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Nace José Luis en Cambre (La Coruña) el 14 de Julio de 1916. Hijo de Manuel Gómez Costas y de Elena Díez-Miranda Catoira. Son cuatro hermanos José Luis, Isabel, Elena (fallecida prematuramente a los ocho años a consecuencia de una septicemia producida por el corte sufrido en un gallinero al no haber penicilina en la época) y Manuel, el pequeño de los cuatro.

El padre, ingeniero de caminos que trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas, falleció el 26 de noviembre de 1928, cuando José Luis, el hijo mayor, tenía tan sólo 12 años quedando la madre viuda muy joven y con cuatro hijos a su cargo. José Luis quedó en situación de “cabeza de familia” y ello hizo desarrollar tempranamente su sentido de la responsabilidad. Al no haber en aquella fecha Seguridad Social (fue una obra del Régimen de Franco) la familia se vio inmersa en una situación de penuria económica, por lo que fue acogida por un tío sacerdote que era el abad de Petelos (Pontevedra).

De joven con su adorada madre Dña. Elena (Ella toda una luchadora de las de entonces)

Iniciados sus estudios, y dadas las dificultades económicas de la familia ya apuntadas, José Luis copiaba los libros que le prestaban sus compañeros, en vez de comprarlos y a su vez tomaba apuntes, de los que hacía copias para venderlos a otros compañeros.

De vuelta la familia a La Coruña, fue en esta ciudad donde José Luis, apenas cumplidos los 16 años, se afilió a la Falange y al producirse el Alzamiento Nacional, (cuatro días antes de que cumpliera los 20 años) se alistó en las Columnas Gallegas.

Por su parte, el hermano pequeño (“Lolo”) escapó de casa y se embarcó en un “Bou”, los pesqueros artillados que con base en la Zona Nacional patrullaban el Cantábrico en misiones de reconocimiento y no pocas veces de combate.

Por ser menor de edad fue desembarcado, pero lo intentó nuevamente y esta vez consiguió seguir a bordo y tomar parte con su bou en la liberación de Bilbao. Terminada la guerra ingresó en la Escuela Naval Militar terminando su carrera como Capitán de Navío.

De Alférez Provisional durante la Cruzada

Al finalizar la guerra, José Luis era ya alférez provisional de artillería y –a la vista de su magnífica hoja de servicios durante la campaña— fue llamado para hacer los cursos de transformación de oficiales, saliendo teniente efectivo de artillería con muy buenas calificaciones.

Poco antes de su incorporación a la División Azul ascendió a capitán, grado en el que se encuadró en la unidad expedicionaria procedente del regimiento de Artillería Nº 48.

En Rusia perteneció a la 13ª Compañía del Regimiento 262 (batería de acompañamiento).

Había cruzado la frontera española el 17 de junio de 1942 y estaba encuadrado en la DEV (División Española de Voluntarios) desde el 3 de mayo.

Moriría heroicamente en la batalla de Krasny Bor, como queda reflejado en los diversos informes y en el emotivo parte-propuesta para la concesión de la Medalla Militar Individual, donde se consigan que pistola en mano abandonó el observatorio y se dirigió al lugar de mayor peligro, amenazado ya por el enemigo que se encontraba a escasa distancia a punto de asaltar las piezas. Al salir del observatorio arengó a sus artilleros diciendo: “Ha llegado el momento de que cada uno dé por España todo lo que pueda” y concluye el instructor del expediente “Su posición no fue enemiga mientras permaneció en ella el cadáver del capitán Gómez Díez”.

Junto a su capitán quedaron muertos “al pie del cañón” todos los sargentos y la mayor parte de los soldados. Previamente las piezas habían sido voladas ante la posibilidad de que cayeran en poder del enemigo. No obstante, gracias a la determinación y el coraje del heroico capitán José Luis Gómez Díez-Miranda, la posición no fue ocupada por el enemigo, lo que permitió evacuar a muertos y heridos, evitando además la captura por los rusos de los pocos sirvientes de las piezas que habían sobrevivido a la preparación artillera con que los rusos habían iniciado la batalla, así como al posterior fuego del asalto a la línea de piezas.

Parte-propuesta de concesión de la MMI

Leyendo la propuesta para que se le conceda la Medalla Militar Individual, es fácil imaginar la escena de los últimos momentos del capitán Díez-Miranda.

Tras una brutal y larga preparación de la artillería rusa, (AQUÍ UN EJEMPLO REAL EN VÍDEO) que se inició aquel amanecer del 10 de febrero de 1943, en el sector de Krasny Bor, las posiciones españolas habían quedado prácticamente pulverizadas, y no solo las trincheras de primera línea ocupadas por la infantería, también, más a retaguardia, los despliegues de la artillería divisionaria machacados por un eficaz fuego de contrabatería enemiga.

Como podemos apreciar leyendo la carta póstuma del capitán Gómez Díez-Miranda a su madre, muchos comprendieron que había llegado su última hora, el momento de darlo “Todo por la Patria”: “Ha llegado el momento de que cada uno dé por España todo lo que pueda” fueron las palabras del capitán Gómez Díez y resulta evidente que en tan dramáticos momentos ese “todo” no podía ser otra cosa que la vida, su único patrimonio junto a la fama y el honor: “Fama, honor y vida son, caudal de pobres soldados”, que dijera Calderón de la Barca.

Pero puestos ya en situación al revivir aquel combate, volvamos a la acción del heroico capitán gallego. Las primeras líneas defensivas habían cedido, o por decirlo más propiamente, habían desaparecido. El enemigo avanzaba impetuoso irrumpiendo en las posiciones españolas, pero no era un “paseo militar” como tenían previsto tras haber pulverizado las defensas con la preparación artillera. Pequeños núcleos aislados se defendían rodeados de muertos y heridos. Habían perdido el enlace, no les llegaban órdenes… ¡no podían llegarles! Oficiales y suboficiales estaban muertos, y las líneas telefónicas del despliegue defensivos estaban cortadas. Pero fue entonces cuando las órdenes surgieron de la propia conciencia del soldado español. De “su propio honor y espíritu”. Y aquello fue lo que permitió que el frente no se derrumbara como había previsto el mando ruso, que tenía ya preparada la “explotación del éxito”. La jornada de Krasny Bor fue, desde el punto de vista militar, una incuestionable y magnífica victoria defensiva, como ha demostrado sobradamente historiadores de la categoría y rigor de Carlos Caballero Jurado en su insuperable libro “Morir en Rusia” o ya en un plano técnico Salvador Fontela en el libro “Los combates de Krasny Bor”.

El Cap. Gómez Díez de pie el segundo por la izquierda

Pues bien, esta lección de pundonor militar fue posible gracias a acciones heroicas como la del capitán Gómez Díez-Miranda.

El coronel Carlos Boado Quijano, quien ha estudiado como nadie la operación desde el punto de vista de los abrumadores medios de combate empleados por el ejército soviético y ha comparado estos combates de Krasny Bor con otros similares sostenidos por el ejército alemán, o por otras fuerzas europeas que combatieron encuadradas en él, ha llamado a esta heroica jornada “la batalla de los capitanes” pues fueron ellos, con su ejemplo y ascendiente sobre su hombres, los que hicieron el milagro de resistir. Unos, como el protagonista de esta semblanza, ofrendando su vida y otros, como el legendario capitán Palacios, pagando el elevado precio de ser durante once años “Embajador en el infierno”. Nada pues debe extrañar, que cuando los interrogadores rusos querían torcer la voluntad de un soldado prisionero, para que colaborara con el Ejército Rojo, diciéndole que si no lo hacía no volvería a ver a su familia, aquel contestara: “Yo no tengo más familia que en España a mi madre y en Rusia a mi capitán”.

Carta del Cap. Castro Caruncho de 24 de febrero de 1943

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Sabemos por el relato del hecho que figura en el parte-propuesta para la concesión de la Medalla Militar y por la carta que escribió el capitán Víctor Castro Sanmartín (jefe de la posición de la fábrica Bosikorowo y que estaba con Díez-Miranda en el observatorio) al comandante Ricardo Castro Caruncho, para que diera la noticia de la muerte a su madre, que el capitán Gómez Díez-Miranda había permanecido en el observatorio dirigiendo personalmente el fuego de la 4ª Sección de su batería, haciendo fuego de detención sobre las fuerzas rusas que avanzaban, pero al ver que el enemigo estaba a punto de llegar a la línea de piezas y sabiendo además que la sección no tenía oficiales y sólo disponía de sargentos, decidió acudir al que, sin duda, era el puesto del honor “el de mayor riesgo y fatiga”.

Aunque es una digresión, es preciso consignar aquí que según otras disposiciones el puesto de mayor honor es “el que se desempeña más cerca de S.M.”. Todavía hoy en día algunos siguen manteniendo tan peregrina como decimonónica opinión que podía sólo tener justificación en los tiempos antiguos, cuando los reyes tomaban parte en las batallas y aún era frecuente verlos en lo más recio del combate. Pero resulta evidente que seguir manteniendo que el “puesto de mayor honor” es el que se desempeña más cerca de Su Majestad, es un anacronismo de evidente connotación cortesana y por ello diametralmente opuesto al espíritu del verdadero soldado, que sigue considerando como más meritorio y por ello de mayor honor el puesto de “mayor riesgo y fatiga” aunque tenga menos “baremo”.

El Cap. Gómez Díez a la derecha

Pues bien, el capitán, ante un caso dudoso como era permanecer en el observatorio, o acudir al puesto de mayor riesgo, opta por “lo más propio de su honor y espíritu”. Pide permiso al jefe de la posición para abandonar el observatorio, de cuya defensa se encargará su compañero, el capitán Víctor Castro Sanmartín, y acude veloz a las piezas amenazadas. “A campo a través, para llegar más rápido” (es decir, sin utilizar los caminos cubiertos y ramales de trinchera que unen las diferentes posiciones). Acude entre lo más recio del fuego cruzado que sostienen atacantes y defensores. Es preciso decir, que tras la intensa y prolongada preparación artillera esos caminos cubiertos estarían en muchos puntos derruidos y cegados, con toda probabilidad obstaculizados con muertos y heridos, y en la situación creada su presencia en sus piezas amenazadas era prioritario, pues su caída en poder del enemigo era inminente y no cabían demoras.

Al llegar encontró que todos los sargentos estaban muertos, como la mayoría de los sirvientes de las piezas, y que los rusos estaban ya a la vista “a ciento cincuenta metros”. Es de suponer el estado de ánimo de aquellos artilleros en situación tan crítica. Pero seguían “al pie del cañón”, no habían retrocedido, no habían abandonado las piezas, ni a sus sargentos y camaradas muertos o heridos… y de pronto vieron como una aparición, llegar a su capitán entre el diluvio de proyectiles ¡cuando se sentían ya solos y desamparados!

Es fácil imaginar la escena. Rebrotó la moral de lucha. No “la fe en la victoria”, que en aquella situación se hacía ya imposible para ellos, pero sí el pensar que tal vez con su sacrificio pudieran contribuir a que resistieran otras posiciones. Ya hemos dicho como el capitán Gómez Díez-Miranda al salir del observatorio arengó a los soldados que habían quedado allí. ¿Qué habría dicho entonces a sus hombres al llegar en situación tan dramática y apurada a la línea de piezas? Quienes tengan experiencia de la máxima tensión del combate, saben que las frases lapidarias se pronuncian con la serenidad de ánimo que, en los valientes, precede a la acción; cuando se está dispuesto a morir por la causa. Pero en el fragor del combate no son las palabras la que arrastran, es el ejemplo personal, si acaso acompañado de algún exabrupto que en el caso bien pudiera ser “¡Duro con ellos rapaces, que vean que somos españoles!” o simplemente “¡Leña a estos cabrones!”. 

El Cap. Gómez Díez segundo por la izquierda

Pero fue el caso que la presencia de su capitán hizo que los escasos supervivientes reavivaran el fuego contra los rusos, obligándoles a detenerse y a ponerse a cubierto. Dio orden entonces de que se volaran las piezas, como es preceptivo antes de que caigan en poder del enemigo. Y se dispuso a perecer con sus hombres, como buen artillero “al pie del cañón”. Evidentemente en situación tan crítica no se puede estimular el coraje de los hombres sin arriesgarse (redactando órdenes o dando consignas desde el fondo de una trinchera) y el capitán se movía por aquel escenario con valentía y honor como si el nutrido fuego que cruzaba en todas direcciones no fuera con él, como si su muerte no estuviera ya escrita en las estrellas… a pesar de haberla presentido en la víspera de la batalla.

El balazo es certero. Le acierta de lleno en el corazón. En el certificado de defunción el capitán médico D. Francisco Mallol de la Riva dice con el frío lenguaje facultativo: “ingresó cadáver presentando una herida de arma de fuego a nivel de la tetilla izquierda”. Y su compañero, aquel que lo despidió en el observatorio cuando marchó a encontrarse con su destino, lo refiere con más sentimiento: “Defendiendo sus piezas cayó con el pecho atravesado por un balazo” y añade “No debió serle muy difícil encontrarle el corazón, que a José Luis no le cabía en el pecho”.

Telegrama oficial a la familia comunicando el fallecimiento del capitán Gómez Díez

Pero su heroico sacrificio no fue en vano. Como recoge el parte-propuesta que eleva el capitán D. Víctor Castro Sanmartín “Con su comportamiento heroico permitió que un pelotón de zapadores de la sección del teniente Corrochano ocupase una trinchera que dominaba las piezas, con lo que el enemigo quedó fijado y su posición no fue enemiga mientras permaneció en ella el cadáver del capitán Gómez Díez”. Y podría añadirse: de alguna manera, como El Cid, ganó su última batalla después de muerto.

Dña. Elena

Junto a la extensa correspondencia desde Rusia, dirigida la mayor parte de ella a su madre, y que indefectiblemente comienza con “Querida mamaiña” tenemos un documento de extraordinario interés histórico y humano. Además de fuertemente emotivo.

Se trata de su carta póstuma que, aunque no está fechada –como lo están todas las demás– está escrita la noche del 9 de febrero de 1943, horas antes de que comenzara la batalla. Es curioso que sea la única sin datar, tal vez por la prisa, o por el mismo dramatismo de la despedida. Porque es una carta de despedida.

En la emoción profunda que suscita su lectura, llega a pensarse que no tiene fecha porque no la necesita. Porque al mismo tiempo que carta póstuma, es atemporal y eterna. Es una despedida de sus seres queridos hasta el postrer encuentro.

No es preciso tener una especial sensibilidad para adentrarse en el alma y los sentimientos del capitán José Luis Gómez mientras la redactaba… ni en los de su madre cuando la leyó. De hecho, puede observarse como la tinta aparece diluida en algunas zonas, sin duda por las lágrimas que vertió sobre la carta mientras leía.

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Carta póstuma anverso

Esta es su transcripción literal:

“Querida mamaiña: Esta carta tiene dos destinos, los dos bellos y tremendos. O hundirse en el puente Internacional de Irún, cuando vuelva a casa o que la recibas tú, un día, con mi uniforme, mi diario, mi cartera y quizás una Cruz de Hierro trasnochada cuando yo ya no esté aquí.

Había pensado no escribirla y también escribir varias, pero es absurdo. A nadie en el mundo quiero como a ti y para ti debe ser esto, escrito una noche en la que esperamos ataque ¿comprendes tú esta tensión? Y que no sé exactamente que podrá pasar mañana.

Me parece que en estos momentos no estoy en gracia de Dios, pero espero que me perdone todos mis pecados, los confesados y los otros.

Mamá, te he dado pocos disgustos en mi vida. Creo que este será el mayor. Y no es tanto. Al fin y al cabo se muere sólo una vez, y yo me he muerto cuando todo en la vida me sonríe. Todo menos Pila!!! (1)

Carta póstuma reverso

Si la ves, dile que me he muerto enamorado de ella, mucho más enamorado de lo que nunca pude sospechar. Por si se toma muchas ínfulas, dile que la culpa la tiene la terrible monotonía de la guerra. (2)

Y Isabel que se case y que sea feliz, que a su primer hijo le llame José y que creo que es la mujer más adorable de la tierra.

Queda Lolo. Bueno, rapaz, esto te obliga a mucho. Hazte un buen submarinista y ¡ojalá logres hundir al Nelson! Te doy el mismo consejo que me dio a mi tu padre al morir “se bueno y piensa en mamá”.

Y a ti mamaiña que no me llores; sé falangista, endurece ese ánimo y a pensar en ese nieto que será como yo rubio y al que quiero que hagáis como yo, artillero.

Un abrazo

José Luis”.

 Se hace inevitable un breve análisis de este documento.

La carta comienza trasmitiendo a su madre la incertidumbre sobre su inminente destino. Siente la necesidad de hablar con ella y decirle cuál es su estado de ánimo, porque sabe de forma fehaciente –como lo supieron todos los divisionarios— que al amanecer del día siguiente su vida estaría pendiente de un hilo. Pero por un instante piensa que tal vez no le llegue la muerte y al regresar a casa echará la carta al río Bidasoa, sin que su madre llegue a saber nunca la angustia con que le escribió la noche del 9 de febrero de 1943 desde Rusia.

No obstante también piensa en la otra posibilidad, el que vaya a morir y en tal caso quiere que esa carta sea la despedida. Curiosamente y a partir de ese momento, como si tuviera ya la certeza de su próxima muerte, como si de una premonición se tratara, toda la carta se transforma en un adiós. En las siguientes líneas ya no queda ni rastro de duda sobre la posibilidad de salir con vida. Se despide de sus seres queridos, uno por uno, para todos tiene unas palabras y consejos. Los disgustos de enamorado le dejan paso a una verdadera declaración de amor que es sentida y cierta, por estar manifestada en unos momentos en que sabe que sus palabras son para la posteridad… Porque son sus últimas palabras y “eternas” como se encarece al verdadero amor.

A su madre le pide fortaleza, y lo expresa de forma lacónica, pero no deja lugar a dudas sobre el ideal que les une: “Sé falangista”. Y termina poniendo en evidencia que es, y se siente por encima de todo, un artillero español. Por ello quiere ver continuado tan alto honor en el sobrino que habrá de llevar su espíritu.

Concesión, en 1945, a título póstumo del distintivo de fundador del SEU

Posiblemente, mientras redactaba esta última emocionante carta, pasaban por su mente las estrofas del himno de artillería: “Y cuando luchando a morir lleguemos, antes que rendidos muertos con honor”.

Y fue consecuente. A pesar de su premonición, al día siguiente no hurtó el cuerpo al peligro y llegado el momento acudió raudo junto a sus hombres. Donde lo demandaba el honor.

Por otra parte ¿qué emociones suscitaría en la madre, Elena Díez-Miranda Catoira la noticia de la muerte del hijo y la lectura de esta carta? Desde joven la vida había sido muy dura con ella, perdió al marido siendo todavía muy joven, luego a su hija Elena con ocho años… Ahora al hijo mayor.

Nadie le ahorraría el sufrimiento, aunque sabemos que quiso cumplir la última petición de José Luis, y cuando el dolor pudo dejar paso a otros sentimientos, se sintió orgullosa de haber dado un hijo que, tras luchar por “Una España Grade y Libre” en la guerra española, dio la vida en Rusia –también por España— en la “Cruzada Europea contra el bolchevismo”.

Y ese orgullo y fortaleza de madre falangista, lo cumplió trasmitiendo a sus hijos y nietos el recuerdo de la gesta. Y así, gracias a Isabel Catoria Gómez (sobrina del héroe) que por haber oído tantas veces a su madre hablar con orgullo y cariño de su hermano José Luis muerto en la División Azul, ha guardado con veneración sus cartas, fotos y documentos de su tío, ha sido posible realizar en su honor esta pequeña semblanza.

José Luis vive ya la vida que no acaba “en feliz recompensa por su entrega”.

Pero también, como dijera el poeta “Los muertos no mueren nunca mientras alguien los recuerda”.

Cementerio divisionario. Como en vida, el Cap. José Luis Gómez Díez-Miranda en primera línea

Publicado originalmente en la Revista Ares Nº 42 y en El Español Digital

En varias cartas a su madre de la extensa correspondencia, bromea con ella sobre que “Pila” (su novia Pilar) lo tiene olvidado y le escribe poco. En la carta fechada el 13 de agosto de 1942 le dice: “En Rusia a las vacas les llaman Karovas y yo me pregunto si estoy haciendo el karovo”. Y en otra carta (6 de febrero de 1943, tres días antes de la póstuma) dice: “Pila me tiene escamodovich, hasta el límite de palparme todos los días la frente por si acaso”.
Por el texto de las cartas se ve que también la novia, Pila, se quejaba de que él le escribía poco y por eso había optado por no hacerlo con la frecuencia del principio. En la carta de 6 de febrero, José Luis se queja de que “llevo dos meses sin recibir sus cartas y estoy cansado de hacer el canelo”. Pero tres días después, ante la inminencia de una muerte que presiente, deja constancia de que muere enamorado de ella y le pide a su madre que justifique su escasa comunicación con la novia por “la terrible monotonía de la guerra”.

Autor

REDACCIÓN