29/09/2024 14:34
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Mal día para los patriotas. Mal día para España. Mal día para la memoria de uno de los personajes más nobles de nuestra historia. Félix Bolaños, el nuevo “hombre fuerte” del PSOE, ha anunciado que planea exhumar la tumba de José Antonio Primo de Rivera. Lo dice el mismo individuo incalificable —al menos sin incurrir en un delito— que supervisó una operación semejante con Franco. Lo dice alguien que, en la Historia de España, es apenas un insecto de tantos en la suela de la bota de José Antonio. Lo que no supo ganar el PSOE en la guerra lo quiere ganar ahora falseando la historia. Los complejos que un político mediocre no puede exorcizar por sí solo los pretende proyectar en el derribo de una figura que muchos tenemos por un referente. La pregunta es si nosotros, los últimos defensores de la verdad histórica, vamos a permitirlo. Al resto de la sociedad el pasado y los héroes que han garantizado la existencia del presente, parecen no importarles. ¿Y a nosotros?

El PSOE pretende profanar la tumba de José Antonio. El partido que más hizo por alcanzar la Guerra Civil quiere la revancha histórica contra sus enemigos, hoy muertos, que le vencieron con honor en el frente hace casi un siglo. Después de profanar el cuerpo de Franco, que les ganó militarmente, quieren profanar el cuerpo de José Antonio, que les ganó en lo espiritual. Porque José Antonio representa el buen cristiano en la política: justo aquello que los socialistas más desprecian. Los mismos que piden cuartos para buscar el cadáver de García Lorca, que murió fusilado como su amigo íntimo José Antonio, se dedican a remover y transportar los huesos de los muertos. Con ello pretenden saciar su resentimiento social e ideológico al tiempo que desviar el foco de atención de donde se encuentra ahora: en que han incumplido los derechos constitucionales de más de cuarenta millones de españoles. Con la nefasta “Ley de Memoria Democrática”, que solo agrava lo que ya iniciara Zapatero con la “Ley de Memoria Histórica” que éste promulgó para saciar su sed de venganza por la muerte de su abuelo, el Gobierno de Pedro Sánchez pretende sobrevivir hasta las próximas elecciones generales. A toda costa quieren evitar unas elecciones anticipadas que hace mucho que deberían haber convocado; y ese “a toda costa” implica demonizar la figura y profanar la tumba de uno de los mayores patriotas que ha tenido España. Un hombre cuya profundidad intelectual, calidad retórica, entidad moral y categoría personal está más allá de toda duda para quien ha estudiado historia sin las anteojeras espurias del actual sistema educativo. El fin último de este proyecto orwelliano es borrar la memoria de media España —de la España que venció justamente y perdonó desde la fe a sus enemigos—, para desterrarlos moralmente de la sociedad y desacreditarlos en terreno político de forma que no puedan arrebatarles las elecciones jamás. Es lo que todo gobierno social-comunista ha hecho siempre al alcanzar el poder.

En Antígona, Sófocles dramatiza como Creonte, victorioso en la guerra, se niega a dar sepultura a sus enemigos. Antígona, en principio un personaje secundario en la historia, alcanza un intenso dramatismo al empeñarse en conseguir un entierro digno para su hermano Polinices, derrotado en la batalla. Ese respeto sagrado por los muertos queda también evidenciado en otro clásico: La Ilíada. El libro acaba con el abrazo de Aquiles y Príamo que certifica el entierro —con su consecuentes días de luto y los ritos funerarios pertinentes— del hijo del segundo, Héctor, muerto en duelo singular. Para los antiguos griegos, como para cualquier otra cultura decente, los muertos son sagrados. No así para el PSOE. Porque los bárbaros carecen de cualquier atisbo de dignidad. Tampoco nosotros debemos otorgarles la nuestra. Antígona escogió la muerte antes de claudicar en la lucha por el respeto de los muertos. Príamo se arriesgó a ser ejecutado al internarse en mitad de la noche en el campamento aqueo para dialogar con Aquiles. Si no luchamos por lo que es sagrado, no podremos quejarnos por haber acabado viviendo en un auténtico Infierno.

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Guillermo Mas Arellano