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Confieso que adentrarse en los Reinados de Carlos IV y Fernando VII es como presenciar  un «Sálvame» del tal Jorge Javier o mantener una charla con Belén Esteban… que ya lo decían los propios madrileños: «De Madrid al cielo, pasando por la cama». Es increíble comprobar lo que fueron aquellos años en la Corte de los Reyes. Amores y amoríos, hijos bastardos, poligamias encubiertas, duquesas, condesas y marquesas enfrentadas por sus hombres y en la cúspide de «Sodoma y Gomorra» la Reina María Luisa y su amante Godoy.

Y en ese ambiente vivió el genio Francisco de Goya y Lucientes, un Goya con 20 hijos de su mujer oficial y 10 de mujeres distintas. Increíble, pero cierto.

Y por ello me van a permitir que hoy abandone la Historia y entre en la intraHistoria. Yo no soy Galdós, aunque me gustaría serlo para descubrir el verdadero espíritu de aquella España. Así fue la vida humana de Goya:

Goya fue un gran pintor, Goya  fue un genio … pero también fue un mujeriego empedernido, un hombre de amores, «amoríos» y camas, lo cual no puede sorprender si vivió en aquella España y en la Corte de Carlos IV.

 

Francisco de Goya

Se cuenta que sus primeros escalones hacia la fama los subió de cama en cama. Primero con las doncellas, luego con las Señoras, luego con las Nobles y por último hasta con la Reina. ¡No iba a ser menos que los demás, y siendo un hombre exaltado, en aquella vorágine de sexo y estando como estuvo siempre rodeado de mujeres guapas, jóvenes y libertinas!

Pero, antes de repasar su vida «amorosa» conviene decir algo sobre su biografía humana y artística.

Francisco de Goya y Lucientes («un baturro que habla y pinta como los ángeles y los demonios, todos juntos» al decir de Leandro Fernández Moratín, a quien también pintó para la Historia) nació en Fuendetodos (Zaragoza) en 1746 y en la capital aragonesa pasó sus primeros años, como aprendiz en el taller del pintor José Luján. Muy joven viaja a Italia y se empapa de pintura «hasta los tuétanos» (allí se hizo muy amigo del luego famoso Jacques Lewis David, el pintor del Imperio napoleónico). 

En 1775 se traslada a Madrid y se casa con

Josefa Bayeu Subías, la mujer «oficial» 

, hermana de los también pintores Francisco y Ramón Bayeu. Su primer trabajo en la capital fue de cartonista de tapices en los Talleres Reales. Entre 1776 y 1779 pinta, ya a su modo, sus famosos cartones («El cacharrero», «Las cuatro estaciones», «La vendimia», «La gallina ciega» y otros).

En 1779 accede por primera vez a Palacio y descubre a Velázquez. En 1780 ingresa en la Academia de San Fernando. Entre 1782 y 1792 vive sus mejores años, ya que gracias a la Duquesa de Osuna, primero, y después de la Duquesa de Alba, se le abren todas las puertas de la Aristocracia y de la Corte. 

En 1788 muere Carlos III y el nuevo Rey, Carlos IV, le nombra enseguida pintor de Cámara. Ya es superfamoso. A finales de 1792 cae gravemente enfermo y pasa unos meses entre la vida y la muerte. Por fortuna salva la vida, pero se queda totalmente sordo, lo que le cambió profundamente. Entonces «se encierra en sí mismo» y pinta «Los caprichos». Los años siguientes se dedica casi de lleno a los Retratos y aparecen los de «La Tirana», «La marquesa de Santa Cruz», el «Duque de San Carlos», «Leandro Fernández de Moratín», «La condesa de Chinchón» y muchos más. De esos años es también «La maja desnuda».

 

La maja desnuda

En 1799 Carlos IV le asciende a Primer Pintor de Cámara y le pide que «retrate» a toda la familia, labor que culmina en 1800 con el grandioso cuadro de «La familia de Carlos IV» (grandiosa y genial, pues ahí dejó «retratada» el alma de los Borbones). En 1808, cuando llega la Guerra, está en el apogeo de su actividad artística. No se va de Madrid, pero lo que vio tras el «2 de Mayo» le sumergió espiritualmente en un pozo negro (ahí nacieron las «Pinturas negras», que quizás sea lo mejor de su obra, juicio subjetivo que muchos no compartieron).

Al terminar la Guerra, el nuevo Rey, Fernando VII, le recupera y le vuelve a hacer Primer pintor de Cámara. Es entonces cuando pinta sus famosísimas obras «La carga de los Mamelucos» y «Los fusilamientos de la Montana del Príncipe Pío».

 

La carga de los Mamelucos

Pero, pocos años después y por desacuerdo con la política absolutista del Rey, se destierra voluntariamente y se va a Francia. Muere en Burdeos en 1828, a los 82 años de edad.

Ahora vayamos al encuentro de sus mujeres, la propia y las amantes, así como de los años locos (Goya tuvo dos locuras, una la de sus «amoríos» y otra la de su sordera).

Como ya he dicho, Goya se casó en 1775, nada más llegar a Madrid, con Josefa Bayeu. Fruto de ese matrimonio nacieron ¡20! hijos (de los cuales solo le sobrevivió uno, Javier), lo que indica que aquella pobre mujer se pasó su vida embarazada y encerrada en casa. Esto, seguramente, y el ambiente aristocrático y libertino, fue la causa, entre otras, de que rompiera con los cuñados pintores y viviera la vorágine desde ese año (1777) hasta 1793, cuando se queda sordo.

Ese año de 1777, cuando ya estaba pintando sus famosos cartones populares (siguiendo los pasos de los flamencos David Teniers, el Viejo y el Joven, como se les conoce) y buscaba tipos (hombres y mujeres) que le sirvieran de modelos conoció a una «manola» muy guapa (fue su primera aventura extramatrimonial) que resultó ser una de las doncellas de la Duquesa de Osuna. Goya, para tener contenta a la «manola», le hizo un retrato y ésta orgullosa de su «novio» se lo mostró enseguida a su ama … que quedó tan gratamente sorprendida por la calidad de la pintura que quiso conocer al artista. A los pocos días Goya tuvo su primer encuentro con la Duquesa, que tan solo tenía 25 años y era guapísima y culta (hablaba cinco idiomas), y «allí» se produjo el milagro o eso que llaman el «flechazo», porque ambos quedaron embobados.Tenía en ese momento 31 años. 

El caso es que María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel y Téllez de Girón, duquesa de Osuna por su matrimonio con el noveno Duque de Osuna tres años antes, y Goya iniciaron un romance muy de la época, con citas y lugares secretos y pasión, mucha pasión. Goya acabaría haciéndole un gran retrato.

 

María Josefa de la Soledad Alonso Pimentel y Téllez de Girón, duquesa de Osuna

Y fue esta mujer la que le introdujo en la Corte y la que le fue presentando a todas las Grandes de España, entre ellas a la Duquesa de Alba. Fueron unos años de fiestas y palacios, de espectáculos y camas. ¡Lo que necesitaba una persona de por sí exaltada y ansiosa de mundo y éxitos! Sus cartones «El cacharrero», «Las cuatro estaciones» y los ya citados conquistan a aquella frívola aristocracia y llegan hasta la Academia de San Fernando que le abre sus puertas (cosa que antes le había negado). Este mismo año de 1780 accede por primera vez a Palacio y conoce al Rey Carlos IV, quien enseguida se «enamora» del joven artista y le hace los primeros encargos. También es por entonces y en Palacio donde descubre a Velázquez , ante quien queda anonadado.

Y así, de la mano de la Duquesa de Osuna, y de la de Alba y otras, entra en todas las fiestas y «correrías» de la Corte. Las mujeres «se lo rifan». Pinta decorados para las representaciones teatrales privadas en los Palacios, adorna los salones de sus «amigas» para las grandes ocasiones e influye hasta en los colores de los vestidos que se llevan. Son algo más de 10 años de felicidad, triunfos, alegrías, diversiones, ascenso económico y vida fácil… (mientras la pobre Josefa Bayeu, su mujer oficial, sigue pariendo hijos y encerrada en casa).

 

En 1788, ya pintor de Cámara y metido de lleno en Palacio, sus relaciones con la Duquesa se van enfriando y se alejan, aunque siempre se tendrán un cariño especial, como se vería después. Goya se dedica intensamente a pintar y sólo de vez en cuando «pica de flor en flor». Así hasta 1793, cuando se queda sordo, porque entonces abandona casi del todo su vida fácil y libertina y se torna huraño, triste y tosco. A pesar de ello tiene un nuevo romance, esta vez con la actriz o cantante «La Tirana», a quien también dejará retratada para la Historia.

 

 «La Tirana»

Se acerca más, al terminar con «La Tirana», a la Duquesa de Alba, de momento como amiga y «confidente». En esos momentos la Duquesa tiene 33 años y está casada con su primo José Álvarez de Toledo y Gonzaga.

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María del Pilar Cayetana de Silva­ Álvarez de Toledo, decimotercera Duquesa de Alba, no solo reúne más títulos que la propia Reina sino que es la mujer más guapa del todo Madrid aristocrático y no aristocrático. 

Galdós le dedica estas palabras en uno de sus Episodios Nacionales sobre aquella Guerra de la Independencia:

María del Pilar Cayetana de Silva­ Álvarez de Toledo, decimotercera Duquesa de Alba 

«La Duquesa de Alba era un tipo enteramente contrario a la de Osuna. Esta era una hermosura delicada y casi infantil, de esas que, semejantes a ciertas flores con que poéticamente son comparadas, parece que han de ajarse al impulso del viento, al influjo de un fuerte sol, o perecer deshechas si una débil tempestad las agita. La de Osuna agrada, pero la de Alba entusiasma. Cayetana era la belleza ideal y grandiosa que causa sentimientos extraños. Pensando en ella he creído que debió ser una hermosura humana de esas que nunca se olvidan.

Entre las mujeres que he visto en mi vida -le hace decir a uno de sus personajes­ no recuerdo otra que poseyera atracción tan seductora en un semblante, así es que no he podido olvidarla nunca y siempre que pienso en las cosas acabadas y superiores, cuya existencia depende exclusivamente de la Naturaleza, veo su cara y su actitud como intachables prototipos que me sirven para mis comparaciones. Cuando yo la conocí debía tener algo más de 30 años. Con lo dicho podrán ustedes formarse una idea de la incomparable Duquesa de Alba, de aquella Duquesa de Alba de Goya, y excuso descender a pormenores, tales como su arrogante estatura, la blancura de su tez, el fino corte de todas las líneas de su cara, la expresión de sus dulces y patéticos ojos, la negrura de sus cabellos y otras muchas indefinidas perfecciones que no escribo porque no sé expresarlas. Y de sus vestidos y de su forma de llevarlos y a todas las elocuencias de sus innumerables encantos unan ustedes la elocuencia del abanico. ¡Qué mujer!».

En 1796 muere el marido de la Duquesa y Cayetana se queda viuda con 34 años. Viuda, superrica, guapa, joven, hermosa, simpática, ansiosa de vida y placeres, libertina y siete veces Grande de España … ¿quién podía ofrecer más en aquel final de siglo?

Es entonces cuando la buena amistad entre la aristócrata y el pintor pasa a ser otra cosa. El luto acerca al genio (que acaba de cumplir 50 años y a pesar de ello y de su sordera está como un roble) y a la Duquesa y muy pronto la Corte se hace eco del «romance» entre ambos. Más o menos es por ese tiempo cuando primero surge la idea y después la obra genial («La Maja desnuda»). Quizás porque Cayetana es extremista en todo, como él, y no se conforma con términos medios, un día le pide al pintor que para estar más cerca y poder «posar» más en libertad y las horas que hagan falta conviene que se vaya a vivir a su Palacio, en el que le cede unas habitaciones de lujo, cosa que Goya acepta y allí traslada, de momento, sus bártulos pictóricos. Lo cual hace que los rumores se disparen y que la propia Reina le pregunte a su amante Godoy por el tema.

– Oye, Manuel, ¿es verdad eso que se dice de Goya y la De Alba?

– Sí, Majestad, sí, es verdad, además ellos ya no se preocupan de esconderlo, y menos después de la temporada que han pasado juntos en el palacio ducal de Piedrahita. Allá ellos.

– No, si yo lo digo por el pintor. Goya me cae muy bien.

– Pues, ya lo ves, él prefiere a la Cayetana. Es que la cabrona es muy guapa.

Y lo de Piedrahita era verdad, porque allí en el viejo castillo de la Casa de Alba, vivieron Goya y Cayetana una verdadera luna de miel, como dos recién casados. Largos paseos por los jardines y las arboledas, excursiones a las cercanas Sierras de Ávila y Villafranca y muchas, muchas horas de amor, en cualquier parte y a cualquier hora. De Piedrahita parece ser que vino la Duquesa embarazada de Goya, según contaría Godoy a los Reyes un día en el destierro de Compiègne, cuando vivían los tres juntos. «La Maja desnuda», antes de ser una obra de arte, fue una mujer que se desnudó muchas veces, muchas, ante el artista y el hombre.

– Paco, quiero que me pintes desnuda -le dijo un día la Duquesa después de hacer el amor.

– ¡No! ¡Ni hablar! -respondió Goya a gritos.

– Pero ¿por qué?… si será solo para mí.

– ¡No! te he dicho. No quiero que nadie pueda ver lo que yo estoy viendo ahora mismo.

– ¿Y qué estás viendo tú? –dijo provocativa­. No sé lo que veis los artistas en un cuerpo desnudo.

– No seas pícara y tápate.

– No, sin que me describas lo que ves.

– Mira, Cayetana, no me provoques … ¡A veces eres como una niña!

– No es una provocación, es un deseo.

– Pues, eso depende. Si te miro como artista, como tú dices, solo veo una modelo perfecta, yo diría divina … Si te miro como hombre veo … (y Goya se quedó callado).

– Dime, hombre ¿qué ves como hombre y como amante?

– Pues, veo una cara preciosa, veo unas tetas increíbles, aunque las tienes un poco separadas, veo un cuerpo divino y unos muslos y unas piernas más divinos …

– ¿Y nada más?

– Nada más. ¿Te parece poco?

– Sí, porque te falta algo que también estás viendo.

– Ya, ya sé… ¡Eres una sádica!

– Pues, dilo, me encantaría que lo dijeses.

– ¿Si? Pues ahí va: tienes un coño de Diosa, más bello y más provocativo que los de Afrodita y Venus juntas.

– Anda, sordo mío, ven a mis brazos, que te voy a dar el cielo.

(Pero, lo que no sabía Goya es que además de «eso» le estaba atiborrando de la hierba «milagrosa» que nacía en torno al Castillo llena de un jugo ciertamente afrodisiaco).

Sí, aquellos días de Piedrahita fueron una verdadera luna de miel para el pintor y para la Duquesa… y gracias a la petición de la de Alba hoy podemos contemplar la grandiosa «Maja desnuda» en el Prado. (La otra, la «Maja vestida»‘ la pintaría más tarde, después de la muerte de la Duquesa).

El escándalo aumentó cuando la Corte se enfrenta a «La maja desnuda» y ella no ocultó que la mujer que aparece desnuda es ella misma. ¡Aquello era demasiado para aquella Corte falsaria y desenfrenada! Por cierto, que a Goya le llovieron las ofertas y las peticiones de otras Grandes de España, entre ellas la Marquesa de Santa Cruz y la condesa de Elda. 

Desde 1796 a 1798 Goya vive, sin embargo, solo para la Duquesa y la Pintura. Son los años de los retratos de Carlos IV y María Luisa, del Príncipe de Asturias a caballo, del Duque de San Carlos, de los infantes, tíos y sobrinos, y de todo lo que se moviera en Palacio.

En 1797, según los rumores que circularon por la Corte (y Galdós se hizo eco de esos rumores), la Duquesa tuvo una hija, que rápidamente fue «escondida» como hija propia por una señora que vivía a orillas del Manzanares, hasta que fue mayor. (Al parecer Goya le pidió a su propia esposa que «ahijara» a la recién nacida para evitar el escándalo y el deshonor de la Duquesa, que como ya he dicho, estaba viuda).

Y llega 1799. Un año en el que pasan tres cosas importantes para Goya: Primero, que es ascendido por el Rey a primer pintor de Cámara de la Casa Real; segundo, que la Duquesa Cayetana cae enferma (moriría en 1802, con tan solo 40 años) y tercero que ese año realiza los dos grandes retratos de Carlos IV y María Luisa a caballo. Lo primero fue importante porque eso le obligaba a tener más presencia en Palacio y una relación casi a diario con los Reyes, o mejor dicho con la Reina, puesto que el Rey siempre estaba de caza. Lo segundo, porque a Goya le afectó mucho valor el ver a aquella mujer tan guapa y tan joven postrada en cama sin remedio y porque María Luisa (enferma sexual como era) le echó el «ojo» encima y según se rumoreó no paró de perseguirle hasta que se lo llevó a la cama. Unas relaciones intermitentes, y en los paréntesis de enfado que tenía con Godoy, hasta que fallece la Duquesa y Goya cae otra vez en la depresión «negra» que parecía su perseguidora. Aunque también se habló del romance pasajero que tuvo con la condesa de Chinchón, cosa que no sorprendía dadas las permanentes infidelidades del Príncipe de la Paz, y sobre todo de su lío con la Condesa de Jaruco, con quien llegó hasta tener un hijo (ver Relato 10).

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Más tarde, ya en 1807 y con un ambiente de preguerra, se «lió» con la duquesa de Brunsvik, una mujer alemana de armas tomar que se instaló en Madrid con un amante ruso, Tatisticheff, que venía expulsado de Londres por sus «escándalos económicos» y del que hablaremos en otro lugar, porque este ruso fue el que inició y enseñó a Fernando VII todas las artes de la corrupción. Tatisticheff fue más que el Ministro de Hacienda entre 1814 y 1820.

 

Duquesa de Brunsvik

Pues bien, la alemana Duquesa de Brunsvik tomó como amante a Goya, pero en días y horas aceptadas por ambos, y dado que la «señora» tenía otros «compromisos de cama» durante la semana. A Goya lo recibía los lunes, miércoles y viernes, de cuatro a seis de la tarde. Naturalmente, el motivo público de estos encuentros era la realización de un Retrato, cosa que Goya no llegó a hacer nunca, quizás porque aquellas dos horas las dedicaban a otros menesteres más «íntimos». La Duquesa y el ruso desaparecieron en cuanto presagiaron la guerra, aunque después volvieron a Madrid. Pero Goya ya no era el Goya de antes y no quiso verla más.

Y así llegó 1808 y la Guerra.

 Antes conviene decir, que tras la muerte de la Duquesa de Alba, Goya había reanudado sus relaciones con la de Osuna, no con la pasión de antes pero sí con las cenizas de un amor verdadero y una gran amistad. María Josefa y Goya se veían con frecuencia y era ella la mejor confidente del pintor, como su confesora. Porque la pasión la desahogaba con «La cubanita», aquella condesa de Jaruco que le volvió loco unos años y con la que, incluso, llegó a tener un hijo.

Por otra parte se sabe que Goya a partir de 1803 tuvo un romance tan intenso con la Condesa de Jaruco que incluso se fue a vivir con ella a su mansión-palacio de la calle del Clavel, donde la «cubanita» moriría y fue enterrada.

También se sabe que hubo un verano que la pareja se hizo amiga de un matrimonio inglés que había desembarcado en Madrid y que enseguida se incrustaron en la alta sociedad: Lord y Lady Holland. Él se hizo confidente del pintor y ella a su vez confidente de la Jaruco y por ellos sabemos algunas cosas. En el diario del inglés encontramos una anotación que decía: «Mire, Míster Holland, mi amigo, lo mío con la «cubanita» -habla Goya- arrancó nada más llegar ella a España, pues por sus buenas relaciones en la Corte, ya sabe que es sobrina del ministro de la guerra, el General O’Farril, había abierto su propio salón al que acudían los grandes nobles y los personajes de todos los sectores sociales. También yo visitaba mucho aquellas interesantes tertulias. Pero, por entonces solo fuimos buenos amigos. Yo estaba entonces enamorado. Sí, amigo mío, enamorado de Cayetana y entre ella y mis cuadros no tenía tiempo para más.

Bueno, eso no me lo creo, Míster Goya, porque también estaba la Duquesa de Osuna y malas lenguas decían que hasta una Dama del máximo rango (se refería, naturalmente, a la Reina).
Tonterías, yo no era Godoy. Pero, sigamos. Fue a raíz de los primeros encuentros que tuvimos para realizarle un retrato. Montamos el estudio en su propio palacio y allí acudía yo por las tardes y ella posaba como modelo. Hasta que un día en 1803 la morenita dio el paso definitivo… ¡Y es que no se puede imaginar usted lo que es esta mujer! (esto lo contaba en 1804). La Jaruco es única haciendo el amor. No se puede imaginar usted, mi Lord, lo que es esta mujer en la cama. ¡¡divina, Míster, divina!!… Así que no le extrañe que me volviera loco y que hasta tuviera un hijo con ella. A veces pienso que es una Diosa y otras que es un Demonio, porque no solo es su cuerpo, menudita, redondita, morenita y una perfección de proporciones físicas sino también los olores y perfumes con los que te envuelve y con los «brebajes» que te hace beber en los prolegómenos. Y además, y desde que murió mi duquesita de Alba, yo era un ser a la deriva».

 

Y por el diario de Lady Holland sabemos más cosas: «Madrid, 28 de Febrero, hoy estuve visitando a la Condesa Jaruco y encontré a mi amiga María Teresa radiante, feliz y guapísima. Me presento al recién nacido levantándolo en sus brazos y como si fuera un rey.

 

Elisabeth, aquí te presento a mi «Paquito», el hijo de mi Goya.

Ciertamente era un niño precioso y María Teresa se lo comía a besos. Luego y con mucho orgullo, me fue indicando uno a uno los regalos que ya había recibido, valiosísimos todos, aunque a mi el que de verdad me impresionó fue el retrato que le había hecho el genial Goya (Retrato de la cubanita) era el retrato más bello de todos los que hizo durante esos años, incluso más que el famosísimo de «Isabel de Porcel»

El 2 de mayo trágico Goya se fue en cuanto supo lo de la Puerta del Sol al palacio de la Duquesa y con ella pasó la tarde y la noche. Cuando se corrió la voz de los fusilamientos que los franceses estaban llevando a cabo en el Paseo del Prado, el Retiro y la montaña del Príncipe Pío el pintor se exaltó, como en sus años mozos, y decidió ver en persona aquella «salvajada». Ella, a pesar del riesgo, se fue con él y juntos contemplaron las escenas que luego, seis años más tarde, plasmaría en el cuadro de «Los fusilamientos», quizás la obra cumbre de su vida (también el de «La carga de los Mamelucos») (Aunque para muchos ese honor le corresponde a «Las pinturas negras»). 

Según contó después la duquesa el pintor se sublevó cuando se acercó a la Montaña y vio las colas de aquellos pobres diablos que iban directos a la muerte, y sin ningún tipo de juicio.

– Esto es inhumano, esto es una salvajada, esto es un crimen … ¡No, un crimen no, miles de crímenes! ¡Dios! -decía Goya.

– No, Paco, esto es la Guerra-respondió la Duquesa.

– ¿La guerra? No, en la guerra se mata o se muere de frente, a pecho descubierto -y entonces gritó para que lo oyeran los franceses – ¡Asesinos! ¡Sois unos asesinos!

– No, Paco, no. Son los cuatro jinetes del Apocalipsis, que cabalgan de nuevo. Pero, por favor, vámonos de aquí, nosotros no podemos hacer nada.

– ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos! -volvió a gritar, ya fuera de sí.

Y a punto de que lo subieran al tren que conducía ante los pelotones de fusilamiento. Según Galdós se salvó porque allí, casualmente y en ese preciso instante, apareció un hombre de la embajada francesa que le había conocido en varias fiestas de Palacio y aplacó a los soldados.

Pero Goya se hundió emocional y espiritualmente y nunca más volvería a ser el mismo. Aquella noche la Duquesa se lo llevó a su Palacio, y con permiso del Duque, durmió con el Pintor, quizás por última vez. Aquella noche nacieron en la mente del genio las «Pinturas negras». El pintor se encerró en la «Quinta del sordo», al lado del Manzanares, que él mismo decoró con el «Aquelarre de las brujas», «Las Parcas» y «Saturno devorando a sus hijos» … y solo recibía a las mujeres vivas que había amado y al Rey Fernando VII, que le visitaba algunas veces, siempre de noche y acompañado de sus serviles compañeros de «correrías nocturnas». Quizás estas locuras del Rey y la política absolutista e implacable contra los liberales y la libertad, fueron las que le asquearon y le lanzaron al destierro voluntario de Francia.

 

Goya murió en Burdeos el año 1828, sordo y solo, a los 82 años y la Duquesa de Osuna en 1834 y a los mismos años.

 

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