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En la ideología del nacionalismo catalán y, por contagio, en el vasco, siempre ha tenido un gran peso el rechazo a toda manifestación cultural identificada con la folclórica más habitual que de España se conoce allende nuestras fronteras. Este fenómeno, que experimentó renovado vigor como reacción al andalucismo cultural tan promovido por el franquismo como atractivo turístico, tiene, sin embargo, raíces más profundas. El romanticismo y la Renaixença, con toda su recuperación del pasado catalán, rechazó, con razón, todo el mare magnum del folclorismo andalucista que impregnó el siglo XIX español con olvido del resto de la enorme tradición cultural popular; y lo rechazó, no solo por ajeno a lo catalán, sino, también, por considerarlo síntoma de la decadencia de España.
Efectivamente, en el siglo XIX nace, a partir de la invasión napoleónica, un modo de ver España que pusieron de moda, precisamente, los viajeros y artistas románticos de otros países europeos. La que hoy conocemos despectivamente como la España de la pandereta, fue una creación de aquellos otros europeos, principalmente franceses, que vieron o quisieron ver en España algo que encajase con su ansia de exotismo, aunque ello no tuviese que ver mucho con la realidad. Más que los propios españoles, en opinión de Lainz, los inventores de muchas de las manifestaciones folclóricas que hoy se tienen por típicas y ancestrales son los Merimée, Hugo, Dumas, Gautier y otros, que crearon una España digna de sus románticas ensoñaciones. El problema es que, posteriormente, por mil motivos que no viene al caso explicar, la realidad imitó al arte.
Aunque los franceses efectuaron el grueso del trabajo, no conviene olvidar otros autores como el norteamericano Washington Irving con sus Cuentos de la Alhambra, o los rusos Glinka y Rimsky Korsakov con sus jotas y caprichos españoles.
Relatando el viaje que Franz Liszt realizara por España en 1844, Federico Sopeña califica la visita a nuestro país como el viaje «que era entonces como el necesario e ineludible certificado de romanticismo…; Para el romántico España lo reúne todo: exotismo, frontera con lo árabe, mundo aparte, guitarra, bandoleros y sol.»
¿Por qué lo andaluz? Porque era lo más diferente, lo más pintoresco a los ojos del resto de los europeos. Los edificios islámicos, la música y otra serie de manifestaciones culturales peculiares de Andalucía la debieron hacer diferente para ellos e interpretaron, equivocadamente, que eso era toda España. Obviamente otras regiones de la península no podían presentarse como tan pintorescas para un francés, un inglés o un alemán, ni desde el punto de vista cultural ni desde el paisajista. Quizá por eso se las olvidara y se las siga olvidando a la hora de intentar comprender en que consiste esa riquísima y variadísima nación a la que llamamos España.
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