09/05/2024 10:35
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El domingo pasado, ayer cuando esto escribo, se celebró el Domingo Mundial de las Misiones, el DOMUND, que (no es de extrañar en estos tiempos que corren tan descreídos e infelices) pasó prácticamente inadvertido.

¡Qué tiempos aquellos!, en los que toda España creía en algo trascendente, en las cosas esenciales, en sí misma, y aquella convicción nos hacía mejores personas, más equilibrados, más racionales, pues teníamos hitos serios y seguros que nos indicaban el camino y dirigían nuestro juicio.

Aquellos tiempos en que la caridad (que no es otra cosa que el primer mandamiento, que no es otra cosa que el amor, que exige solidaridad y acción; qué exigente, difícil de entender en un mundo tan egoísta y hedonista) nos obligaba a pedir, a pedir por los demás, y a luchar (puf, obligar, luchar, qué terreno tan inapropiado para las frágiles criaturas modernas) contra la iniquidad; aquella caridad que nos hacía sensibles a las necesidades ajenas, físicas y espirituales.

Tiempos benditos en los que el equilibrio emocional hacía casi innecesaria la asistencia psicológica, pues el camino era claro, deseado, aún sin ser fácil, o quizá especialmente por ello.

Una de las señales más claras del desequilibrio social, es el índice de suicidios, y si en él nos fijáramos, veríamos que no hace mucho tiempo (más o menos cincuenta años. ¿Cuándo?), este parámetro era muy inferior, pues se veía el futuro (inmediato y trascendente) con optimismo y esperanza.

Ya no oigo en las calles de España cantar como antes se cantaba; se cantaba en la oficina, en la obra, en la calle, sustituida la canción (generalmente canción española, quizá sea un dato digno de ser analizado) por las palabras soeces, las conversaciones y gestos inmorales, el vestido desastroso, las innumerables manifestaciones de mala educación, la falta de respeto…, la sordidez contra la sana alegría. Triste España sin ventura, donde todo el prójimo parece ajeno, al fin, ya no nos une nada… ¡Ah, sí!, perdón, la democracia.

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Ayunos de virtudes morales, verdadero cáncer de las naciones, nos domina el egoísmo y la cobardía, que hacen presa de la sociedad toda, y sumisos a los dictados del déspota, del Estado, de las élites, ahora globalistas, que festejamos con indigna ingenuidad. La esclavitud que celebramos, con el criterio destrozado, como feliz libertad absoluta.

La más vesánica manipulación (globalista, eso sí) del miedo, de la mentira, de la incultura, de la inmoralidad, nos subyuga, y crea un mundo ajeno al heroísmo y a la razón más elemental, que adormece e imposibilita la acción contra el tirano. Vencidos por la falaz propaganda del progresismo más siniestro, hemos tomado, ilusos, el camino de la destrucción del hombre.

Sí, qué tiempos aquellos en que salíamos a la calle con nuestras huchas (amarillas de cuerpo, en el que decía Domund, y con su tapa azul), impulsados por la convicción en la caridad que obligaba, que nos educaba en la generosidad.

¡Para el Domund!, decíamos con firmeza a todos los viandantes con los que nos cruzábamos, con esperanzado optimismo, y, tras las monedas en la hucha, el cortés y protocolario gracias.

Sí, se nos enseña a pedir, a pedir para los demás, por las necesidades ajenas. No exigíamos derechos, cumplíamos con nuestras obligaciones.

Y nos enseñaban a todos a ayudar con liberal generosidad, pues todos éramos hermanos, pues teníamos el mismo Padre, y queríamos mandar a todo el mundo aquel impar mensaje que llevamos antaño a todos los sitios del mundo, y a todos los hombres, por miserables que estos fuera: ¡Ea, arriba, que todos somos hermanos!

Y nos enseñaron que esa caridad era ordenada, que tenía jerarquía y razón, porque nos enseñaron sobre la Ley Natural, que no dispensa a nadie.

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Sí, para el Domund deberíamos volver a pedir todos, y deberían hacerlo por primera vez nuestros hijos y nietos, con la misma sincera entrega juvenil, por las calles de una España redimida, donde podamos volver a pedir por los demás en cordial fraternidad de intereses, en una calle sin pederastas y musulmanes con más derechos que quien pedía para las misiones. La maldita trampa de la tolerancia en versión siniestra y progresista.

¡Para el Domund!, por nuestra redención.

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Geppetto

El dia del Domund era una dia de fiesta en el que señoritas guapas y crios alegres y contentos acaban de los bolsillos de los españoles algunas monedas para «el hambre en la india» o «los pobres negritos»
La recaudacion iba a parar a las sociedades de caridad que supongo las enviarian a quienes correspondiera, QUE ESTA ESTABAN SU PAIS Y EN EL SE QUEDABA.-
HAY QUE AYUDAR A LOS QUE SE QUEDAN EN SU TIERRA Y AGUANTAN EL TIRON, NO A LOS QUE SE NOS VIENEN ENCIMA CON AFAN DE JODER

Última edición: 6 meses hace por Geppetto
Amadeo A. Valladares Álvarez

Muy bien, tiene usted toda la razón, le mando un cordial saludo.

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