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Comencemos a llamar a las cosas por su nombre. Quien entra en un país, legalmente o no, no es un migrante. Porque ni se trata de un ave migratoria que sigue el ritmo de las estaciones, ni migra continuamente de un lugar a otro. Las personas que cruzan las fronteras son emigrantes desde su país de origen y son inmigrantes en el país adonde van. Si además entran ilegalmente, es decir sin respetar las reglas establecidas para la entrada o el afincamiento de extranjeros, no son solamente (por definición) inmigrantes ilegales sino, además y sobre todo, invasores e intrusos como es un intruso cualquiera que entre en casa mía sin ser invitado.
¿Qué extraña epidemia de estupidez nos aflige para que tanta gente sea incapaz de ver estas simples realidades? ¿Por qué gente que no dejaría entrar en su casa un intruso se ha dejado lavar el cerebro de esta manera?
Demasiadas preguntas para responderlas de golpe. Pero una parte de estas respuestas se sintetiza en el uso generalizado de la palabra migrante que es un auténtico símbolo de colonización de la mente.
La palabra migrante contiene en sólo tres sílabas una constelación de significados, un condensado de ideología: implica que estas personas no vienen de un cierto lugar al que ellos pertenecen (emigrantes) y que no van a otro lugar al cual otros pertenecen (inmigrantes); implica que no existen o no deberían existir lugares a los cuales pertenecer, como no existen para las aves migratorias que se mueven libremente y para las que no hay fronteras ni patrias. En breve, esta palabra concentra la esencia de la repugnante ideología inmigracionista y apátrida que las fuerzas del globalismo y sus tontos útiles nos quieren imponer: que todo el mundo es de todos y todos tienen derecho a ir a cualquier parte.
Una ideología que, naturalmente, se resuelve en la invasión demográfica de las naciones prósperas, pero en la práctica solamente las de cultura europea y blanca. El virus del buenismo y las majaderías del mundo sin fronteras, de los seres humanos libres como aves en el viento, sólo han cuajado en el ambiente de debilidad mental, estupidez generalizada y complejos de culpabilidad que predomina en las poblaciones de las naciones occidentales, cuyos cerebros llevan decenios siendo machacados por la propaganda globalista.
Un ejemplo de esta degradación de las facultades mentales en las naciones europeas es la propaganda, verdaderamente infame, que nos quiere vender la entrada de millones de inmigrantes porque van a pagar nuestras pensiones.
Y en efecto existe un problema en la continuidad y sostenibilidad del sistema de pensiones, pero pretender que se va a resolver con la entrada de millones de inmigrantes es un burdo embuste con el que el lobby globalista quiere disfrazar su verdadero objeto, ideológico y político, que es la colonización étnica de Europa por masas africanas.
Que este embuste sea posible revela el inmenso poder que tiene la alianza impía de tontos útiles, majaderos buenistas y profesionales del engaño, que controla el discurso público, la mayor parte de los medios y los partidos políticos.
No sólo se trata de los inmigrantes sino de su descendencia, porque ellos sí tienen hijos y muchos. Los hijos que nuestras necias y cerebrolavadas mujeres europeas ya no quieren tener porque, según la basura que les han metido en sus heterodirigidas cabezas, la maternidad no es una tarea digna de ellas, sino un estorbo en su proyecto de convertirse en un estúpido engranaje proactivo, resiliente y que trabaja por objetivos.
El resultado, como podemos ver en varios países europeos, que llevan más años que nosotros sufriendo esta locura impuesta por sus clases dirigentes traidoras, se han creado comunidades enteras y territorios hostiles de no-Europa. Lejos de aportar riqueza o contribuir al resto de la sociedad, estas comunidades viven de asistencia o de delincuencia, exigen cada vez más recursos que se les deben dedicar, no sólo por motivos electorales sino simplemente para mantener una mínima paz social.
A los europeos, cada vez más, los van a freír a impuestos para que no estallen las comunidades de no-Europa que han crecido en Europa como un cáncer. Los que dicen que necesitamos cientos de miles de inmigrantes al año para pagar nuestras pensiones, o son tontos del culo o mienten como bellacos desde sus urbanizaciones de lujo. Lo que va a pasar es casi exactamente lo contrario: que los españoles y los europeos se van a quedar sin sus pensiones, porque el dinero se necesitará para comprar la paz social, para que la horda de no-Europa que ha crecido y crecerá dentro de Europa no salga de noche a quemar demasiados coches.
Este es el resultado de votar cada cuatro años a los tontos útiles de los lobbies globalistas, verdadero rostro de la conjura de los miserables y la farsa democrática, manejada por élites en la sombra y clases dirigentes traidoras.
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