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Vivimos en un mundo que se asemeja bastante a Platero, tal como lo describió su autor Juan Ramón Jiménez: pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Tierno y mimoso igual que un niño, que una niña… Pero a diferencia del inolvidable burro que era fuerte y seco por dentro como de piedra, este mundo es blando por fuera y por dentro. Como diría Javier García Isac, estamos inmersos en un mundo bizcochable, almibarado y natillero. Quizás nunca fuimos tan débiles y sumisos como hoy.
España, acorde a los tiempos, se ha convertido en el reino de la hipocresía y el eufemismo, lo políticamente correcto, edulcorado, blandurrio, donde todo ofende. Como diría el gran Clint Eastwood, dominados por una generación de blandengues que caminan como pisando cáscaras de huevo, que se la cogen con papel de fumar.
En España hace tiempo ya que los eufemismos superaron la barrera de la imaginación. A la crisis la llamaban desaceleración, crecimiento negativo, situación económica claramente difícil, crecimiento negativo, condiciones adversas o escenario de crecimiento debilitado.
A un terrorista condenado por la justicia le llamaron hombre de paz; a los pagos por silencio, indemnización en diferido; al rescate del país en quiebra, apoyo financiero; a la discapacidad, capacidades diferentes; al aborto, interrupción voluntaria del embarazo; a la inmigración ilegal y clandestina, refugiados o migrantes…y podríamos seguir dejando ejemplos de la hipocresía eufemística biensonante.
Quien manda usa el eufemismo para convertir el lenguaje en un claro instrumento político, mejor dicho, en un instrumento de la corrección política para ablandar a la ciudadanía.
Hoy estamos llamando a la inflación como reacomodamiento de precios; al cobro de peajes, sistema de tarificación de autovías; a las fiestas en tiempo de pandemia, no fiestas; a los jóvenes extranjeros ilegales, niños y niñas no acompañados por sus padres; a la izquierda radical, socialdemocracia y al comunismo, democracia.
Cuando el eufemismo se transforma en hipocresía y mentira y esta es aceptada sin reparo ni vergüenza, estamos ante un claro síntoma de enfermedad social. Si no se reconoce una patología no es posible iniciar un tratamiento de cura. Y mucho menos si seguimos suavemente acariciando la superficie blanda, suave y acaramelada que adormece el alma.
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