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Es una cuestión incontrovertible que quienes conspiran para fragmentar, erosionar y descomponer el éthos de una Nación Histórica, persiguen la idea de control de las sociedades sobre las que se ciernen sus artes de dirección de masas más sibilinas. Son muy eficaces en su reptiliana labor. Se procura atomizar las sociedades, erradicar su sentido y objeto como comunidad antropológica, desligándolas de su pasado, haciendo tabla rasa de su cultura y religión, y privándolas hasta de su naturaleza más sustantiva que da razón de su ser, eliminando sus lazos estructurantes. Una vez destruidos todos sus pilares fundantes los sujetos que componen esas sociedades naturales dejan de tener arraigo, son manipulables y orientables hacia metas generadas “ex novo”
Las naciones, por su propio fundamento originario tiene su estructura cognitiva y de organización de sus fundamentos de ser en cinco pilares: las costumbres, la familia, la antropología cultural, el derecho consuetudinario basado en las formas tradicionales de organizar su comportamiento colectivo, la moral de grupo y los elementos de identificación como comunidad, es decir su estructura cognitiva. Las fuentes de su derecho positivo han de tener como soporte todos esos configuradores de algo que es heredado y transmitido de generación en generación. Cuando se rompe esa superestructura fundante sobre la base del consenso ocasional, se generan las condiciones precisas para que la nación; como concepto derivado del semantema “nacer”, es decir, dar luz o engendrar, ser generado mediante un origen y un proceso; desaparezca en orden a elaborar desde la tabla rasa un nuevo ente cuya naturaleza sea artificial y carezca de los ingredientes que le den forma natural. Sin tradición no hay progreso. Nada surge por el azar o la generación espontánea.
Desde el nacimiento de la actual Constitución del 78 la palabra “consenso” se ha sacralizado. Parece que contravenir esa idea corresponde a mentes poco democráticas cuando no, como se dice ahora de forma displicente y poco rigurosa “fachas”.
Sin embargo, algo que en principio por su sentido semántico tiene una significación con connotaciones positivas como son los términos “consenso”, “negociación”, puede derivar hacia derroteros perversos.
Voy a poner ejemplos muy de actualidad:
No es legítimo negociar ni acordar la conveniencia de disponer sobre la vida ajena ni interrumpir el proceso natural de la existencia. Caso de la ley de eutanasia ni la del aborto.
No se puede disponer a capricho la fragmentación de una nación histórica en partes generando nuevas naciones fragmentarias sin naturaleza histórica, es decir naciones políticas que desnaturalice o elimine la integridad territorial de esa nación cuyo legado histórico y unidad estamos obligados a conservar por razón de sus componentes fundantes y legado transmitido. La memoria colectiva impide que lo hagamos porque hemos de respetar la sangre derramada de nuestros antepasados en aras de transmitir esa herencia y patrimonio intangible logrado con su esfuerzo y el sumatorio de actos heroicos que no debemos ultrajar.
Nadie tiene legitimidad ni autoridad para vulnerar ni el derecho natural, nacido del orden natural de las cosas; sin perjuicio de nuestras creencias o cosmovisión.
El derecho positivo ha de ser respetuoso con las costumbres, antropología y las verdades consustanciales a nuestra realidad humana, sin tratar de modificar esa realidad por actitudes caprichosas que vulneran la ley natural.
El catedrático emérito Dalmacio Negro, en su “La tiranía del consenso” diserta magistralmente sobre estos principios fundamentales. Afirma que “La fuerza del socialismo siempre se ha debido a la propaganda más que a sus presunciones de cientificidad. Se le puede aplicar sin reservas lo que dice impíamente Carlos Semprún, con alguna exageración al aplicarlo a la izquierda en general: ‘Si la izquierda dijera la verdad no existiría’. Hoy, el socialismo es una ideología de la primera mitad del siglo XIX que ya no significa nada. Agonizante desde hacía tiempo, le asestó un golpe mortal la caída del Muro de Berlín el 11 de noviembre de 1989 y la ‘globalización’ lo está apuntillando. Es una religión de la política, una forma de gnosis, que sólo se sostiene ya como superstición; ha evolucionado teológicamente hacia una suerte de mezcolanza de liberalismo progresista e izquierdismo nihilista y, hacia el laicismo radical, religión del nihilismo como Ersatzreligion, religión sustitutiva.”
Pero sin embargo, la izquierda abraza el planteamiento gramsciano de cambiar de raíz la esencia de nuestras sociedades para manipular a las gentes a su gusto.
Estamos viviendo una convulsión de guerrillas urbanas con la excusa de la libertad de expresión, al igual que encontraron una excusa fútil en Chile para provocar graves disturbios, con muchos daños en el patrimonio público y privado, incendio de iglesias, y heridos en las fuerzas policiales, a su vez maniatadas por políticos que obran en contubernio con ese caos inducido con finalidad perversa. Llegado el momento invocarán el consenso para avanzar en su programa de sovietización de nuestras sociedades y de fragmentación hasta el esperpento de nuestra unidad nacional.
El consenso no se puede alcanzar sobre el logro de metas antinaturales o malignas. La negociación es necesaria, pero no se puede hacer un diálogo para que el delincuente logre sus objetivos de vulnerar el principio del derecho en el que se funda la justicia. Hacerlo es una transgresión inaceptable de la voluntad general, y, por tanto, algo que es ilegítimo y sobre lo que los ciudadanos no solamente tenemos el derecho sino también el deber de oponernos, en declararnos en insumisión.
“En España, el agotado consenso socialdemócrata instaurado en 1978 para sustituir la Dictadura personal de Franco por la impersonal de los partidos, intenta perpetuarse. Atendiendo a los hechos, se puede afirmar que se propone fundar una nueva Sociedad, un nuevo Estado, y una nueva Nación. A tal fin, se aventura ahora a la aniquilación definitiva del éthos tradicional, la Nación Histórica y el Estado Nacional.” Afirma Dalmacio Negro. Y sigue con esta afirmación: “Europa se ha librado de los dos primeros totalitarismos. Pero dejaron semillas abundantes y, es ahora víctima del estatismo de sus gobiernos con la democracia como coartada. Sigue siendo en cierto modo el centro del mundo, pero, inmersa en el totalitarismo ´liberal’ (Robert Spaemann), está en una encrucijada histórica-política tan grave, que si Ernst Jünger decía hace años, que lo más vivo eran sus museos, el cardenal Caffarra reconoce ahora que ‘se está muriendo’ y son cada vez más los que piensan de manera parecida”
“Todo socialismo busca implantar la verdadera democracia, die wahre Demokratie, la sociedad perfecta, como la meta de la historia (Vid. Hornung: 2000, 31ss), mediante la ingeniería social y la utilización de la técnica casi exclusivamente con esa finalidad, consuma el abandono por Hobbes de la tradición política originaria de Grecia, Roma y Jerusalén, que, por cierto, no es universal” (Vid. Pereira, 2015: 106ss). Hoy esto lo comprobamos en toda su extensión en los acuerdos del Foro Davos que tan orgullosamente lucen en sus solapas las máximas magistraturas de nuestro país con la Agenda 2030. La tecnología arrasará la dignidad humana hasta llevará la humanidad a un nuevo esclavismo. Y la izquierda, que no respeta la naturaleza del hombre y su sentido ontológico, no tiene obstáculos para avanzar en esa despersonalización del ser humano.
Ni el consenso es la base de todas las cosas ni se debe llegar a acuerdos sobre razones o pretextos de componente inmoral.
“La idea del derecho natural presuponía un concepto de naturaleza en el que se entrelazaban la naturaleza y la razón y en el que la naturaleza misma era racional”. (Ratzinger, 2005: 75). “La idea del derecho después de la Segunda Guerra mundial, la respuesta sobre los fundamentos de la legislación parecía clara. En el último medio siglo se dio un cambio dramático y el Derecho Natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico”. Discurso también de (Benedicto XVI, 22. IX. 2011). Citado en “La Tiranía del consenso”, Dalmacio Negro.
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