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Mucho se ha escrito y comentado sobre las relaciones personales y políticas que mantuvieron Francisco Franco Bahamonde y don Juan de Borbón y Battenberg. Para centrar estas variadas y, en numerosas ocasiones encontradas y enconadas opiniones, es esclarecedor transcribir unos párrafos del libro Testigo de la Historia, del fallecido maestro del periodismo Emilio Romero, que con certera visión de la reciente historia española, dejó plasmado en cien de sus mejores artículos,  -que fueron seleccionados por amigos y discípulos- de entre los millares de trabajos que a lo largo de más de medio siglo fueron publicados por este gran periodista y escritor de periódicos. Así, en el que titula Una monarquía sin monárquicos, podemos leer:

[…] El gran problema de los monárquicos es su propia desorientación, un día u otro, porque los reyes «lógicamente» no están para complacer a los monárquicos, sino para asumir las responsabilidades de su país y defender la Corona.

El alzamiento militar de 1936 fue, en sus materiales principales, una obra de militares y de monárquicos alfonsinos. En seguida se incorporó a este alzamiento militar toda aquella España de la derecha que respiraba contra la República, y se añadían los falangistas y los carlistas, que eran otra cosa, pero que movilizaban las juventudes más valerosas o violentas, contra las juventudes violentas y valerosas del comunismo, del socialismo y del anarquismo.  

El fervor de los monárquicos por el general Franco y todo aquello fue tan grande que hasta propiciaron la llegada a los frentes de combate del heredero de don Alfonso XIII, don Juan de Borbón, y entonces tuvieron que impedirlo el general Mola y el general Franco, porque tenían en su cabeza la restauración de la monarquía, cuando llegase su momento, y no querían poner en riesgo al sucesor de la Corona.  

 

Después de la guerra ocurrió que Franco no restauraba la monarquía, que se murió don Alfonso XIII, que ganaban la guerra mundial las democracias de Europa, y entonces los monárquicos redactaron el Manifiesto de Lausana para decir al mundo una alternativa democrática al general Franco, con un rey al frente: don Juan de Borbón. Hasta Estados Unidos e Inglaterra colaboraron en la creación de un gobierno de socialistas, monárquicos y militares, para derrocar a los vencedores de la guerra civil. Y ahí comenzó «la conspiración monárquica» contra el régimen del general Franco y aparecía la Corte desterrada y expectante de Estoril. Los monárquicos de aquel tiempo se dividieron en estas tres clases que paso a diseñar.

Había una clase que representaba la impaciencia por la restauración monárquica. Les parecía que la guerra civil no se había hecho para otra cosa que para devolver la monarquía a España y luego la conjunción política ya se vería cómo se hacía. Los nombres de estos monárquicos están en la memoria de todos. Había otra clase de monárquicos, que consistía en estar bien con los dos: con Madrid y con Estoril; con el general Franco y con don Juan de Borbón. Les gustaba el régimen –sin partidos, sin azañistas y sin revolucionarios-, pero todo aquello tenía que estar presidido por el rey. Y la tercera clase de monárquicos eran los que habían inventado una monarquía nueva para un régimen también nuevo y sin falangistas influyentes, que fueron los del Opus.

Voy a dar unos nombres para cada casta monárquica. La primera era la de Vegas Latapie, Quintanar y Sáinz Rodríguez. La segunda era la de Juan Ignacio Luca de Tena, José María Pemán y el marqués de Valdeiglesias. Y la tercera era la de Rafael Calvo Serer, Florentino Pérez Embid y Rodríguez Casado. Con toda esta gente variada tenía que trastear don Juan de Borbón: así es que su paciencia tuvo que ser excepcional. Más adelante aparecería una cuarta casta, la de los audaces, y éstos eran los que apetecieron las relaciones con Indalecio Prieto, y el personaje principal fue José María Gil Robles. En el fondo, lo que apetecían estas dos personalidades, y que se pusieron verdes en el Congreso tras el asesinato de Calvo Sotelo, era una «República coronada».

Así era nuestro monarquismo en la década de los 40 y de los 50. Con todo este panorama, y con la buena acogida de los derrotados de la guerra civil por el mundo, el general Franco decidió esperar hasta el final de sus días para abrir paso a la monarquía, porque Franco era un monárquico emocional con la figura de don Alfonso XIII, que fue su padrino de boda y que, además, se vio obligado a ser el protagonista principal de la guerra de África. Pero a partir de los años 60 se produce otra nueva casta monárquica, en el entorno de don Juan de Borbón, y que es la de aquellos que tienen clarificada la restauración monárquica a cargo de don Juan de Borbón, pero aceptando el proceso de liquidación del régimen unido a la vida misma del general Franco. O lo que es lo mismo: monarquía, democracia, paciencia y barajar. Aquí aparecen los hombres que después constituirían el centrismo, en sus alas liberales y democristianas

                                                                    Por la transcripción: Julio MERINO

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.