12/05/2024 21:59
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A la inanidad de la realeza y a la codicia corruptora y corruptible de la oligarquía política y financiera corresponde la indiferencia de un pueblo que, incapaz de vivir o soñar empresas épicas, se dedica al noticiero rosa y al chascarrillo, sustituyendo las altas empresas individuales y colectivas por las habilidades truhanescas y digitales.

Como ya no realiza ni imagina epopeyas no las escribe, pero como sí hace picardías y villanías para ir tirando, se dedica a las comedias de enredos vaginales y a la chismografía rufianesca. Esta ciudadanía murmuradora y chistosa, envuelta en un engañoso bienestar nada es capaz de hacer por ampliar o conservar el sólido estatus de clase media poderosa que disfrutó en un ya olvidado pasado, en el tan denostado -por la hispanofobia nacional e internacional- franquismo.

Quisiera conservarlo, sí, pero no entiende que para ello es menester un esfuerzo coordinado de voluntad e inteligencia. Le molesta, sin duda, que le suban los impuestos y que su capacidad adquisitiva mengüe día a día, pero no es capaz de reconocer la responsabilidad de su abúlica inercia mental en ese abandono. Ella ha dejado en manos ajenas el cuidado de su patrimonio hereditario y, lo que es más grave, el de las ideas sociales y políticas que nadie debe administrar abusiva e impunemente a un pueblo de veras soberano.

Ese pueblo que se ha resignado al silencio y que acude mansamente al dornajo, ha perdido el prestigio y la eficacia que atañe a su carácter de institución cuasi sagrada. Todo ello, claro, de la mano de dos monarcas demediados, de escasa o nula calidad política y humana; de unas oligarquías financieras tan apátridas como rapaces e intrigantes; de una intelectualidad venal y áptera, y de unos políticos que son sus más feroces y enconados enemigos. De la mano, en definitiva, de la deslealtad y la traición.

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Un pueblo que no reconoce que su propia fatiga de gloria sea también culpable. Que no quiere advertir que él mismo ha hecho dejación de su energía y con ella de su dignidad, y que no parece entender que en este país ya no estamos hablando de veniales delitos, de puntuales añagazas de zorros y demás bestiones para conseguir ventajas y beneficios domésticos, sino de terribles escándalos y catástrofes, de ruinas y de muertes. Ya no es tiempo de apatías: ahora se trata de defender el patrimonio, la verdad, la libertad y la vida.

La sociedad española no puede ni quiere reconocer sus faltas, porque, si las reconociera, ¿cómo podría seguir incurriendo en ellas, que es lo que viene sucediendo y sucede en la actualidad? No es lo mismo sentirse enfermo que curarse la dolencia. Y todo enfermo, si es consciente de su enfermedad, trata de curarla. Lo contrario supone una actitud en extremo morbosa, es añadir la enfermedad del alma a la del cuerpo.

Las consecuencias del dirigismo cultural y moral ejercido por los poderes económicos y políticos han sido la aparición de la desesperanza en una sociedad moralmente enferma que no establece un objetivo digno de ser perseguido y que ha renunciado a cualquier ideal que trascienda lo puramente económico o el goce hedonista del momento.

La sociedad española, desde hace casi cinco décadas, representada por sus instituciones y por quienes están al frente de ellas, está consintiendo y aceptando como algo natural, o incluso aplaudiendo, innumerables crímenes tan imperdonables como impunes. Y ello constituye una deshonra que más pronto que tarde tendrá que pagar.

Como es incapaz de desenmascarar a los tramposos, y encarcelarlos, ya que no ahorcarlos, urgentemente; como ha debilitado de forma natural su voluntad por la ausencia de convicciones nobles y vitales que le suministren energía; como imita a la mosca importuna, pesada y enfadosa que huye de jardines por seguir los muladares; como acepta el oprobio y la ruina, a no mucho tardar oiremos comentar entre la plebe aquello que decía el jumento retratado por Góngora en su romance: «ya que no hay cebada, hay ocio, / que no es mal pienso el descanso».

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Pero ni descanso tendrá el plebeyo, porque si aún vive, se hallará esclavizado y sangrante bajo las botas de los Señores del Infierno. Y es esta sociedad la que el próximo día 28 va a reelegir a los canallas y traidores

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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