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El pasado miércoles era detenido el presidente de la Comisión Islámica de España, el sirio Ayman Adlbi, por sus supuestas actividades de financiación del terrorismo islamista. Este caso no es una excepción y la financiación del islamismo radical es un grave problema en toda Europa. Sin embargo, el buenismo, la ceguera ideológica o quizás los petrodólares, siguen generando una política favorable a la implantación del islam en Europa. El ayuntamiento de Estrasburgo, dirigido por los verdes (Europa Ecológica-Los Verdes), ha decidido conceder una subvención de más de 2,5 millones de euros para la construcción de una gran mezquita por la Confederación Islámica Milli Gorus (CIMG) y que llevará el nombre de “mezquita del Sultán Eyyûb”.
La CIMG es un movimiento paneuropeo para la diáspora turca y una de las tres confederaciones musulmanas francesas que se han negado a firmar la carta de principios contra el extremismo presentada por el presidente francés Emmanuel Macron. Según uno de sus representantes, Eyup Sahin, no la han firmado porque fue “hecha por dos o tres personas” y su movimiento no ha podido participar en la redacción de la carta. La alcaldesa de Estrasburgo, Jeanne Barseghian, es de origen armenio y lleva en el cargo desde julio de 2020, y ha priorizado en su política municipal las políticas verdes y el apoyo al movimiento feminista. Navegando sobre este mar de contradicciones, la alcaldesa ha defendido la subvención porque el proyecto se había iniciado en 2017 y que el plan presentado por la CIMG es solido financieramente y “una reafirmación de los valores de la República”.
La decisión del ayuntamiento “verde” ha caído muy mal en París, que arrastra varios enfrentamientos con el gobierno turco por los conflictos en Libia, Siria y Nagorno-Karabaj y por las acusaciones de Erdogan de islamofobia. El ministro del interior, Gerald Darmanin declaró en el canal BFM que “esta autoridad municipal no debería estar financiando la intromisión extranjera en nuestro suelo”. Macron acusó el martes pasado a Turquía de querer interferir en las próximas elecciones presidenciales de 2022 “difundiendo mentiras”. En el plano de los partidos, Reagrupación Nacional de Marine Le Pen ha iniciado una campaña de recogida de firmas para que el dinero del contribuyente no sirva para financiar el islam político.
La nueva mezquita tendrá una capacidad para 4.500 personas, lo que la convertirá en la quinta mezquita más grande de Europa, empatada con la de Tirana (Albania) y por detrás de las mezquitas de San Petersburgo (5.000), Bradford, Inglaterra (8.000), Kul Sharif, Rusia (8.000) y la mezquita catedral de Moscú (10.000). Su nombre hace referencia al sultán Eyyûb, cuyo nombre era Abu Ayyub al-Ansari, un compañero y abanderado del profeta Mahoma. Abu Ayyub fue uno de los 70 compañeros que juraron lealtad a Mahoma, participó en muchas batallas y murió durante el primer asedio árabe a Constantinopla en el año 670.
Según un hadiz, el profeta Mahoma profetizó que el primer ejército que conquistara Constantinopla entraría en el paraíso. Aunque Abu Ayyub ya era un hombre mayor, eso no le impidió alistarse en esta guerra santa. Poco después de unirse a la batalla, cayó enfermo y tuvo que retirarse. El jefe del ejército, Yazid ibn Muawiya, le preguntó: “¿necesitas algo, Abu Ayyub?”. El anciano respondió: “Saludad a los ejércitos musulmanes y decidles que Abu Ayyub os pide que penetréis en lo más profundo del territorio enemigo hasta donde podáis y que me enterréis bajo vuestros pies en las murallas de Constantinopla”. Después murió. Yazid ordenó al ejército musulmán llegar a las murallas de Constantinopla, donde Abu Ayyub fue finalmente enterrado.
Tras la conquista de Constantinopla por los turcos otomanos, el sultán Mehmed el Conquistador erigió una tumba sobre la de Abu Ayyub y construyó una mezquita en su honor. A partir de ese momento, la zona ahora conocida como el barrio de Eyüp se convirtió en sagrada y muchos funcionarios otomanos solicitaban ser enterrados allí. Por su carácter sagrado, la mezquita era el lugar elegido para la ceremonia de coronación de los sultanes otomanos, donde cada nuevo sultán era ceñido con la espada de Osman I, fundador del Imperio Otomano.
El nombre está cargado de simbolismo, como casi todos los gestos de la Turquía de Erdogan, como la conmemoración de la batalla de Manzikert, donde los turcos selyúcidas derrotaron a los bizantinos y les arrebataron la mitad de su territorio, la conversión de antiguas iglesias en centros culturales, o la reapertura de Santa Sofía como una mezquita. No nos podemos imaginar al alcalde de Estambul financiando la construcción de una iglesia en su ciudad con el nombre de Juan de Austria o de Jan Sobieski. Pero lo que no deja de ser curioso es como políticos de izquierda, ecologistas y feministas, fomentan la construcción de mezquitas mientras predican el laicismo y los valores progresistas. Quizás, más que esos valores, lo que realmente les inspira es el odio a su propia cultura y civilización.
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