21/11/2024 14:50
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El conocidísimo breviario que Pierre Vilar dedicó a la Historia de España comienza con una verdadera toma cinematográfica de gran angular, a vista de pájaro de altos vuelos o, menos poético, como si describiera el mapa a partir de la foto enviada por un satélite de comunicaciones. Estas son sus palabras: «El Océano. El Mediterráneo. La cordillera Pirenaica. Entre estos límites perfectamente diferenciados, parece que el medio natural se ofrece de manera apropiada para servir al destino particular de un grupo humano, a la elaboración de una unidad histórica». Y continúa desgranando los pensamientos que ese medio natural le sugiere: «(…) La posición excéntrica de Iberia, su aislamiento de los Pirineos, las vigorosas peculiaridades de su clima y de su estructura, el atractivo de algunas de sus riquezas, apenas han cesado de darle en Europa, desde la más lejana prehistoria, una originalidad a veces sutil, a veces inconfundible (…). Algunas constantes naturales han hecho de esta Península maciza, especie de continente menor, un ser histórico aparte.

No vamos a inferir de esto que el mundo ibérico sea un mundo herméticamente cerrado. Ni tampoco que haya ofrecido a los elementos humanos que lo abordaron condiciones particularmente favorables para su fusión en un todo armónico. Porque este mundo, que por un lado se abre ampliamente, gracias a una acogedora periferia, a las influencias externas de todo género, por otro lado, opone pronto a quien quiere penetrarlo más profundamente las múltiples barreras de sus sierras y sus mesetas, el rigor de su clima, la escasez de sus recursos (…). España no goza de ningún sistema coherente de vías naturales (…) Estrechos desfiladeros, en las salidas de sus mesetas, cierran casi todos sus grandes valles». El historiador acaba confesando su casi automática querencia a concluir con una expresión de tanta fortuna histórica como la que atribuye a España un carácter invertebrado, admitiendo que, en el transcurso de su desarrollo, ha sido víctima de la importancia excesiva que tiene en su estructura física «la armonía ósea de su relieve, con daño para los órganos de producción, de asimilación, de intercambio, de vida».

Algunos detalles en tan breve como admirable descripción de nuestro medio físico encierran ya el germen de la singularidad histórica que irá configurando el ser, la idea de España. Ese destino particular del conjunto de sus habitantes; esa posición excéntrica propiciadora de aislamiento; esa originalidad subyacente a lo largo del proceso histórico, o esas peculiaridades dañosas para la asimilación, el intercambio y la vida, presentan un cañamazo tensionado, y aparentemente hostil, para la convivencia como grupo homogéneo. Apuntan efectivamente a diferencias, disconformidades y desviaciones, pero siempre, nótese bien esto, dentro de un marco físico sorprendentemente idóneo para la elaboración de una unidad histórica. Unidad histórica a la que hacía referencia Sánchez Albornoz en una cita que reproduje de su obra en otro artículo y que reescribo ahora:

«Con igual criterio geográfico ya Herculano explicaba la formación de los reinos medievales por la dificultad de las comunicaciones a través de altas montañas; pero ni los elevados montes tienen ese decisivo poder aislador que se les atribuye, ni en España sirven de límite a las comarcas que están o estuvieron más tocadas por el espíritu autonómico.

Las grandes montañas que de norte a sur recorren Cataluña están muy al este del País y no en el límite con Aragón; los cien túneles del ferrocarril del norte no separan a Castilla de León, sino a León de Asturias; la frontera de Portugal tampoco está determinada por sierras.(…) El mayor localismo de España no depende de una realidad multiforme, étnico-geográfica, sino al contrario, de una condición psicológica uniforme; depende de la conformidad del carácter apartadizo ibérico, ya notado por los autores de la antigüedad mucho antes que afluyesen a la Península la mitad de las razas enumeradas por Hume como causantes de las tendencias dispersivas. Que las realidades étnico-geográficas de la Península no comportan ninguna fuerza especial fragmentadora, se muestra en la diversidad dialectal de España, mucho menor que la de Francia o la de Italia».

Autor

REDACCIÓN