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La primera mentira histórica en este tema es que la II República se instauró en España merced a una victoria electoral republicana el 14 de Abril de 1931 cuando reinaba en España Alfonso XIII de Borbón, pues dos días antes, el 12 de Abril de 1931, cuando se celebraron unas simples elecciones municipales, clasificando a los candidatos electos como monárquicos o republicanos, fueron elegidos 8291 concejales monárquicos, y 4314 concejales republicanos. Si les unimos los proclamados por la Ley electoral entonces vigente, fueron elegidos 22.150 concejales monárquicos y 5.875 concejales republicanos. (Eduardo Comín: “Historia Secreta de la II República”). Pero los republicanos ganaron en todas las grandes ciudades, con excepción de Madrid, donde se dio un empate a 143. Pero, incluso en la capital, los perdedores salieron a la calle. Los consejeros reales, pusilánimes, parecían temer una repetición del asalto al Palacio de Invierno, en San Petersburgo. Las maniobras del «triangulo» Alcalá Zamora-Romanones-Marañón, actúa de «comadrón» de la República, y aconseja al Rey Alfonso XIII que abdique y abandone el trono. El tendencioso telegrama con la circular de Portela Valladares a los gobernadores provinciales incitándoles a abandonar sus puestos al anunciarles unos resultados electorales falseados. Las actividades del Gran Oriente, contribuyeron a crear un vacío de poder. El poder está en la calle. Los republicanos lo toman. Lógico y natural. Se proclama un Gobierno Provisional de la República presidido por Alcalá Zamora en el que están los masones: Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Santiago Casares, Álvaro de Albornoz, y Francisco Largo Caballero. Al cabo de un mes de la proclamación de la II República, arden los conventos en toda España. Visítese cualquier hemeroteca y consúltese cualquier periódico de la época: Huelgas, atentados, caos y miseria, algaradas y tiroteos, escenas de pillaje y desórdenes de todas las clases. Los anarquistas se imponen en la clase de obrera de Cataluña, y en el campesinado de Aragón y Andalucía. Los comunistas, aunque numéricamente escasos en ese momento, se infiltran en otros partidos marxistas, especialmente en el PSOE, que entonces era un partido marxista. Y así. La II República hubo de enfrentarse en cinco años a más rebeliones, desórdenes y algaradas que la monarquía en cinco siglos.
En 1933, clamoroso triunfo de las derechas y, enseguida, golpe socialista y huelga general en Asturias al año siguiente, en octubre de 1934, y rebelión armada de la Generalitat en Cataluña, donde el genocida Lluis Compayns, como presidente de la Generalitat de Cataluña fue un golpista separatista de verdad, pues no se limitó a organizar una votación, como ha sucedido recientemente en España, sino que entonces se dio un verdadero golpe de Estado separatista y armado que requirió la intervención del ejército. Y después, durante la guerra, fue un genocida que llevo a cabo miles de crímenes en base a las “listas negras” de catalanes, por motivos religiosos y políticos, cometidos por el gobierno de Compayns. La actual “memoria histórica” ha olvidado a esos ocho mil catalanes asesinados por el genocida Compayns.
Y continuaron los desórdenes, constatados por todos los republicanos decentes, empezando por Ortega y Gasset, con su «¡No es esto! ¡ No es esto !», a pesar de lo cual la prensa hace creer a los mal informados ciudadanos de la Europa occidental que el pueblo español vivía un idílico sueño de paz que fue interrumpido el 18 de julio de 1936.
Antes de eso, en febrero de 1936 hubo nuevas elecciones en las que las derechas totalizan casi un millón de votos más que las Izquierdas, pero las derechas se presentan divididas, y, con el sistema de representación territorial, no proporcional, el «Frente Popular» alcanza el poder en las urnas.
Aumenta desde entonces el clima de guerra civil. Tiroteos entre pistoleros de todas las tendencias. Caso insólito en la historia de las tan alabadas democracias occidentales: En la madrugada del 13 de julio de 1936, agentes del Gobierno legal, uniformados, sacan de su casa al jefe de la oposición parlamentaria en ese momento, que era José Calvo Sotelo, le pegan un tiro en la nuca y le arrojan a una cuneta. Días después estalla la guerra civil el 18 de julio de 1936. Salvo contadas excepciones, el Ejército profesional se enfrenta al Gobierno. Este cuenta con las unidades paramilitares socialistas, con los anarquistas y con el control de las grandes ciudades. La Junta de Generales elige como Caudillo al más joven de entre ellos: Francisco Franco. Treinta y dos meses de guerra en España prólogo de la II Guerra Mundial, que seguirá cinco meses después de acabada la guerra de España. Objetivamente hablando, la sustitución de una guerra civil intermitente y mitigada por una guerra civil continua y virulenta, servía a los planes de Stalin, el cual se veía amenazado con perder uno de los focos de bolchevización local, pero que durante toda la guerra civil pudo azuzar el antagonismo de las democracias contra los fascismos, y singularmente azuzar el antagonismo francoalemán. Y es que el objetivo del Kremlin era una nueva guerra europea generalizada, mientras la URSS guardaría sus fuerzas intactas siendo neutral, para luego explotar a su favor la situación revolucionaria creada al término de dicha guerra. Pero tenía entonces un objetivo más inmediato el Kremlin que fue definido por Dimitroff: Desviar hacia Francia la amenaza alemana que se cierne sobre la URSS. Y el advenimiento del gobierno del Frente Popular en Francia el 4 de junio de 1936 formado por el socialista Leon Blum creó un clima muy favorable a la realización de los planes soviéticos.A partir de ahí, los agentes del Kremlin se dedicaron a persuadir a la opinión pública francesa de que la guerra de España puede ser una revancha del fracaso de las sanciones tomadas contra la Italia fascista, y que una derrota de Franco en dicha guerra sería también una derrota del “nazifascismo”, mientras que una victoria de los republicanos en España, conseguida gracias a la ayuda francesa, intimidaría a Hitler, y le disuadiría de atacar a Francia. Por otra parte, la anarquía que los comunistas y sus compañeros de viaje iban a crear, con sus huelgas y su demagogia, debilitaría a Francia, un debilitamiento que iría acompañado de xenofobia antialemana. Ese era el plan de Stalin: Provocar a Francia contra Alemania, y tentar a ésta con el debilitamiento de Francia, y provocar a Hitler y Mussolini, tarea a la que se dedicarían comunistas y socialistas desde Francia, y en menor medida desde Inglaterra y Checoslovaquia. Y el resultado de todas estas maniobras debía ser la ansiada guerra entre las democracias y los fascismos, pues tal guerra liberaría a Stalin del temor a la Wehrmacht, y además abriría el camino a la bolchevización de Europa.
La URSS, toda la llamada «intelligentsia» mundial, la gran prensa, y toda la izquierda revolucionaria desde los comunistas hasta los anarquistas pasando por todos los lunáticos y toda la cloaca social de Europa y América que enviarían las Brigadas Internacionales, más la Francia del «Front Populaire», se vuelcan en ayuda – religiosamente cobrada- al Gobierno del Frente Popular de Madrid, donde en sus manifestaciones era común ver pancartas con lemas como “¡Viva la Rusia soviética!”, con retratos de Stalin, poniendo de manifiesto que un conflicto aparentemente nacional en realidad era internacional, al tratarse de una guerra ideológica, prólogo de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, quienes dirigían la propaganda radiada en la zona roja durante la guerra fueron los bolcheviques Ilya Ehrenburg y Bela Kuhn.
Respecto a las Brigadas Internacionales, recordar un dato curioso que ya señalaba Joaquín Palacios Armiñán en la revista “En pie” (Madrid, abril 1963), y es que en dichas Brigadas, el porcentaje de judíos entre sus dirigentes y voluntarios fue muy elevado, no menos de 35.000. Entre sus dirigentes podemos mencionar, entre otros, al “General Kleber”, que inició su carrera bolchevique participando en el asesinato de la familia imperial rusa; el “General Walter”, que posteriormente sería Ministro del Interior en la Polonia comunista; André Marty, llamado “el carnicero de Albacete”; el “General Stern”, etc. En todos ellos, lo de “General” eran alias.
Alemania e Italia, convencidas de que en caso de derrota de los «nacionales» aquel será fatalmente desbordado por los marxistas, con los comunistas a la cabeza, ayudan a Franco. Pero, más que la «Legión Condor» y los voluntarios italianos, lo que cuenta para Franco es el hecho del respaldo italo-alemán. Sin él, la intervención francosoviética en España hubiera sido aún más declarada de lo que fue. Inglaterra, tibiamente pro-gubernamental, siguió su vieja táctica del “wait and see” (esperar y ver). Al final, los republicanos, los rojos, los gubernamentales o como quiera llamárseles, son derrotados. Pero un hecho es innegable si se quiere tener un mínimo de decencia intelectual. Si el gobierno alemán no actúa, forzando prácticamente la creación del «Comité de No Intervención», los nacionales no ganan la guerra. Sin la presión diplomática de Hitler y Mussolini, sobre todo de aquel, Francia y Rusia intervienen directamente. Es inútil negarlo. Y si intervienen, Franco no gana la guerra. Pretender lo contrario es una pura idiotez.
Dos factores influyeron, con distinto signo, en el desarrollo y resultado final de la guerra: el apoyo francosoviético al bando republicano a través de las Brigadas Internacionales, y por otro lado, la resuelta actitud de Alemania e Italia que impidieron mediante el citado “Comité de No Intervención”, una ayuda demasiado descarada y directa de Francia y de la URSS, y que ayudaron así a la victoria de Franco.
Y aunque la derrota del marxismo y la victoria final de fuerzas tan dispares como las que formaban el bando nacional representaba un paso atrás para el comunismo internacional que impidió la total realización de los planes de Stalin, éste había logrado, sin embargo, su objetivo de abrir un abismo insalvable entre las democracias y los fascismos, y hacer imposible todo entendimiento pacífico entre esos dos grandes bloques europeos: las plutocracias y los países fascistas, de cara a la inminente Segunda Guerra Mundial.
España pagó un terrible precio por su guerra incivil: Un millón de muertos, un cuarto de millón de españoles emigrados o exiliados, los desmanes y crímenes de las derechas, los desmanes y crímenes de los marxistas, la persecución religiosa con todos sus mártires que dieron su vida perdonando a los que les asesinaron por odio a su fe, víctimas que la desgraciada desmemoria histérica actual olvida e ignora, y trata de borrar incluso los nombres de las calles que las recuerdan, la economía nacional deshecha, y como remate, el pillaje organizado del Tesoro del Banco de España, enviado a Odessa el 25 de octubre de 1936, y que según el diplomático y embajador en la URSS Marcelino Pascua, del PSOE, fueron enviadas a Rusia 7800 cajas llenas de oro en monedas y en lingotes, con un peso neto de 510.079 kilos. En este robo, que fue el mayor robo del siglo XX, participaron Juan Negrín, entonces Ministro de Hacienda de la República, y los funcionarios soviéticos que intervinieron en este asunto: Grinko, Ministro de la Hacienda de la URSS, además del director del Grossbank y del viceministro de Finanzas. Previamente, la República española había reconocido diplomáticamente a la Unión Soviética, enviando como embajador en Moscú a Marcelino Pascua, que también sería embajador en Paris durante la guerra, mientras el Kremlin había enviado a España a dos embajadores de primer rango: Rosenberg en Madrid, y Antonov Owsenko a la Generalitat de Cataluña.
Tras la victoria de Franco en 1939, se ocultaron los desmanes y crímenes que también habían cometido las derechas durante la guerra, y se instauró un centralismo extremo en la nueva España franquista. Del mismo modo, hoy se nos ocultan los crímenes del bando republicano antes y durante la guerra. A este respecto, conviene recordar cual fue la idea de la Falange de José Antonio respecto al levantamiento del 18 de julio, que en un principio habían secundado y propiciado, pero con dudas y reservas, como queda escrito en una circular del 24 de junio de 1936, poco antes de dicho levantamiento. José Antonio era consciente de que la Falange por si sola no podría dirigir un levantamiento, que era la vía que ya se había decidido en una reunión en el Parador de Gredos en 1935, por eso necesitaban que bajo su liderazgo se unieran militares, con los que se había contactado y a los que se lo habían propuesto ya, y también necesitaban a los carlistas, que eran numerosos en todo el norte de la península. Naturalmente cada organización tenía su propia idea del alzamiento, y quería dirigirlo.
A pesar de que el texto de dicha circular de la Falange, que va dirigida a todos los jefes territoriales y provinciales de la Falange bajo el epígrafe de “Urgente e importantísimo”, está incluido en las Obras Completas de José Antonio, porque la transcribe Francisco Bravo en un libro suyo, no se sabe quién fue el autor de la misma, pero sí que José Antonio la asumió como propia en su defensa en Alicante. En dicha circular, cargada de razones, se expresan las dudas y preocupaciones sobre la naturaleza del golpe que se estaba fraguando, pues desde el ingreso de José Antonio en la prisión de Alicante, donde se encontraba recluido y aislado, ya no estaba al corriente del desarrollo del mismo. Desde allí, José Antonio había intentado parar la guerra mediante la creación de un gobierno de salvación nacional presidido por el republicano Diego Martínez Barrio, con figuras de entonces como Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Melquiades Álvarez, etc. Los temores que se mencionan en dicha circular se cumplieron después todos, pues lejos de hacer la revolución nacional-sindicalista, Franco crea un régimen personalista y autoritario sustentado en la Iglesia católica y el Ejército, donde la idea falangista de instaurar un Estado nacional-sindicalista queda postergada.
La reveladora y profética circular de la Falange decía lo siguiente:
“La participación de la Falange en uno de esos proyectos (de golpe militar) prematuros y candorosos constituiría una gravísima responsabilidad y arrastraría su total desaparición, aun en el caso de triunfo. Por este motivo: porque casi todos los que cuentan con la Falange para tal género de empresas la consideran no como un cuerpo total de doctrina, ni como una fuerza en camino para asumir por entero la dirección del Estado, sino como un elemento auxiliar de choque, como una especie de fuerza de asalto, de milicia juvenil, destinada el día de mañana a desfilar ante los fantasmones encaramados en el poder.
Consideren todos los camaradas hasta qué punto es ofensivo para la Falange el que se le proponga tomar parte como comparsa en un movimiento que no va a conducir a la implantación del Estado nacionalsindicalista, al alborear de la inmensa tarea de reconstrucción patria bosquejada en nuestros 27 puntos, sino a reinstaurar una mediocridad burguesa conservadora (de la que España ha conocido tan largas muestras), orlada, para mayor escarnio, con el acompañamiento coreográfico de nuestras camisas azules”.
Circular de la Falange, 24 de junio de 1936
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