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Recuerdo en mis muchos viajes carreteros Galicia-Madrid y v.v. ver señalizado en la carretera Nacional VI la desviación a la localidad maragata de Rodrigatos de la Obispalía en el camino de Santiago. No es la única localidad española que se sustantiva o adjetiva con tal epíteto para expresar que en ellas había bien palacio o estaba bajo la jurisdicción de un obispo. Traigo esto a cuento porque me parece más acertada esta denominación de «obispalía» que la más burocrática de Conferencia Episcopal Española para designar a la grey de los obispos españoles.

Pero, de lexicografía -para lo que no estoy capacitado- no es de lo que quiero hablar, sino de los comportamientos de los obispos españoles desde hace bastantes años acá que, a mi criterio, dejan mucho, por no decir muchísimo que desear.

Con el alzamiento militar, Franco salvó a la Iglesia Católica del linchamiento al que el Frente Popular la tenía sometida antes y durante la guerra civil en la zona roja. Una vez finalizada ésta, le dio protección, repuso la libertad de culto, restauró iglesias arrasadas y la dotó de privilegios económicos y sociales y un papel predominante en la nueva sociedad, sobre todo en la educación.

Con el aggiornamento del concilio Vaticano II (1962-1965) bajo los papados de Juan XIII y Pablo VI, la Iglesia de posguerra se fue desdibujando para hacer su propia transición en los últimos años de Franco y más tarde a la par que se llevaba a efecto la transición política. Como ésta, los resultados patéticamente visibles son también de parecido tenor de perniciosos.

Desconozco si la labor y la gestión puramente organizacional interna que la CEE realiza es buena, mala o regular, pero lo que sí sostengo es el nefasto papel social de esta institución de cara a los propios católicos y la sociedad española. Su papel como testigo de justicia y verdad en relación con los poderes políticos es deplorable y en no pocas ocasiones, por acción u omisión, cómplice. Su normal actitud ante el poder suele ser sumisa y acomodaticia no para con los intereses de la verdad, caiga quien caiga, sino contemporizadora, meliflua y tibia.

 
Fueron tibios ante los atropellos gubernamentales como fue la exhumación de los restos de Franco cuando le deben la presencia de la Iglesia Católica en España, mirando hacia otro lado al tiempo que se profanaba un centro bajo jurisdicción del Papado y dejando al albur a los monjes benedictinos que custodian la Basílica.
 
Son tibios ante el millón anual de muertes de inocentes abortados por sus madres en España ni denuncian la asquerosa economía entorno a esta industria de muerte y apoyan a través de su emisora episcopal partidaria abiertamente del PP que ya tiró la toalla en este tema hace años, con una descarada toma de partido por el candidato demócrata de las elecciones USA, que se dice católico a la vez que abortista.
 
Son igualmente tibios ante el proyecto de ley de eutanasia que desgraciadamente aprobará el gobierno junto con sus secuaces para muertes a la carta o bien por decisión de otros, sin que todavía estén debidamente protegidos los cuidados paliativos.
 
Adoptan una postura tibia frente a los constantes ataques a las libertades de enseñanza, de elección de los padres y la invasión en las aulas de los lobbies feministas radicales, gays, LGTB para adoctrinar a nuestros pequeños y jóvenes en todas las aberraciones sexuales imaginables como si ellas fueran la normalidad natural y biológica.
 
Raramente hablan por ellos mismos firmando como tal conferencia episcopal y sin embargo lo hacen a través de sus voceros tales como la cadena de emisoras Cope, la tv 13, o su página web. Prefieren mimetizarse con el paisaje y el paisanaje, aceptando los tópicos del globalismo como el negocio en torno al climatismo, la tergiversación de la historia, la pasividad ante la ley de género. Siempre, de una forma tibia, eludiendo cuanto pueden un posicionamiento claro, enérgico y llegado el momento sin plantarse ante el gobierno y las mentiras de la mayoría de medios.

La obispalía española parece imitar lo que hace el partido de sus ojitos, el PP: que lo casi único que les importa son los dineros. Al PP, barrer la mierda económica que dejan los gobiernos socialistas y presumir de su gestión económica, mientras comulgan con toda la cultura e ideología marxista y globalista a la que no tocan un pelo. A los obispos, que no les arrebaten las prebendas económicas, la cruz del IRPF, el IBI y demás denarios, respecto del resto de cuestiones de calado ideológico, moral, etc se suelen poner de perfil, «manseando en tablas» que diría un taurino.

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No se enteran de que este gobierno en lo que está es, como hizo la II República, en borrar las huellas cristianas de España y rehacer la historia. Y la historia de España es historia cristiana, o no es.

Con ellos parece que no va aquello que dice el Evangelio: «a los tibios los expulsaré de mi boca». Mucho me temo que en esta ocasión no tendrán ningún general que les salve de la extinción. Y si esperan que lo haga este Papa, apañados van.

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REDACCIÓN