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¿Qué es, por lo demás, la libertad sin la sabiduría y sin la virtud? Es de todos los males el peor. Porque es el desorden, el vicio y la demencia, sin nada que guíe, que frene, que limite. Quienes saben qué es la libertad animada por la virtud, no pueden sufrir que retóricos incapaces la deshonren a base de grandes palabras. (…) Constituir un gobierno no es muy difícil. Dar al pueblo bases sólidas, enseñar la obediencia, eso es todo. Dar la libertad todavía es más fácil: no es necesario conducir, consiste en dejar ir las riendas. Pero construir un gobierno libre -es decir, templar uno por uno esos dos elementos contrapuestos que son la libertad y la obediencia y reunirlos para formar un conjunto coherente- eso exige una gran reflexión y profundidad y supone un espíritu sagaz, potente e inspirado”.

Estas palabras pertenecen a Edmund Burke, filósofo, ensayista, escritor y político británico de origen irlandés considerado uno de los referentes más importantes del pensamiento conservador. Fue un crítico implacable de la Revolución francesa condenando sus fundamentos filosóficos con una agudeza y claridad que fue plasmada en su obra más reconocida, titulada Reflexiones sobre la Revolución en Francia, y publicada en 1790.

Burke conoció de primera mano los sucesos revolucionaros y ello lo conmocionó de tal manera que al ver el espíritu antirreligioso, el desprecio por la tradición, por la ley natural y el regocijo por la venganza y la violencia revolucionaria, se convirtió en un adalid de la defensa del sentido común.

Para Burke la libertad, al contrario del concepto jacobino, no es un algo abstracto ni absoluto, sino una herencia recibida de los antepasados y como consecuencia final de un proceso arraigado en la tradición que permanece vivo, en movimiento, cambiante y podríamos decir en constante adaptación con el paso del tiempo. Gracias a esa continuidad, esa transmisión, a ese nexo perdurable a través del tiempo que pasa de generación en generación, todavía estamos hechos a imagen de nuestros ancestros. 

Burke fue muy agudo en su lenguaje para describir lo brutal de la revolución, la contradicción entre lo discursivo, lo hechos y el origen corrupto de su fundamento. He aquí un ejemplo de ello: “Esa clase de gentes (los revolucionarios) están tan imbuidas de sus teorías de los Derechos del Hombre que han olvidado totalmente la naturaleza humana. Han conseguido cegar las avenidas que conducen al corazón, sin abrir nuevas vías a la comprensión. Han pervertido en sí mismos y en quienes les escuchan todas las simpatías nobles del pecho humano. (…)  ¡Matanzas, torturas, patíbulos! ¡He aquí vuestros derechos del hombre! ¡He aquí los frutos de las declaraciones metafísicas tan alegremente hechas y tan vergonzosamente abandonadas!

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El pensamiento de Burke se basa en la existencia del derecho natural, que se manifiesta y defiende con prudencia, ligado a la herencia aristotélica tomista y a los valores de la cristiandad. El irlandés criticó al totalitarismo que endiosa al poder estatal y advirtió, ya por entonces, que las revoluciones burguesas solo traían miseria, terror y muerte; como trágicamente quedó demostrado sobre todo durante el pasado siglo con sus herederas comunistas.

Su idea del Estado, su función y valor en relación con los individuos y la comunidad y sobre todo su permanencia y quienes pretenden acabar con ello, se puede sintetizar en el siguiente extracto: “Hay intereses permanentes de una sociedad que son, precisamente, los que la revolución ataca en vez de contribuir a potenciarlos. La continuidad de la tradición ofrece seguridad, incluso desde el punto de vista emocional, y una guía clara de actuación política. El Estado constituye: una asociación no solo entre vivos, sino entre los muertos y los que han de nacer y eso es lo que la Revolución pretende destruir”.

Como se puede apreciar a lo largo de su obra, su conservadurismo es una visión del mundo, no es una ideología, mucho menos una teoría. Su pensamiento conjuga el orden y la libertad, la tradición con el presente y el porvenir. Su orden social es la construcción de una comunidad más espiritual que política, económica o técnica, un orden orgánico y no mecánico.

Cuando se rechazan y niegan las raíces, los principios permanentes de una Civilización conectada con su pasado y su tradición, como en estos tiempos de cancelación, la democracia se torna totalitaria, matando la libertad, la fe y el pensamiento deshumanizando al individuo. Todo ello fue advertido por Burke hace dos siglos y medio.

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Seamos como Edmund Burke, busquemos la sabiduría y la virtud, recuperemos la naturaleza humana y el sentido común, conservemos las raíces para conquistar el futuro, seamos libres, pero de verdad.

 

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José Papparelli
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