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Desde su fundación en 1238 por el noble nazarí Mohamed Ben-Nazir, el emirato de Granada fue perdiendo progresivamente territorio como consecuencia de la guerra iniciada en 1482 por la Corona de Castilla con Isabel I a la cabeza. Finalmente, debido al tenaz asedio castellano -favorecido por las luchas internas existentes en el seno del reino nazarí que enfrentaron a los partidarios del emir Abu Hassan Alí y su hermano El Zagal con los partidarios de Muhammad XII Boabdil- el 25 de noviembre 1492, en la localidad de Santa Fe, los Reyes Católicos y Boabdil el Chico firmaron las Capitulaciones de Granada. La rendición nazarí se hizo oficial en el Jardín de la Reina el 2 de enero de 1492, fecha en la que Boabdil entregó a los Reyes Católicos las llaves de la ciudad y las tropas cristianas entraron en Granada. De esta forma, tras 8 siglos de dominación musulmana, los Reyes Católicos culminaron la Reconquista, iniciada en el año 718 con la victoria del rey asturiano Don Pelayo sobre las tropas musulmanas en la Batalla de Covadonga. Cuenta la leyenda que cuando Boabdil salió de Granada y partió hacia el exilio al Sultanato de Fez, una vez fuera de la ciudad miró hacia atrás y no pudiendo contener la emoción comenzó a llorar. Fue entonces cuando Aixa, su madre, le recrimino diciéndole “llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”, poniéndose así el punto y final a Al-Ándalus. Hasta ese momento los mozárabes, es decir los cristianos que vivieron bajo la dominación musulmana, padecieron una situación de absoluto sometimiento, de tal forma que, como señala el historiador Rafael Sánchez Saus, “Quienes ponen a Al-Ándalus como ejemplo de tolerancia lo que hacen es una manipulación brutal en términos históricos”. Así, los cristianos no disfrutaban de los mismos derechos que los musulmanes, no podían practicar el cristianismo en público e, incluso, no fueron infrecuentes las ejecuciones de aquellos cristianos que manifestaron su malestar por el trato discriminatorio que padecían.

Aunque las Capitulaciones incluían una serie de cláusulas que garantizaban la tolerancia religiosa y los derechos de los musulmanes, lo cierto es que la tensión entre ambas comunidades continuó siendo la nota predominante de la relación. De hecho, en 1498, los musulmanes granadinos protagonizaron diversas revueltas, viéndose obligados finalmente los Reyes Católicos a reconducir la situación. Así, tras un año de enfrentamientos, los monarcas hispanos encargaron al Cardenal Cisneros la misión de cristianizar la ciudad granadina mediante la conversión forzosa de los mudéjares, esto es, de los musulmanes que en ella vivían, los cuales pasaron a denominarse moriscos. Como consecuencia de ello las mezquitas fueron reconvertidas en iglesias y se prohibió la celebración de las festividades islámicas, si bien, obligado es decirlo, también se promovió la evangelización mediante la concesión de diversas recompensas a los musulmanes que aceptaron la cristianización. No obstante, los moriscos en general fueron muy reacios a abandonar su religión, constituyéndose en una comunidad cerrada y enfrentada religiosa y culturalmente a los cristianos. Las hostilidades culminaron, en 1568, con la rebelión de los moriscos en las Alpujarras, en protesta por la promulgación por Felipe II de la Pragmática Sanción de 1567 con la intención de conseguir una conversión real de los musulmanes al cristianismo. Tras tres años de conflicto la rebelión fue sofocada, llevándose a cabo una dispersión forzosa de los moriscos por tierras de Castilla. Finalmente, en 1609, Felipe III ordenó la expulsión de los 300.000 moros que vivían en España. En todo este proceso la Santa Inquisición jugó un papel importante y lleno de sombras, si bien a este respecto es necesario señalar, en primer lugar, que dicha institución no se originó en España, sino que fue el Papa Lucio III el que la creo en el siglo XII para combatir la herejía cátara y, en segundo lugar, no parece apropiado juzgar lo acontecido en el pasado con las lentes del presente, por lo que es necesario tener en cuenta que, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, en la Edad Media la Iglesia gozaba en Europa de un inmenso poder, no solo religioso sino también político y militar, al que obviamente España no estaba sustraída.

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En cualquier caso, bajo mi particular punto de vista, en el fondo del conflicto que enfrentó a moros y cristianos subyacían dos cuestiones de capital importancia: la primera cuestión residía en el intento por parte del Imperio Otomano y sus aliados norteafricanos en debilitar por todos los medios al Imperio Español, tarea ésta en la que colaboró con entusiasmo buena parte de la población morisca; la segunda cuestión radicaba en el hecho de que la monarquía hispana necesitaba de manera imperativa un elemento unificador que posibilitara la consolidación política de la monarquía y la cohesión cultural de la sociedad española, para así sentar las bases del Estado Moderno que a partir de los Reyes Católicos habría de dirigir los destinos de la nación española y ese elemento unificador fue, sin duda alguna, el cristianismo.

El tiempo parece haber dado en buena medida la razón a los Reyes Católicos. Así, el islam, surgido en el año 610 de la mano de Mahoma -un autoproclamado profeta cuya mayor hazaña fue acercarse a una montaña para demostrar con ello su portentosa capacidad de desplazamiento- sigue 14 siglos después anclado en una interpretación literal de sus textos sagrados, esto es, el Corán (el cual recoge las palabras reveladas por el arcángel Gabriel a Mahoma) y los Hadices (los cuales detallan de manera pormenorizada la vida de Mahoma).

Dado que ambos textos recogen de forma explícita tanto la violencia como su justificación en nombre de Alá, son numerosos los musulmanes que, desde el fanatismo fundamentalista, defienden la existencia de regímenes teocráticos en los que de forma absolutamente dictatorial se somete al conjunto de la sociedad a la sharía o ley islámica. De esta forma, el islamismo radical encuentra no ya razonable sino necesario decapitar a los infieles, lapidar a las adúlteras, ahorcar a los homosexuales y obligar a las mujeres a ocultar su cuerpo mediante denigrantes prendas como el burka, el hiyab o el niqab. Asimismo, demostrando su sanguinaria condición, son legión los musulmanes que han decidido declarar la yihad o guerra santa a los infieles de toda laya y condición, sembrando así el terror en el mundo entero. Cierto es que también existe un amplio grupo de musulmanes moderados que tan solo pretenden practicar su religión ajenos a toda influencia externa. Estos musulmanes moderados si bien no muestran ninguna disposición hacia la violencia tampoco son capaces de criticarla abiertamente cuando es de origen islamista. En consecuencia, esta ambivalencia que les impide conjugar plenamente sus creencias religiosas con la modernidad ilustrada, hace que los musulmanes moderados vivan en los países occidentales en un permanente estado de disociación cognitiva de casi imposible resolución.

La llegada masiva de inmigrantes musulmanes a los países occidentales, sean estos fundamentalistas o moderados, ha provocado que la violencia en sus calles haya aumentado considerablemente, debido fundamentalmente al rechazo que muestran hacia los principios y valores propios de la cultura occidental y a su consecuente falta de integración social. De hecho, en el propio corazón de los países occidentales han proliferado en los últimos años, ante la pasividad e incluso, en el colmo de la insensatez, la connivencia de los gobernantes, las llamadas “zonas no go”, las cuales constituyen auténticos guetos en los que no entra ni la policía. Así, reflejando fielmente la situación actual, la presidenta del Partido Socialdemócrata de Suecia, Magdalena Anderson, declaraba hace pocas fechas que “Se ha permitido que la segregación llegue tan lejos que tenemos sociedades paralelas en Suecia. Vivimos en el mismo país, pero en realidades completamente diferentes”.

La situación que actualmente estamos padeciendo en España queda también perfectamente reflejada en las palabras de la mandataria sueca y, de hecho, desde la llegada al poder de Pedro Sánchez el problema de la inmigración ilegal no ha hecho otra cosa que aumentar de manera desorbitada. Así, hasta el 70% de los inmigrante ilegales llegados a España durante la última década lo ha hecho durante el mandato del psicópata monclovita. Las razones que han llevado a este diabólico individuo a permitir que los inmigrantes ilegales campen a sus anchas por todo el territorio español son fundamentalmente dos y ambas relacionadas con su intereses personales. Así, en primer lugar, para mantenerse en el poder, nuestro lamentable presidente requiere del apoyo de Unidas Podemos, un partido cuyo objetivo es fraccionar a la sociedad y enfrentar a los ciudadanos para así sembrar el caos, desde el conocimiento de que es éste el caldo de cultivo necesario para la instauración de un régimen comunista. En consecuencia, el Gobierno socialcomunista se halla instalado en el incumplimiento de la “ley de extranjería” negándose a deportar a los inmigrantes llegados ilegalmente a nuestro país, a la vez que implementa programas de ayuda social a los migrantes en detrimento de los propios españoles, provocando así un “efecto llamada” que, por su elevada magnitud, tiene consecuencias devastadoras en la convivencia y la paz social; a su vez, en segundo lugar, para asegurarse un futuro holgado, nuestro impresentable personajillo ha decidido unir su destino, como demuestran sus frecuentes encuentros en la sombra, a un siniestro multimillonario, como es George Soros, el cual lleva años utilizando sus inmensos recursos financieros para facilitar la llegada de inmigrantes ilegales a las costas europeas y así destruir la cohesión social y debilitar la soberanía de las naciones occidentales, con la exclusiva finalidad de ver consumado su proyecto globalista y totalitario.

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Señalaba la politóloga de origen somalí Ayaan Hirsi Alí, en su obra “Reformemos el islam”, que “Debemos rechazar la idea de que solo los musulmanes pueden hablar sobre el islam, y que todo examen crítico del islam es, en esencia, racista. En lugar de modificar las tradiciones intelectuales occidentales para no ofender a nuestros ciudadanos musulmanes debemos defender a los disidentes musulmanes que arriesgan la vida por promover los derechos humanos que nosotros damos por sentado: la igualdad para las mujeres, la tolerancia de todas las religiones y orientaciones y las libertades de pensamiento y expresión que tanto nos ha costado conseguir”. Desde esta perspectiva, resulta primordial defender sin complejos y a capa y espada los valores que han posibilitado el desarrollo en Occidente de los derechos y libertades individuales, ya que, de lo contrario, seremos responsables del fin de las luces y el resurgir de las tinieblas.

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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José Luis Fernández

Excelente artículo con el que estoy completamente de acuerdo.

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