“De su vino bebieron los pueblos; se aturdieron, por tanto, las naciones” (Jeremías 51:7) “Babilonia, misterio religioso, madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra”. (Apocalipsis 17:5).
Babilonia, Babilonia, Gran Ramera, la de los incontables prostíbulos, donde rameros y rameras venden sus almas a Mefistófeles con cornamenta, lamiendo los pies a íncubos y súcubos que les succionan su energía; a egrégores que, subidos a sus chepas, encarnan en ellos su vagabundeo astral, su andadura errabunda e irredenta.
Las élites —anunnakis, reptilianas, o la madre que los parió— ejercen su proxenetismo en el Himalaya de mancebías, lupanares, burdeles y mancebías instaladas en redacciones de periódicos subvencionados, en tertulias televisivas masonizadas, en hospitales deshipocratizados, en cuarteles oenegéticos, en hemiciclos bafométikos, en comités científicos que beben las ponzoñas de los pesebres globalistas, en tribunales sin juicio, en terrazas donde la masa letárgica se bebe su catatonía.
En Babilonia la Grande, en La Gran Ramera, en la Gran Prostituta se vende la dignidad, el honor, la honestidad, la ética, el alma, por un plato de lentejas, por el terciopelo del poder, por el burbujeo del sexo, por las palmaditas en la espalda, por halagos lisonjeros, por un trabajillo con despacho, por salir en una foto, por los oropeles de la vanagloria, etc., es una locura manifiesta, y más cuando, por conseguir estas baratijas, nuestras conductas prostituidas dañan a terceras personas, a colectividades enteras, a todo un pueblo.
No me estoy refiriendo a los gerifaltes ensortijados que montan dragones engualdrapados igual que las brujas cabalgan sus escobas, ni a los plutócratas con sombreros de cucurucho que conspiran contra la humanidad en sus siniestros conventículos carbonarios, en sus hemiciclos mundialistas; ni siquiera estoy enviando al Averno a los politicastros que han vendido su alma a a Asmodeo, a Bafomet, y que machacan, arruinan, enferman, matan y esclavizan a la ciudadanía a la que debían servir con tal de sentir los oropeles del poder la riqueza.
Porque los más típicos representantes de esta estirpe de raigambre cainita son los funcionarios del horror, los ejecutores de los siniestros planes de las élites globalistas, los correveidiles de sus superiores bafométicos, lameculos que, con tal de chupar las golosinas de un trabajo, venden su alma a cambio de un plato de lentejas y un ropaje con lentejuelas, con el que salir chulos en las fotos. lacayos
Sí, son los lacayunos extasiados con las alharacas de poder, con el ramoneo de prebendas en los enmoquetados salones de la élite luciferina; son los chupópteros, lameculos, tiralevitas, sacamantecas, mercenarios, sicarios, esbirros, sayones, matones, verdugos, alguaciles, ministriles de la satrapía del NOM, de las élites plutosatánicas creadoras de plandemias, de guerras, de ruinas económicas, de climodemias, de dictaduras infernales; traidores que habéis prestado servil obediencia a los gerifaltes del Averno, que colaboráis en esta checa gigantesca donde se nos somete a una tortura brutal con el fin de que aceptemos sin rechistar mortíferas vacunas, huellas de carbono, ciudades-prisión, inteligencias artificiales, radiaciones letales, liberticidios sin cuento…
Es así como periodistas, mandos militares, jueces, políticos, meteorólogos, médicos, científicos y funcionarios de toda calaña mienten, roban, engañan, oprimen, esclavizan, e incluso matan; es así como cumplen sin rechistar órdenes que atentan contra los derechos ciudadanos y contra la misma vida, convertidos en lobos para el pueblo al que juraron proteger, sanar, informar, y dirigir.
Milicianos infernales que se escudan en esas tres perversas palabras bajo las cuales se han engendrado todas las dictaduras: «Solo cumplíamos órdenes». Y esas órdenes les dicen que repriman al pueblo, que mientan creando colosales Himalaya de mentiras, que apliquen a la población medidas sanitarias perjudiciales que quebrantan salud, que arruinen países enteros a base de confinamientos y medidas despóticas, que cierren las ciudades para confinar a los rebaños en las nuevas checas; que nos inciten a comer bichos, a chatarrear nuestros coches; que nos obliguen a pagar por el carbono que emitimos, que nos fumiguen incesantemente…
Sí, les ordenaron esas cosas, y ellos, todos a una, obedecen sin rechistar, aunque saben de sobra el mal que están haciendo a sus semejantes y a ellos mismos, ignorantes de que la guadaña que alzan en alto también caerá sobre sus cuellos, de que también probarán el horror tecnológico y las hambrunas… porque el meteorito del NOM también les aplastará a ellos y a sus familias.
Acabamos con una cita del distopicador George Orwell, dirigida a los periodistas, pero que se puede aplicar también a todos los colectivos que vendieron su alma a quien yo me sé, como siniestros Faustos: «Ante todo, un aviso a los periodistas ingleses de izquierda y a los intelectuales en general: recuerden que la deshonestidad y la cobardía siempre se pagan. No vayan a creerse que por años y años pueden estar haciendo de serviles propagandistas del régimen soviético o de otro cualquiera y después pueden volver repentinamente a la honestidad intelectual. Eso es prostitución y nada más que prostitución».
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