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En Canarias, la Pérfida Albión sufrió una humillante derrota en su intento por someterlas. El héroe de Trafalgar prometió no volverlas a atacar. En el National Maritime Museum Richard Westall recrea el desmayo de Nelson al ser herido en su brazo derecho en la isla de Tenerife.
En otros tiempos, los navíos británicos llegaban a las costas españolas con intenciones bastante alejadas de los actuales turistas que se acercan a las islas buscando sus playas y su sol. Aquellos otros pretendían conquistar nuevos territorios para su Corona y sus pretensiones estratégicas en los mares hacia América y la costa occidental africana.
Así sucedió en aquellos calurosos días del 22 al 25 de julio del año 1797 cuando el contralmirante Horatio Nelson, el que Londres exhibe con orgullo en Trafalgar Square, pretendió conquistar Santa Cruz de Tenerife para poner en jaque a las siempre estratégicas Islas Canarias.
Pero el héroe británico no debió tener en cuenta la valentía y determinación de los tinerfeños que, al mando del general Antonio Gutiérrez de Otero, nacido en Aranda de Duero en 1729 y fallecido en Tenerife en 1799, puso fin a la osadía del inglés al que la escaramuza le costó la parte inferior del brazo derecho y a punto estuvo de costarle la vida, que perdería ocho años después en la batalla de Trafalgar.
Así retrató Abbot a Horatio Nelson: «Labriegos, pescadores, artesanos, criados, en suma, el pueblo llano de un extremo a otro de la isla defendió la ciudad de Santa Cruz de Tenerife», según Jesús Villanueva Jiménez, autor de la novela histórica “El fuego de bronce”, que recrea con minuciosidad la gran gesta del 25 de julio. Con este autor, nos adentramos en aquel episodio de la Historia de España difuminado y olvidado como tantos otros y con una figura que sobresalió sobre todas: el general burgalés Gutiérrez de Otero, como lo reflejó igualmente el diario ABC en su serie sobre las batallas navales que libramos con éxito los españoles, de las que venimos dando cuenta en estas reseñas históricas.
Pretensiones estratégicas del ataque a Tenerife
Todos estos especialistas se hacían las mismas preguntas, ¿por qué decidió el Reino Unido lanzarse a la conquista de Tenerife?, ¿qué llevó a Nelson a plantarse frente a sus costas con 2.000 hombres y 393 bocas de fuego, aquella madrugada del 22 de julio? La respuesta la encontramos en la derrota que sufrió la Armada española cinco meses antes en el Cabo de San Vicente.
«La oportunidad de tomar Santa Cruz, la plaza fuerte más importante y sede de la Capitanía General de Canarias, se presentó a comienzos de la primavera de 1797. Por entonces, la Armada se encontraba bloqueada por la británica en la bahía de Cádiz, después ser vencida el 14 de febrero frente al cabo de San Vicente. La oportunidad la apreciaron tanto Nelson como su jefe directo, el almirante John Jervis, jefe de la flota del Mediterráneo. A partir de una carta que Nelson dirige a Jervis, fechada el 12 de abril de 1797, se fragua el proyecto de invasión. En ésta y otras misivas, queda rotundamente demostrado que la intención británica era la de invadir Tenerife para, por etapas, tomar todas las islas».
Para el Imperio británico todo el archipiélago canario tenía gran importancia geoestratégica a causa de los dominios españoles en ultramar: «No sólo Tenerife, todo el Archipiélago Canario era ambicionado por Gran Bretaña, ya que sus islas podían suponer una extraordinaria plataforma atlántica para el refugio y avituallamiento de la Royal Navy, dado los intereses británicos en el Nuevo Continente».
Aquella madrugada del 22 de julio
Ocho buques con sus tripulaciones, aprovecharon la oscuridad, para situarse frente a la costa tinerfeña e iniciar el desembarco. La escuadra inglesa la formaban los navíos de línea «Theseus», que enarbolaba la insignia del contralmirante, el «Culloden», el «Zealous», las fragatas «Seahorse», «Emerald» y «Terpsichore», el cúter «Fox» y la bombarda «Rayo». El navío «Leander», procedente de Lisboa, se unió a la expedición la mañana del 24. Un total de 393 bocas de fuego y 2.000 hombres, instruidos, experimentados y bien armados. El plan parecía perfecto.
Las defensas de Santa Cruz de Tenerife la componían solo 60 veteranos artilleros y 320 de milicia, para atender 89 cañones en 16 baterías, 247 soldados del Batallón de Infantería de Canarias, 60 de las banderas de La Habana y Cuba, 110 de «La Mutine», una corbeta francesa capturada en la rada santacrucera dos meses antes por los británicos, y los regimientos de milicias de La Laguna, La Orotava, Garachico, Güímar y Abona; unos 900 campesinos, incluidos los agregados a las baterías, con muy baja formación militar y armados con aperos en su mayoría. Al frente de la defensa estaba el teniente general Antonio Gutiérrez de Otero, un hombre de 68 años.
Gutiérrez de Otero
Así lo narraba el teniente general: «Aquella madrugada del 22 de julio los ocho buques ingleses se situaron frente a la costa de Santa Cruz; se botaron 30 lanchas con 900 hombres, al mando del capitán Trowbridge, comandante del “Culloden”. La marea contraria retrasó el avance y fueron descubiertos al amanecer. Desde el castillo de Paso Alto, el fuego de los cañones les hizo retroceder; la sorpresa se había frustrado».
Según los artículos de ABC, a las 9 de la mañana, Nelson ordenó otro desembarco, costase lo que costase. El plan consistía en asaltar el castillo de Paso Alto y desde éste cañonear al principal, el de San Cristóbal, donde se hallaba Gutiérrez y su plana mayor, mientras la infantería atacaba desde tierra. Esta vez los 900 hombres lograron desembarcar en la playa del Bufadero, al noreste de Santa Cruz, pero 200 españoles les cortaban el paso desde la vecina cumbre de Paso Alto, lo que obligó a los invasores a resguardarse en el alto del Ramonal. Entre ambas fuerzas el amplio Valleseco.
«Bajo un sol de justicia, se cruzaron disparos de mosquete y de algún cañón de campaña (llamados violentos). Sin agua ni alimentos, y ninguna posibilidad de avanzar, Trowbridge ordenó la retirada al atardecer. Nelson debía estar exasperado; sus planes no marchaban, así que decidió ordenar un ataque masivo», explica el autor de «El fuego de bronce».
El ataque británico, según Francisco Aguilar (Museo Naval)
La noche del 24 de julio, 1.300 hombres embarcaron en 30 lanchas, el cúter «Fox» y un pesquero isleño apresado días antes. «El objetivo era desembarcar en tromba por la playa a la derecha del castillo Principal y por las desembocaduras de los barrancos a la izquierda de aquel, para inmediatamente asaltar y rendir el castillo de San Cristóbal», explica Jesús Villanueva. A la 1.30 h. del 25 de julio, fueron descubiertos los botes desde la batería de la cabeza del muelle. Bajo el fuego incesante de los cañones del muelle y de las baterías de San Cristóbal, Santo Domingo, San Pedro, Paso Alto, San Telmo y La Concepción, en torno a 700 hombres consiguieron desembarcar, la mayoría por la desembocadura del barranquillo del Aceite y por la caleta de Blas Díaz.
«Apenas un puñado de ingleses lograron hacerlo por la playa a la izquierda del castillo Principal, convertida en un infierno por la metralla del cañón “El Tigre”, cuya tronera, enfilando la playa, se había abierto el día anterior por iniciativa providencial del teniente Francisco Grandi Giraud. Nelson, gravemente herido, fue reembarcado al “Theseus”; a vida o muerte, el cirujano tuvo que amputarle el brazo derecho por encima del codo. Para colmo de males para los británicos, el cuter «Fox» fue hundido por la artillería española, yéndose a pique en pocos minutos con 150 hombres, más munición, armas y pertrechos para la toma del castillo de San Cristóbal».
La capitulación inglesa: palabra de Nelson
Durante la madrugada del 25 de julio, los enfrentamientos en las playas, las calles y plazas de Santa Cruz, fueron continuos y sangrientos. Desde las esquinas de las casas, en la penumbra, los del Batallón de Infantería de Canarias disparaban a los británicos que trataban de reorganizarse para asaltar el castillo. Éstos, desorientados, se dispersaron por el pueblo. El general Gutiérrez dividió en cuatro el Batallón de Infantería, a cuya sección agregó contingentes de milicianos, y los posicionó de forma que barrieran a los británicos desperdigados por el pueblo.
«La capitulación inglesa», un óleo de Nicolás Alfaro (Museo Naval)
«Al amanecer, los españoles lograron acorralar a todas las tropas desembarcadas, en torno al convento de Santo Domingo, donde se refugiaron los invasores. Nelson, recién operado, ordenó un último intento de desembarco de 200 hombres de refuerzo en quince lanchas, pero a la luz del alba fueron masacrados por la artillería de costa. Los sitiados en el convento (ignorantes de la situación de Nelson) decidieron capitular, bajo determinadas estipulaciones». La capitulación se firmó en el castillo de San Cristóbal esa mañana del 25 de julio de 1797. El general Gutiérrez por parte española y el comandante del “Zealous”, Samuel Hood, por la británica. Gutiérrez aceptó un reembarque con armas, al toque de las cajas de guerra, con la condición, bajo la palabra de honor del propio Nelson, de que ninguna otra escuadra inglesa atacase Canarias, además de que los propios vencidos llevaran a Cádiz una misiva con destino Madrid, con la noticia de la victoria española. Palabra que cumplieron los ingleses. Los heridos fueron atendidos con total humanidad, hecho que el propio Nelson agradeció a Gutiérrez en la primera misiva que firmaba el inglés con su mano izquierda. Carta que todavía se conserva.
Pero ¿cuál fue el desenlace de la batalla que perdió Nelson? De los 1.300 británicos que desembarcaron, casi 700 resultaron muertos o heridos, por 24 españoles caídos. En Santa Cruz quedaron armas, pertrechos y, especialmente, dos banderas británicas, que hoy se exhiben en el museo del Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias, en el establecimiento de Almeyda, en Santa Cruz de Tenerife, capturadas en combate aquella jornada del 25 de julio de 1797.
La importancia de Gutiérrez de Otero
En la defensa de Santa Cruz de Tenerife jugó un papel fundamental el general Gutiérrez de Otero, quien conocía a la perfección las tretas y tácticas inglesas en la mar y frente a las costas españolas, a los que había vencido en dos ocasiones: «Al mando de las tropas de desembarco los expulsó de Puerto Egmont, en la Gran Malvina, en 1770, y en la recuperación de Menorca en 1782. Así que supo anticiparse, tanto en la estrategia como en la táctica. Los términos de la capitulación son una muestra de su sensatez y sangre fría».
Otro de los personajes clave de esta batalla fue una campesina de San Andrés, cuya identidad se desconoce y que dio la voz de alarma al amanecer del 22 de julio a los centinelas del castillo de Paso Alto cuando se dirigía a vender sus productos.
Destaca el escritor Jesús Villanueva que, si hubo un héroe gigante en esa contienda que reafirmaría más si cabe la españolidad de la isla de Tenerife, fue un pueblo unido a su Ejército regular, que, como nueve años más tarde en la Península, esta vez contra Napoleón, luchó con bravura, todos a una contra el invasor: «Mención especial quiero hacer de las valientes aguadoras de Santa Cruz, que la mañana del 22 de julio, jugándose literalmente la vida, subieron por tres veces agua, alimentos y pertrechos a los defensores españoles que cortaban el paso a los invasores en la escarpadísima cumbre de Paso Alto».
Cuando alguien vaya a esta isla, debería recordar que allí se defendió su pertenencia a España a sangre y fuego un caluroso julio de 1797, que el almirante venerado por el Reino Unido fue derrotado y quedó tullido, que el pueblo llano se aupó en la victoria junto a su Ejército en una de las grandes gestas de nuestra Historia.
«Nuestra Señora de la Candelaria no quiso ser inglesa»
(Villarejo pregunta al escritor Jesús Villanueva)
¿Por qué falló el plan de Nelson?
Falló por varios motivos. Primero por el acierto del plan de defensa elaborado con anticipación por el general Gutiérrez, quien sospechó que los británicos aprovecharían la oportunidad que ofrecía tener a la flota española bloqueada en Cádiz, con el consiguiente desamparo de las Canarias. El que durante meses antes de aquel julio, buques británicos estudiaran la costa con descaro (fuera del alcance de los cañones españoles), e incluso robaran una fragata española y una corbeta francesa de la misma rada santacrucera, en dos noches muy oscuras, delataba sus intenciones. Ya en la madrugada del 19 de julio, el vigía Domingo Palmas, desde la atalaya de la punta de Anaga, avistó la flota enemiga y avisó a Santa Cruz. Esa atalaya, junto a otras que rodeaban la isla, era parte del plan de defensa. Cuando llegó la escuadra de Nelson, Santa Cruz los esperaba.
Por su parte, Nelson menospreció las fuerzas defensoras; no conocía las mareas extrañas de las costas Canarias; y, por supuesto, cometió una temeridad al tratar de desembarcar al frente de sus hombres la madrugada del 25. Le costó un brazo, casi la vida, y la incertidumbre y abatimiento de los ingleses que tomaron tierra.
Y además, de la misma manera que la Virgen del Pilar no quiso ser francesa, Nuestra Señora de la Candelaria, patrona de Canarias, cuya imagen ya se alzaba en Santa Cruz mirando al mar, no quiso ser inglesa, sino capitana de las tropas chicharreras.
Si Nelson hubiera muerto, ¡cómo hubiera cambiado la Historia! ¿Cómo se salvó?
Se salvó porque junto a él iba su hijastro, el teniente Nesbitt, que le hizo un torniquete con su cinturón y ordenó a los marineros dar la vuelta al bote y dirigirlo al «Theseus». De no ser así, se hubiese desangrado. Si Nelson hubiese muerto en la playa de Santa Cruz, no hubiese actuado de manera decisiva en las victorias británicas de Copenhage, Abukir y Trafalgar, por lo que el curso de la Historia podía haber cambiado y las pretensiones de Napoleón se podían haber visto favorecidas. Nada más y nada menos.
¿Por qué es tan desconocida esta historia en España?
Porque, desgraciadamente, los historiadores españoles no se han ocupado de ella. De hecho, de no ser por la labor de investigación y divulgación que durante los últimos 17 años lleva realizando la Tertulia de Amigos del 25 de Julio, a la que tengo el honor de pertenecer desde hace dos, la Gesta, como en Canarias la llamamos, se hubiese perdido en el olvido y el desconocimiento más absoluto. En general, penosamente, los españoles desconocemos nuestra grandiosa Historia, cuando no la denostamos y menospreciamos, todo lo contrario de lo que sucede, por ejemplo, en el Reino Unido.
Sin embargo, en Londres se venera aún a Nelson. Con una estatua en el corazón de la ciudad. ¿Cómo se valoran los hechos del 25 de julio de 1797 en la historia sajona?
Los historiadores británicos han defendido, y siguen haciéndo, la teoría de que a Santa Cruz de Tenerife se vino a apresar un valioso cargamento, poco menos que a saquear el puerto y a nada más. Semejante argumento no es más que una argucia (que ni ellos mismos se creen) para mitigar en lo posible el valor de la derrota sufrida, no sólo por la Royal Navy, sino por su idolatrado Lord Nelson.
Desde el día siguiente de su estrepitosa derrota, las publicaciones británicas multiplicaron hasta por cinco el número de los defensores españoles en Santa Cruz, valga como ejemplo del mal perder inglés. Hoy por hoy, siguen ocultando en las biografías de Nelson su única derrota, la sufrida en Santa Cruz. Y en el mejor de los casos se menciona como una refriega menor. De hecho, se ignora por la inmensa mayoría de británicos dónde perdió el brazo el más ilustre de sus marinos.
Y luego llegan estos listillos que nos gobiernan y tratan de mutilar nuestra Historia, como si todo hubiera comenzado a principios del siglo XIX, ocultando a nuestros estudiantes las glorias de la Historia de España. Espero que investigadores, profesores y periodistas recuperen sin cesar nuestros hechos gloriosos.
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