23/01/2025 01:00

Castilla estaba comenzando el reinado de Fernando IV. A Fernando IV la Historia habría de llamarle el Emplazado, porque muriendo acudió, puntual y en el plazo marcado, a la cita que con él fijaron a voces dos condenados injustamente a muerte antes de ser despeñados. El Emplazado rey de Castilla, en aquellas fechas acababa de pedir cuentas a su cauta y sabia madre ante las Cortes de Medina del Campo sobre su actuación durante la Regencia por ella desempeñada.

Tan solo hacía diez años que la comunidad judía había llegado a la ciudad de Ávila conducida por el rabí Zenton. El espacio limitado por la muralla, la actual Puerta de la Santa, la de Santo Domingo y la del Puente, fue en el que los semitas se asentaron.

Durante el año en 1295, ocurrió un hecho singular en Ávila. Un rabino flaco, alto, de mirada obsesiva, luenga barba negra y fina comenzó a profetizar la venida del Mesías. Sus consejos de oración, penitencia y mortificación, poco a poco, fueron calando en el espíritu de sus correligionarios. Sus palabras iban acompañadas de cabalísticas frases, dudosas premoniciones de futuro, extraños gestos y tonos de seudoiluminación. Este rabí consiguió lo que nadie en la historia pudo: Los judíos dejaron de comerciar y negociar.

Cerrados en grandes salones, después de orar, se daban a la mortificación golpeándose unos a otros enloquecidos. Los látigos, palos y demás instrumentos flagelantes tuvieron amplísimo mercado entre los habitantes de la judería. Las bocas eran amordazadas para evitar el desahogo de la queja. Hombres, mujeres y niños se dieron a la purificación para recibir dignamente al Mesías. Todo había de ser rápido ya que la fecha estaba próxima. El último día del mes de abril habría de producirse el acontecimiento.

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Y por supuesto llegó el día.

Ávila lucía un cielo en cuyo seno azul paseaban algunas nubes blancas. La Serrota cubría su cumbre con una boina de nieve. que le llegaba hasta mediadas sus empinadas laderas. Las calles se habían despertado. Las gentes comenzaban la jornada.

Todos los hebreos de Ávila vistieron galas blancas. Las familias enteras reunidas en torno a su jefe –que en aquellos lejanos días, era el varón– se dirigieron a la sinagoga más próxima a su hogar. Las calles se estremecían con los dulcísimos cantos que las diferentes comitivas entonaban.

Los rezos susurrantes acariciaban las paredes de las sinagogas de la ciudad en paciente espera. Las oraciones, los cánticos y las meditaciones, perseguían la pureza de ánimo que les hiciera merecedores de la redención mesiánica.

En compacta procesión fluyeron hasta el punto señalado por el rabino.

El rabino abulense subido al adarve del torreón de la muralla que frente a la ermita de San Segundo todavía hoy se encuentra, envolvía el fervor de las gentes en distintos versículos de la Torá. Una multitud piadosa, contemplaba el horizonte infinito y sosegado del Valle de Amblés, permaneciendo absorta en espera de la redentora plenitud.

Algo insólito sucedió.

Lentamente. Muy pausadamente en los albinos pectorales de las vestiduras unas sombras se fueron pergeñando. Unas formas por los hebreos siempre detestadas. Una cruz fue naciendo en cada una de las blancas pecheras. La cruz de Jesús de Nazaret. La cruz que abrazó el Cristo. La cruz que señalaba el Camino; la cruz de la que emanaba la Verdad; la cruz de la que fluía la Vida. La cruz del Mesías. El Mesías que había venido ya hacía 1295 años, y los hombres le crucificamos.

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Con la tristeza anidada en sus adentros; con el desconcierto injertado en sus corazones; con el desconsuelo y la desazón amarrando sus almas, emprendieron el silencioso regreso a sus hogares. Hogares que, a su vez, encontraron señalados con una cruz en cada una de las puertas.

Unos achacaron el hecho a brujería. Otros a satánicos conjuros. Algunos también lo atribuyeron a un milagro.

Uno de estos últimos fue Alonso de Ávila, médico judío que presenció el suceso. Alonso de Ávila convencido del origen sobrenatural del acontecimiento presenciado se convirtió al cristianismo. Alonso de Ávila nos dejó testimonio de .lo vivido por él durante aquella jornada en su obra titulada “Guerra de Dios”. Obra de la cual nos hemos servido para llevar a cabo el relato que aquí concluimos.

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Juan José García Jiménez
Juan José García Jiménez
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