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Hay una premisa incuestionable, que la verdad sufre porque queda disfrazada. El affaire que nos ha sido brindado desde el Partido Popular con relación a la Presidenta de la Comunidad de Madrid (maldita la gracia que me hace este modo de llamar a esta provincia que formara parte de la otrora Castilla La Nueva), no tiene desperdicio crítico desde ningún punto literario, pasando por el sainete al más reducido entremés, para, finalmente, enterarnos de la existencia de una reunión -a puerta cerrada- de sus protagonistas el pasado viernes, ya en la tarde, después de que anteriormente se despacharan Casado y Ayuso con reproches mutuos, a conciencia.
Lo importante no es lo que ha ocurrido, una pelea derivada del ansia de poder incuestionable, tanto por Casado como por Ayuso. El primero porque fue elegido por quien realmente maneja el partido popular, y la segunda porque se considera la merecedora de algo más que ser presidenta de esta llamada Comunidad de Madrid. El primero no desea que le quiten la silla actual, que para eso ha asistido a la última reunión Bilderberg, y la otra deseando ser la próxima invitada.
Lo que se ha resaltado es el escándalo de la vigilancia hacia Ayuso y sus familiares en búsqueda de alguna irregularidad, cuando esto, el de vigilarse y acometerse los políticos y poderosos entre ellos, es tan viejo como el propio origen del hombre. No hace falta salir de España para recordar cómo llega Isabel I, la Católica, a reinar. Se enfrenta a su hermanastro Enrique IV, al que se le apoda el Impotente, que según el estudio que Gregorio Marañón hace del mismo, nos revela que de impotente tenía poco, que no hay pruebas de ello, ni tampoco que su hija Juana, la también denominada La Beltraneja, no fuera hija suya. Pero los fontaneros de esa época, en apoyo de Isabel, supieron alimentar la maledicencia de la impotencia de Enrique (que un poco retorcido en lo sexual sí era, si seguimos a Marañón), y negar que hubiese tenido descendencia en el matrimonio habido con su esposa Juana, atribuyendo a la hija, de nombre también Juana, a Don Beltrán, supuesto amante de la esposa, y de cuyas relaciones carnales no hay prueba alguna.
Negar a Juana ser hija de Enrique era negarle la legitimidad para ocupar el trono del reino castellano, favoreciendo la línea sucesoria en Isabel, hija también de Juan II, y, por tanto, con unos derechos sucesorios que La Beltraneja, supuestamente no tenía. Pero si tenemos en cuenta que Enrique IV, en trance de morir, dictó a su notario, Juan de Oviedo, una nota en la que habla de Juana en los términos de “la Princesa, mi hija” y, por tanto declarando a la misma heredera de sus reinos, no nos debe causar sorpresa el envenenamiento (según Marañón) de Enrique, como la causa del término de su vida por el complot de los partidarios de Isabel.
Como vemos, la Historia patria nos ofrece el anterior ejemplo, como tantos otros que no vale la pena recordar a estos efectos. Así, el escándalo Casado-Ayuso no pasa de ser un mal entendido en un mal día, porque Ayuso será llevada a las tranquilas aguas de la reconciliación (que no personal, pues este lazo está totalmente roto) si quiere seguir en la política, con independencia de que no sea decente ni moral que se contrate a una empresa la compra de mascarillas, cuando tiene por objeto social el comercio al por mayor de prendas de vestir y calzado de caballero y señora -según la información que cualquier página comercial nos ofrece en internet-, y que conduce a pensar en operaciones de oportuno lucro. Como tampoco sea moral ni tenga explicación que el señor Casado tire de conocimientos contables y fiscales -según reconoció ante Carlos Herrera-, que solo pueden venir de dos fuentes: del declarante o de quien recibe la declaración.
Santiago Abascal ha expresado que, con el despropósito al que se han abocado Casado-Ayuso, pierde España. Niego esta afirmación de Abascal, porque España ha venido a perder desde hace mucho tiempo. Pese a recordar Abascal a Ramiro Ledesma Ramos al hacer uso de su frase «Solo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria», no sabe, o no quiere recordar la crítica que realizó José Antonio de la realidad que vivía España en 1936, al denunciar que España había venido a menos por una triple división, contribuyendo a esta los partidos políticos. Pues bien, desde la década de los años setenta del pasado siglo veinte, son los partidos políticos los que han venido haciendo que España vaya a menos en todo, no siendo su interés el único que deberían tener: ¡España y siempre España! Es por ello que hemos asistido y asistiremos a peleas entre conmilitones, que lejos de entregar con generosidad su vida al bien común de los españoles y de nuestra comunidad nacional, generan la división y la desunión, tanto en lo personal como en lo territorial. Una sola cosa podemos agradecerles a estos políticos, y es el confirmar que los partidos políticos no sirven absolutamente para nada, siendo la máscara de quienes realmente ponen el dinero y ordenan lo que se ha de hacer o no hacer, siendo aquellos eficaces intermediarios de quienes quedan bajo el resguardo de las sombras.
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