21/11/2024 14:51
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La enésima polémica desatada entre la clase política ahora viene a cuento de la propaganda electoral de Vox en Madrid comparando el gasto en pensiones con lo que cada menor extranjero no acompañado (mena) costaría a las arcas públicas. El cartel en cuestión, si bien es muy matizable, ha despertado la indignación de una izquierda progre cuya actitud peca mucho del clasismo que tanto reprochan a Vox y a sus votantes; es decir, lo señalan como un discurso de «odio» (palabra policía por excelencia) porque para ellos son unos pobres niños que vienen a España huyendo de la miseria en sus países de origen, situación que será corregida por los progres gracias a la solidaridad del Estado español que vendría a sustituir a la nobleza de antaño que inauguraba comedores y orfanatos. De esta manera, el progre ve en el mundo más allá de Occidente un mar infinito de poblados chabolistas cuyos habitantes protagonizan una carrera por la supervivencia, dejando Los juegos del hambre y otras distopías en algo menos que una comedia infantil.

 

Al margen del negocio que supone para las mafias (2.500 €, según una noticia publicada en El País), la mayoría de estos menas tienen origen en Marruecos. Basta un vistazo rápido por las noticias de las últimos años para saber que Marruecos es un país con gran potencial turístico, socio preferente de los Estados Unidos de América en el norte de África (y, por tanto, cliente de su material de guerra), beneficiado por las descentralizaciones industriales de Occidente (allí tiene alguna fábrica Inditex) y su monarca es una de las principales fortunas del continente.

Muy significativo para explicar lo expuesto es el artículo «Viaje a Alcazarquivir, el pueblo marroquí de los menas», publicado en El Periódico el 11/08/2019, sobre la localidad de origen de la mayoría de los menas tutelados en Cataluña. «Esta población está viviendo un auténtico éxodo de sus adolescentes. Las familias buscan en la vida europea la solución para que sus hijos puedan estudiar y tener la vida próspera que esta población, a sus ojos, es imposible de brindarles«, expone; añadiendo poco después: «De camino a la ciudad ya se avistan los campos de cacahuetes, plantaciones de girasoles o pistachos donde quienes labran son niños que no van a escuela. Sin embargo, el centro del pueblo tiene otro aspecto: bonitas casas con grandes ventanales y balcones. Se ven coches, calles asfaltadas y escuelas que están cerradas por el período estival. Tiene estación de tren, hay taxis y comercios. En la sede de la Administración hay una larga cola de campesinos de pueblos cercanos«. Ante la cuestión sobre la ausencia de los adolescentes, una panadera responde: «En España». «Mis hijos están en un centro de Lleida», añade con una sonrisa. Tienen 14 y 16 años, zarparon hace un año en patera. Se podían haber muerto. «¿Y que tienen aquí, la panadería?«. Tampoco tiene desperdicio la anécdota sobre unos jóvenes que piden al reportero que les lleve a España: «Explica que estos chicos no son de familias pobres, que sus padres les pueden pagar la universidad y tener una buena vida en Marruecos. «Por eso aún no se han ido», dice. Pero el efecto llamada es tal que hasta ellos quieren zarpar a Occidente«. Finalmente, en el artículo se reconoce que Marruecos no es precisamente un país donde no existan medios para ganarse la vida: «Otro vecino añade: «Es una pena, pero el gobierno marroquí conoce esta huida de nuestra juventud y no hace nada de nada, no les ofrece nada». Los vecinos confían en que vendrán senegaleses a hacer el trabajo que sus hijos no quieren hacer«.

Otro artículo de El Confidencial, con el título «Solo quiero poder ser yo: marroquí y musulmán, pero también moderno y liberal», alude a una «crisis de identidad en la que están sumergidos una gran parte de los jóvenes de Marruecos. No saben quiénes son y tienen unas expectativas de futuro que su propio país les ha generado, pero que dentro de él no pueden cumplir«. Este artículo, publicado el 18/12/2020, responsabiliza de estas migraciones a un complejo de inferioridad provocado por el poscolonialismo.

En resumen, Marruecos no es un país donde la gente huya de la pobreza, sino que está de los considerados como en vías de desarrollo. Pero la juventud demanda un mejor nivel de vida que las instituciones no pueden (o no quieren) proporcionar, similares a Occidente, y ve a otros compatriotas disfrutando del presunto paraíso occidental por las redes sociales; a esto se suma el deseo de los padres de que sus hijos tengan una vida mejor, unido al de las instituciones de que no haya jóvenes creando problemas en el interior del país. Estos factores terminan encontrándose en el negocio de las mafias; a su vez, en Occidente convergen con el deseo de unos sectores políticos que ven en ellos a futuros electores y demandantes de subsidios con los que comprar su fidelidad.

 

«Necesitamos inmigrantes para pagar las pensiones«, llevan diciendo desde hace muchos años los políticos del establishment y sus asesores. La realidad es lo que señala el economista Santiago Niño Becerra: «La inmigración sirvió para precarizar el empleo y para depreciar salarios, para poco más» (Capitalismo (1679-2065), editorial Ariel, 2ª ed., pág. 292). La inmigración regular beneficia a los intereses de la patronal, mientras que la irregular es motivo de lucro para las ONG que necesitan a estas personas para justificar las subvenciones que reciben del Estado (y que, a su vez, se transforman en las nóminas de los representantes de estas ONG). La inmigración regular que demanda la patronal es la justificada por la Ley de Extranjería en vigor desde el año 2000, es decir, obra del Partido Popular de José María Aznar que, según el Vox fundacional, representaba la derecha correcta. Por otra parte, la inmigración irregular es la que termina convirtiéndose en regular con el paso de los años (y gracias a un cuestionable sistema legal que termina premiando a los infractores) y en nuevo electorado para quienes les prometen dentista, psiquiatra y vivienda gratis sin explicar cómo van a conseguirlo desde la Comunidad de Madrid cuando no lo han logrado formando parte del Gobierno de España, como pretenden desde Podemos con el fichaje de un mantero «sindicalista». En ambos casos, nos encontramos ante grupos de poder aprovechándose de las necesidades de otras personas. Tal vez haya que dar la razón a quienes dicen que el colonialismo de Occidente nunca terminó… Eso sí, ahora los colonialistas también llevan moño y camuflan de solidaridad la rentabilización de las desgracias ajenas de unos «niños» que son responsabilidad de sus familias y países de origen.

Autor

Gabriel Gabriel
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