15/05/2024 12:51
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Esta es la decimosegunda parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí. Continuamos con el Capítulo 8 (La República frente a la sublevación: una alianza de clases antifascistas).

El robo del oro del Banco de España:

En la elaboración de nuevas disposiciones legislativas destacó el Ministerio de Hacienda, dirigido por Juan Negrín con un equipo de expertos de gran calidad… su intervención fue absolutamente decisiva en cuestiones como la gravísima de la adquisición de armamento y pertrechos con su derivación del depósito de la mayor parte de las reservas de oro del Banco de España en la URSS…

 

Por su parte, el comentario de Prieto sobre aquella labor resultaría tan mordaz como de costumbre: «Jamás dio cuenta Negrín al Gobierno de las inversiones ni de las disponibilidades: “Eso no se lo digo yo ni al cuello de mi camisa” fue la respuesta que dio al Consejo a una pregunta de Giral después de haber salido ya del ministerio»[126]. Bastante más complicada fue la gestión de Prieto al frente de Marina y Aire y como comisario de municionamiento, siendo esto último objeto de severas críticas de Caballero en sus escritos posteriores[127].

La huida de Madrid:

su responsabilidad y, en último extremo, por su desacierto en su decisión de abandonar Madrid cuando las fuerzas rebeldes se encontraban ya a sus puertas, en los primeros días de noviembre de 1936. Suele repararse menos en que la iniciativa en la decisión correspondió en realidad al presidente de la República, Manuel Azaña, que acabaría marchándose a Barcelona[129].

 

… presidente de la República, quien diría textualmente que no estaba dispuesto a ser arrastrado por las calles por sus enemigos.

 

A propósito de la salida del Gobierno de Madrid y de los grandes problemas de control de la retaguardia que se produjeron inmediatamente después de ella, culminados con la extracción de presos de las cárceles y el siempre recurrente asunto de los fusilamientos de prisioneros en Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz, conviene señalar que ignoramos el grado de conocimiento que Caballero tuvo de estos hechos.

Los asuntos militares:

La etapa del Gobierno Caballero, escribiría Prieto, fue negativa en el mismo sentido que lo había sido antes de él y lo sería después. Había, no obstante, una peculiaridad: Caballero se empeñó en dirigir personalmente la actuación militar, como una muestra señera del personalismo del que fue tachada toda su política. En este sentido, eludió siempre establecer el «mando único» del Ejército —jefatura militar suprema unificada

Caballero y sus asesores emprendieron tres acciones fundamentales en el terreno de la preparación militar: la militarización de las milicias y la creación de un Ejército regular, la puesta en marcha de un limitado Estado Mayor y del Consejo Superior de Guerra, y la creación del Comisariado General de Guerra.

La regularización de las Milicias:

Se intentó regularizar la propia composición de las milicias, prohibiendo en ellas la presencia de mujeres, lo cual no se consiguió del todo hasta ya entrado el año 1937.

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… decretos de militarización de las milicias

 

… las milicias quedarían sujetas al Código de Justicia Militar.

 

… creación de las nuevas grandes unidades básicas, las Brigadas Mixtas y su encuadramiento en Cuerpos de Ejército…

 

La unificación del mando militar:

… asunto que, en definitiva, quedó sin resolver antes de su caída. En realidad, y de manera errónea, Caballero entendió siempre que el mando unificado estaba asegurado por el hecho de que el ministro de la Guerra reservaba siempre para sí la última decisión en materia militar.

 

Las razones que Caballero tenía para negarse a que realmente fuesen los militares quienes dispusiesen las operaciones militares eran complejas. Entre ellas figuraba un cierto reflejo antimilitarista, de muy acusada tradición obrera, un indudable personalismo y, con seguridad, el progresivo convencimiento de que una medida de ese tipo habría acentuado aún más la tendencia del comunismo a monopolizar la iniciativa militar.

 

El Consejo Superior de Guerra era el organismo existente desde que se implantó la República y tenía, en principio, carácter exclusivamente militar. Caballero lo convirtió en una institución política de dirección de la guerra, ubicada en el seno del Consejo de Ministros pero que trabajaría independientemente de él.

 

Los “comisarios de guerra”:

De otra parte, la reorganización militar que el Gobierno Caballero puso en marcha tuvo en la creación del Comisariado de Guerra[147] una de las medidas de mayor alcance, que no obstante demostró ser también de las más problemáticas[148].

 

… Comisarios políticos —designados estos por las fuerzas que integraban el Frente Popular— para que, conjuntamente con el mando militar, colaborasen con las responsabilidades de la guerra. No fue posible conseguirlo[149].

 

Pero había seguramente una razón para la creación de los comisarios que estaba estrechamente relacionada con el hecho de que la militarización de las milicias, decisión coetánea, iba a dar un profundo vuelco a las fuerzas militares que defendían la República, con el riesgo de una vuelta a las formas militares del Ejército clásico y al espíritu profesional que tan nefasto había sido a la República. Debía hacerse un Ejército «político», con un espíritu nuevo; la esencia política de las milicias no podía perderse. Y este fue, probablemente, el móvil más poderoso para la creación del Comisariado. En cualquier caso, en sus Notas Históricas Caballero acababa concluyendo que se trató de un error.

 

Sería misión del Comisariado: Convencer a los trabajadores que defienden con sus vidas el régimen republicano de que, al término de la guerra, la organización del Estado sufrirá una profunda modificación. Se irá a una estructura distinta de la presente en lo social, en lo económico y en lo jurídico. Todo ello en beneficio de la clase trabajadora.

 

También se había creado una Escuela de Comisarios sin su conocimiento previo y su dirección se entregó a José Laín Entralgo, dirigente importante de las JSU y miembro ya del Partido Comunista.

 

A través de Del Vayo, según el convencimiento que Caballero adquirió, se había introducido en el Comisariado una amplia presencia comunista en medio de las irregularidades de gestión que denunciaron después tanto Caballero como Araquistáin. Álvarez del Vayo había procedido a nombrar más de mil comisarios, «la casi totalidad comunistas», y ello sin ponerlo a la firma del ministro.

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El predominio de los comisarios comunistas acabó siendo más que evidente y lo fue particularmente en el Ejército del Centro[156].

Pero la guerra les sigue yendo mal:

… Para él, el período de gobierno de Caballero había sido «una cadena de desastres como en los estadios anteriores y posteriores». Señalaba luego la caída de Málaga, «el desastre de Toledo y el arrollador avance de los franquistas hasta Madrid, cosa esta última en la cual nunca creyó Caballero… tildándonos de alarmistas».

fue la caída de Málaga a comienzos de febrero el hecho que tuvo aún consecuencias políticas más negativas. Aquel momento fue el punto de partida de todas las diatribas comunistas contra Caballero, sus colaboradores militares y su política de guerra.

los proyectos militares de Caballero se acabarían vertiendo, sobre todo, en la idea largo tiempo sostenida de una ofensiva sobre Mérida, partiendo precisamente del Centro, que siempre creyó decisiva porque su éxito representaría la partición en dos del territorio enemigo en el Oeste, revirtiendo las cosas a su situación en los primeros momentos de la guerra.

…Por ello encargó al Estado Mayor el estudio de esa operación sobre la retaguardia rebelde «al objeto de cortar al enemigo sus comunicaciones con el Centro».

«Plan P», el ataque a las líneas rebeldes en Extremadura con el objetivo de dividir su territorio en dos, tuvo una larga y algo extraña historia en las filas del Ejército de la República y hubo varias elaboraciones de tal plan, la última de ellas a cargo del general Rojo.

Esto me ha llamado mucho la atención:

 

La resistencia frente a los consejeros soviéticos se desarrolló paulatinamente y parece claro que tenía orígenes diversos. Uno de ellos era ese empeño, por lo demás irreal, en que la dirección de la guerra fuese española

Aróstegui deja claro que la dirección de la guerra del bando frentepopulista no era española. No podía serlo; eso sería irreal. Es decir, Rusia tenía la última palabra en la Guerra Civil española.

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