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20º A la España de Franco se le ha acusado de cientos de miles de víctimas por parte de los embusteros sin alma demócratas marxistas o liberal conservadores. Pues bien, merece mención el análisis de las víctimas del franquismo así como las del antifranquismo demócrata de derechas o de izquierdas desde 1930. En diciembre de ese mismo año, varios soldados y oficiales fueron víctimas mortales mezquinamente olvidadas del golpe de Estado de los de Hernández y Galán, a nombre de socialistas y republicanos. Por el contrario, esos dos traidores fueron fusilados merecidamente por alta traición a la patria. En mayo de 1931 comenzó la masacre de católicos consagrados, no solo curas, y algunos miembros de partidos derechistas que respondían tímidamente a la violencia de los rojos. Se estima, y siempre con prudencia y «corrección política», que entre el 14/04/1931 y el 17/07/1936, fueron víctimas mortales de la violencia política extrema de las izquierdas, más de 2500 personas, mayoritariamente católicas y de derechas, siendo los anarquistas masacrados por republicanos y los comunistas y socialistas asesinados a su vez por anarquistas en sus trifulcas particulares, el segundo grupo de víctimas mayor. Cuando estalló la sublevación en todo el territorio nacional, el día 18/07/1936, sobre todo por la adhesión de Franco a la misma (recordemos que el prestigio de Franco era inigualable en todo el ejército y que la mayoría de españoles del bando nacional se adhirieron tras la sublevación y toma de poder del ejército de África por el Caudillo ese mismo día glorioso) que arrastró a casi media España (y no Mola, Queipó de Llano, Fanjul, Goded, Saliquet, Cabanellas, Kindelán, ni ningún otro), se desató la violencia extrema especialmente durante los primeros seis meses de contienda en el bando nacional y durante toda la guerra en el rojo, que fue el único armado por decisión del gobierno republicano dos días después de la sublevación. España tenía ya una tradición antigua de registro de población en censos, luego los muertos en aquella guerra, estimados, pues hay desaparecidos que surgieron incluso mucho tiempo después en el exilio y otros que nunca lo hicieron, tienen nombre y apellidos. Se estima de modo bastante aproximado que las víctimas mortales de la guerra fueron del orden de 270000. En esa cifra no figuran mutilados, heridos o personas que fallecerían más tarde a consecuencia del hambre, privaciones o a consecuencia de las propias secuelas físicas de la guerra. Entre esos 270000, 160000 lo hicieron en el campo de batalla o en acciones militares en retaguardia (bombardeos, aunque el número de víctimas de éstos seguro que es mucho más bajo de lo que la propaganda de la época y la marxista posterior sugieren), siendo el balance de víctimas el siguiente: 75000 muertos del bando nacional y 85000 del bando rojo. Esta diferencia nos indica que el bando perdedor combatió con gran dureza, coraje y fanatismo (reconocido por el propio Franco y sus mandos), a pesar de sufrir desde el principio muchas deserciones y pasos al bando contrario (no así el bando vencedor), hasta el punto de recurrir al más puro estilo soviético, al terror incluso sobre familiares para evitar pasos al enemigo (deserciones), emboscarse (es decir, eludir el alistamiento ocultándose) y acciones de sabotaje y espionaje (real o supuesto). No obstante, cabe precisar que de las víctimas mortales, ni muchísimo menos eran todas españolas o antiespañolas vascas o catalanas (de hecho, estos últimos sufrieron un coste en víctimas mortales muy bajo en comparación al resto de regiones españolas, especialmente los catalanes antiespañoles, los primeros en cruzar los Pirineos, tanto en julio de 1936 hasta la estabilización bajo terror rojo, como en enero, que no febrero, de 1939, siendo los más cobardes de todos los beligerantes sin duda alguna, ni siquiera de Negrín y Azaña, que tuvieron que soportar sus boicots incluso en las fábricas de armas). En el bando nacional, aparte de los más de 3000 muertos del glorioso CTV, de los casi 300 pilotos alemanes de la gloriosa Legión Cóndor, el grupo de víctimas mortales mayor fue el de los mercenarios moros que, alistados y movilizados entre los españoles en los cuerpos de regulares, eran enviados como punta de lanza en la toma de posiciones a la bayoneta calada, es decir, al asalto frontal, incluso en posiciones de cotas montañosas que tanto costó tomar (en Vizcaya, Asturias, Teruel, el Maestrazgo, el Ebro, por ejemplo). Algunas estimaciones cifran en torno a 45000 el número de muertos moros del bando nacional, la mayoría de víctimas mortales del bando victorioso. Por tanto, no se puede decir que Franco fuera insensible a la sangre española derramada, sino más bien todo lo contrario. Por su parte, en el bando rojo, las víctimas mortales de las brigadas internacionales (mayoritariamente comunistas rusos criminales, violadores, depravados delincuentes, ex convictos e indeseables de toda la tierra, con pasaporte francés y nombres falsos, a pesar de que hoy solo se hable del batallón Lincoln, (unas docenas de imbéciles yanquis de buena familia), despreciado totalmente a su vuelta a USA, y de Orwell, que se libró de ser fusilado en Barcelona de las purgas antitroskistas y antianarquistas gracias a su esposa y su pasaporte británico) no debieron ser inferiores a los 10000 en los frentes y una cantidad superior entre los «represaliados» del bando nacional, que no tenía contemplaciones con los «rusos», sí con los españoles rojos (especialmente los arribistas del PSOE y del PCE a partir del 18/07/1936). Teniendo en cuenta esto, los nacionales perdieron en torno a 25000 ó 30000 españoles y los rojos en torno a 75000 solo en los frentes. Y con respecto a la «represión» de ambos bandos durante la guerra (18/07/1936-01/04/1939), hoy la cifra de muertos se aproxima bastante a unas 110000 personas, mayoritariamente hombres, de las cuales, fusiladas por los nacionales, por tribunales militares mayoritariamente, serían unas 38000, de adscripción marxista y antiespañola vasca o catalana, así como miembros de las brigadas internacionales, mientras que el número de asesinados católicos y patriotas españoles (catalanes y vascos patriotas españoles incluidos) por los rojos, brigadistas y antiespañoles en tribunales populares, checas, paseos, etc., alcanzaría la cifra de 72000. Todos ellos con nombres y apellidos. No obstante, cabe señalar que mientras de los 38000 fusilados por los nacionales, la cifra puede ser mucho menor, pues no se ha aclarado cuántos de ellos murieron, en realidad, víctimas de sus compañeros de bando en las guerras civiles que los anarquistas y trotskistas (CNT-FAI y POUM) por un lado, libraron contra los socialistas y comunistas (PSOE, UGT, PCE, PSUC, etc.) por el otro, incluso en los últimos días de la contienda y en Vizcaya y Santander, así como los que murieron en las decenas de campos de concentración del sur de Francia en los que fueron acogidos los que huían tras la batalla de Cataluña entre enero y febrero de 1939, acogidos en condiciones horribles, sin alimentos, medicinas, a la intemperie en pleno invierno, sin posibilidad de huir y en las peores condiciones higiénicas. Tampoco se sabe cuántos de esos 38000 eran extranjeros brigadistas, considerados «rusos» por los nacionales.
Se sabe, además, que nada más producirse la sublevación, su triunfo en Galicia, León, Castilla la Vieja, Navarra, Aragón occidental, Cáceres, Sevilla, Cádiz, Córdoba, Mallorca e Ibiza, Canarias y norte de África y colonias africanas, provocó que cientos de miles de afiliados a la CNT-FAI, la UGT-PSOE y partidos republicanos, se deshiciesen de su carnet y documentos comprometedores y fueran inmediatamente a afiliarse a Falange Española (no al Requeté, que fue mucho más selectivo a la hora de permitir la adhesión), provocando ( junto a los de la CEDA) la mayor carnicería de rojos en zona nacional perpetrada contra sus antiguos camaradas, con el objeto de «limpiar su pasado rojo» y poder salvar sus vidas de posibles represalias por su adscripción anterior. Es decir, fueron los demócratas de toda la vida, los autodenominados «moderados «(tibios), los que perpetraron las mayores masacres de la guerra en el bando nacional, pues los de extrema derecha, los camisas viejas, combatían ya desde el primer día en los frentes derramando valiente y generosamente su sangre por Dios y por España (Alto del León, Somosierra, Extremadura, Aragón, Vascongadas, León, Andalucía occidental, e incluso dentro de la zona roja). Esas masacres fueron fusilamientos tras entrega al tribunal militar y juicio sumario (el bando nacional cortó por lo sano cualquier intento de vendetta entre vecinos oportunistas desde el primer momento, pero no pudo evitar que antiguos socialistas, anarquistas y republicanos, denunciasen con pruebas a sus antiguos compañeros de partido para «limpiar su pasado» y ganarse el favor de los futuros vencedores, a veces, con simples denuncias, no cara a cara). Por lo tanto, de todo esto cabe sacar la conclusión de que detrás de un moderado o tibio, es decir, de un demócrata, no hay más que un cobarde, un Judas Iscariote, que en momentos de peligro es capaz de entregar a su propia madre para salvar el pellejo. Por el contrario, en la zona roja, cornisa cantábrica, Cataluña, Aragón oriental, Levante, Andalucía oriental, Castilla la Mancha, Badajoz, Huelva y Menorca, no se conoce un caso de apostasía bajo amenaza de fusilamiento. Los católicos no renegaron de Jesucristo Nuestro Señor ni aún a cambio de poder salvar la vida, aunque sí empuñaron las armas y vencieron en los frentes, con detente en el corazón, confesión diaria, rosarios y oración, como hombres de verdad, con y sin apoyo de la jerarquía eclesiástica nacional o vaticana. No se conoce un martirio más heroico de católicos desde los tiempos de Nerón. ¿Quién puede, entonces y en honor a la verdad, decir que las personas de extrema o ultra derecha son las peores por su fanatismo y no las mejores, las más nobles y fieles a sus ideales católicos y a Dios y su Santa Iglesia? No debería tomarse como insulto el ser calificado de ultraderechista o de extrema derecha, sino como un honor. Dios quiera tener todo esto en cuenta el Día del Juicio Final, y no nuestros desmanes satánicos de la actual etapa democrática, vergonzosa a todos los efectos y superviviente gracias a la mentira sin tasa y a la ignorancia y desidia intelectual de la inmensa mayoría.
Así pues, las víctimas de los rojos lo fueron por ser católicos, ir a misa y ser de derechas defendiendo la propiedad privada lograda de modo honrado y meritorio, como es lógico, por amar a España, su unidad y su incomparablemente gloriosa historia en todo el mundo, por amar nuestras tradiciones cristianas admiradas por todos los extranjeros de bien que aquí son acogidos como uno más de la familia, en definitiva, por querer, dentro de sus imperfecciones y pecados, a Jesucristo hasta el fín.
Por el contrario, las víctimas de los nacionales, incluidos los más de 22000 fusilados hasta 1975 (indultados centenares de miles), lo fueron por incitar a la guerra civil revolucionaria con odio extremo, por persecución religiosa con genocidio anticatólico, asesinatos indiscriminados y macabros de los más inocentes, incluso para apoderarse de las riquezas ajenas, sadismo criminal con saqueo de las riquezas de todos y condena al hambre a propios y ajenos, terrorismo comunista del maquis y de ETA, FRAP y GRAPO, y no solo por ser de izquierdas o marxista o antiespañol vasco o catalán (enfermo comunista, socialista, socialdemócrata o progresista, enfermo porque no saben lo que hacen y qué defienden, enfermo por odiar a España y los españoles sin razón alguna), como hoy pregonan sus propagandistas rojos desde todas las universidades, de las que son amos y que censuran toda voz discrepante con el marxismo y la mentira oficial, el Himalaya de mentiras marxistas.
¿Y qué decir de la propia figura del Caudillo, de Franco, de su persona? Pues a la vista de las biografías que sobre él se han escrito, solo puede despertar, como cualquier católico verdadero de gran importancia histórica, dos tipos de reacciones irreconciliables hasta el fin. Nacido en el seno de una familia de ingresos medios en el Ferrol (La Coruña), de madre fervientemente católica (de la que heredaría su fervor religioso y seguramente su sabiduría) y padre liberal y oficial de la armada que acabó abandonando la familia (Franco jamás habló mal en público de nadie de su familia, aunque tuvo problemas con todos por sus veleidades inmorales, excepto con su madre). Ingresó en la Academia de Infantería de Toledo a la edad de 14 años, teniendo que compartir cuartel con los que casi le doblaban la edad. No muy destacado entre los de su promoción, y tras una breve y meritoria estancia en La Coruña, logra destino en África en 1912, siendo teniente segundo (equivalente a alférez actual), junto a su primo y a su amigo Camilo Alonso Vega, en una época en la que se pagaba por evitar que los hijos hiciesen el servicio militar obligatorio allí. Nunca eludió el peligro y una herida casi le mata. Salvó Melilla tras el desastre de Annual, recuperando territorio perdido a manos de los líderes de las cabilas ya como mando de la Legión, fundada por Millán Astray y él mismo y fue mando clave y condecorado por los propios franceses en la brillante operación hispano-francesa que recibió el nombre de desembarco de Alhucemas, una acción combinada de los tres ejércitos, tierra, mar y aire que inspiraría años después el desembarco de Normandía . En tan solo 14 años, hasta 1926, logra ascender hasta general de brigada (el más joven de Europa, con solo 33 años de edad) sin saltarse un solo grado y con la oposición de políticos y militares envidiosos que le negaron la Laureada de San Fernando y retrasaron algunos merecidísimos ascensos por méritos militares con excusas tan peregrinas como el hecho de ser muy joven o achacarle temeridad en las cargas contra el enemigo por su alta exposición al fuego. En ese tiempo, conoce a la hija de un acaudalado asturiano, doña Carmen Polo, con la que contraería matrimonio apadrinado por Alfonso XIII, y con la que tendría a su única hija. Posteriormente pasaría a ser el primer mando de la Escuela de Oficiales de Zaragoza, ejemplar para la época. Allí le sorprende el advenimiento de la II República. Para entonces su buena fama es tal que hasta Azaña lo señala como el elemento militar más peligroso para la República, rebajándole en el orden de prelación para la promoción a general de división y obligándole con decreto a arribar la bandera española y sustituirla por la de la II República en la citada Escuela, de la que salió trasladado para La Coruña, a un destino menos prestigioso. Su no apoyo a Sanjurjo en su intentona, le granjeó la confianza de Azaña, que lo envió a las Baleares, donde impulsó un sistema de defensa de las islas ante cualquier agresión. Posteriormente, ya con gobierno derechista, es promovido a Jefe del Estado Mayor de la Defensa con el grado de general de división. Participa en el aplastamiento del golpe de Estado socialista, republicano, comunista y antiespañol de octubre de 1934, enviando a Yagüe a Asturias con el ejército de África, defendiendo la República y evitando una guerra civil por su brillante y enérgico proceder. Y, ya en Canarias, expulsado de nuevo por Azaña tras el golpe de Estado electoralista de febrero de 1936, pospone hasta última hora su adhesión (vital para arrastrar a buena parte de España) a la sublevación del 18/07/1936, tras el asesinato de Calvo Sotelo 5 días antes y tras el desprecio de Quiroga a sus advertencias. Es figura clave en la toma de mando del Ejército de África, el más profesional y experimentado del momento, responsable del paso de las tropas a través del estrecho en un par de convoys con los escasos barcos de los que dispone en aquel momento y con el puente aéreo que se llevó a cabo con aviones españoles, pues los alemanes e italianos llegarían bastante después y gracias al propio Franco, pues Hitler sólo confiaba en él e influyó para que Mussolini también lo hiciese. Esta maniobra del paso del Estrecho de Gibraltar, la más determinante de toda la guerra, permitió consolidar el dominio sobre Andalucía occidental, iniciar una marcha con tres columnas (Asensio, Castejón y Tella) que, ocupando Badajoz y tras llegar a Mérida y derrotar allí a los rojos, permitió el abastecimiento del ejército del Norte, bajo mando de Mola, tanto en armas, como en munición. También es vital la determinación de Franco para rescatar a los asediados del Alcázar de Toledo asestando un golpe moral demoledor a los rojos. Franco libra una guerra partiendo de una posición de clara inferioridad de medios industriales, financieros (algunos apoyos, como el de Juan March, fueron vitales), diplomáticos, propagandísticos y con escasa ventaja de recursos agrícolas, ganaderos y pesqueros, como inicialmente le recuerda Indalecio Prieto a través de sus medios (contestándole aquello de «sí, ustedes lo tienen todo,… todo menos la razón»). Pero la excelente organización que imprime a su bando, no solo en lo militar, sino en lo económico y administrativo, con una disciplina férrea de la que tanto celo tenía y que siempre impuso a donde fue, hizo posible lo que al principio era poco probable, la victoria. Una vez en el poder, acumulando en su persona la jefatura del Estado, del gobierno, del Movimiento y del ejército, resiste todo tipo de presiones para entrar en la II guerra mundial, para claudicar ante los monárquicos, exhibe un juicio de gran sabiduría sin perder la calma, a pesar de no ser intelectual, reconstruye el país con gobiernos equilibrados en cuanto a sensibilidades (14 en total durante todo su régimen, con predominio de católicos del Opus Dei, de la Falange, monárquicos, tradicionalistas, militares y tecnócratas), busca alianzas necesarias empezando por el Vaticano y países hispanoamericanos, logra eliminar el hambre y el analfabetismo, industrializar el país con autarquía impuesta y apoyo del petróleo árabe, modernizarlo tras la apertura iniciada con USA y hacerlo uno de los más prósperos, seguros y sanos del mundo. Mantiene la paz hasta su muerte en 1975, aunque desde la designación de su traidor sucesor en 1969, y en vistas de que este quería una democracia para España, la búsqueda de privilegios y de buenas posiciones que darían lugar al régimen corrupto democrático posterior, proliferaron a espaldas de un Caudillo ya muy envejecido y débil, incapaz de encontrar un digno sucesor a su persona, y más tras el asesinato del gran Carrero Blanco. Franco fue, pues, militar destacadísimo, a la altura histórica del Gran Capitán, de Juan de Austria, de Blas de Lezo, etc., sabio y magistral gobernante que supo delegar en excelentes ministros (desde Felipe II, nadie tan benigno para España como él), católico verdadero ferviente (característica clave para un excelente líder, como la historia ha demostrado en todo tiempo y lugar), monárquico sin entusiasmo (su carrera militar, como la de los africanistas, se debe en buena medida a ascensos otorgados por el Rey, luego es lógico que muchos de su época fueran monárquicos), amigo del gran San José María Escrivá de Balaguer (fundador pobre del Opus Dei, de tan benigna influencia en el mundo), serio y calmado, incluso en medio de la mayor tensión y peligro, de vida austera en comparación a la inmensa mayoría de jefes de Estado de su época (como es frecuente entre militares, acostumbrados a la reciedumbre que exige la vida castrense), amante de la caza y de la pesca en el Azor o en los ríos, con una fortuna no muy grande en buena medida heredada por su suegro y su esposa, con poca vida social, trabajador disciplinado, antimarxista y antimasón furibundo y discreto de cara al público (sus discursos eran leídos, luego previamente preparados por él o, al menos, supervisados), con pocas apariciones. En su testamento pidió perdón a todos (algo muy poco frecuente en el testamento de demócratas rojos o liberal conservadores de relevancia histórica, todos ellos arrogantes y soberbios (como todo ateo) hasta el fin de su existencia) sin considerar a nadie enemigo más que los que lo son de España, a la que amó con toda su alma católica. Fue querido, respetado y admirado sinceramente por la mayor parte de España durante su mandato, y muy poco odiado (porque fue cambiando las opiniones de la inmensa mayoría de los que inicialmente lucharon contra él, muchos venidos del exilio en los 60, y que luego se beneficiaron, como la inmensa mayoría, de su excelente régimen. Incluso muchos comunistas célebres llegaron a reconocerle un gran respeto y reconocimiento por su labor) en su tiempo en comparación con el odio extremo y enfermizo que, sin ton ni son, despertó más de dos décadas después de muerto (con efecto retardado), cuando el PSOE perdió el poder, y por personas que, mayoritariamente, no vivieron bajo su mandato y que ha desembocado hasta en la profanación macabra de su tumba, acto propio de verdaderos desequilibrados mentales que tal vez persigan volver a las andadas ante su fracaso espantoso existencial. Y luego, esos demócratas antifranquistas hablan y acusan de odio a los demás, eso que tanto generan y destilan ellos cada día.
Solamente hay que leer las memorias y testimonios escritos de todos los que se vieron involucrados en aquella tragedia española, de uno y otro bando, para comprobar las abismales diferencias de unos y otros. Personajes no precisamente proclives a los vencedores lo dicen todo. Personajes supervivientes como Gregorio Marañón (testimonio que debería ser materia de reflexión para todo español que se precie de serlo o para cualquier persona de bien), Ayala, Ortega y Gasset (que se atrevió a corregir al desinformado Einstein), el propio Manuel Azaña (que llegó a escribir en verano de 1938 que si los rojos ganaban milagrosamente la guerra, los propios republicanos tendrían que ser los que abandonaran España si les dejaban salir de ella), Julián Besteiro (socialista opuesto tanto a la dictadura de Primo de Rivera, como a la locura roja revolucionaria), Niceto Alcalá Zamora (el modelo de ayer y hoy de lo que es la derecha, es decir, los liberales y conservadores. Más Judas Iscariote, imposible), Lerroux, el propio Indalecio Prieto (al final de sus días, confesándose culpable), Castro (fundador del 5º regimiento comunista), Hernández (ministro del PCE y de Stalin, en sus propias palabras), Líster (de la línea dura, acusado de asesino y pedófilo en la URSS y contrario a Carrillo), Tagüeña (decepcionado con el comunismo soviético), Modesto (el más brillante militar rojo y comunista, fue a la URSS rojo y huyó de ella blanco como la nieve), Vicente González «el Campesino» (víctima del gulag y vuelto a España rosado), Segismundo Casado (a quien Franco permitió huir), Matallana, Vicente Rojo (jefe del Estado Mayor rojo, máxima autoridad militar tras el ministro, indultado de 2 penas de muerte por Franco, tras volver a España a morir. El supuesto oponente que «humilló» a Franco en el campo de batalla, según propagandistas desesperados por el avance de la verdad de los hechos y la destrucción de las mentiras marxistas democráticas), Cipriano Mena, Melchor Rodríguez (el «ángel rojo», indultado y reconocido por el régimen, que le ofreció cargos en la administración), Felix Schlayer (embajador de Noruega valiente y testigo del genocidio en Paracuellos), Gorkin (líder del POUM en busca hasta su muerte de su líder, Andrés Nin), Aguirre (lendakari vasco que se exilió en el III Reich, el régimen que ayudó a Franco con la Legión Cóndor que bombardeó Guernica provocando la muerte de unas 120 personas y por la que los antiespañoles vascos odiarán a España por 40 generaciones según su vicelendakari, y en USA, según su conveniencia de odio a España), etc. Y es de destacar el diferente cariz que tienen hacia el enemigo unos y otros. Mientras en el bando nacional se archivaron pruebas del horror rojo que dañarían nuestra imagen internacional (fotos de cadáveres calcinados de familias enteras dentro de iglesias en el avance de legionarios y regulares por Extremadura, fotos de cadáveres de seminaristas descuartizados y salvajemente mutilados, fotos que muestran el tesoro saqueado que los nacionales pudieron salvar de la destrucción, etc.), mostrando casi siempre compasión por los españoles vencidos (al fin y al cabo, familia y hermanos de los vencedores), a los que se consideró lo que realmente fueron, analfabetos envenenados, víctimas de la peste marxista, y sin atisbos de odio contra ellos ni siquiera en los documentales de la época (recordemos que fueron perdonados incluso por sus propias víctimas delante del pelotón de fusilamiento), y procurando olvidar y superar el trauma, en el bando vencido, entre varios líderes rojos y antiespañoles, nunca pareció extinguirse la llama del odio propia del marxismo y del antiespañolismo: Pasionaria (que juró odio por 40 generaciones a los hijos y descendientes de los vencedores, en sintonía con algunos líderes enloquecidos de odio del PNV que encima se autocalificaban de «católicos»), Carrillo (el genocida responsable de las matanzas de Paracuellos que renegó hasta de su padre desde su refugio parisino tras fugarse pasando los Pirineos), Negrín (el delincuente mayor de la historia de la humanidad, despreciado hasta en su propio partido), Largo Caballero (principal responsable de la desgracia, siervo de Stalin y defenestrado por éste, enemigo hasta de Besteiro y Prieto, contra quien sus secuaces se liaron a tiros antes de la guerra), José Díaz (que murió suicidado o asesinado en la URSS, en pago a sus servicios y que se jactó ante el mismo Stalin de haber superado en España la obra de los bolcheviques), Julio Álvarez del Vayo (envenenado de odio incluso muchos años después de la guerra. Este tipo era un demonio con forma aparente de humano), Belarmino Tomás (el forajido independentista asturiano socialista y golpista terrorista en 1934, de la criminal UGT, que en otoño de 1937, en plena campaña del norte, diría aquello de «de aquí no se mueve ni Dios» y fue el primero en huir con su familia y un botín saqueado a todos sus paisanos hacia Francia por mar. Hoy idolatrado por los socialistas y comunistas de aquella hermosa provincia), y un sinfín de rojos, masones y antiespañoles más.
Sí se puede atribuir a la España democrática crímenes contra la humanidad sin parangón en nuestra historia, aún totalmente impunes (y quizás impunes hasta el Juicio Final, si una Causa General no lo remedia): millones de niños y niñas abortados, cientos de miles asesinados como consecuencia de la inseguridad, el terrorismo, el narcotráfico, la delincuencia, etc., (con la eutanasia forzosa acechando en el futuro próximo) que gozan de especial impunidad en este tipo de regímenes democráticos, propensos al «todo vale» (menos el «fascismo»), a la relatividad moral, al desorden consentido, que no a la libertad o libre albedrío natural; millones de víctimas de la droga tolerada y no combatida por las democracias, millones de víctimas del desempleo permanente que no pertinaz (como los antifranquistas denominaban a la sequía, menudos hijos de p. fariseos), millones de niños escandalizados con todo tipo de inmoralidades y traumatizados de miles de maneras, empezando con el divorcio de su padres, millones de personas saqueadas por el terrorismo fiscal arbitrario existente, decenas de millones de personas robadas (con impunidad electoralista incluida para ocupas de la propia vivienda) y víctimas de la corrupción cada vez más generalizada, millones de víctimas de las mentiras de todo tipo, millones de víctimas de violaciones, incluidos menores, millones de personas acosadas en Vascongadas, Cataluña y cada vez más regiones, y sin protección legal ni policial alguna, millones de personas solas, deprimidas, con enfermedades mentales, suicidadas, etc. Y todo ello en claro ascenso. ¿Alguien lo puede negar? Pero, claro, vivimos en democracia, y la democracia es amiga, como el marxismo, de la perdición, y enemiga acérrima del Camino, que es Jesucristo Nuestro Señor. La democracia es la idolatría de la mentira y la enemiga de la Verdad, que es Jesucristo Nuestro Señor. La democracia es aliada de la muerte y enemiga extrema de la Vida, que es Jesucristo Nuestro Señor. En la democracia, como en el comunismo y el socialismo «mandan» las masas (engañadas y corrompidas, con dinero a cambio de votos, hasta el tuétano), esas que gritan ¡crucifícale!, esas que se sienten mal porque alguien destaque y se unen en su contra, esas que se unen hipócritamente para lograr la igualdad contranatural, esas que son como rebaños de ovejas débiles sin pastor en dirección al abismo, esas que son víctimas fáciles del diablo, sus secuaces, los políticos y sus artimañas, si Dios no lo impide milagrosamente con Su Infinita Misericordia y sus fieles santos y santas, pobres, castos y obedientes al Señor.
Esto lo ha escrito un mal católico que asume todas las culpas y condenas a muerte que le pudieran caer por parte de todos aquellos que odian la Verdad que es Nuestro Señor Jesucristo, ya que no le mueve otro propósito que ayudar a discernir lo que nos conviene o no conforme a los Santos Evangelios, no conforme a «opiniones» o pareceres o relativismos morales todos ellos muy democráticos. Y para que conste el nombre de este don nadie mal siervo del Señor al que la reputación frente al mundo le importa un pimiento podrido, Hugo Rodríguez Pacios. QUE TRIUNFE ELSAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Y EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA PARA SIEMPRE EN ESPAÑA.
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