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La Escuela de Frankfurt es el principal instrumento de imposición del Nuevo Orden Mundial para dominar y manipular mentalmente a los pueblos educativo, psicológico, cultural y propagandístico.
Para conocer a fondo este verdadero laboratorio de ingeniería social primero debemos partir de un concepto clave en el entramado de la agenda mundialista: el marxismo cultural.

Este concepto es fundamental y como tal, nos muestra la esencia del actual sistema capitalista de dominación mundial.
En tal sentido Antonio Gramsci (1891-1937), fundador del Partico Comunista Italiano y uno de los pensadores del marxismo más importantes del siglo XX, sentó las bases al establecer una suerte de “revisionismo” dentro de los postulados doctrinarios del marxismo economicista clásico. Se trataba precisamente de “revisar” la teoría marxista ante el rotundo fracaso de la tan anhelada “revolución proletaria” que supuestamente iba triunfar en Europa luego de finalizada la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Para Gramcsi, la “superestructura” de una sociedad (que en el lenguaje común y corriente marxista vendría a ser “lo que oprime”) no es el sistema económico imperante como lo sostenía Kissel Mordechai (1818-1883), más conocido como Karl Marx, el ideólogo y pensador fundacional de la subversión materialista conocida como “comunismo”.

Por el contrario, Gramcsi sostenía que dicha “superestructura” eran las tradiciones, las identidades y las culturas particulares de cada uno de los pueblos y en su visión, eran las que generaban una determinada forma de economía. Por ende, expuso que para el triunfo de la revolución política marxista en Europa y Occidente, primero se debía combatir a dicha “superestructura”.
A este cambio de paradigma dentro del mundo marxista se le dio el nombre de “Revolución Cultural”.

En esencia esa Revolución Cultural no es más que un conjunto de ideas antinaturales elaboradas para atacar los valores tradicionales de la familia, la religión, la vida natural, la cultura y las identidades nacionales de los pueblos.
Para el marxismo gramcsiano el problema en sí era la civilización y la cultura occidental y europea, lo que se va a considerar como algo “atrasado” y “opresivo”.
La táctica utilizada desde un principio será la infiltración silenciosa a través de control de los distintos medios y sistemas educativos, el arte, las editoriales y los medios de comunicación.
El aporte fundacional de Gramsci se va a consolidar con la creación del “Instituto de Investigaciones Sociales” o “Instituto para la Investigación Social” (Institut für Sozialforschung), fundado el 27 de junio de 1924 en la Universidad de Frankfurt (Alemania) en plena República de Weimar.
Fue un verdadero laboratorio de intelectuales neo-marxistas de renombre, que informalmente se llamó “Escuela de Frankfurt”, bajo el patrocinio de los internacionalistas masones Georg Lukács y Félix Well.

Esta fue la gran fábrica a partir de la cual se pretendió llevar adelante una serie de cambios en masa de la sociedad, trasladando el marxismo desde lo estrictamente económico a lo cultural.

Es que a la Revolución Cultural gramsciana se la entendía como primordial a la hora de demoler a una sociedad desde sus propios cimientos internos. Por eso nunca se dejaba de “teorizar” sobre los conceptos de familia, educación, autoridad, medios de comunicación, sexo y cultura popular.
Los principales referentes de la Escuela de Frankfurt (que fundamentalmente se desarrolló desde 1945 con la finalización de la Segunda Guerra Mundial) fueron: Max Horkheimer, Theodor Adorno, Erich Fromm, Herbert Marcuse, Jürgen Habermas, Walter Benjamin, Bertand Russell, Alfred Schmidt y Albrecht Wellmer, por citar a los más paradigmáticos. Todos internacionalistas y todos fuertemente subvencionados por organizaciones y fundaciones pantalla de la masonería.

En la década de los 30, los trabajos de Horkheimer, Adorno, Fromm y Marcuse culminaron en lo que se conoció como “Teoría crítica”; un concepto que como tal apuntó básicamente a eso: a que la teoría es “criticar”.

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Y criticando cada uno de los aspectos, las características o las instituciones de la sociedad occidental, se podía fracturar a la sociedad misma desde sus cimientos espirituales, éticos, morales y naturales.
En 1933, con el ascenso al poder en Alemania del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP), esta escuela neo-marxista emigró hacia la ciudad Suiza de Ginebra, luego a París, para establecerse posteriormente en Nueva York a través de la Universidad de Columbia que le dio cobijo en el corazón mismo del capitalismo. Sus teorías no solo fueron aceptadas en EE.UU., sino que fueron financiadas por la Fundación Rockefeller.
A su vez, Herbert Marcuse se convirtió en figura clave del “Office of Strategic Service” (germen de la CIA) y otros como Horkheimer y Adorno se trasladaron temporalmente a Hollywood para aplicar sus ideas en los grandes medios de comunicación y el cine.
Max Horkheimer se hizo cargo de la dirección de la Escuela de Frankfurt a partir de 1930, atrayendo a dos muy influentes teorizantes del marxismo cultural: Theodor Adorno (1903-1969), sociólogo, filósofo y músico nacido en Alemania y Erich Fromm (1900-1980), psicoanalista y filósofo también nacido en Alemania, ferviente defensor de la “liberación sexual” y de las políticas de género.
Sin lugar a dudas, el filósofo y sociólogo Marcuse (1898-1979), nacido en Alemania, fue uno de los más influyentes de la Escuela de Frankfurt, haciéndose miembro de la misma en 1932 y constituyéndose en uno de los grandes gurúes del auge y expansión de la denominada Nueva Izquierda en EE. UU., durante la década de los 60.

Junto a Fromm desarrolló el “pansexualismo” de Sigmund Freud (1856-1939), médico y psicólogo, creador en una logia masónica de la pseudociencia que lleva por nombre “psicoanálisis”.
En su obra “Eros y Civilización”, no solo condenaba cualquier restricción en el comportamiento sexual, sino que daba a entender que las personas eran neuróticas porque sus instintos sexuales estaban reprimidos. En su visión solo se podía vislumbrar un futuro si se podía destruir ese orden represivo, liberado el eros, la líbido o deseo sexual para alcanzar así una sociedad de “perversidad polimorfa” (según sus propias expresiones). Vale decir una sociedad con “satisfacción sexual” fuera de los parámetros sociales éticos y morales que la regulan.
Para Marcuse, se debía tener mucho sexo con muchas personas y todo el tiempo. La idea de liberación sexual se volvió muy popular, sobre todo en las décadas de los 60 y 70 entre los hippies y en los diferentes movimientos estudiantiles de izquierda. Ya hemos hablado y demostrado en otras ocasiones, con datos concretos en otros artículos, sobre la íntima relación de los miembros de la Escuela de Frankfurt con el movimiento nada espontáneo, conocido como “Mayo del 68” y ambos, con la masonería.
Estos planteamientos –juntos con los de Fromm, que sostenía que la masculinidad y la feminidad no son reflejos de diferencias sexuales biológicas naturales, sino que el sexo está determinado por una construcción social- fueron decisivos para sentar las bases de los movimientos feministas.
Siguiendo con Freud, se indujo a masificar la idea de que se debía buscar el placer por el placer mismo, explotándose diferencias artificiales entre el sexo masculino y el sexo femenino, quebrándose las relaciones tradicionales entre el hombre y la mujer.
También se exhortó a atacar la autoridad del padre, negar los roles específicos paternos y maternos e incluso, arrebatar a la familia su derecho natural como principal educador de sus hijos. A su vez, suprimir toda forma de dominación y declarar que las mujeres son la “clase oprimida” y que los hombres son la “clase opresora” (en lenguaje neo-marxista).
Las ideas difundidas por Marcuse influyeron devastadoramente en millones de jóvenes en todo el mundo. Sus postulados asentaron las bases del denominado “Mayo Francés” de 1968 como hemos indicado y su famoso “prohibido prohibir”. Un movimiento ideológico marxista generado en la Gran Logia Rockefeller y propalado por la Universidad de Paris, que se levantó sobre dos supuestos básicos: el fin de principio de autoridad y la superación de la moral “represora” tradicional. Especialmente la relacionada con la escala de valores cristianos católicos.
En su ensayo “Tolerancia Represiva” de 1965, Marcuse acuña un concepto clave: la “tolerancia liberadora”. Este concepto parte de la base de que se deben crear condiciones óptimas para una tolerancia hacia la “izquierda” (tal es su terminología) y una intolerancia irrestricta hacia lo que él denomina “derecha”.
El plan de este “intelectual” consistió en promover un reduccionismo simplista sobre la palabra “derecha”, utilizándola como término para definir todo aquello que se oponía a los postulados culturales de la Escuela de Frankfurt. A los españoles y actualmente, este modo de proceder se nos asemeja a ese denominado “cordón sanitario” que la izquierda impone sobre todo aquel que se muestra crítico con sus imposiciones en cualquier materia. Incluso podríamos encontrar antecedentes a ese “cordón”, en ambientes de influencias “culturales” durante los últimos años del Generalísimo Franco tendentes a denostar y arrinconar a los Ideales de José Antonio Primo de Rivera y a sus defensores.
Por su parte, en 1950 Adorno escribió su obra más influyente, “La Personalidad Autoritaria”, sosteniendo que el pueblo de EE. UU. poseía muchos rasgos “fascistas” y que todo aquel partidario de la tradicional cultura estadounidense, era poco más que un desequilibrado mental. No es casual que los defensores a ultranza de la “corrección política” utilicen las habituales etiquetas o estigmatizaciones como “fascistas”, “ultraderechistas”, “fachas” o “nazis”, no sólo en el país norteamericano, sino en el resto del mundo. Sin parase a pensar en las diferencias entre cada uno de estos calificativos, empleados como despectivos.
Así se buscó que las sociedades pierdan su capacidad crítica y revisionista y vivan estigmatizadas si contradicen los postulados establecidos por la “corrección política” o la “historia oficial”.

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Sobre esta historia oficial, los ejemplos son palmarios a la hora de analizar con rigor, los acontecimientos del 23 de febrero de 1981 en donde resulta obvio que existen dos historias: la oficial y la verdadera, sobre el papel que jugó cada cual en aquellos acontecimientos.

Esto que se puede observar en muchos ámbitos de la vida cotidiana, es ni más ni menos que la imposición cultural de la censura y del terrorismo intelectual.

Esto es la tiranía que impone la masonería a través de sus organizaciones pantalla, entre las que destaca la ONU.

Destrucción de la moral cristiana católica con la imposición del feminismo radical, la moral “transgénero”, pornografía, aborto, eutanasia, etc.

Imposición del miedo en la sociedad, a través de falsas amenazas y por extensión, falsas soluciones: terror callejero –que no tiene absolutamente nada de espontáneo–, epidemias, hecatombe climática, etc. Por supuesto, las enfermedades pueden matar y al planeta hay que cuidarle. Pero eso es una cosa y otra muy diferente, la instrumentalización terrorífica que se hace sobre estas cuestiones.

Destrucción de identidades culturales y nacionales: aquí tenemos la inmigración incontrolada, aunque meticulosamente programada, por ejemplo.

Esto es el Nuevo Orden Mundial. Entre otras muchísimas cosas más.

Que cada cual juzgue por sí mismo.

Autor

REDACCIÓN