13/06/2024 18:56
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Ante todo quisiera expresar mi admiración por Gabriel García, sus réplicas a mis artículos demuestran que el autor tiene un conocimiento excepcional de la historia y una brillante capacidad para exponer lo que según su arbitrio constituyen hechos históricos. Tras leer su réplica a mi contrarréplica «Ramiro Ledesma en la historia de España y el fascismo frente al marxismo» mi impresión es que incurre en los mismo errores que en la primera réplica «Que me disculpen tanto Carlos Ferrández como los lectores de El Correo de España si incurro en los argumentos de la carta anterior»  a pesar de todo insiste en la misma estructura argumentativa, en mi opinión muy desafortunada.

 

«Pero por ironías de la vida salí en defensa de un experto en Filosofía como Ramiro Ledesma, a pesar de que éste detestaba el campo jurídico en el cual sí he sido instruido. No obstante, ahí está la defensa que desempeñó José Antonio Primo de Rivera del Derecho como una estructura no justificada en sí misma sino en las motivaciones de quienes la emplean. Y mi motivación, en el caso que nos ocupa, es recordar cuál fue el lugar de Ramiro Ledesma en la Historia de España más reciente y el de los fascismos en un plano superior, para lo cual creo que la experiencia de los años y las lecturas sobre Historia y Política son un bagaje suficiente».

 

García empieza de la peor manera posible, declara que pretende exponer el pensamiento de un filósofo desde un relato histórico construido a partir de datos biográficos. Desde luego que un jurista –sobre todo si es instruido en las facultades actuales– pude caer fácilmente en el positivismo, si bien el pragmatismo de la práctica forense hace posible tales concepciones del derecho en el éxito profesional, de nada sirve un libro de “historia” cual si de un código jurídico se tratase, donde la voluntad del legislador-narrador fuese una máxima de conducta obligatoria, para interpretar el pensamiento filosófico de un personaje en su epocalidad o fuera de ella. Más le recuerdo a mi impugnante que la prueba tasada hace tiempo que dejó de aplicarse por abusiva, y que si los códigos contienen títulos preliminares con disposiciones hermenéuticas es, porque como dice el Código Civil, las normas no solo se interpretan según el sentido propio de sus palabras, sino también «en relación con el contexto, los antecedente históricos y legislativos, y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas». Pero además cada historiador de la filosofía advierte enseguida que para comprender el pensamiento de un autor primero es necesario, sí, conocer algún dato biográfico, pero lo fundamental es observar sus antecedentes, contexto e influencias, para profundizar –en palabras de Copelston- en la psicología del autor  «lo que no implica necesariamente simpatizar con él», y para lo que según el hermeneuta por excelencia –Gadamer– supone adentrarse en el pensamiento de un filósofo no solo interpretado por su voluntad, si no también en contexto; esto para eliminar los prejuicios históricos del narrador-historiador –ya que todos los tenemos– y poder hacernos una idea algo más aproximada de que demonios se le pasaba por la cabeza al dichoso pensador. Lo que le sucede al positivista es que cae en lo que Bacon llamá el ídolo de la plaza pública, esto es en creer a los filósofos, religiosos o historiadores en este caso, por su reputación o antigüedad, y no por un análisis empírico de los hechos. No se si los excesos racionales de un positivista llegan hasta el punto de seccionar la relación necesaria entre filosofía, historia y derecho, pero que el Derecho es una humanidad y no una “ciencia social” se prueba por la necesidad que lo uno tiene de lo otro, o dicho en otras palabras que el Derecho es una disciplina –según Balmes– subordinada a la ética, que por tanto no puede justificarse por la voluntad del legislador, si no por la naturaleza del hombre, y todavía si se quiere en términos “modernos” por los conceptos puros del sujeto trascendental, que son la prueba universal de los juicios sintéticos a priori, de los que forman parte, se quiera o no, el consenso e incluso la voluntad; y en todo caso como dirían Aranguren y Zubiri: la moral como estructura. Le recuerdo a García que Ramiro Ledesma se interesó por los hermeneutas y en particular por Heidegger que además del primer precursor de la racionalidad interpretativa, fue maestro indiscutible de Gadamer.

 

«En ningún caso se refuerza la tesis inicial del primer artículo. Se reconoce lo evidente para todo el que haya estudiado su biografía y obra: Ramiro Ledesma no tuvo un excesivo número de seguidores como dirigente político y su escisión de Falange fue un rotundo fracaso; pero en ningún caso se comparte la idea de que fuese un pensador nada original y de escasa importancia. Las JONS surgidas de La conquista del Estado jamás pasaron de ser un grupúsculo no superior al medio millar (siendo generosos en las estimaciones), pero es que incluso la Falange liderada por José Antonio Primo de Rivera jamás tuvo las dimensiones de otras organizaciones homólogas, como la rumana Legión de San Miguel de Corneliu Zelea Codreanu o la belga Rex de León Degrelle, que sí fueron movimientos de masas en sus países. La Falange de la etapa republicana sólo creció numéricamente cuando las tensiones políticas y sociales llevaron a sus filas a muchos antiguos miembros de las Juventudes de Acción Popular en la primavera de 1936, con su líder ya en prisión y en un contexto de preguerra civil; aun así, las consignas principales que movilizaron a buena parte de la juventud española durante aquel periodo que abarcó hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial (España Una, Grande y Libre; Por la Patria, el Pan y la Justicia; ¡Arriba España!) tienen origen en las empresas periodísticas y doctrinales de Ramiro Ledesma, a quien también han atribuido ser el primer autor en plantear una convergencia de sectores antimarxistas como la que derivó en la Unificación de Falange y Requeté de 1937: «Su primer gran triunfo póstumo se produjo el 19 de abril de 1937, cuando se decretó la unificación de todas las fuerzas políticas que apoyaban la sublevación iniciada el 17 de julio de 1936, en una única organización, de fisonomía fascista denominada Falange Española Tradicionalista y de las JONS (…) Sin embargo, se trató de un triunfo póstumo relativo, ya que no se cumplió la segunda premisa que siempre había defendido el zamorano una vez que se produjera esta unificación: la realización de una auténtica revolución nacional en sentido fascista, algo que el franquismo nunca llevó a cabo» (Edición crítica de ¿Fascismo en España? a cargo de Roberto Muñoz Bolaños, editorial Sepha, 2013, pág. 139).

Promotor ideológico del nacionalsindicalismo (movimiento que contribuyó a la creación del Estado del Bienestar en España), agitador periodístico en diversos medios propios (La conquista del Estado, JONS, La Patria Libre, Nuestra Revolución) y ajenos (El Fascio, Acción Española, El Debate, La Nación, Libertad, Patria Sindicalista, Informaciones, Heraldo de Madrid), autor de las únicas obras doctrinal e historiográfica del movimiento nacionalsindicalista en su primera etapa, y precursor de la unificación política (aunque no en el mismo sentido que tuvo con posterioridad) que marcó el siglo XX español y cuyos ecos alcanzan hasta el presente… ¿De verdad es posible creer que la figura de Ramiro Ledesma fue insignificante y de nula importancia, sobre todo cuando en el entorno político donde se le recuerda no ha vuelto a salir ningún joven que elabore una obra con tanta calidad? Se le podrá achacar lo mismo que a José Antonio: muerto ha sido más influyente que vivo. Pero no que su paso por la vida pública española fuese poco más que una anécdota. Sinceramente, la Historia de España del siglo XX sería absolutamente imposible de explicar si omitiéramos por completo el papel de Ramiro Ledesma, por muy por debajo que permaneciera en vida de otras figuras como José Antonio Primo de Rivera, José Calvo Sotelo, José María Gil Robles, Ángel Pestaña, Indalecio Prieto, Manuel Azaña y un largo etcétera de contemporáneos de su época.»

 

Me complacería saber cual de los datos aportado como hechos nos sugieren que el pensamiento de Ramiro no tuvo escasa importancia. Desde luego que no se puede incurrir en el error de juzgar una tesis por sus aspectos cuantitativos, medio millar de seguidores no son muchos, pero los mejores, por serlo, nunca son masa. Sin embargo los historiadores son muy dados a valorar los hechos por sus aspectos cuantitativos, y si un movimiento tuvo muchos seguidores, suele considerarse como “importante” y viceversa. Pero como yo no soy historiador-narrador –Dios me libre– y tampoco parece que mi replicante utilice la cantidad como criterio hermeneútico, el debate se reconduce ahora a los aspectos cualitativos del pensamiento Ramiro-fascista. El mejor argumento de García en este aspecto es que «las consignas principales que movilizaron a buena parte de la juventud española durante aquel periodo que abarcó hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial (España Una, Grande y Libre; Por la Patria, el Pan y la Justicia; ¡Arriba España!) tienen origen en las empresas periodísticas y doctrinales de Ramiro Ledesma, a quien también han atribuido ser el primer autor en plantear una convergencia de sectores antimarxistas como la que derivó en la Unificación de Falange y Requeté de 1937»  La afirmación es interesada, reduccionista y parcial. Si bien Ramiro pudo movilizar a algunos camaradas «no superior al medio millar (siendo generosos en las estimaciones),»  es poco probable que la obra intelectual de Ramiro movilizase a  «buena parte de la juventud española durante aquel periodo» sobre todo teniendo en cuenta los índices de analfabetismo en aquel tiempo. Pero García es buen conocedor del contexto histórico y se ve obligado a proponer como prueba un dato asombroso, el de que «las consignas principales» de Falange fueron producto de el que en su opinión constituye «una de las mejores cabezas del siglo XX» –lo cual resulta excesivo para cualquiera que conozca el pensamiento español del siglo pasado – . Por si fuera poco sostener que la importancia del pensamiento de un filósofo reside en que “podría ser” que alguna consigna repetida hasta la vulgarización fuese de su creación genuina, va más allá, alegando:  «Su primer gran triunfo póstumo se produjo el 19 de abril de 1937, cuando se decretó la unificación de todas las fuerzas políticas que apoyaban la sublevación iniciada el 17 de julio de 1936, en una única organización, de fisonomía fascista denominada Falange Española Tradicionalista y de las JONS» pero nada parece indicar que los que decretaron la unificación fuesen admiradores de Ramiro, ni que el Ncional-Catolicismo tuviese ninguna simpatía por el nacional-socialismo/sindicalismo sobre el que Ramiro había teorizado. Atribuir a Ramiro una aportación efectiva a  «la creación del Estado del Bienestar en España» es ir demasiado lejos en la especulación histórica; en mi opinión fue gracias al pensamiento tradicionalista del General Franco por lo que Falange pudo consolidarse en algo duradero, y si bien el fascismo pudo tener algún admirador dentro del gobierno como Serrano Suñer –con todos los matices– fue purgado sin reparo, sobre todo a partir de los relatos que los divisionarios trajeron sobre la actitud de los soldados alemanes frente a la población civil o aun si se quiere por el miedo a una posible intervención aliada en España que necesitaba “limpiar” la estética fascista de la que se había apropiado, que no de su doctrina política. Por otro lado resulta pintoresco que cite los libros de donde extrae párrafos enteros, como si se tratase de un fundamento de derecho, y las opiniones –tengan o no autoridad– fuesen disposiciones de obligado cumplimiento, axiomas lógico-formales, o premisas sintético-deductivas. Por mi parte, y si hay réplica –que la esperaré con gusto– se puede ahorrar en lo sucesivo ese valioso tiempo, me fio sin escrúpulo de su erudición histórica en la materia. 

 

«¿De verdad es posible creer que la figura de Ramiro Ledesma fue insignificante y de nula importancia, sobre todo cuando en el entorno político donde se le recuerda no ha vuelto a salir ningún joven que elabore una obra con tanta calidad?»

 

La interrogación retórica confirma que el autor de las lineas expuestas se deja llevar por su simpatía hacia Ramiro (¿quien sabe si también por sus coincidencia políticas?) y no por la pruebas objetivas, que en la razón práctica están constituidas por los hechos, lo que le impide ver que Ramiro fue un joven que no empezó ni a despegar en su trayectoria intelectual –no se lo permitieron– y que su doctrina no fue tan si quiera el germen de un pensamiento político, más bien, fue un intento por plantar la semilla del fascismo en España y que no llegó ni a fase de crisálida .

 

Pero es que, profundizando en cuestiones más metapolíticas, el fascismo rechazó frontalmente el materialismo histórico del marxismo y, frente al fatalismo de éste sobre que la Historia conducía irremediablemente a un punto concreto (la dictadura del proletariado y el fin del Estado), llamaba a abrir caminos por medio de la voluntad del hombre encuadrado dentro del Estado; no puede hablarse de ninguna connivencia entre el fascismo y el marxismo cuando la inmensa mayoría de los líderes e intelectuales oficiales del primero han condenado al marxismo (puede haber alguna excepción, como el escritor francés Pierre Drieu La Rochelle en su etapa final, tan anecdótica que es imposible elaborar una teoría contraria). El fascismo podría definirse como prometeico, y se le puede reprochar haber sido un inestable híbrido entre el mundo tradicional (de ahí su apuesta por la jerarquización frente al igualitarismo liberal) y el moderno (como sus simpatías por la filosofía nietzscheana y la vanguardia futurista)

 

Todo filósofo sabe que en la interpretación se deben dejar de lado los datos históricos que no aportan nada a la discusión, y el juez rechazá la preguntas que no conducen al objeto del litigio por inoportunas o impertinentes. Cuando esto sucede el historiador hace que lo historiado resulte cansino y el abogado que el interrogatorio se haga interminable. De modo que veamos cuales son esas cuestiones «más metapolíticas» que el relato político de la historia:

 

 «el fascismo rechazó frontalmente el materialismo histórico del marxismo y, frente al fatalismo de éste sobre que la Historia conducía irremediablemente a un punto concreto (la dictadura del proletariado y el fin del Estado), llamaba a abrir caminos por medio de la voluntad del hombre encuadrado dentro del Estado; no puede hablarse de ninguna connivencia entre el fascismo y el marxismo cuando la inmensa mayoría de los líderes e intelectuales oficiales del primero han condenado al marxismo»

 

Tendremos que reconocer que García es sincero cuando dice «Mi terreno no es el de la Filosofía» – resulta paradójico que fuera el de Ramiro–. El caso es que no ha entendido en profundidad lo que supone el materialismo filosófico, y cae en confusiones epistemológicas y ontológicas. Su mejor argumento en este punto es que «la inmensa mayoría de los líderes e intelectuales oficiales del primero han condenado al marxismo» lo que es como no decir nada, método, en el que por otra parte están muy instruidos los líderes políticos y también algunos “intelectuales”  -como un urbanita consumista condenando el consumismo–. El materialismo filosófico nace con Demócrito y Leucipo, durante en helenismo lo interpreta Epicuro –a su estilo– y pasa a Roma con Lucrecio y el estocismo –de rerum natura– luego será recuperado por los empiristas, y se asentará con Marx tal y como lo conocemos hoy en día; en cualquier caso es una doctrina que propone que todo “lo real” esta compuesto de materia: esto supone una psicología sensualista (de la percepción sensible) que es la inexistencia de suyo de cualquier realidad distinta a la percibida. El problema principal de la racionalidad materialista es que implica un relativismo ético; si todo está hecho de materia no existe orden superior al material: el hombre es autónomo y hace y deshace a voluntad. Ya no hay naturaleza sino materia susceptible de ser trasformada (medios al servicio del estado). Su implicación en la “historia” es el uso del hombre, y de sus facultades técnicas para trasformar el mundo –que no para adaptarse al que le es dado– y se narran los tiempos pasados por las relaciones de poder. Esto último es un error flagrante, al igual que contempla el cosmos desde el moismo, disecciona la realidad interpretándola por la habilidad técnica –la poiesis – y no por la práctica –praxis aristotélica– de manera que se confunden el mundo del ser con el del deber ser, y se incurre en la falacia naturalista. (Algo así como interpretar al pensamiento de un autor desde una perspectiva histórica por hechos que no son dados por la autoridad y no por necesidad. Mi oponente sabiéndolo  o sin saberlo cae en el más rancio positivismo y en los mitos dados por los “expertos”, su visión de Ramiro en mito basado en las lecturas que da por buenas, o si se quiere desde un punto de vista falaz y con Hume, tratando de racionalizar la admiración irracional a un personaje histórico en el que ha replicado parte de su Yo ideal –con Freud- «El fascismo podría definirse como prometeico») Los fascismo son materialistas, porque sus antecedentes históricos y filosóficos son marxistas, y esto es irrefutable, por muchos matices que quieran darse; un hijo no puede renegar de los genes de su parentela por mucho que se empeñe, como una persona no puede renegar de su sexo. Marxismo y fascismo comparten la misma naturaleza.

 

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En lo demás el Verbo de Gabriel García me resulta exquisito, es un gusto leerle y compartir conocimiento, y si  le hago otra contrarréplica, es para que quede claros cuales son –bajo mi punto de vista– los orígenes epistemológicos del fascismo, y quizá para que el lector reflexiones porqué si el fascismo es anacrónico para la mayoría sigue constituyendo una herramienta propagandística tan importante para el marxismo ¿será que los materialismo conducen a lo mismo o es que son lo mismo? La respuesta constituye un argumentos de marras, y como primera premisa no me resisto al Silogismo:

 Todo marxismo es materialismo

El fascismo es materialismo

Luego: el fascismo es marxismo

 Ledesma era fascista

El fascismo es marxismo

Luego: Ledesma era marxista

 

La diferencia entre el mito y la deducción lógica, es que mientras que el primero se impone por la fuerza de la autoridad y la violencia, el segundo se impone al alma por la necesidad de sus formas. Y así le ocurrió al fascismo y al fascista, solo capaz de imponerse por la autoridad y por la violencia.