22/11/2024 18:32
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Los mayores peligros son que debilita al ejercito como factor de estabilidad institucional, hace a la nación vulnerable al ataque de sus enemigos foráneos y siembra la semilla de un golpe de estado por parte de los militares.

No contentos con haberse robado el poder en las últimas elecciones la izquierda demócrata está empecinada ahora en mantenerlo a toda costa. Ya tienen de su parte a la prensa proselitista de izquierda, a los arrogantes «medios sociales» como Twitter y Facebook, al oportunista sindicato de maestros, a los mafiosos sindicatos obreros, a los avariciosos multimillonarios globalistas, a los ingratos atletas profesionales y a los vanidosos artistas de Hollywood. Solamente les faltaban las fuerzas armadas y se han lanzado a una carrea vertiginosa para conquistarlas antes de que la mayoría, hasta ahora silente e indiferente, se dé cuenta de esta galáctica amenaza a la democracia.
Los mayores peligros son que debilita al ejercito como factor de estabilidad institucional, hace a la nación vulnerable al ataque de sus enemigos foráneos y siembra la semilla de un golpe de estado por parte de los militares. De hecho, convierte al ejército en un partido político. Con el agravante de que este partido político no necesita de votos para adueñarse del poder porque le sobran las balas. Esta es la razón por la cual muchos politólogos han dicho que el poder se obtiene «con votos o con balas».
Por otra parte, dentro de cualquier sistema democrático transparente y sólido el ejército desempeña el papel primordial de mantener la armonía entre los partidos haciéndolos que respeten las reglas del juego político. Un juego en que los partidos se alternan de manera periódica en el gobierno según lo determina el voto de los ciudadanos y lo estipula la constitución de la nación.
De ahí que el soldado jure obediencia a la constitución y no a los gobernantes o al gobierno que ostente el poder en el momento de su juramento.
Y para evitar que el militar se ensoberbezca faltando a su juramento, éste debe acatar las órdenes de su Comandante en Jefe que es nada menos que el presidente de la nación electo por el voto de los ciudadanos. De esta manera se evitan dos peligros: que cualquier político se confabule con el ejército para mantenerse en el poder más allá del período para el cual fue electo y que cualquier militar utilice las armas para destituir al presidente de turno y hacerse con el poder.
Pasemos ahora revista a la suerte que han corrido los países que han violado estas normas de un genuino sistema democrático. La Alemania de la década de 1930 era un país atormentado por su derrota en la guerra europea entre 1914 y 1918. Buscaba una fórmula para recuperar su orgullo nacional que los políticos tradicionales no le ofrecían. Es ahí donde aparece la figura satánica de Adolfo Hitler. Este orate obtuvo el poder por la intimidación y lo mantuvo por la represión. Para ello transformó al ejército alemán en el ejército nazi.
El juramento de los militares bajo Hitler lo dice todo: «Juro por Dios que yo otorgaré a Adolfo Hitler−líder supremo de la República y el pueblo alemanes y Comandante Supremo de las fuerzas Armadas−obediencia incondicional y que estoy listo, como un valiente soldado, a arriesgar mi vida en cualquier momento en cumplimiento de este juramento.» El resultado fue una Segunda Guerra Mundial que produjo el saldo macabro de 75 millones de muertos entre civiles y militares.
En 1927, cuando el Partido Comunista Chino pasaba por uno de sus momentos más difíciles, Mao Tse Tung tuvo la idea brillante de politizar al ejército chino. Después de la ascensión de Mao al poder en 1949, el Ejército de Liberación del Pueblo se convirtió en su fuente principal para el control del gobierno y del partido hasta su muerte en 1976. Fue además la institución que restauró el orden después de la anarquía de la Revolución Cultural en 1966.
Una situación «sui generis» tuvo lugar en Cuba el primero de enero de 1959. Con la fuga del dictador Fulgencio Batista, el mal llamado ejército constitucional se disolvió en su totalidad y se creó un vacío de poder que amenazaba con conducir a la anarquía. Se creó entonces un improvisado ejército rebelde con combatientes de las montañas y oportunistas del llano ansiosos por demostrar su fidelidad al nuevo líder. Gente sin formación militar, ideológica o política que se convirtió en el brazo armado del gobierno y profesaba una lealtad incondicional a Fidel Castro.
Otro de los ingredientes para determinar la politización de un ejército son los libros que leen los oficiales de dicha institución. En Rusia, los oficiales por encima del rango de coronel son obligados a leer el libro del nacionalista ruso Alexander Dugin, titulado «Los cimientos de la geopolítica». Dicho libro presenta un imperio Eurasiático, con Rusia en su centro e instrucciones sobre la forma de lograr esa meta.
Pero esta politización del ejército comenzó desde temprano en la revolución rusa. Por decreto de 18 de enero de 1918, el Consejo de Comisarios del Pueblo creó el ejército de trabajadores y campesinos, mejor conocido como Ejército Rojo. A dicho ejército fueron asignados asesores políticos comunistas conocidos como comisarios cuya misión era vigilar la fidelidad de los oficiales y diseminar propaganda política entre los soldados.
Llegamos finalmente a los Estados Unidos y comenzamos por ver lo que están leyendo los miembros de su ejército. Se trata de un panfleto sub-literario sobre unos Estados Unidos repulsivos e inmorales que deben de ser cambiados inmediatamente y para siempre. Su título es «Como ser un antirracista». Fue escrito por un profesor de la Universidad de la Florida llamado Henry Rogers, que ahora que es rico y famoso responde al nombre de Ibram X. Kendi.
El libro escrito por este diletante es una basura de la peor especie. Es más ni siquiera califica como basura. No sólo es repetitivo y vergonzosamente estúpido sino genuinamente venenoso. Su propósito es transmitir a los militares americanos los mismos sentimiento de desprecio hacia los Estados Unidos que los sostenidos por la izquierda furibunda que ha secuestrado al Partido Demócrata.
La premisa de Kendi es tan simple como él mismo: cualquier sistema que produzca resultados desiguales tiene que ser racista. Esa es la totalidad de la tesis que Kendi aplica a todo. Si alguna gente gana más que otra, la economía es racista. Si Kendi decide que no hay suficientes astrofísicos negros, la astrofísica, por definición, es racista. Si llueve en una zona negra de la ciudad pero no en otras, entonces tú estás siendo testigo de un racismo del tiempo.
Los magnates a cargo de muchas corporaciones americanas adoran este libro. Pero nadie podría pensar que los jefes de las instituciones armadas también lo elogien y recomienden. El Representante a la Cámara por el estado de Indiana, Jim Banks, demandó una explicación sobre el libro al Jefe de Operaciones Navales, Almirante Michael Gilday. Durante una comparecencia de Gilday ante el congreso, Banks le preguntó: «Kendi dice en el libro que el capitalismo es esencialmente racista y Kendi es muy claro cuando dice que el capitalismo tiene que ser eliminado. Está usted de acuerdo con Kendi?»
La respuesta de Gilday fue al mismo tiempo evasiva y confusa. Se limitó a decir que sí había racismo en la Armada Americana y que sería importante sostener una conversación sobre el tema, pero se mantuvo alejado del tema del capitalismo. En cuanto al racismo, para Kendi no es posible mantener una conversación honesta sobre este tema en América. La opción es: «Si usted no admite ser racista es porque usted es un súper racista». Esa es la posición y punto.
En un intercambio similar, el Senador de Arkansas, Tom Cotton, le pregunto al Secretario de Defensa, Lloyd Austin, si los miembros de las fuerzas armadas debería de ser tratados en forma diferente según su sexo y color. El secretario dijo que NO pero agregó que esa era la razón por la cual había cursos en las fuerzas armadas sobre «equidad e inclusión.» Dicho más claro: sin estos cursos SI serían tratados en forma diferente, que es una forma sofisticada de decir racismo.
La realidad es que, más allá de nuestras opiniones y diferencias, este país necesita sus fuerzas armadas. El Pentágono no es el Departamento de Educación o la División de Vehículos de Motor. Tiene que funcionar a la perfección. Es esencial para la supervivencia de esta nación. Pero eso no les importa a los comisarios del gobierno de Biden. Ellos no van a detener su marcha. Por el contrario, van a intensificar las purgas políticas en los rangos de las fuerzas armadas. Nosotros tenemos que pararlos pronto y en seco si queremos limitar el daño. Sobre todo si queremos seguir siendo el orgullo y la envidia del mundo.

Autor

REDACCIÓN