21/11/2024 17:56
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Hoy mi letrado me ha hecho llegar «algo» del Tribunal Supremo que a mí me ha hecho pensar y recordar un dicho de Santa Teresa de Jesús.

Qué gran verdad es que de una desgracia Dios puede sacar algo positivo. Santa Teresa de Jesús lo supo expresar mejor que nadie con la frase lapidaria «Dios escribe derecho con renglones torcidos». Así, lo que aparentemente parece una desgracia, un contratiempo, un fastidio… al cabo de los años y con la distancia lo vemos desde otra perspectiva y ya no nos lo parecen tanto. Seguro que las preocupaciones que uno tenía hace 10 años -por decir un tiempo- no son las mismas que las que uno tiene en la actualidad. Nos centramos siempre en el presente, el aquí y el ahora, absolutizándolo y con poca capacidad de relativización.    

Supongo que la explicación desde una perspectiva no creyente a este fenómeno es que el ser humano es consciente de que «no hay mal que cien años dure» y nuestra mentalidad termina superando las contrariedades de la vida con la capacidad humana que los psiquiatras y psicólogos contemporáneos denominan «resiliencia «.

No obstante, desde una perspectiva de fe a la que yo me adhiero, prefiero pensar que formamos parte de un plan divino, incomprensible para nuestras mentalidades finitas. Según este parecer, los momentos en que nuestra fe es probada a través de distintos acontecimientos son precisamente una posibilidad que se nos brinda para fortalecernos interiormente y demostrar nuestra confianza en Dios. Así al menos intento yo ir encajando los duros golpes que la vida me va proporcionando con el transcurso de los años.

Una historia para pensar ahonda en esta idea. Actualmente está siendo muy utilizada en técnicas de empresa para invitar a los trabajadores a salir de la «zona de confort» en la que habitualmente nos movemos y adentrarnos en lo desconocido, en el ámbito de la creatividad y la innovación. Creo que también tiene una lectura espiritual evidente y por eso la quería compartir:

Un maestro paseaba con su discípulo cuando llegaron a un poblado muy pobre. Visitaron a una familia del lugar, que los recibieron con ropa vieja y maloliente. Les explicaron que no obstante fueran humildes se sentían afortunados de tener una vaca, gracias a la cual podían sobrevivir a pesar de sus precarias condiciones.  El padre de la familia dijo que bebían la mitad de la leche que les proporcionaba cada día, y la otra parte la vendían a cambio de otros alimentos en una ciudad vecina. 

Cuando se marcharon del lugar, el sabio le dijo al joven discípulo: «coge la vaca de estos señores y lánzala por el precipicio». El joven no lo entendió, pero lo hizo. 

Unos años después, remordido de culpa por haber realizado aquello, decidió volver a aquel poblado. Cuando llegó se sorprendió al encontrarlo repleto de jardines, tiendas y fuentes. Parecía un lugar totalmente distinto, y también le extrañó que la casucha donde había estado en su día visitando a aquella familia era una casa bonita. Se horrorizó imaginando cómo aquella familia, tras perder a su vaca, habrían tenido que vender su casa y marcharse. 

Preguntó entonces a un hombre que vio junto a la puerta: «¿Sabe dónde puedo encontrar a una familia que vivía aquí hace unos cuatro años?» a lo que el hombre le contestó: «Somos nosotros». 

El joven, extrañado, le preguntó: «¿Cómo lo hicieron para cambiar de vida?» y el hombre le contestó: «Teníamos una vaca que murió, y entonces tuvimos que arreglárnoslas para sobrevivir de otra manera. Montamos un negocio que ha funcionado bien y ahora nos sobra de todo».

Por otra parte, para que el lector se aclare sobre este dicho, y como corolario del trabajo de Torcuato Luca de Tena, «Los locos son una terrible equivocación de la Naturaleza; son las faltas de ortografía de Dios»

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«Los renglones torcidos de Dios» es una novela, a cuento de lo que estamos hablando e hilándolo con el presente, del escritor Torcuato Luca de Tena publicada en 1979 que nos maravilla con la profundidad con la que explica el dicho. En ella se narra la historia de Alice Goulg, una inteligente y atractiva investigadora privada que ingresa en un hospital psiquiátrico por propia voluntad para esclarecer un caso de asesinato.

Para escribir la novela, su autor visitó numerosos sanatorios mentales. Incluso, simulando una psicosis depresiva, ingresó en una institución psiquiátrica y convivió, durante 18 días con los enfermos mentales allí ingresados. Testigo directo de la impagable labor realizada por la clase médica, «unos hombres y unas mujeres heroicos y sufridos cuya profesión era atemperar los dolores ajenos», Luca de Tena les dedicó el libro con estas emotivas palabras:

«Los renglones torcidos de Dios son, en verdad, muy torcidos. Unos hombres y unas mujeres ejemplares, tenaces y hasta heroicos, pretenden enderezarlos. A veces lo consiguen. La profunda admiración que me produjo su labor durante mi estadía voluntaria en un hospital psiquiátrico acreció la gratitud y el respeto que siempre experimenté por la clase médica. De aquí que dedique estas páginas a los médicos, a los enfermeros y enfermeras, a los vigilantes, cuidadores y demás profesionales que emplean sus vidas en el noble y esforzado servicio de los más desventurados errores de la Naturaleza.»

Aunque se han cumplido ya más de cuarenta años de la publicación de Los renglones torcidos de Dios, la historia de Alice Gould sigue gozando del apoyo de los lectores. Una gran novela que está llamada a convertirse en todo un clásico. Muy recomendable, del que dejo estos dos párrafos:

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«¡Ah, qué terrible es el sino de los pobres locos, esos «renglones torcidos», esos yerros, esas faltas de ortografía del Creador, como los llamaba el Autor de la Teoría de los Nueve Universos, ignorante de que él era uno de los más torcidos de todos los renglones de la caligrafía divina!»

Heliodoro le resultaba, afectivamente, más lejano que los miles de millas físicas que les separaban. En cambio, ahí, al alcance de su vista y muy cerca de su corazón, estaban el pequeño Rómulo, al que quería enseñar un oficio, y la Niña Pendular, con la que quería llegar a comunicarse de mente a mente y hacerla sonreír, y Teresiña Carballeira, cuyo taller de bordados visitó, y Cosme el Hortelano, al que le unía no sólo la gratitud, sino la comunidad de anhelos, ya que pensaba imitar su ejemplo y dejar todos sus bienes al hospital. Allí estaba la Mujer Percha, con las llagas producidas en sus piernas por la incontinencia, que merecía ser cuidada, y don Luis Ortiz, que merecía ser consolado, y Candelas, la Mujer del Rincón, a quien ya era hora de que se le levantase su eterno castigo. Y unos hombres y unas mujeres heroicos y sufridos cuya profesión era atemperar los dolores ajenos. «Dios escribe derecho con renglones torcidos», pensó. Ésa es mi casa y ahí quiero vivir y trabajar hasta el final.»

Hay que darle tiempo al tiempo cuando se trata de enderezar renglones torcidos.

Autor

REDACCIÓN