26/11/2024 10:31
Getting your Trinity Audio player ready...

 

Valoración general del documento

Es, en primer lugar, un documento que demuestra una gran ignorancia sobre la realidad que pretende «corregir» o «administrar». Parece que quien lo redactó ignora la índole de las comunidades religiosas tradicionales, numerosas en vocaciones y cada vez más influyentes en el contexto de un Occidente donde las vocaciones se derrumban, y de sus fieles, comprometidos en un nivel superior al promedio en el mantenimiento y apoyo a sus sacerdotes. No son una «realidad eclesial», para utilizar la neolengua en uso, débil, marginal o desarmada. Para nada. Así que no será fácil aplicarlo. Y esto, además, nos revela el segundo rasgo del documento, su, podríamos decir, ingenuidad ciega.

Parece que el papa Francisco cree que con sus medidas draconianas, aún más duras que las del motu proprio Quattor abhinc annos de 1984 (la primera «autorización» oficial, limitadísima, de la misa tradicional) podrá desmantelar un movimiento que es ahora muchísimo más grande que entonces. Y este hybris, que sería risible de no mediar estas circunstancias trágicas, se revela en la carta del Papa que acompaña el motu proprio. Allí dice que es el principal deber de los obispos “prever el bien de quienes están arraigados en la forma de celebración anterior y necesitan tiempo para volver al Rito Romano promulgado por los santos Pablo VI y Juan Pablo II”. Es decir, considera como posible que los obispos, que en 2021 gozan, como sabemos, de sus cotas más bajas de prestigio y poder en la historia, puedan «lavar el cerebro», persuadir, manipular o convencer a fieles arraigados en el rito tradicional con un compromiso y convicción profundas a acudir exclusivamente a la nueva misa.

Cree que podrá hacer lo que no pudo hacer Pablo VI con una estructura eclesiástica mucho más poderosa y una oposición entonces aparentemente minúscula: extinguir la misa tradicional. Es una ceguera tan grande y tan alejada de la mínima prudencia humana que parece ciertamente preternatural.

Finalmente, el documento revela un carácter anticatólico bastante significativo en su tesis de que la misa tradicional es incompatible con la lex orandi de la Iglesia actual. Reflexionemos sobre este punto: ¿quiere decir que la liturgia que celebraron el Padre Pío, santo Toribio de Mogrovejo, san Antonio de Padua y el cura de Ars y que no es más que el rito de san Gregorio Magno, de orígenes apostólicos, ya no es compatible con la Iglesia actual? Esto puede tener consecuencias casi de grave confesión involuntaria: a lo mejor la Iglesia que el papa Francisco fomenta es una Iglesia radicalmente distinta de la Iglesia de siempre…No lo digo yo, lo implica el documento.

Así que, en resumen, la lectura de Traditionis Custodes siguientes conclusiones: revela ignorancia, ceguera preternatural y un espíritu anticatólico.

Una particular dureza

Cuando se trata de documentos emitidos por Francisco la agresividad no sorprende. Quizás haya sido el papa que más ha insultado a amigos y enemigos en toda la historia del pontificado romano. Incluso alguien llegó a recopilar un pequeño libro de insultos suyos. Casi nunca habla de principios a defender o a combatir, sino se queda en alusiones personales vagas muy al estilo de al que le caiga el guante que se lo plante y que se refieren a elementos contingentes –como la hasta ahora no definida «rigidez» o los chismes, etc…– que inciden más en elementos dolorosos de su historia personal que a necesidades doctrinales o pastorales de la Iglesia.

Es más, si hay alguna sorpresa es que no haya tenido un tono más denigratorio. En los rumores previos se hablaba de que la carta que acompañaba al motu proprio era aún más agresiva y que solo gracias al cardenal Ladaria se pudo rebajar su tono visceral desatado.

Respecto a la dureza de sus medidas, centradas explícitamente en la extinción de la práctica de la misa tradicional y la «reeducación» de los fieles y sacerdotes que la cultivan, más allá de su carácter, creo yo, impracticable (como hemos visto en la anterior pregunta) sí son reveladoras de una forma mentis que ya no sabe guardar la prudencia o decoro mínimos ante el objeto de su odio sensible.

Idas y vueltas con el Concilio

Tanto el Motu proprio como la carta que lo acompaña sostienen que estas medidas obedecen a un deseo de preservar la unidad de la Iglesia, porque, como dice Francisco, «el uso instrumental del Missale Romanum de 1962 (…) se caracteriza cada vez más por un rechazo creciente no sólo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II».

Esto es un ejemplo más del humpy-dumptismo, no solo de Francisco, sino de amplios sectores de la jerarquía progresista. Humpty Dumpty, personaje de A través del espejo de Lewis Carroll, decía lo siguiente:

Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.

–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

–La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda…, eso es todo.

LEER MÁS:  Biografía del Teniente General Don Adolfo Morales de los Ríos y Septién. Por Francisco Pato Fandiño

Así, sostener que no hay espacio en la Iglesia para un rito tradicional y venerable y sus cultores, católicos que profesan a pie juntillas la enseñanza católica, es «unir». Es como decir que «unir» es igual a «desunir» o a «destruir». Esta manipulación del lenguaje es característica de los totalitarismos.

Por otro lado, la Iglesia, como una entidad al servicio del Logos, no condena «mentalidades» ni «atmósferas» difusas ni mucho menos realiza castigos colectivos. Eso sería irracional. Si, supongamos, «criticar» al Concilio Vaticano II (sea lo que esto fuera) es una herejía o un error definido pues que se identifique a los errados o heresiarcas individualmente y que se les procese en la Congregación para la Doctrina de la Fe, luego de un estudio y debate de sus textos y declaraciones contenciosas. Así siempre actuó la Iglesia. Pero un castigo colectivo contra una supuesta falta tan difusa carece de toda lógica. Así que más suena a pretexto para engañar incautos.

Aunque, claro está, con el eclipse de la fe y la razón generalizado que vivimos, no han faltado algunos que se han apresurado a «culpar a las víctimas» al insinuar que la destrucción de «algo tan bonito» como la misa tradicional se debe, no a la arbitrariedad de una autoridad, sino a la falta de «gestos» eclesialmente correctos por parte de sus fieles…Si así fuera, pues también tendría que limitarse o prohibirse la nueva misa, pues no faltarán lugares donde esta se celebra en que se podrán encontrar “atmósferas” o “mentalidades” entre algunos individuos no identificados tan o más peligrosas que las de las misas tradicionales. Es más, habría que abolir casi todo, porque, dependiendo de la voluntad del tirano, se podrá encontrar siempre espacio para «mentalidades» incorrectas imaginarias o gaseosas en cualquier parte. Ese tipo de acusaciones recuerdan al estalinismo y sus múltiples conjuras y herejías indefinidas, en las que muchas veces los acusados ni siquiera sabían que estaban involucrados.

Cabe señalar que este motu proprio no afecta directamente a la Fraternidad de San Pío X que sí ejerce una crítica frontal al Concilio Vaticano II y a la reforma litúrgica, sino a comunidades que a lo largo de los últimos treinta años se han esmerado por demostrar de múltiples maneras su lealtad al magisterio conciliar al hacer malabares tratando de señalar su continuidad con el magisterio tradicional. Sus fundadores y superiores generales (que son los individuos representativos de este movimiento) han incluso concelebrado la misa nueva con el Papa y otros obispos para demostrar su «comunión perfecta». Más aún, antes de este motu proprio, ya las principales víctimas de la apisonadora antitradicional de Francisco habían sido comunidades birritualistas como los Franciscanos de la Inmaculada o Familia Christi que, por definición, aceptaban la reforma litúrgica. Por tanto, no hay fundamento en la acusación de que los afectados por Traditionis Custodes hayan sido enemigos del Concilio o de la reforma litúrgica o algo por el estilo.

En un acto inédito de «misericordeo», además, más allá de la encuesta ambigua y tendenciosa enviada a los obispos, no ha habido ningún intento por parte de Francisco de reunirse con los superiores de las congregaciones que celebran la misa tradicional o a los líderes del laicado apegado a ella, reunidos en la Federación Internacional Una Voce, para llamarlos al orden, en el caso de que existiera alguna falta definible, o por lo menos conocerlos, «acercarse» o «acompañar» con «ternura» y misericordia, que son los mantras del Papa Francisco. Simplemente se ha procedido a guillotinarlos expeditivamente.

Finalmente, dice el papa Francisco, explicando los motivos de Benedicto XVI para dar Summorum Pontificum que «la razón de su decisión era la convicción de que tal medida no pondría en duda una de las decisiones esenciales del Concilio Vaticano II, socavando así su autoridad: el Motu Proprio reconocía plenamente que “el Misal promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la lex orandi de la Iglesia católica de rito latino”».

Aquí, el nivel de mendacidad llega a extremos increíbles, aun para los niveles a los que ya nos tiene acostumbrados.

En primer lugar, la reforma litúrgica no fue una «decisión esencial» del Concilio Vaticano II. Es más, la misa que celebraron los padres conciliares fue la misa tradicional. Y si uno revisa la constitución para la liturgia del Concilio Vaticano II Sacrosantum Concilium se encuentra con estas disposiciones: «36. 1 Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular» y «116. La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas». Queda claro, entonces, que el Vetus Ordo se acercaría más a los textos del Concilio Vaticano II que la liturgia reformada de 1970. Pero parece que para Francisco y muchos otros, el Concilio es una palabra talismán o concepto vacío que puede ser llenado con cualquier contenido, según convenga a los intereses del poder.

Lo que vendrá

Es difícil pronosticar lo que vendrá. Pero vislumbro un escenario: los obispos hostiles a la misa tradicional utilizarán este documento para intentar desmantelar la misa tradicional o impedir su florecimiento. Esto será particularmente intenso en lugares subdesarrollados cultural y espiritualmente como América Latina. En el resto del mundo, algunos obispos hostiles quizá quieran ganarse el problema de suprimir apostolados arraigados y con muchos feligreses comprometidos. En el presente estado de desmoralización general del episcopado, no sé si puedan aguantar la presión de una «situación Campos» en sus diócesis. Los obispos prudentes –incluso entre los progresistas- procurarán no agitar la colmena con los apostolados ya establecidos. Y si las cosas siguen complicándose, probablemente el mismo Francisco se desdiga privadamente, como hizo con Juan Carlos Cruz sobre el tema de las bendiciones de homosexuales, y le eche la culpa a los curiales. Pero sin retirar el documento. Más allá de que esconda la mano como suele hacerlo, la piedra ya está tirada.

LEER MÁS:  La historia de la Bandera y el Escudo de España

Lo que más hay que temer es las posibles visitas, intervenciones a las congregaciones tradicionales, otrora protegidas por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, por parte de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades, cuyo prefecto es el cardenal Braz de Aviz. Hay un antecedente interesante a este respecto. En 2015, luego de la intervención a Lumen Dei, este dicasterio emitió una carta donde se decía que si bien los abusos que la motivaron no habían sido sustanciados, se había encontrado «deficiencias» en la formación, que no estaba a la altura de la antropología del Concilio Vaticano II. Y dado que por Concilio Vaticano II se entiende cualquier cosa que quien ejerce el poder desee, los pretextos para intervenir a estos institutos y destruirlos sobrarán.

Otro elemento que llama la atención es qué ha entrado muy rápido en vigor, sin un tiempo prudencial desde el aviso a la ejecución. Hace dos meses más de cien sacerdotes desafiaron abiertamente a la Santa Sede, que había emitido un documento al respecto, bendiciendo a parejas de homosexuales. Esos sacerdotes tienen nombre y apellido, sus actos fueron públicos y notorios, explícitamente contrarios tanto al documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe como al magisterio perenne de la Iglesia y a la recta razón. ¿Ha habido alguna sanción contra ellos? Ninguna. En cambio, en el caso de la misa tradicional, las medidas son expeditivas, rápidas y sin ningún diálogo previo. Algo semejante puede decirse del «camino sinodal» herético de los obispos alemanes.

Benedicto XVI calificó de «aspiración legítima» en Summorum Pontificum el anhelo de los fieles por la misa tradicional. Pero quisiera centrarme en una afirmación de la carta con que este pontífice acompañó el motu proprio: «En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso [considerado] perjudicial». ¿Cómo puede Francisco refutar este párrafo? Es imposible. Solo queda el recurso a la arbitrariedad y la violencia. Además, a pesar de los intentos risibles de intentar «interpretar» torcidamente la intención de los pontífices que liberalizaron la celebración de la misa tradicional, nada en Traditionis Custodes ni en la carta que lo acompaña se asoma a un intento de argumentar o fundamentar mínimamente las nuevas medidas.

Hace dos años se hizo una encuesta en Estados Unidos entre los fieles que asisten a la misa tradicional y se descubrieron algunos datos interesantes, al contrastarla con datos estadísticos referidos a los católicos que no asisten a la misa tradicional: Solo el 2% de católicos que asisten a la misa tradicional aprueba los anticonceptivos, comparado al 89% por ciento de católicos que van al Novus Ordo. Aún menos aprueban el aborto (1%), comparado al 51% de los del Novus Ordo. En el caso del matrimonio homosexual, la diferencia es también significativa: 2% contra 67%. Así que despreciar a los católicos tradicionales es en algo un desprecio a la doctrina y moral católicas que, según creíamos, eran todavía las posiciones oficiales de la Iglesia.

El motu proprio se cuida de no manifestar que abroga la misa tradicional, porque no puede hacerlo. Simplemente se esmera en estorbar su celebración de todos los modos imaginables.

Es menester que los sacerdotes y fieles tradicionales continúen haciendo lo que han venido haciendo hasta ahora. Cabe recordar que la resistencia, en materias de extrema gravedad en la que la fe está en riesgo es una opción legítima y, en ocasiones, obligatorias. Y que el que obedece a un desobediente, desobedece. Quizás estás medidas puedan parecer extremas para algunos hispánicos, formados en un contexto sociorreligioso en el que, como diría Castellani, el derecho canónico reemplaza a la teología, pero entre 1970 y 1988, por lo menos, ese gran tesoro de la liturgia tradicional se conservó gracias a cientos de sacerdotes que se mantuvieron firmes, a pesar de las múltiples persecuciones.

Autor

REDACCIÓN