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3. Cuando había obispos valientes que defendían a sus fieles

Pero volviendo a la cuestión de la eugenesia y la eutanasia en la Alemania nacional-socialista, Clemens Von Galen, el obispo de Munster, supo de estas actividades gubernamentales en el verano de 1940 y se sumó a las protestas realizadas por el cardenal de Colonia y otros obispos. Sin embargo, las actividades de «selección», que habían comenzado en el este de Alemania siguieron su curso y se extendieron a Westfalia en febrero de 1941. Al mismo tiempo la Gestapo continuó confiscando conventos y expulsando de ellos a los religiosos. Von Galen respondió desde el púlpito de su catedral con tres sermones, pronunciados en tres domingos consecutivos, cuya claridad supera todas las cartas pastorales, sermones y diversas intervenciones que el episcopado alemán publicara durante los doce años de gobierno nazi.

Así, el 13 de julio decía: «Los ciudadanos alemanes se enfrentan indefensos y desprotegidos al poder de la Gestapo. ¡Totalmente indefensos y desprotegidos! Muchos miembros del pueblo alemán lo han experimentado en su propia carne en los últimos años. Nadie puede estar seguro de que un día no le saquen de su casa, le quiten la libertad y le lleven a los “torturaderos” (sic) y campos de concentración de la Gestapo. Soy plenamente consciente de que eso puede suceder hoy, que me puede suceder a mí mismo. Como no conocemos ningún camino para controlar las medidas de la Gestapo, en amplios círculos del pueblo alemán se ha extendido un sentimiento de indefensión, de miedo. Por ello, grito a viva voz, como alemán, como honrado ciudadano, como obispo católico: ¡exigimos justicia!».

Cuando el obispo se entera que el primer transporte de enfermos mentales de un sanatorio situado justo a las puertas de Munster se va a realizar el 31 de julio, el 26 de julio se dirige a Kolbow, que es la persona responsable en la Administración: «Este procedimiento no solo es contrario a la letra y al espíritu del Derecho Penal vigente, -y, si Alemania todavía es un Estado de Derecho, debería ser perseguido por la Fiscalía y por los Tribunales-, sino que además la Ley moral natural que Dios ha impreso en la conciencia de todo hombre exige de toda persona no corrupta la máxima: ¡No matarás! A las personas educadas según los principios católicos de nuestra Patria les es patente que los preparativos ordenados por la Administración provincial para matar a inocentes y la participación en el asesinato organizado es un crimen que clama al cielo». El 28 de julio, Von Galen interpuso una denuncia ante el presidente de la Policía de Munster por cooperación al asesinato. No obtuvo respuesta alguna.

Debido también a ese silencio ante sus protestas, el sermón del 3 de agosto de 1941 estuvo íntegramente dedicado a la eutanasia contra los enfermos mentales. Las palabras del obispo causaron un auténtico shock entre sus oyentes: «En el Ministerio del Interior y en las dependencias del presidente de los médicos alemanes, no se niega en absoluto que en Alemania ya se han matado premeditadamente a un elevado número de enfermos mentales y que se ha previsto continuar matando en el futuro. Sin embargo, el n. 139 del Código Penal exige: “Quien tenga conocimiento fidedigno del propósito de cometer un crimen contra la vida y no lo denuncie a tiempo a la autoridad o al amenazado, será castigado”. ¿Solo tenemos derecho a vivir mientras otros nos consideren productivos? Si se concede que los hombres tienen derecho a matar a otros hombres “improductivos”, entonces se daría vía libre a la muerte de todas las personas consideradas improductivas. Es decir, de los enfermos incurables, los inválidos de la guerra y del trabajo, se permitiría la muerte de todos nosotros, cuando la vejez y la debilidad de la vida nos convierta en improductivos. Ninguno puede vivir seguro si cualquier comisión le puede inscribir en la lista negra de los “improductivos”, pues según ella, ya no es digno de seguir viviendo».

Para calibrar en su justa medida la actuación de Von Galen hay que tener en cuenta especialmente el momento en que se pronunciaron sus sermones. En el verano de 1941, cuando Hitler se encontraba en el apogeo de su poder absoluto, las tropas alemanas triunfaban en todos los frentes y en el interior parecía haberse acallado a todos los críticos. Solo en el invierno de 1941-1942 se paralizaría el avance alemán en Rusia y hasta las derrotas de El-Alamein en África (1942) y Stalingrado (1943), en el frente oriental aún quedaba más de un año para que el signo de la guerra comenzara a cambiar.

Durante las siguientes semanas y meses, los sermones -especialmente, este tercero- comenzarán a dar la vuelta al mundo, las emisoras de radio extranjeras leen extractos del sermón, los aviones británicos lanzan ejemplares sobre Alemania. Por todo el país se comienzan a copiar y a repartir clandestinamente las palabras del que por su valentía comienza a ser llamado «el león de Munster». En las altas esferas del Partido Nacional-Socialista Obrero Alemán, el sermón del 3 de agosto causó el efecto de una bomba. Martin Bornmann, secretario particular de Hitler, se planteó ejecutarlo, pero Joseph Goebbels se mostró contrario a hacer mártires católicos durante la guerra. El ajuste final de cuentas quedaría para después de la victoria en la contienda. Que esta afirmación no es fruto únicamente de conjeturas o exageraciones, queda patente en una anotación de Goebbels en su diario (22 de noviembre de 1941) tras una conversación con el Fuhrer: «Tiene en el punto de mira al obispo von Galen, ha ordenado observar todas y cada una de las actividades de ese traidor. Está esperando el momento adecuado para dar el golpe». Hacia finales de 1941, Goebbels comenzó a engrosar un dossier titulado: «Archivo secreto Graf Von Galen, obispo de Munster».

Todavía en marzo de 1942, medio año después del famoso sermón, German Goring, se siente impelido a llamarle al orden, en un tono bastante acre: «En plena guerra, con sus sermones y panfletos, usted hace sabotaje a la capacidad de resistencia del pueblo alemán. Le advierto que para usted solo existe una autoridad: la del Estado, que tiene vigencia para todo ciudadano alemán». La respuesta del obispo católico no se hizo esperar: «Con el debido respeto a su persona y al alto cargo que desempeña, pero también con toda franqueza y con la decisión a la que me obligan mi conciencia, mi cargo episcopal y mi honra, me permito rechazar las acusaciones que se me hacen. La ley natural y la divina son previas y superiores a las leyes humanas del Estado».

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Pese a los aspavientos de las esferas inferiores del movimiento nazi, las protestas de Von Galen dieron resultado. Hitler ordenó a finales de julio que se detuvieran las expropiaciones de bienes eclesiásticos y el 24 de agosto, que se paralizaran las medidas de la eutanasia. Durante el III Reich solo hubo dos acciones, en el campo de la Iglesia Católica, que se impusieron con éxito contra la violencia nacional-socialista: la «lucha de las cruces» de Oldenburg en 1936 y los sermones de Von Galen en el verano de 1941. De este modo, el obispo no solo defendía los derechos de la Iglesia, al oponerse a las teorías relativas a la raza y a la sangre, sino que también salía en defensa de la dignidad de la persona humana creada a «imagen y semejanza de Dios» y se oponía a la persecución de los judíos.

Las comunidades hebreas consideraron que el obispo de Munster había salido en su defensa, lo cual se reflejó, por ejemplo, en los pésames que se recibieron tras su muerte, en 1946. Así los hebreos de la sinagoga de Colonia y de las comunidades judías del norte del Rin destacaron los esfuerzos de Von Galen en pro de la población judía durante el nacional-socialismo. Con su participación activa los obispos alemanes -quizá ya demasiado tarde- publicaban una carta pastoral, siguiendo el ejemplo del prelado de Munster, en la que protestaban con energía contra las violaciones del Derecho contra personas de toda fe y raza: «Ningún poder político puede atentar contra la vida de una persona inocente y destruirla. Hay que buscar a los culpables de estos crímenes y castigarlos según el Derecho y la justicia».

El 23 de diciembre de 1945 Pío XII le nombraba cardenal, desde hacía 1.100 años un obispo de Munster no era elevado a la categoría del cardenalato. El nombramiento estaba directamente relacionado con la valentía con la que Von Galen se había opuesto al nazismo y con él, según sus propias palabras en el sermón que pronunció en Roma el 17 de febrero de 1946, víspera de la ceremonia: «ha habido innumerables alemanes, que, de una forma u otra, han prestado resistencia». Tan solo 32 días después de haber sido creado cardenal fallecía, el 22 de marzo de 1946, a los 68 años. Fue beatificado por el Papa Benedicto XVI el 9 de octubre de 2005.

Llegados a este punto, erraría quien pensara que seguimos lo que Leo Strauss denominó -con gran acierto- reductio ad Hitlerum (Derecho natural e historia, Prometeo, Madrid 2014), que practica constantemente la izquierda (y de la que la derecha también se ha infectado en muy altas dosis). Según tal disparatada tesis, el nazismo encarnaría el mal metafísico por excelencia sin mezcla de bien alguno, por lo tanto, cualquiera que osara contradecir los «dogmas» de la izquierda, siguiendo la estrategia soviética desde los años treinta del pasado siglo, será calificado invariablemente como nazi, fascista, ultraderechista o reaccionario. El socialismo siempre ha distinguido cualitativa y cuantitativamente el crimen organizado del nazismo y el del comunismo. Y aunque el segundo haya causado un número de muertes muy superior al primero, al carecer el comunismo de unos juicios de Núremberg (ilegítimos, dicho sea de paso), dicha ideología no ha sufrido el proceso de demonización que se impuso al nacional-socialismo alemán.

A fin de obtener una visión de conjunto de la historia, único modo de poseer su conocimiento profundo, evitando la culturilla de Wikipedia y del panfleto propagandístico sin base documental científica, se hace imprescindible acudir a la filosofía. Es decir, a la historia de las ideas que han movido el mundo. Y es precisamente ahí, donde se descubre el nexo ideológico entre el comunismo, el nacional socialismo y el PSOE-PODEMOS.

La matriz revolucionaria común con sus continuas reivindicaciones de la clase obrera (con la denominación taumatúrgica de «pueblo») basada en la dialéctica de Hegel: tesis, antítesis, síntesis. En el nazismo la lucha de clases marxista es sustituida por la lucha de razas, en el comunismo actual por la lucha de sexos de la ideología de género. No puede olvidarse que Nietzsche (nihilista) y Marx (materialista histórico), ambos acérrimos enemigos del cristianismo no son más que la versión izquierdista o derechista de la filosofía hegeliana, o sea las dos caras de la misma moneda.

El Estatalismo y totalitarismo propios de la concepción política de la modernidad, en clave teorética no cronológica, (mucho mayor aún en el caso soviético que en el alemán), donde el Estado se erige como la única fuente de moralidad y por lo tanto de verdad y bien (recuérdese las palabras de Goering que hemos subrayado al obispo Von Galen arriba citadas).

El desprecio a la vida humana y a la familia natural, con las medidas que promueven la eutanasia, la eugenesia, el aborto y el divorcio, consecuencia de la divinización del Estado operada en la filosofía política desde Hegel. Evidenciando que la astronómica cifra de millones de judíos masacrados por el régimen hitleriano carece de suficientes pruebas -cosa que, si ocurre con el comunismo-, y no pasa de propaganda de guerra asumida universalmente debido a su continua repetición, y sin olvidar sus innegables logros en materia económica. No por ello la maldad desplegada por la ideología pagana, que pretendía revivir los mitos nórdicos germánicos contra el cristianismo, puede minimizarse.

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El anticatolicismo, propio del protestantismo en general y del hegeliano en particular y que Pío XI desenmascaró en las encíclicas Mit brennender sorge (1937) para el caso del nazismo, Divini Redemptoris (1937) para el comunismo y Dilectissima nobis (1933) para la Segunda República. Los tres regímenes citados, a pesar de que aparentemente se encuentren en las antípodas ideológicas, coinciden, no casualmente, en su campaña de odio y erradicación de la fe católica y de los católicos. En honor a la verdad ha de decirse que el caso germano careció de la brutal intensidad de los otros dos, no obstante, sin contabilizar a los fieles militantes católicos, fueron más de 2.000 los sacerdotes y religiosos polacos, alemanes, belgas, holandeses, franceses e italianos ejecutados por el Tercer Reich.

Alexandr Solzheninitsyn dejó escrito un documento de un valor histórico y moral arrollador acerca de los crímenes comunistas y su aceptación social en Rusia con su monumental Archipiélago Gulag (Tusquets, Barcelona 2016, 3 vols.). Otro tanto puede decirse acerca de sus advertencias al Occidente nihilista contemporáneo (Alerta a Occidente, Acervo, Barcelona 2016). Por otra parte, Stefan Zweig (El mundo de ayer. Memorias de un europeo, Acantilado, Barcelona 2012) y Hannah Arendt (Los orígenes del totalitarismo, Alianza, Madrid 2017) son los pensadores que mejor han retratado la transformación de los alemanes durante el nacional-socialismo. Cómo la sociedad de la nación más culta y desarrollada de Europa fue aceptando paulatinamente la barbarie totalitaria sin apenas oponer resistencia. En estas obras pueden los lectores encontrar los numerosos paralelismos históricos con la situación actual a la que nos vemos abocados.

En el momento en que en España se está produciendo un golpe de Estado comunista desde el propio Gobierno y la legitimidad, tanto de origen como de ejercicio, del poder político se encuentran en tela de juicio ante la utilización partidista de las instituciones públicas: Judicatura, Televisión Española, Policía Nacional, Guardia Civil, etc. Mientras el Gobierno está dejando morir a miles de ancianos con una eutanasia encubierta incluso en la cifra real de las muertes y negándose obstinadamente a decretar el luto oficial que tardó sólo 5 horas en promulgar a la muerte del mafioso Alfredo Pérez Rubalcaba. Cuando el Estado de Derecho, la libertad religiosa y de información son conculcados por el Gobierno al profanar la celebración de la Santa Misa en varias ocasiones y distintos lugares de la nación, al mismo tiempo que se permite libremente el culto mahometano. No es el momento de que desaparecidos eclesiásticos guarden un cobarde silencio al respecto y menos todavía que rindan una obscena y vergonzosa pleitesía al régimen, reclamando el trasnochado «espíritu de la Transición» o el invento marxista de la «renta básica universal», sino de aprender la resistencia de los que «nos precedieron con el signo de la fe».

En la Nochebuena de 1973, siendo Karol Wojtyla arzobispo de Cracovia, y ante la intención del gobierno comunista polaco de impedir la construcción de un templo católico en la gran barriada obrera de Nowa Huta, acudió a celebrar la Santa Misa al aire libre en aquel mismo lugar. La respuesta del pueblo fiel, apoyando masivamente la valentía que demostró su pastor desafiando al totalitarismo más criminal de la historia de la humanidad, fue tal que las autoridades civiles y los numerosos militares desplegados in situ para impedir la celebración no pudieron hacer otra cosa que desistir de su intención.

Aprendamos la fortaleza del obispo Von Galen y del arzobispo Wojtyla, no del simpático simplón Adolfo Suárez, del astuto trilero Felipe González o del oportunista asesino Santiago Carrillo. Pero tampoco de eclesiásticos octogenarios que no han sido capaces de superar el trauma que les supuso mayo de 1968 y que, como su vida ha transcurrido al margen de la realidad, aún no se han percatado que ya no estamos en 1978. La Iglesia posee un verdadero tesoro de fe e historia, al que se ha pretendido dar la espalda desde el Vaticano II para crear una nueva iglesia vacía, apóstata y sin trascendencia para acomodarla al mundo moderno y posmoderno. Recuperemos el patrimonio que se desechó por supuestamente «inactual» y seremos capaces de fundamentar una verdadera reforma de la Iglesia a prueba de pestes o gobiernos totalitarios y sociópatas.

Bibliografía

M. J. Thornton, El nazismo 1918-1945. Aparición, auge y caída del Partido Nacionalsocialista Alemán, Globus, Madrid 1994; Adolf Hitler, Mi lucha, Ediciones Ojeda, Barcelona 2004; Stefania Falasca, Un obispo contra Hitler. El beato von Galen y la resistencia al nazismo, Palabra, Madrid 2008; Ian Kershaw, Hitler, los alemanes y la solución final, La esfera, Madrid 2009; Peter Longerich, Goebbels, RBA, Barcelona 2010; Norman Stone, Breve historia de la Segunda Guerra Mundial, Ariel, Barcelona 2013; Martin Gilbert, La segunda Guerra Mundial 1939-1945, La esfera, Madrid 2014; José Mª García Pelegrín, Cristianos contra Hitler, Libros libres, Madrid 2010; La Iglesia y el nacionalsocialismo. Cristianos ante un movimiento neopagano, Palabra, Madrid 2014; Joseph Goebbels, Diario de 1945, La esfera, Madrid 2016; Max Hastings, Armagedón. La derrota de Alemania 1944-1945, Crítica, Barcelona 2016; Gerhard L. Weinberg, La Segunda Guerra Mundial. Una historia esencial, Crítica, Barcelona 2016; Lara Feigel, El amargo sabor de la victoria. En las ruinas del Tercer Reich, Tusquets, Barcelona 2016; Gustavo Corni, Breve historia del nazismo, Alianza, Madrid 2017.

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REDACCIÓN