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“La venganza es el bálsamo que alivia las heridas del alma”

Cuando escribí este pensamiento nunca creí que tendría su razón de ser por causa tuya. El martes supimos la noticia de que dimitías, y contigo se iba la mayor muestra de la infamia del traidor Sánchez. Tus colegas cobardemente permanecieron mudos, cuchicheando en los cenáculos por miedo a tus represalias. Esto me lleva a pensar que eres una mujer de carácter, una “LADY MACBETH, alma en el crimen fiera”, como dijo Baudelaire, una más dentro de la epidemia variopinta que afectó a las otrora acólitas del autócrata, psicópata y narcisista, y es que, últimamente, el conducator despide un sutil aroma a cadaverina que todavía el común de los españoles no ha captado, pero sí sus allegados, que ya lo imaginan convertido en un cuerpo sanguinolento arrastrado por las calles por la muchedumbre enfurecida. ¡Cuándo el barco se hunde, las ratas lo abandonan!, mientras, el aparato de propaganda se tapa las vergüenzas pregonando a los cuatro vientos tu supuestamente confidencial historial médico. Se nos dice que entre otras lindezas tienes dos hernias discales, enfermedad profesional de los jurisconsultos trepas causada por el abuso continuado y la genuflexión, y agudizada, tal vez, por adoptar posiciones un tanto explícitas, pero poco elegantes, a requerimiento de algún individuo enganchado con el deporte cinegético ¡Todo sea por lo natural! No quiero ser hipócrita y decir esa fórmula tan magreada de que “te deseo una pronta recuperación”, seré sincero hasta la brutalidad y diré que espero que tu padecimiento sea una larga, dolorosa y letal enfermedad aliviada por los cuidados VIP de la Ruber. Y es que yo, muy a mi pesar, no puedo renunciar a ver con placer la caída de mis enemigos, y digo que es misión divina el perdonar a los que nos ofenden. En cuanto a mí, cansado de ver la mentira de la justicia de los hombres, me consuela ver que los privilegiados que se aúpan en las muletas del poder y la ignominia pagan al fin sus culpas sufriendo algún mal que, por desgracia, he podido constatar que afecta a los seres buenos y hasta a los niños inocentes, pese a la injusticia que esto supone.

Sin embargo, no puedo ocultarte que siento cierta simpatía hacia ti, porque te considero una mujer terca (perdón por la redundancia) inteligente y totalitaria; Atila te hubiera envidiado los testículos, y es que amo la figura femenina con tanto ardor que hasta valoro sus excesos, aunque estos hayan supuesto el descrédito de mi patria. Te considero una mujer atractiva que tras el primer divorcio “perdió los papeles” mostrando una deriva peligrosa, como un toro que ya ha sido toreado, pero lo cierto es que ante ti no buscaría el burladero, sino que me ofrecería al lance ¡de frente y por derecho! como dicen los taurinos, y a diferencia de tu galán de voz atiplada, yo no te llevaría a Roma sino a un pueblecito bañado por un lago, próximo a Florencia y conocido como Sirmione; allí desarrollé mi modesta afición al flirteo con aquellas que fugazmente amé; pero eso sí, después de experimentar un día de juerga en Madrid (la mejor ciudad del mundo) o una cena en Lisboa y un día de compras en Milán. ¡Y luego dicen que la caza es un deporte caro! La vida me premió con mujeres inteligentes, sensibles y agraciadas (esto último no fue imprescindible) a las que traté de aportar un recuerdo bonito que sirviese de consuelo en su decadencia; y en lo tocante a ti, trataría de escudriñar que hay detrás de esa mirada profunda y esos hermosos ojos negros que, a veces, irradian enfado o decepción. Yo te hubiera mantenido a mi lado mientras las circunstancias lo permitiesen, pero eso sí te apartaría de la política para ofrecerte una vida plena, y poco a poco vería como tu ambición y tu totalitarismo se irían fundiendo como el Perito Moreno cuando los primeros rayos solares, preludio de la primavera, lo debilitan. Lo que nunca haría es comprometerte con un mundo turbio y criminal, aunque sé por experiencia que a las mujeres inteligentes os atraen sutilmente los perfiles delincuenciales al igual que el almizcle y el escatol, que capta vuestro subconsciente en los perfumes convenientemente disfrazados por otros aromas más inocentes, y es que, al fin y al cabo, no somos más que animales “racionales y por tanto crueles”.

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En fin, hija, que ya obtuviste mi confesión de parte y no hizo falta el empleo de esa gruta aterciopelada y tibia que lleva a los hombres a sentirse por un instante libres, ingrávidos y reconciliados consigo mismo.

Pese a todo, sigo elogiando tu belleza triste que merecía el verte retratada por Romero de Torres, aunque yo preferiría verte inmortalizada en una ficha policial.

Para terminar, te diré que por referencias te reconozco buena madre y buena persona, y al igual que le ha ocurrido a muchas descarriadas, el destino interpuso en tu camino a un hombre sin escrúpulos, máxime en tu caso al haberte movido en un ambiente trepa, y sabido es que “en un campo de coles no se pueden cosechar orquídeas”.

Suerte guapa. El instinto me dice que pronto volverás ¿dónde encontrarán una togada tan dúctil y maleable como tú?