20/09/2024 17:43
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El diputado del PP, Juan José Matarí, durante la sesión de control al Gobierno, pidió a la ministra Celaá que explicara su propuesta para los niños que necesitan educación especial, porque la nueva ley de Educación pretende acabar con ella. El Sr. Matarí ofreció su testimonio personal sobre lo fundamental que había sido la educación especial para que su hija tuviera un futuro social y laboral mejor.

«La educación especial es una herramienta extraordinaria para la integración. Lo sé muy bien porque mi hija Andrea, de 25 años, ha recibido toda su educación en un centro especial y ha pasado por la universidad haciendo también un grado especial. Hoy Andrea trabaja y su integración en el ámbito laboral es inmejorable y su inclusión es plena porque su formación ha sido adaptada a sus capacidades. Andrea tiene síndrome de Down y ha podido desarrollar todo su potencial».

Se podrá estar o no de acuerdo con la experiencia del Sr. Matarí. Se podrá discutir si su caso es o no extrapolable a otros. Se podrá contraargumentar con otro ejemplo, o con tropecientos más en el sentido contrario. Se podrían citar los postulados de algún experto de cabecera que defendiera lo opuesto. Se podría contestar de mil formas distintas… salvo como lo hizo la titular del Ministerio de Educación y Formación Profesional:

«Señor Matarí, ¿de dónde viene usted?, ¿de qué lejos viene usted? Usted no tiene ningún contacto ni con el mundo educativo, ni con los padres, ni con los hijos, ni con los profesores. Usted no sé de qué habla».

A Isabel Celaá le podría haber chivado algún asistente que el Sr. Matarí viene de Almería, provincia andaluza por la que fue elegido. Un territorio homologable a cualquiera en España como para cuestionarse si procedía de alguna región atrasada. “¿De dónde viene?”. Como no se lo dijo nadie, los almerienses deberían contestar a la ministra. Alto y claro.

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Si con la pregunta “¿De qué lejos viene usted?”, quería hacer referencia a que el Sr. Matarí estaría anticuado, pichó en hueso la ministra. Salvo que los datos de la wikipedia estén equivocados, la ministra nació en 1949 y el Sr. Matarí es diez años más joven. Objetivamente, cualquiera podría contestar a la pregunta de quién viene de más lejos.

“Usted no tiene ningún contacto ni con el mundo educativo…” le dijo Isabel Celaá para ningunear al Sr. Matarí. ¡Hombre, ministra! Ninguno, ninguno… ¿Es que no lo escuchó decir que su hija recibió toda su educación en un centro especial y que pasó por la universidad haciendo también un grado especial? ¿Tiene usted algún contacto personal cuando menos similar? Porque, salvo que las publicaciones que se hacen por ahí mientan, el único contacto que tiene usted con usted, como madre, es el de sus hijas, matriculadas en el Colegio Bienaventurada Virgen María-Irlandesas, considerado uno de los mejores y más elitistas de Bilbao. Para quien no lo sepa, es de carácter profundamente religioso. ¡Ah! Y concertado, que ya puestos hay que contarlo todo.

“… ni con los padres, ni con los hijos, ni con los profesores”. Es decir, que según la titular del ministerio, el Sr. Matarí debió aislarse del mundo durante todo el tiempo que su hija estuvo en el sistema educativo y no tuvo contacto con ningún padre que estuviera en un caso similar al suyo, que no fue a ningún cumpleaños o acto en el colegio, que no habló con ningún profesor… No parece muy creíble esa afirmación.

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Como Isabel Celaá es licenciada en  Filosofía y Letras y Derecho​ por las universidades de Deusto y de Valladolid, presumo que tiene el suficiente nivel de castellano como para que dijera, a modo de colofón,  “Usted no sé de qué habla”.

Por su creo que desafortunada intervención, he leído que hay quien la ha tildado de grosera, cínica, miserable, mezquina, insensible, sinvergüenza, repugnante… Es injusto que los adjetivos se los dediquen sólo a ella. Casi nadie ha comentado que los diputados socialistas se carcajearon cuando la escucharon. Se merecían unas palabras similares.

En mi opinión, creo que Celaá entendió perfectamente al Sr. Matarí y que, al no saber qué contestar ante la rotundidad del testimonio, salió por los cerros de Úbeda en un intento de desacreditarlo. Vamos, que se hizo la sueca. Y eso no está bien, Isabel.

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REDACCIÓN