21/11/2024 17:44
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¡Jesús que calor!» es la canción del verano. Sonsonete repetido por copla o por bulería en cualquier esquina de cualquier urbe. Y es que «chaval, ayer creía que me moría viendo el Netflix en mi chase longue».
Hombre, pesadete se está haciendo el estio pero yo me pregunto ¿de cuando se nos volvió la piel tan fina a los hijos de este secarral?.
En Aquí manda Lorenzo, y aunque las últimas generaciones hayan medrado adobadas en Nivea, conviene recordarles de cuando en cuando que el lomo trigueño de nuestros abuelos ni era tendencia ni venía de saltar olas en Cádiz. 
Para calor, oiga, meter toda tu vida en un macuto, echarte un mosquete al hombro y recorrer a marcha forzada la distancia que separaraba Sevilla de Badajoz allá por el 36 y en agosto.
Luego volveremos con esto.
Bochorno -digo yo- que también lo hará en Ucrania, que es ese hipotético país que desapareció de los noticieros cuando ya EEUU nos había hecho el lío a todos (menos a los húngaros, esos pérfidos fascistas), y cualquier día saldrá entre El Tiempo y Los Deportes con anuncio de Pepsi incluido.
La muerte en el área del Dombás no llega de un golpe de calor si no de un pepino lanzado por un funcionario atribulado con el simple adiestramiento de fijar el objetivo en el joystick y apretar un botón mientras endiende un pitillo a 600 kilómetros de distancia.
La maravillosa exactitud alcanzada por la ciencia permite que la maquinaria bélica reduzca los daños colaterales a porcentajes ridículos, introduciéndonos en el fascinante mundo de la guerra low cost o Call Duty Reality.
Vivimos unos tiempos maravillosos oigan.
Esta semana ha sido el puente de agosto, festividad que aunque nadie lo recuerde se debe a la Ascensión ( de María). 
Servidor, cada víspera del día 15, mientras la inmensa mayoría de los paisanos meten bikinis, chanclas, condones y viagras los optimistas, cremas solares y camisetas de cerveza molonas en sus trolley, servidor enciende una vela por los hombres que murieron tal día en la Puerta de la Trinidad.
Al mediodía del 14 de agosto de 1936 se plantaron las tropas de Yagüe, Asensio y Castejón ante las murallas de Badajoz, baluarte histórico al que adornaban sus homabeques, revellines, fosos y torres, tan antiguas cómo eficaces.
Tras una cuidada preparación artillera que se demostró escasa se decidió tomar la ciudad al asalto, pues así se libraban las guerras cuando las libraban los hombres.
El Tercio llegó a paso ligero y alegre hasta el portalón de la Trinidad cantando y dando vivas a España.
Todos los oficiales y suboficiales de la unidad cayeron durante el primer asalto, excepto un capitán y un cabo.
Ignorando las bajas, la segunda oleada legionaria parapetándose  sobre los cadáveres de sus hermanos de armas tomó a la bayoneta la Puerta de la Trinidad.
Dicen los tontos de capirote que en las horas siguientes a la toma de Badajoz hubo una «represión atroz»… y a mí que me importa una mierda: ¡es que hacía tanto calor!. 
Solo sé que aquellos hombres, héroes anónimos que murieron asaltando una fortaleza medieval con 45 grados a la sombra, tal vez ganaron aquella guerra y les dieron tierra sin saberlo.
Servidor, cada 14 de agosto enciende una vela en su memoria.
Y es que odio los puentes… ¡que yo serví en la Infantería!.
¡Jesús que calor!.
Y cuanto imbécil, por cierto.

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REDACCIÓN
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