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Hoy, 20 de octubre, se cumplen diez años del compromiso (por el momento firme) que ETA le ofreció al Reino de España de dejar de matar. La decisión no cogió por sorpresa a nadie habida cuenta que desde hacía algún tiempo había tres razones que contemplaban esa posibilidad. La primera, el cansancio de los activistas, que se habían hecho mayores y algunos estaban enfermos. La segunda, la nula rentabilidad que en ese momento tenía seguir el iter criminis que la banda marxista-separatista había sostenido mayormente desde el 22 de noviembre de 1975. Y la tercera, la acción policial y judicial española que en colaboración con la francesa, había determinado el descabezamiento de la dirección de la banda tras la detención, el 3 de octubre de 2004, de Miguel Antza, jefe político de ETA, de Soledad Iparagirre y de todo su aparato logístico.

Suficientes razones para que ETA se viera forzada a rendirse, y mediante su decisión unilateral intentará conseguir el rédito que el Estado siempre le había ofrecido a través de todos los gobiernos que se habían sucedido desde 1978: El día que ETA deje de matar, la democracia sabrá ser generosa”.

Ante la alegría desbordada del Gobierno, a mayor abundamiento siendo que el alto el fuego coincidió con un gobierno de izquierdas (J.L. Rodríguez Zapatero), alegría a la que se sumó el resto de las fuerzas políticas, había una pregunta obligada que nadie se atrevió hacerse… ¿Qué quedaba atrás?

Me estoy refiriendo al relato que falta. Al relato que se enfrenta tanto al que sostiene ETA y el nacionalismo vasco en general, a ese que se tilda de “democrático”, y al que sostienen las diversas asociaciones de víctimas de ETA, diversas, porque en esta cuestión también estamos separados. Siendo así, que a este tercer relato podíamos denominarlo el de la discordia. Relato que, como hemos dicho, se sustenta en la pregunta que ninguno de los Gobiernos que se han sucedido, Parlamentos, Poder Judicial, Jerarquía de la Iglesia católica, Fuerzas Armadas y gran parte de la sociedad española se atreven hacerse hoy por hoy… ¿Qué queda detrás de ETA?

Descontando la espantosa cifra de 829 personas asesinadas, los varios miles de heridos y desplazados (cientos de ellos de por vida) y un coste económico sin cuantificar como resultado de los estragos producidos por las explosiones de los atentados…

º La colaboración, primero, y las disculpas, después, que la izquierda española le prestó desde el primer minuto a ETA. Colaboración y disculpas que quedan registradas para la historia con dos de los muchos ejemplos que podríamos poner: a) La oleada de protestas que provocó el juicio que en diciembre de 1970 tuvo lugar en Burgos contra 16 terroristas de ETA. b) Los altercados que provocó el ajusticiamiento del terrorista Salvador Puig Antich, en marzo de 1974; así como los que provocaron los ajusticiamientos, el 27 de septiembre de 1975, de dos terroristas de ETA y tres el FRAP (organización de extrema izquierda de ideología marxista-leninista-maoísta a la que perteneció el padre del hasta no hace mucho vicepresidente del Gobierno de España, Pablo Manuel Iglesias).

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2.º La colaboración de la Iglesia vasca desde el principio del nacimiento de ETA (con prelados como Lorenzo Berciartua, administrador apostólico de la Diócesis de Bilbao, y José María Cirarda, como principales cabecillas de la subversión dentro de la Iglesia, a los que sucedería el perro rabioso de José María Setién y el bueno de Juan María Uriarte), cuya colaboración y simpatía llegó al caso de que en el funeral del terrorista de ETA Francisco Javier Echevarrieta -asesino del joven guardia civil de Tráfico, José Pardiñas Arcay, el 7 de junio de 1968, a quien dispara un tiro en la cabeza-, en la Parroquia de San Antón de Bilbao, concelebraron 22 sacerdotes, que, coincidiendo con la fiesta del Corpus, declinaron acompañar al Santísimo por estar cumpliendo con su deber patriótico nacionalista.

3. º Las frases recurrentes de las gentes del PNV tras los atentados: “¿Quién le mandó a ese meterse donde no le llamaban?” O de la izquierda en general: “Algo habrá hecho”. 4. º Las amnistías que concedió a los terroristas de ETA el presidente Adolfo Suarez, al que Dios concedió el don de perder la memoria.

5. º Lo que todos los Gobiernos les hicieron llegar a ETA a partir del 21 de noviembre de 1975: “Cuando ETA deje de matar, la democracia sabrá ser muy generosa”.

6. º La exaltación, absolutamente deleznable, que el poder político hizo tras ser asesinada por los suyos, la terrorista María Dolores González Catarain, alias “Yoyes”, dirigente de ETA y primera mujer dirigente de la banda, por el hecho de que un día se cansó de matar y mandar que se matase. Exaltación que hoy se manifiesta de forma plástica con la escultura a su siniestra memoria en su pueblo natal, Villafranca de Ordizia.

7.º La injusta condena a los ilustres militares que protagonizaron, participaron y cumplieron su palabra el 23-F/81, que inicia el declive de nuestras Fuerzas Armadas y el aborrecimiento hacia la Monarquía.

8.º El borrón y cuenta nueva que se hizo del iter criminis de terroristas convictos y confesos como fue el caso de Soares Gamboa, por el simple motivo de arrepentirse y querer salir de la cárcel, uno de los terroristas de ETA más sanguinarios y con más asesinatos a sus espaldas.

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9. º Las colocaciones, cargos y distinciones que se han dispensado a antiguos militantes de ETA: Juan Juaristi, Miguel Azurmendi, Fernando Savater, Teo Uriarte, entre otros. Llegando a concederle la Medalla al Mérito Constitucional, al terrorista, asesino convicto y confeso del comisario Melitón, Mario Onaindia. O las distinciones que recibió en vida, el abogado más afamado de ETA, miembro a su vez de Euskadiko Ezquerra, Juan María Bandrés, desde el premio “Memorial Juan XXIII”, otorgado por la organización Pax Christi; pasando por el “Premio Olof Palme” (nombre de aquel sueco maricón al que asesinó el macarra que “le ponía contra la almohada”), y hasta la “Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica”, que fue poco menos que una tomadura de pelo al premiado y un agravio a los españoles de bien.

10. º Unos cuantos familiares de víctimas totalmente enajenadas, hasta el punto de haber besado y abrazado a los asesinos de sus deudos.

11. º Y queda, sobre todo, y como asunto más grave, un Estado que con sus poderes e instituciones no paró de demostrar su condescendencia, su completa ineficacia y su espantosa cobardía para combatir el terror que impuso ETA a toda la nación -el más sanguinario y de mayor duración de todos los terrorismos que se han dado en Europa-, al que estuvimos expuestos todos los españoles a partir del 21 de noviembre de 1975.

Con todo, quedaría algo más, queda la incomprensible ausencia de respuestas “justicieras” a tenor de todo lo dicho y de cómo se ha tratado a los asesinos. Ausencia que lleva hacerse la siguiente pregunta… ¿Somos tan buenos cristianos los españoles, y muy especialmente los familiares (hijos, padres, esposos-as, hermanos…) de los asesinados por ETA? Pues, que quede este juicio para la reflexión.

PD. No se ha consignado como atentado de ETA el magnicidio del entonces presidente del Gobierno, don Luis Carrero Blanco (20 de diciembre de 1973), por considerarlo una acción incardinada como “razón de Estado”, siendo que el “magnicidio” contó con la colaboración de estamentos y miembros del propio Régimen al que sirvió el almirante.

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Pablo Gasco de la Rocha