21/11/2024 19:30
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Si atendemos al postureo de los aplausos que se dedicaron los 202 diputados de nuestro parlamento que votaron a favor de aprobar la ley de eutanasia, deberíamos estar de enhorabuena. Si no lo estamos es porque, una vez más, nos la han colado. Esta norma regula tanto la eutanasia propiamente dicha, como el suicidio asistido. No lo dirán, pero el contenido regula las condiciones que un profesional sanitario administre al paciente una sustancia que acabe con su vida, al tiempo que la posibilidad de prescribir el producto que uno mismo se puede provocar su propia muerte.

Lo camuflan hablando de muerte digna. Es un eufemismo. Tengo amigos veterinarios a los que los dueños de animales enfermos les piden lo mismo, y ese acto recibe el nombre de “sacrificio”. Lo llaman eutanasia porque su intención es falsificar interesadamente la realidad con la intención de ocultar la verdad, que esta ley realmente regula las condiciones en que se va a sacrificar a seres humanos. Cuando hablen de ella, denomínenla así: ley del sacrificio de seres humanos para que no sufran.

Me parece cuando menos anormal que los propulsores de esta norma (PSOE, Unidas Podemos, Ciudadanos, PNV, Junts Per Catalunya, Más País, Esquerra Republicana de Catalunya, Bildu, Bloque Nacionalista Galego, CUP, y no sé si me dejo alguno más) opinen que con esta ley se consigue un avance hacia «una sociedad más humana y más justa«, y que su aprobación es la muestra de que España es «una democracia moderna«, «lo suficientemente madura» como para haber afrontado esta cuestión. ¡No sé cómo hemos podido estar hasta ahora sin ella sin habernos dado cuenta de lo necesaria que era para nuestras vidas! ¿O debería decir nuestras muertes?

La portavoz de Unidas Podemos, Rosa María Medel, para no variar, en lugar de convencernos de sus bondades, seguro que porque no las tiene, se dedicó a reprochar a los que votaron en contra aduciendo que lo hacían para negar a quienes no tienen dinero, o no piensan como ellos, el derecho al uso de su «libertad personal«. Los acusaron de querer «imponer» al resto de españoles «cómo deben morir» los demás. Es para echarse a temblar que gente como ésta forme parte del legislativo.

La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, de la que tanto se ha hablado estos días, ha calificado el trabajo de los que han participado la elaboración de la norma de «responsable» y «sensato«, al tiempo que la califica de «garantista«. Le faltó pedir un premio por su brillante labor. Dijo más: «Hoy nadie pierde derechos y avanzamos un poco más en nuestra libertad individual«. Fíjense si sabía que algo no estaba del todo bien, que pidió «respeto» para los que, como los diputados de Ciudadanos, apoyaban esta medida. ¿Ustedes han oído que alguien pida respeto por las normas que se aprueban en el parlamento? Será porque, en el fondo, sabe que algo no está muy claro. En fin, que los que votaron a esta formación tienen sobrados motivos para darle una vuelta a su intención de voto.

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ERC, EH Bildu, BNG y la CUP, mostraron su apoyo a la norma, aunque no les satisfacía del todo. Para estos adelantados, es «insuficiente» porque no recoge la extensión del derecho a los menores de 16 años, ni a los enfermos mentales. Pedían también, y estoy seguro que lucharán en el futuro por conseguirlo, que se pueda acoger quien aduzca cansancio vital. Y esto último es tal cual: pretenden que a quien tenga cansancio vital se le pueda quitar la vida.

Sin entrar en valoraciones de otra índole, me pregunto si toda esta caterva de progresistas indocumentados se ha planteado esta cuestión, no desde el punto de vista moral, que supongo que no, sino desde el punto de vista humano. Si usted, como la inmensa mayoría, siente aversión hacia este tema, no se preocupe. No le pasa nada. Es completamente natural. ¿Sabe por qué? Porque el ser humano no está hecho para la muerte, sino para la vida.

No tenemos instinto de muerte, ni la entendemos. La muerte no es un derecho. Que la muerte sea un derecho es algo artificiosamente artificial. La muerte es una consecuencia de la vida, de la que huimos innatamente por tener inserto en nuestro ser el instinto contrario, el de supervivencia. Por eso nos repele tratar este asunto. No tiene que ver con nuestras tendencias ideológicas.

Los progresistas dicen que quienes no estamos a favor tenemos prejuicios religiosos y somos restrógrados. ¿No se han parado a pensar que quienes en su desesperación no quieren seguir viviendo, lo hacen no porque deseen morir, sino por el miedo a la nada y al sufrimiento, tanto físico como psicológico? ¿Por qué no trabajan en aliviar ese dolor? Facilitar la muerte es, no sólo irracional. Es antinatural. Y eso han aprobado sus señorías. Ténganlo en cuenta cuando vayan a votar.

Autor

REDACCIÓN