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Cuando hablan de la Cuba fidelista, se nombran a Fidel, al Che, a Raúl, etc., pero nunca mientan a “Eddy Chivás” y, sin embargo, es un factor importante a tener en cuenta en ese proceso de descomposición de Cubita la Bella. No se ha comentado lo suficiente este dato: Fidel Castro era miembro del partido de Chivás. El llamado “Ortodoxo” (“Partido del Pueblo Cubano”) lo había fundado en 1947, cuando despechado porque los “Auténticos” no lo habían elegido para suceder a Grau San Martín — prefiriendo a Prío Socarrás–, abandonó el partido del que había sido miembro fundador. El nuevo partido tenía como “símbolo”, la “escoba”: Iban a barrer la corrupción de la Isla…
El pueblo –siempre muy ingenuo– digiere todo lo que le echen, sobre todo si se sabe presentar con buenos medios. Chivás tenía un pico de oro y un programa de radio de absoluta popularidad. Cuando Eddy hablaba, toda Cuba estaba pendiente de la radio. Eso le permitía atacar al Gobierno con una fuerza especial y, él, engreído se creyó intocable. Acusó a Sánchez Arango –ministro de Educación– de robar e invertir en Guatemala lo robado. Fue su gran equivocación.
El ministro lo retó a enfrentarse en la emisora desde que encandilaba al pueblo cubano y a que presentara pruebas. Sanchez Arango era un tipo muy inteligente, preparado y sin complejos. Chivás no fue capaz de juntar un solo documento que demostrara lo dicho. Entonces, el engreído “comunicador”, viéndose en una ratonera, eligió la “vía del espectáculo” y, para “vengar su honor pisoteado, se pegó un tiro en la ingle frente a la audiencia (si pretendía suicidarse lo tenía muy fácil: un disparo en la cabeza o en el corazón). La herida, no era mortal ni mucho menos, pero se complicó y, unos días después moría en el Hospital. Ocurría esto en 1951, el 16 de agosto.
Desgraciadamente ya había hecho una labor nefasta. Sus soflamas y peroratas, habían sembrado el miedo a la realidad creada por los políticos, fomentado la desconfianza total en ellos y preparado el terreno para que un hombre “odiado” –pero respetado– decidiese a sacar partido de las circunstancias… Unos meses después, nos enteramos de que Don Fulgencio Batista y Zaldívar, que vivía en el extranjero –bien forrado– , había decidido volver y presentarse a las elecciones de junio de 1952. ¡Fue una bomba!
Eso provocó en muchos una mezcla de esperanza y de preocupación… Temían al hombre que durante once años había sido “amo de la Isla” pero al mismo tiempo sabían que era el único capaz de frenar el caos previsto. Estábamos todos esperando que llegara el 1º de junio para ver los resultados de las elecciones… Pero nos quedamos con las ganas porque el 10 de marzo de 1952, Batista, de paisano, con su famoso “jaquet” se presentó ante el soldado de guarda en el Cuartel de Columbia –el más importante y clave del Ejército y le preguntó:
–¿Me conoces?
–¡Sí!, …¡el general Batista!
— Pues déjame pasar…
Y se fue directo a la sala de oficiales. Reunió a los Jefes y les dijo que venía a hacerse cargo del gobierno de la nación… Todos estuvieron de acuerdo. Llamaron al cuartel de Montcada, y nos dijeron por radio que, a partir de ese momento, en Cuba mandaba el General Batista. No vale la pena hablar de la reacción del Gobierno de Prío Socarrás, frente al golpe de estado, prácticamente nula.
Entonces yo vivía en Ciego de Ávila, y todos mis conocidos y amigos estaban indignados y dispuestos a impedir esa profanación de la Democracia. Tenía yo 24 años, la experiencia de nuestra guerra y la nula fe en esa diosa inventada por la Sinagoga de Satanás, y me reí con ganas ante ellos, cuando me decían que por la tarde “todo el pueblo cubano estaría en las calles para impedir semejante atropello a la Libertad…” Les respondí: Antes de que eso ocurra, Batista nos dirá: “Esta tarde, todos en casita y tranquilitos” ¡y nadie se moverá! Acerté de pleno.
¿Y qué ocurrió en los días siguientes? Pues sencillamente que todos nos fuimos al trabajo muy tranquilos… a partir de ese día, Cuba despertó del letargo que había empezado a invadir la actividad económica e industrial. Se animaron la construcción y las actividades que se habían estancado y aumentó la prosperidad a simple vista.
Eso sí, la Universidad, los intelectuales, los periodistas no asimilaron el golpe y empezaron los ataques verbales al nuevo Gobierno.
La gente normal, como era mi caso y el de la mayoría, dormimos más tranquilos pues por lo que se refiera a la famosa “Libertad” –salvo los famosos pilares de la Democracia que demostraban que no servían para nada–, todo seguía igual, o mejor . Los periodistas seguían escribiendo todo lo que les venía en gana contra los nuevos gobernantes, y en la Universidad todos se movían como lo habían hecho siempre. Todas esas “milongas” sobre Cuba voy a tratar de ponerlas en su sitio.
Hasta que los canallas como Fidel — o los ilusos como muchos de mis amigos “teóricos” esas bellas palabras que se utilizan para disfrazar la auténtica realidad–, no cuajaran en “acciones”, en la Cuba de Batista…no pasó nada.
La llamada “Revolución” se iniciaría realmente con el asalto al Cuartel Montcada de Santiago de Cuba, preparado por Fidel y unos cuantos de su calaña.
El asalto acabó en un fracaso total. Si no acabó ahí la famosa Revolución se debió a lo que trataré de dejar muy claro, pues fue la primera gran confirmación de mis tesis, sobre el Gobierno Mundial, en manos de la Sinagoga de Satanás.
A Franco –en pleno uso de su capacidad de dirección–, la Revolución de Fidel le habría durado un día más… y a mí, sin ser Franco, eso mismo.
Autor
- GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.