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En el verano de 1557, el mago Nostradamus hizo llegar al rey Felipe II, entonces radicado en Flandes, un enorme sobre de fieltro, lacrado con un sello desconocido. Dentro, encontró un pergamino con su horóscopo y el 10 de agosto, día del martirio de San Lorenzo, daba comienzo la batalla de San Quintín, que enfrentó a las tropas españolas contra las francesas.

El 23 de abril de 1563, empezaron las obras del Escorial. Según el dictado de los astros, hubo este día una conjunción entre Júpiter y Saturno (que se da cada 20 años, duración de la construcción del monasterio). Estamos conscientes de cómo influyó el ocultismo en la vida del rey, de cómo tapó, a través de San Lorenzo, un culto al sol (orientando el edificio a la puesta del sol), de cómo Saturno dibujó su destino hasta el extremo de que se vistiera de negro. En efecto, el libro de alta magia Picatrix, escrito en árabe (Ghāyat al-Ḥakīm) y traducido durante el reinado de Alfonso X el Sabio, recomendaba vestirse de negro para sortear los malos influjos de Saturnos.

En la Real Biblioteca, iban a parar los libros prohibidos (1 000 libros) por la Inquisición, escritos incautados que se almacenaban en la sede de los tribunales. Madrid se convirtió en la capital de España en 1561 precisamente por la elección del emplazamiento del Escorial para establecer la sede de la Corte. De hecho, el monasterio se ubicó, después de una búsqueda de tres años, en un enclave celtíbero para sellar una “boca del infierno” donde moraban numerosos demonios. Un misterioso perro negro detuvo las obras en varias ocasiones, atemorizando a los obreros. Confluencia de fuerzas telúricas de alta intensidad y de fuerzas celestes, fue un Axis mundi que conectaba el hombre con el cielo, el microcosmos con el macrocosmos, siguiendo los preceptos del Hermetismo. Las claves de la geometría cabalística otorgan poder porque dilucida la creación, permitiendo conocer el nombre secreto de Dios: “el Shemhamphorash”.

El primer arquitecto del Escorial, Juan Bautista de Toledo, que había colaborado con Miguel Ángel en la basílica de San Pedro y se había formado con la nobleza negra de los Sforza en Milán, usó el número áureo de la divina proporción. El Escorial resultó ser un enorme talismán dedicado a la memoria del rey David (representado por el Emperador Carlos V) y de Salomón (Felipe II se consideraba a sí mismo el Nuevo Salomón, rey de Jerusalén). La entrada a la basílica se sitúa en el Patio de los Reyes y lleva sobre el frontispicio las esculturas de seis reyes de Israel. Se imita así la estructura del Templo de Salomón, en donde el pueblo no podía entrar, permaneciendo en el atrio desde donde observaba el altar.

La bóveda que cubre el coro alto de la Biblioteca ostenta el fresco “La Gloria” de Luca Cambiaso, donde Dios Padre y su hijo Jesucrito reposan sus pies en un cubo. Nos recuerda que el hexaedro o la Kaaba de los musulmanes hace referencia a Saturno y tiene una simbología illuminati. En cuanto a “la bestia” Aleister Crowley, fundó la hermandad de Saturno, con ritos específicos para la Gran Obra, siendo la auto-deificación el fin del camino para los miembros.

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Adepto a la Astrología, Felipe conservaba cartas astrales que él mismo mandó hacer, una de ellas al rosacruz espía de la reina Isabel I de Inglaterra, John Dee, que firmaba con dos ojos y el número mágico 7 (007). John fue obsequiado con un espejo de obsidiana negro traído de México, que tuvo en gran estima y utilizó toda su vida para invocar espíritus malignos. Desde 1966, se conserva en el British Museum de Londres. Otra carta astral encargada por el monarca universal, fue la de Matías Haco (astrólogo de Carlos V), llamado Prognosticon que usaba de libro cabecera, desde los 22 años y consultaba cada vez que tenía que tomar una decisión importante.

En cuanto al arquitecto esoterista Juan de Herrera, se libró de la Inquisición por mediación del rey. Tenía una copia del manuscrito que explicaba la construcción del Templo de Salomón. A raíz de ello, la planta del Escorial: “la traza universal” se inscribe en una estrella de 5 puntos, que se denomina “estrella de David” o “sello de Salomón”. El hexaedro regular, elemento presente en la construcción, estuvo basado en los estudios de geometría de Ramon Llull. Sin embargo, las proporciones bíblicas del templo conformaban un edificio excesivamente modesto para las grandes pretensiones del rey español y tomó como referencia el segundo templo de Jerusalén, edificado por Herodes I (él que decretó la matanza de los Inocentes). Además, Felipe II dio la orden de llevar a cabo las obras en silencio, como se hizo para el caso del Templum Salomonis. Los sillares de piedra se labraban en la cantera para evitar el ruido de los martillos y malletes. Respecto a la pintura de Salomón y la Reina de Saba, vemos en el mantel de la mesa, un mensaje escrito en hebreo: “Todo dentro del peso, del número y de la medida”, haciendo la reina una señal masónica con los dedos. Esta es una frase relativa al Levítico que tiene importancia en el canon judío. Encima de la mesa, la inscripción lleva los números 1,2,3,4 que alude al símbolo pitagórico del Tetraktys. Para más inri, Felipe II buscaba la Mesa de Salomón con su geometría iniciática que conduce al anagrama de Dios, el Shemhamphorash.

En 1567, el monarca universal contactó con dos hermanos alquimistas a través de su secretario Pedro del Hoyo para conseguir oro, los cuales se establecieron en un laboratorio en Madrid. La búsqueda de la piedra filosofal permitía convertir el plomo (asociado planetariamente a Saturno) en oro (el sol), además de ser elixir de inmortalidad (oro potable). Referente al Círculo de El Escorial, fue un grupo integrado por alquimistas, cabalistas y astrólogos que se formó en torno a 1580. Se creó un laboratorio alquímico en una de las torres del Escorial “ la torre de la botica” (la Casa de las aguas) en el que se practicaba la espagiria medieval (mezcla de ciencia y magia) para producir medicinas.

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Rodolfo II, futuro emperador del Sacro Imperio Germánico (1576), fue enviado durante 7 años a la corte de su tío Felipe II, el cual lo introdujo en la alquimia y en las ciencias ocultas. Mas adelante, en Praga, se rodeó de magos y alquimistas hebreos y concedió una audiencia a Rabbí Löw ben Betsalel, famoso por ser el artífice del gólem (ser creado a partir del barro), tras la desaparición de un niño cristiano cuando la población acusó a los judíos de haberlo asesinado y utilizado su sangre durante los sacrificios de la Pascua.

En lo referente al judeoconverso Benito Arias Montano, capellán, consultor privado de Felipe II, y director de la Biblioteca del Escorial, nació y murió el mismo año que el monarca (1527-1598). Formaba parte de la secta flamenca de los Charitatis o “Familia de la Caridad”, especie de “colegio invisible” transeuropeo de sabios. El movimiento acabó por adquirir carácter público en Inglaterra con la Royal Society, formada por un grupo de científicos masones. A Benito, se le reprochó un rabinismo excesivo y una postura judaizante. Fue visitado por el Felipe II en 1569, en la Peña de Alájar (Huelva) donde se ubicaban altares celtas de holocaustos, grutas donde se sacrificaban doncellas mirando al sol naciente. En este sitio, se encuentra la “Sillita del Rey” llamada así porque Felipe II llegó a sentarse en ella.

En 1598, el monarca murió mirando el “Jardín de las delicias” del Bosco, cuadro muy erotizado y abridor de caminos esotéricos, en su templo de 5 millones de ducados. Pero ¿Quién es el propietario actual del Monasterio del Escorial? La Dirección General de Patrimonio aclara que la conservación del edificio corresponde a la inmobiliaria Anida (Ángel Reglero), del BBVA. En resumidas cuentas, a los socios del comisario José Manuel Villarejo. Por lo tanto, sólo falta añadir:

¡Que nuestro Señor Jesucristo nos libre a todos de las garras de las ciencias oscuras!

¡Que así sea!

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Balaam

Macabo de endilgar un refrito de judías con almejas y pastel de nata con trufas y brocoli asín que voy a ver si me hago unas caquitas saturnianas que nos se las salte ni el perro diabólico de el Escorial y que van a aullentar asta a la misma suegra del rey Rodolfo que era subnormal no se sabe si por línea consanguinea o por andar quemando mercurio detrás de las cortinas de palacio donde además se limpiaba sus partes.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Además, esa boca del infierno -de ahí el nombre de El Escorial- está en un nódulo geomántico; de modo tal que su control mágico psíquico, tal vez mediante la formación de egregores, se extiende a toda España por nerviaciones subterráneas. Este arte geomántico era conocido y practicado por incas o por los nacional socialistas, entre otros en el pasado. Felipe II quería utilizar las energías telúricas para un propósito superior. Franco, otro ocultista, escogió el emplazamiento del Valle de los Caídos como -digamos- antena para la canalización de fuerzas celestes y de la energía de los antepasados de España. Franco, al contrario que Felipe II, no buscaba el uso de las fuerzas telúricas. Las profanaciones del Valle de los Caídos no son meramente ideológicas sino parte de una guerra esotérica en un mundo no visible para el común de los mortales, entre la España clásica y santa y las fuerzas demoniacas detrás del POSE o Partido Oficiante Satánico en España.

el Blues

Un placer, como siempre leer tus artículos. Gracias.

Carlos Enrique

Siento vergüenza ajena por Uds. ¿Cómo es posible que sigan publicando los artículos difamatorios de este autor, que aborrece la Fe y a España.
Ya llevan publicados, que recuerde, artículos suyos contra Alberto Royuela, contra los Borjia, contra la Batalla de Clavijo (para él una invención), contra los godos que propiciaron la invasión musulmana (¿fueron ellos?), contra los judíos Sta. Teresa y S. Juan de la Cruz… y ahora contra Felipe II.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Vd. no sabe lo que es una «difamación». Si lo supiera, no llamaría difamación a lo que es un relato de hechos conocidos. Personas como Vd. se valen torticeramente de la noción de fe para encubrir su rechazo irracional a la consideración de hechos diversos y las valoraciones correspondientes. Su fe está reñida con la honestidad, con la ecuanimidad, con la sinceridad, con el estudio objetivo de documentos y, por supuesto, con la humildad, ya que sólo la soberbia catetólica está detrás de esas sus exigencias.

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