacando a relucir cuando les convenía, para distraer la atención del respetable, el traslado de los restos de Franco. Seguramente sabrán, pero les da igual, que Franco fue enterrado en el Valle por decisión de Juan Carlos I, no por deseo suyo. Seguramente habrán oído que Franco nunca consideró el Valle como un mausoleo para su persona, ni quiso ser enterrado más allá del cementerio de Mingorrubio el que correspondía a su barrio, El Pardo. Probablemente alguno se haya dado cuenta de que, con su traslado a ese cementerio, han cumplido con su voluntad, porque nadie mejor que él sabía que no era un caído en la contienda. Pero eso a ellos les da igual, el caso es que lograron entretener durante un tiempo las mentes adormecidas de unos ciudadanos, en unos momentos en que la anestesia de los medios de desinformación parecía estar disminuyendo sus efectos.
Ahora le toca a los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera, que están en lugar privilegiado dentro del Valle de los Caídos por decisión de Franco. Por resumir, José Antonio es juzgado, sin las debidas garantías procesales, por un jurado de catorce miembros designados por los partidos del Frente Popular y los sindicatos afectos, como a otros muchos por aquel entonces y sentenciado a la pena de muerte por el Tribunal Popular compuesto por tres magistrados, como autor de un delito de rebelión militar, aunque cuando esta se produjo, él estaba preso en la cárcel Modelo de Madrid acusado de no cumplir la clausura gubernativa del local de Nicasio Gallego. Desde su ingreso en prisión se urdió una singular trama cuya finalidad era mantenerlo en ella como fuera, hasta que, como he dicho, fue acusado de rebelión militar. No he logrado ver documento alguno sobre la implicación de Largo Caballero y su gobierno en el empeño de mantener en la cárcel hasta su muerte a José Antonio pero, dada la manera absolutamente irregular en que se produjeron los hechos, tengo sospechas de ello.
La tumba de José Antonio en el Valle de los Caídos es su cuarto enterramiento. Antes estuvo en una fosa común y en un nicho en Alicante después, en 1939, su féretro fue trasladado por falangistas al Escorial, en cuyo enterramiento estuvo el general Franco presente debido a su entonces evidente interés político en la Falange. Ya en 1959 el gobierno decidió el enterramiento en el Valle, pero Franco ya no estuvo presente, entonces sus apoyos políticos más relevantes pasaron a ser la Asociación Católica de Propagandistas y el Opus Dei.
José Antonio tiene todo el derecho de descansar en el Valle de los Caídos, pues es una víctima más de aquella guerra. Seguramente él nunca hubiera reclamado un lugar preferente, no era de esos. Por eso, en mi opinión, el traslado de sus restos, que ronda en el viciado ambiente del consejo de ministros no sería una afrenta para él. Lo importante es que se respeten los derechos y la opinión de la familia y dejen de marear la perdiz, dilatando el caso y sacando a relucir desinformaciones y mentiras, para mantener los efectos de la anestesia mediática sobre los españoles, mientras siguen saqueando las arcas del Estado.
Después de José Antonio le llegará el momento a la inmensa cruz del monumento y, si los que han de decidir sobre su futuro son como el impresentable vocero y dinamitero locutor de la ser, Héctor de Miguel Martín, le auguro mal futuro. No obstante están muy equivocados si creen que van a poder hacer de su capa un sayo y doblegar definitivamente el, por otra parte paciente, carácter de los españoles.
Yo les pondría como ejemplo lo sucedido con la famosa “Colina de Cruces”[1], en Lituania, en la que, a pesar de los esfuerzos del antiguo imperio ruso y de la más cercana URSS para evitar que los lituanos pusieran cruces en ese lugar, a pesar, incluso, de la continua retirada de cruces por parte de las autoridades del momento, los fieles volvían a colocar las cruces durante la noche, desafiando los evidentes peligros. Por ello la “Colina de las cruces” se convirtió en un símbolo de libertad religiosa y hoy día permanecen colocadas más de 200.000 cruces.
Y todas estas distracciones y asuntos de ínfimo interés para la gran mayoría de los españoles salen de la retorcida mente de los asesores del gobierno o de los mismos miembros de él, solo con dos finalidades. Una, contentar a la parte más radical, revanchista y frustrada de la izquierda y la otra, más peligrosa, mantener distraídos a los sufridos contribuyentes, provocando el artificial enfrentamiento y la fijación de su atención, mientras ellos siguen aumentando la deuda, incrementando irracionalmente el déficit público, subvencionando a todo tipo de improductiva e inútil de rara avis.
Que cruz más pesada tenemos que soportar los españoles. Madre mía ¡QUE CRUZ!
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