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Van a cumplirse 570 años. El 22 de abril de 1451 nacía en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), la mujer que pasaría a la historia como Isabel la Católica. Nadie imaginó en aquel momento que Isabel fuera a jugar un papel determinante en la historia de España y del mundo ni que fuese a ser reina. Era hija del rey Juan II de Castilla y de la reina de Isabel de Portugal, famosa por su belleza (no hay que confundirla con la posterior Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, 70 años más tarde, también famosa por su belleza). Isabel no estaba destinada a ser reina ya que tenía a dos varones por delante de ella. El heredero de la Corona de Castilla era su hermanastro Enrique, el futuro Enrique IV, 26 años mayor que ella. Pero es que por delante de ella estaba también su hermano Alfonso, que, aunque 2 años menor que Isabel, pues había nacido en 1453, estaba por delante en la línea de sucesión al ser varón. Isabel era más bien rubia y de piel clara. Todos los cronistas contemporáneos alaban su belleza física, aunque es cierto que más tarde, a partir de los 40 años, engordó rápidamente.

En sus primeros años de vida siendo Isabel todavía muy niña, la situación en la Corona de Castilla, estaba dominada por un gran drama político: el enfrentamiento que había derivado en guerra civil, entre el poderoso valido o primer ministro de Juan II, Álvaro de Luna y la poderosa coalición nobiliaria que se agrupaba en torno al Príncipe de Asturias, el futuro Enrique IV, enemigo de Álvaro de Luna. Después de largos años de enfrentamientos, finalmente los nobles, ayudados por la reina Isabel, consiguieron que el débil Juan II accediera a deponer y ejecutar a Don Álvaro de Luna, en 1453. Juan II no tardó en arrepentirse y caer en una gran depresión por haber ejecutado a quien había sido su amigo más estrecho (y algunos cronistas de la época insinuaron que fue algo más que amigo). Fue la historia de Álvaro de Luna y su relación con Juan II, propia de un drama de Shakespeare, como ha señalado algún historiador.

Juan II murió en 1454, cuando Isabel tenía apenas 3 años y aunque ella no fue consciente de todo ello, los ecos del final de Álvaro de Luna siguieron muy presentes en Castilla durante largos años. Isabel cuando tuvo uso de razón probablemente sacó como lección de toda esa historia la de no confiar el poder a un primer ministro todopoderoso y el sujetar con firmeza las ambiciones políticas de la aristocracia.

Isabel vivió durante sus primeros años en el palacio de Madrigal de las Altas Torres, hoy convertido en Monasterio de Nuestra Señora de Gracia, y en la villa de Arévalo con su hermano Alfonso con el que estaba muy unida. Pero en 1461 se trasladó a Segovia y a Madrid, siguiendo a la corte de su hermanastro, el rey Enrique IV. En esa época se reactivó el conflicto político y nobiliario que acabaría derivando en una nueva guerra civil. Enrique IV era igual de débil de carácter que su padre Juan II y la misma coalición nobiliaria que había combatido a Álvaro de Luna, encabezada por el poderoso Marqués de Villena, Juan Pacheco, ahora pretendía arrebatar todo el poder político a Enrique IV. Además, la situación se agravaba con la acusación de impotencia e incluso homosexualidad que hacían los nobles contra el rey.

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Fruto de ello fue lo que se conoce como “Farsa de Ávila” en 1465, cuando los nobles declararon rey como “Alfonso XII” a Alfonso, el heredero del trono y hermano de Isabel. Pero Alfonso murió repentinamente en 1468, tras comer una trucha, probablemente envenenado por Juan Pacheco, a quien en ese momento interesaba reconciliarse con el rey (aunque los enemigos de Isabel más tarde la acusaron a ella, acusación sin fundamento, que aún hoy repiten algunos detractores de Isabel la Católica). Desde luego las crónicas de la época no dejan duda que quedó muy afectada por la muerte de su hermano menor al que quería mucho. Por si fuera poco, Isabel ya sufría otra tragedia familiar, la primera de las muchas que iba a padecer, ya que su madre Isabel de Portugal, se había sumergido en la locura por celos patológicos (el mismo problema que heredaría su nieta, Juana la Loca, hija de Isabel). Así pues, Isabel la Católica, como ha señalado algún historiador, fue hija y madre de loca.

Siendo apenas adolescente Isabel se vio, pues, plenamente inmersa en el volcán de intrigas políticas que era entonces la Corona de Castilla, y ya iban quedando claras tanto su intensa religiosidad como su fuerte personalidad y carácter, que tanto la distinguían de su padre y de su hermanastro, ambos de personalidad débil. Isabel había quedado como heredera de la Corona, pero se vio desplazada por el nacimiento de la hija de Enrique IV, la princesa Juana. Hoy se sabe que, aunque Enrique IV tenía serios problemas de fertilidad, la hija era suya, ya que parece que unos médicos judíos consiguieron que Enrique dejase embarazada a su esposa la reina Juana de Portugal mediante una precaria fecundación in vitro. Pero entonces fue opinión general que la hija era en realidad del noble Beltrán de la Cueva, amigo del rey, por eso fue llamada Juana la Beltraneja. Isabel no aceptó ser desplazada como heredera y consiguió que su débil hermanastro la volviera a designar como heredera por la llamada Concordia de Guisando en 1468.

Hoy en día los historiadores más hostiles a Isabel la califican de ambiciosa, fría, astuta y desleal a su hermanastro el rey, pero los historiadores más objetivos como Tarsicio de Azcona, Luis Suárez Fernández, principal experto en el reinado de los Reyes Católicos, o Manuel Fernández Álvarez han demostrado que Isabel mantuvo en todo momento su respeto a Enrique IV, que defendió sus derechos como heredera con lealtad y que nunca quiso proclamarse reina viviendo su hermano, aunque algunos nobles la animaron a ello.

Pacheco para apartarla de la sucesión, trató de casarla con el noble Pedro Girón que murió repentinamente, aunque Isabel se había negado a casarse con él. También el rey la había querido casar con el duque de Guyena, hermano del rey francés y uno de los principales nobles franceses, Isabel se negó también. Isabel había elegido casarse con otra gran figura por derecho propio, Fernando de Aragón, primo segundo suyo y heredero de la Corona de Aragón, más tarde conocido como Fernando el Católico. El matrimonio que les unió, cambiando la historia de España para siempre, tuvo lugar el 19 de octubre de 1469, en Valladolid.

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El matrimonio llevó a cabo la Unión de Reinos, la unión dinástica entre Castilla y Aragón, que es el origen de España como Estado nación. Al morir Enrique IV, Isabel se proclamó reina de Castilla el 13 de diciembre de 1474 en Segovia. No faltan historiadores hostiles que califican esta proclamación de “golpe de Estado”, contra la auténtica heredera Juana “la Beltraneja”, pero lo cierto es que independientemente de su legitimidad, la Beltraneja era también una figura de débil personalidad que no tardó en dejarse dirigir por su esposo, el rey Alfonso V de Portugal, por la coalición nobiliaria y por su aliado el rey de Francia Luis XI. Todavía sería necesaria una difícil guerra contra todos ellos, pero finalmente Isabel y Fernando se consolidaron como reyes de Castilla y Aragón.

Isabel fue reina de Castilla, de Aragón y de Sicilia. Por cierto, fue muy querida en Cataluña, según todas las Crónicas. Su gran religiosidad, así como su coraje y su papel decisivo en impulsar la fase definitiva de la Reconquista con el sometimiento definitivo del reino musulmán de Granada y en la gran empresa de la Conquista, colonización y evangelización de América, son de todos conocidos. Fue quien más creyó en Cristóbal Colón, con la evangelización como objetivo principal.

No es exagerado decir que Isabel tal vez haya sido la mujer, que, en los últimos mil años, más ha influido en la historia universal, pues tuvo una relevancia decisiva en el Descubrimiento de América. Fue un ejemplo de valentía femenina, determinación y carácter, se casó con quien quiso sin someterse a imposiciones, se negó a dejarse manejar y mostró un talento político que la llevó al trono e hizo doblegarse ante ella a muchos hombres.

Sin embargo y a pesar de la exitosa serie de TVE sobre ella de hace algunos años, Isabel la Católica es un personaje políticamente incorrecto para el feminismo oficial, que no soporta su religiosidad y prefiere admirar a actrices, cantantes o figuras de tercera o cuarta categoría como Frida Kahlo.  

En cualquier caso, la huella de Isabel la Católica es imborrable en la historia del mundo y, desde luego, resulta trascendental en la historia de España.

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Rafael María Molina