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Si bien en esta ocasión no hemos sufrido la inmolación de la escuadra del almirante Cervera en la bahía de Santiago de Cuba, ni la derrota del almirante Montojo en la bahía de Manila ante la flota norteamericana del almirante Dewey,  que precipitaron en 1898 la perdida de las colonias españolas de Ultramar; no es menos cierto, que el actual gobierno español presidido por el secretario general del PSOE, en un intento desesperado de permanecer como okupa en la Moncloa,— inducido y arrastrado por su innata y evidente inmoralidad política, carente de escrúpulos personales o colectivos, huérfano de cualquier razón o argumento empático que ponga límites a su desordenada ambición,  egolatría y patológico narcisismo,— trata de mantener a toda costa el poder obtenido mediante un ejercicio aberrante de mentiras y embustes, poniendo a España y a sus ciudadanos al pie de los caballos, dando pábulo y alimentando las seculares aspiraciones de los independentistas catalanes, y por ende la ruptura de la convivencia entre españoles, la violación de la soberanía, la disolución del ordenamiento constitucional y la desintegración territorial.

A este cierto y no fabulado Desastre, pretenden conducir a la Nación el PSOE, su secretario general y la integridad del Consejo de ministros de Sánchez, sin excepción alguna.

La previsible y anunciada catástrofe no ha de quedar en la arbitraria e ilegal concesión de los indultos a los delincuentes golpistas catalanes, el proceso tiene largo recorrido hasta concluir con la independencia de Cataluña, para lo cual es condición necesaria la apertura de un periodo constituyente, la abolición de la Monarquía y perfilar de algún modo el nuevo Régimen Federal Republicano. (simétrico, asimétrico, cantonalista, infernal o como diablos quieran llamarlo)

Producido el Desastre del 98, la sociedad española reaccionó de forma diametralmente opuesta, una depresión dolorosa y paralizadora se instauró en lo más profundo de la ciudadanía, otros optaron por una deliberada evasión.

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El espíritu sin bríos, la fe perdida y hecha jirones, el escepticismo adueñándose de las voluntades, ¿Qué perdemos la libertad? Pues buscaremos un lenitivo que nos proteja en las series de la televisión totalitaria. ¿Qué tenemos hambre? Pues nos saciaremos con las cartillas de racionamiento, dando las gracias por recibirlas. ¿Qué somos perseguidos por nuestras opiniones? Pues nos esconderemos y callaremos. ¿Qué nuestros hijos no tienen futuro? Pues no los tendremos, no hay mayor felicidad que la soledad. ¿Qué viviremos en una involución permanente dando las espaldas al progreso? Pues nos agarraremos al clavo ardiendo de la falsaria entelequia del Partido-Estado. ¡Que no tenemos trabajo? Pues nos presentamos voluntarios a los campos de trabajo, reinserción o reeducación, y asunto concluido.

Aunque parezca exagerada y cáustica, la descripción se aproxima y no desmerece demasiado de la actitud adoptada por un gran número de españoles sumidos en la pasividad consciente o inconsciente o en la ignorante indiferencia.

Ahora bien, lo anterior no quiere decir que una vez degustada las mieles del previsible Desastre Nacional, no pueda producirse un detenido examen que determine y señale a los inductores de la tragedia, entonces la masa media del país verá con claridad quienes han sido los responsables de tal desdicha colectiva, mostrando sin celajes al traidor gobierno socio-comunista, a los infames medios de información y fundamentalmente a las horribles televisiones; con esto bastará para que la herida demasiado profunda salga a la superficie y se demande con gritos desesperados que alguien pueda pastorearla por senderos de exigente autenticidad, de nobleza, de henchidos sentimientos cívicos y patrióticos, de profunda regeneración política que neutralicen, aparten y liquiden a los verdugos de la Nación.

La “revolución desde arriba” llena de buenas intenciones que preconizó el presidente del Consejo de Ministros, Silvela, para paliar los efectos que el Desastre del 98 produjo en la sociedad de la época, nada tiene en común con la pretendida revolución socio-comunista/independentista teñida de sangre por el concurso y apoyo    “desinteresados” del terrorismo etarra; rebelión  alentada desde la Moncloa con la excusa de revertir y dar solución al secular conflicto catalán, esgrimiendo razones y argumentos falaces  de un sentimentalismo irritante que arrojará a España al precipicio inconstitucional, provocando el  previsible Desastre que marcará el trágico destino del país para varias décadas.

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Dejémonos de verborreas inútiles, de palabrería fútil, insustancial e ineficaz y vayamos con determinación a extirpar y eliminar el origen del mal; ubiquemos el cenagal donde fructifican estas plantas carnívoras de flores con aromas pestilentes, inconstitucionales, y pongámonos manos a la obra para drenar el lodazal revolucionario, transformándolo en ricas y feraces tierras de cultivo donde ni los socio-comunistas ni personajes como Sánchez tengan ninguna posibilidad de echar raíces.

Probemos por una vez, antes de tener que enfrentarnos a la triste visión de las  flotas vencidas o inmoladas, a hacer sentir el hierro de nuestras espuelas en los ijares del fanático, rebelde y deforme cuartago independentista.

Para ello, es condición “sine qua non” que en la Fuerza no aparezcan fisuras, desplantes,  deserciones o bastardos intereses que imposibiliten llevar a cabo, en caso necesario, la misión constitucional que tiene asignada.

Nunca desde la Transición se ha hecho tan forzoso e inexcusable un estado de alerta permanente de la Fuerza, en previsión de que el Cuerpo Nacional no padezca una hipotética merma o desgajamiento físico.

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REDACCIÓN