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Se habla mucho de la España Vacía y es correcto que se hable de ello. Es muy preocupante que no haya una razonable y bien planificada ordenación del territorio, acordada como política de Estado, en el Congreso de los Diputados. Pero más preocupante aún es el que tengamos una Política Vacía.
El tiempo, la suerte y la intuición del ciudadano común nos ha ido liberando de muchos políticos vacíos. Nos hemos liberado de Zapatero, de Rajoy, de Casado, de Rivera, de Iglesias, de Marín y parece que, en breve, de Arrimadas. Ninguno de ellos se fue por su propio pie. Fueron las derrotas electorales quienes los echaron.
¿Qué tienen en común todos ellos? Todos fueron líderes de partidos que no tuvieron, o no supieron aplicar, una visión de Estado. Expliquémoslo.
Los líderes políticos españoles deben tomar como referencia el marco jurídico en el que juegan, en nuestro caso la Constitución de 1978, y deben darse cuenta de que sin ella carece de fundamento su propia existencia política, que se basa en el artículo 6.
Asimismo, deben recordar que la Constitución surge de la Transición la cual no fue producida por la Ruptura sino por la Reforma, concretada en la ley de Reforma Política, aprobada por el pueblo español en referéndum el 15 de diciembre de 1976. Deben recordar asimismo que la Transición, tuvo como eje el espíritu de Reconciliación, tras la trágica Guerra Civil, y que jurídicamente se reforzó con la ley de Amnistía de 1977.
Es incontestable que la actual democracia española surge de la Constitución, la cual se sostiene sobre tres principios fundamentales, que son, y no por casualidad. sus tres primeros artículos, que reconocen la soberanía del pueblo español en su conjunto, la unidad indisoluble de la nación española y el español como lengua común de toda España.
¿Cuántos de los antes citados líderes políticos han tenido, en teoría, o puesto en práctica, si han llegado al poder, el concepto constitucional centrado en el reconocimiento y defensa de esos tres pilares indiscutibles? Lo primero que hizo Zapatero al llegar al poder fue derogar el Plan Hidrológico Nacional que el PP había aprobado como instrumento clave para ordenar el uso racional del agua en los distintos territorios que componen España. Además, su política se centró en poner un «cordón sanitario» en torno al PP, y a toda la derecha ideológica, y finalmente aprobó la sesgada ley de Memoria Histórica que fue la estocada mortal al espíritu de la Transición.
Le sucedió Rajoy que habiendo obtenido una mayoría absoluta de 186 diputados no se dio cuenta de la importancia de derogar la ley de Memoria Histórica, cuya vigencia equivale a negar el proceso de transición que se basó en la reconciliación de los españoles, dejando de lado todo planteamiento guerra civilista. Tampoco supo enfrentarse al golpe de estado que dio la Generalitat, primero calificado de rebelión y finalmente sentenciado como de sedición. No cabe olvidar que ese golpe de estado era una agresión directa a los artículos 1 y 2 (soberanía del pueblo español y unidad de España).
Inicialmente Rajoy lo hizo bien jurídicamente al aprobar, con su mayoría absoluta en el Senado, el 155, consensuando además el apoyo del PSOE y de Cs. Pero a la hora de aplicarlo lo hizo de manera totalmente ridícula, sin contundencia alguna, dando lugar a la situación actual en la que la Generalitat sigue amenazando con declarar la independencia de Cataluña y además incumple las sentencias del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, rechazando que ni siquiera se imparta el 25% de las enseñanzas en la lengua española común, lo que es una violación inaceptable del artículo 3 de la Constitución.
Si Rajoy hubiese tenido visión de Estado y energía para aplicar el 155, al cabo de un año podría haber convocado elecciones y probablemente habría conseguido otra mayoría absoluta. Pero al carecer de visión y de energía facilitó el que Sánchez (desde el PSOE de los ERE) lo acusara de indecente y de corrupto y lo derrotase en la moción de censura en 2018.
Le sucedió Casado que se presentó como alternativa a Rajoy para enderezar los caminos del PP, pero igualmente careció de visión y se olvidó de los tres primeros artículos de la Constitución, talvez para evitar “tensionar”, es decir evitar meterse en temas delicados. En consecuencia, hoy el PP ha casi desaparecido de Cataluña donde sólo tiene 3 diputados autonómicos frente a los 11 de VOX. Remató Casado su actuación intentando deshacerse de Isabel Díaz Ayuso, el gran valor actual del PP, mediante unas acusaciones prácticamente delictivas que lo han arrastrado al basurero de la historia política española, aunque se le haya buscado un puesto para cubrirlo económicamente.
Rivera, que había llegado con éxito al ámbito nacional por su firme lucha en Cataluña contra el independentismo, optó por buscar el poder en vez de apoyar una política de unidad nacional y terminó dimitiendo, tras haber frenado en 2017 a Rajoy en la aplicación del 155.
Iglesias nunca estuvo por la España constitucional. Finalmente, también dimitió porque en política nacional o se está y se toma partido claro por la Constitución o se termina desapareciendo bruscamente, inclusive si se tienen momentos de aparente esplendor.
Marín, en Andalucía, ha desaparecido junto con su partido, aunque puede que el PP de Bonilla le recoja, a diferencia de lo que le ocurrió a Aguado en Madrid. No obstante, su oposición a derogar la ley de Memoria Histórica de Andalucía y su pasión por poner un cordón sanitario a VOX, ponen en evidencia su carencia de visión de estado.
En cuanto a Arrimadas, la presidenta de Cs, en la misma ambigua línea ideológica que Marín, no se sabe dónde está ni se la espera, aunque parece que Feijoo la va a recoger. Lo que ocurra puede ser guion para una comedia grotesca que Jose Mota y Santiago Segura bordarían.
Sánchez tampoco tiene remedio, pero aún no se ha ido. Ha dejado para la historia sus mentiras reiteradas de su campaña electoral, su inexistente consejo asesor del COVID.19, sus charlas, de 10 segundos, con Biden, su voluntad de “diálogo”, etc. Su “visión de estado”, sus mentiras y su “doctorado” formarán parte esencial de su biografía política salvo que por razones imprevisibles cambiara radicalmente.
En suma, en España, la Política Vacía se caracteriza por un lado por su ambigüedad y por otro por olvidar que “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Si alguien tiene duda que pregunte a un francés, inglés, alemán, italiano, portugués, etc.
La economía es clave, pero sin una realista voluntad solidaria, sin una clara identidad nacional, es poca cosa. Todo estado es mucho más que un mercadillo de fin de semana y un concurso de televisión. Los españoles lo intuimos y por eso nos vamos deshaciendo de los profesionales de la “política”. ¡Ojalá sepamos, con urgencia, colocar al frente de las instituciones a líderes que sepan gestionar la economía pero que a la vez valoren toda nuestra historia y tengan una visión realista, atractiva, constructiva y fraternal de nuestro papel a nivel nacional y mundial!
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