15/05/2024 16:22
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Con la llegada de la maquinaria y la mecanización, la dependencia de los caballos como fuente principal de energía disminuyó gradualmente. Los caballos fueron reemplazados por locomotoras a vapor y posteriormente por motores de combustión interna en los vehículos.
Los caballos, esos animales preciosos y elegantes que nos habían servido de compañeros en mil batallas, fueron relegados como inservibles. Se los destripo y se sirvió su carne como comida, ya que no servían para nada más. Las máquinas habían tomado su lugar.
Las gallinas y los cerdos, antes tratados con cierta dignidad, fueron postergados a la cría masiva para servir de hamburguesas baratas de grandes cadenas de comida chatarra. Y los hombres fueron relegados a otro tipo de existencia artificial y mediocre.

Ahora ya no hay problema porque los van a alimentar de larvas, gusanitos blanditos y escarabajos peloteros del Camerún.
Las calles, antes disponibles para peatones y equinos, fueron poco a poco tomadas por las máquinas ruidosas y veloces que necesitaban espacio.
Ya no podías trotar libre por caminos, por montañas ni por parajes inhóspitos, sino que te tenías que circunscribir a caminos prediseñados, señalizados y controlados con peajes continuos.
Y paga por circular, y paga por aparcar, y paga por repostar, y paga multas por no hacer lo que se te dicta y como se te ordena.
Paga y sigue pagando por acceder a un resquicio de libertad si es que puedes…
El control total se empezaba a perfilar con la viscosidad, con la pegajosidad, con el tufo, la resistencia y toxicidad del alquitrán más burdo.
Y el hombre fue fagocitado por las máquinas y la fusión fue tan alegre y desenfadada como despiadada.
– ¡Se libre y compra un Popoya «ilusión» 4 x 4, y vive la magia de ser un aventurero! Esto te dicen los anuncios mientras una musiquita exquisita y reiterante te muestra imágenes de modelos con sonrisa muy blanca y con una vida idílicamente plena.
Y todos corrieron dando saltitos a la nueva «unión «entretejida por el cartesianismo más materialista.
Descartes descartaba lo humano como una vía válida de vida. «Cogito, ergo sum» se le ocurrió decir, como si no se existiera antes de que él  – y su paranoia – existiera.
La cohesión no fue tal, sino algo mucho más tenebroso; fue una transformación mágica hacia otro mundo que nos llevaría irremediablemente al de hoy, donde pagas por votar y votas a tus verdugos.
Sí. Cada voto que se obtiene en las elecciones supone 22,000 euros por cada escaño y cada voto 0,90 euros y para el senado 0,35 euros (ley 2015). Por propaganda electoral, se embolsan 0,18 euros por elector para amargarte con sus embustes de mamelucos al servicio del globalismo.
La corrupción es un gran negocio y el poder te abre muchas puertas. Como las de los cines a los incautos «yayos» , que ahora se  lo dejan a precio de saldo y así pueden consumir «cultura» woke a un precio de «amigo» del gran líder que les obsequia y les da «cositas».
La transfiguración fue rápida y la doctrina moderna se impuso sin remedio. Los colegios y universidades se encargaban de crear esclavos consumidores perfectamente adoctrinados para que no supieran ni pensar.
Y los niños de antes pronto ya no jugarían en la calle porque ya no existía calle donde disfrutar, tan solo eran vías donde nerviosos vehículos de colores metalizados transitaban histéricos. Ahora ya son silenciosos y ecológicos, claro, cuando ya no hay niños, ya que España está en proceso de desaparición (índice de fecundidad 1,23 y bajando).
Watt (James) patentó su versión mejorada del motor de vapor en 1769, en 200 años, algunos alucinados ya decían haber llegado a la luna y aunque no fuera así – que no fue -, ya se fabricaban 10 millones de automóviles en EEUU.
El «Clermont» – primer barco de vapor – hizo su viaje inaugural en 1807 y navegó a lo largo del río Hudson en Nueva York, demostrando la viabilidad de la propulsión a vapor en la navegación.
Hace 400 años, en el siglo XVII, los viajes entre Europa y América eran extremadamente largos y difíciles en comparación con los tiempos de viaje actuales.
Un viaje típico en esa época, por ejemplo, desde Cádiz, España a América Central (Veracruz) o al Caribe (La Habana), podía llevar alrededor de 6 a 8 semanas.
Hoy en día puede variar de 2 a 4 semanas. Los buques mercantes más grandes, como los portacontenedores o los petroleros, pueden consumir cientos de toneladas de combustible al día. Algunos buques grandes pueden tener un consumo diario de entre 100 y 300 toneladas métricas de combustible. Esto serían aproximadamente 60,000 y 180,000 USD por día.
Antes, era el viento quien portaba los galeones y las mercancías. El soplo de «Eolo» y el esfuerzo de aquellos marineros y aventureros que surcaban el gran azul tan solo provistos de pericia, gallardía y el astrolabio.
«Templa tu ira, oh Poseidón, y calma las furiosas olas, para que nuestros barcos puedan navegar seguros en tus dominios.»
Los hombres de mar miraban al cielo, al horizonte, a la mar, y se ponían en manos de los dioses para que les bendijera con vientos favorables y aguas benignas. Todo tenía un aura mágica en aquellos tiempos remotos donde los hombres eran de acero y los barcos de madera.
Hoy en día, los marinos, se ponen en manos de un GPS para que los guíe de manera rutinaria y mecánica del punto A al punto B.
Tan solo en una de las terminales del puerto de Shanghái, se pueden dar cita cientos de buques portacontenedores simultáneamente. Mientras en aquella época, -antes del golem-, salir a la mar era todo una hazaña, toda una aventura que implicaba saber cuándo zarpabas, pero nunca cuando -o si-, volverías.
En la modernidad, los consumidores sirven para ser consumidos. Todo tiene una obsolescencia programada cada día más corta.
Los códigos de barras son las de la cárcel que no ves. La tarjeta VISA te otorga el visado a la felicidad del consumo en los centros comerciales de internet. Los QR te catalogarán mediante AI y ¡ay!, de que no seas útil para el nuevo paradigma tecnocrático de la W.E.F.
Una «paguita» para sobrevivir y depender del líder y su magnanimidad que te adquirirá por siempre.
Podrás consumir lo que te permitan y según la huella de carbono que se te ocurra esparcir con tus flatulencias desagradables de cautivo digital.
Las botellas artesanales de cristal, se han cambiado por botellas tóxicas de plástico que suelen ir a parar al mar. Según un estudio publicado en la revista científica «Science» en 2015, se estima que entre 4.8 y 12.7 millones de toneladas métricas de plástico ingresan a los océanos cada año desde tierra firme.
Curiosa metáfora que las botellas de agua (muerta) terminen en el mar abandonadas, vacías y a la deriva, como sus consumidores condicionados por el progreso que transitan como náufragos por el proceloso océano de la perdición.
Y los ríos donde antes podíamos beber gratis y de manera segura agua pura y cristalina, ahora son meras cañerías intoxicadas donde nadie se acerca.
Antes todo tenía un tinte ritualista, desde las cosas más pequeñas y naturales como comer en familia o alimentar a la montura para que estuviese sano y diera el servicio más grato. Todo ostentaba el valor de lo exclusivo y no como hoy, que todo es descartable y desechable.
Como el App «Tinder» donde las personas son consumidas como si fueran cromos a los que poseer o intercambiar con un dedito.
O como esas redes sociales (curioso nombre) donde las «truchas» y los «truchos» comentan los detalles más insignificantes a los 4 vientos y así la C.I.A. se entera de todo sin esfuerzo.
Antes las mujeres – y los hombres – vivían el amor de otra manera. Se escribían cartas y poesías de un sentimiento sublime. Las parejas se esperaban contra viento y marea, y ni la distancia ni el tiempo, impedían historias de amor inimaginables para un moderno autómata de hoy en día.
En la actualidad, se vive tan rápido y todo es tan vacuo y carente de sentido que no es de extrañar que los jóvenes del mundo mecánico no sepan ni quién son. No saben – por no saber – ni qué género tienen.
El modernismo te ofrece una gran variedad donde poder elegir y disfrutar de tu disforia de género con alegría y alboroto en sus días del orgullo «alegre» (gay). Alegre de ser exclusivamente un tarado sugestionado por la ingeniería social y su matraca por la retaguardia.
Y a los niños se les prohibió la sonrisa, su inocencia y se los quedo el estado.
El estado sabe lo que es mejor para ellos y el transhumanismo es el futuro que les espera si no lo remediamos.
Profesores decadentes, trastornados y esquizoides coaccionan a los infantes y su candidez en el centro de detención obligatorio llamado escuela (donde se la cuelan por detrás).
Y les explican todo sobre el sexo  y de paso, les muestran con todo detalle a niños de cinco años como se perpetra un «fellatio» o una penetración anal para que se inserten en su secta y disfruten pronto de los cuartos oscuros.
Esto es el magnífico progreso que la mecanización nos ha regalado.
La crisis de identidad se forjó cuando el golem del sortilegio nació de una cesárea forzada y planificada desde algunos despachos de oro.
La modernidad lo ha infectado todo y lo sigue haciendo, aniquilando la inocencia y la bondad a su paso.
Denuncias falsas y divorcios a tutiplén dan el resultado de familias descompuestas, fragmentadas  y niños con traumas de por vida.
Mujeres empoderadas sueñan con ser «product managers» en una multinacional y para ello sacrificarán su matriz y su juventud a los señores del dinero y a su modernismo materialista.
No quieren ser madres porque no quieren servir a su propia familia, sino al gran dios de los números y las cifras, y los porcentajes y las cuotas de mercado . Ser ejecutivas y ejecutar su propia naturaleza.
Y reirán en el carrusel que gira y gira con luces de colores y  variedad,  mientras pagan con su honor las vueltas que las  emborracharan hasta que mareadas y usadas se estampen contra el muro de la infertilidad.
Y luego vodka, Netflix y un gato a quien torturar.
Y no es de extrañar que con tanta «femiloca» suelta, los cíborgs sexuales se vendan como rosquillas a las que penetrar sin problema en la soledad de la modernidad tecnológica.
Serán robots, sí, pero no te denunciarán por maltrato de manera falsa para substraerte tu propia casa que aún pagas.  Ni te coaccionarán con su victimización amparada – y promocionada – por el estado, ni te pondrán los cuernos una de esas noches que se van con sus amigas de copichuelas, ni te quitaran a tu hijo, además de tu salario, tu libertad y tu cordura.
Los robots sexuales -«realdoll» las llaman- son la más clara representación de un mundo totalmente desconectado de la sensatez y abocado al caos y a la extinción.
Androides que servirán a seres que vivirán en una fantasía 3 D donde el «metaverso» será su paraíso soñado y donde podrán ser lo que su imaginación les susurre en ese momento.
Un hombre lobo en tanga de leopardo, un Drácula volador con una capa rosa, una heroína de grandes tetas a lo «cosplay» nipón, o un conejito con una metralleta que dispare láser fosfórito verde.
No pasará mucho tiempo cuando empecemos a ver a seres zombificados inmersos en alucinaciones colectivas tecnológicas, disfrutando de visiones hiperrealistas en un universo paralelo mientras se pudren en una cochambrosa habitación sin ventana.
Consumirán pastillas de colores a modo de «soma» (las de un mundo feliz de Aldous Huxley) y fabulosas drogas ya legalizadas y esponsorizadas por la corporación mundial.
Llegarán en un dron para que no muevan su culo de su cubículo. Y esto es el futuro que te han preparado y del cual hasta «Blade Runner» se sentiría inquieto.
T.S. Eliot, Dostoyevsky, Spengler, Scruton, Miguel de Unamuno, y Ramón María del Valle-Inclán, y por supuesto Julius Evola se dieron cuenta del cruel engaño y de sus consecuencias próximas.
Y siempre será la energía la que te gobierne.
El petróleo, la negra sangre del mundo, ha regido la modernidad hasta hoy, sustituida por una versión invisible en la actualidad, donde baterías más contaminantes que el propio crudo, te dirigirán en taxis compartidos y sin chofer humano.
Si es que al gran hermano le interesa que te muevas, claro.
«Todo más ecológico y limpio» nos prometen los que manejan los gobiernos con sus hilos de alambrada, pero no es más que la modificación más avanzada y moderna de una cárcel distópica ya anunciada por muchos.
Como las cadenas de la jaula de cristal llamadas «interés» y «deuda» que la gente las soporta, pero no las entiende ni sabe que les roba su libertad.
Ese método de succión para aspirar la sangre de los humanos y reconducirla a los bancos para llenarlos de «liquidez» sanguinolenta.
Tiempo y dinero, no es más que la vida de los siervos invidentes, que son quienes transfieren su «líquido» de vida mientras otros los explotan y viven como dioses en su monte Sinaí.
Wall Street (la calle del muro), no se lamenta ni sé inquieta, aunque arruine la economía mundial, sino que vende humo y prostituye esfuerzo real de gentes que son ajenas al conjuro financiero que los secuestra y aniquila.
Y nada fue un error…
Y lo explico el iconoclasta y relegado al eterno ostracismo Gottfried Feder en su «Manifiesto contra la usura y la esclavitud del interés del dinero».
Dinero, deuda, tiempo, así te devoran los vampiros financieros poco a poco, pero inexorablemente y desde siempre.
Y ahora quieren que sea perpetuo y sin remedio. Y llega la inteligencia artificial que organizara todo mucho mejor para que así sea.
¿Y si el trabajo lo hacen las máquinas, qué pasara con los humanos?
Tranquilo, algunos aún serán necesarios incluso dentro de la supremacía cuántica ya incipiente. Al menos para vigilarte.

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