09/05/2024 04:24
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En el primer libro de los Reyes, capítulo primero, nos refiere la Biblia un  episodio de la vida de Salomón que siendo yo adolescente y cuando el profesor nos lo explicó me impresionó de tal manera que han pasado  ochenta años largos y aun lo recuerdo porque,  desde entonces,  no he dejado de pedirle a Dios la Sabiduría varias veces al día.

Veamos como narra el escritor sagrado lo sucedido:

“Mi Dios, — le dice Salomón al Señor–tú fuiste muy bueno con mi padre David y,  a mí, me has puesto a reinar en su lugar. Ser rey de un pueblo tan numeroso… es muy difícil. Por eso, ahora te ruego que cumplas lo que le prometiste a mi padre. ¡Dame sabiduría e inteligencia para que pueda gobernar a un pueblo,…  porque,  sin tu ayuda, nadie es capaz de hacerlo!”.

Entonces, Dios le respondió:

—“Lo normal hubiera sido que me pidieras mucho dinero, poder y fama; o que te permitiera vivir por muchos años y destruyera a todos tus enemigos. Sin embargo, has pedido sabiduría e inteligencia para reinar sobre mi pueblo. Por eso, te concedo tu deseo, y además te haré el rey más rico, poderoso y famoso que haya existido. Nadie podrá igualarte jamás”.

Es una de las narraciones que, si fuera comprendida por la Humanidad cambiaría la triste historia de la Humanidad. Algo tan fundamental como la lección nos quiere dar a través de los escritos revelados, no ha logrado convencer más que a una minoría de hombres a lo largo de los siglos. El propio texto inspirado por el Creador ya nos lo sugiere cuando afirma: “Lo normal hubiera sido que me pidieras mucho dinero, poder y fama” ¿Cuántos de nuestros coetáneos si les preguntasen por  lo verdaderamente  importante para ellos, la razón  por lo que se mueven y trabajan no responderían que “por dinero, poder y fama”? ¿Te los has preguntado, en serio,  tú mismo?

Pero el que más sabe, el que ha creado al hombre inteligente, nos enseña en este caso que,  por encima de todo eso que nosotros consideramos un objetivo en la vida,  hay algo de valor infinitamente superior: la “SABIDURÍA”.

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Pero, ¿ cuál es la esencia de ese “don divino”?

Yo la definiría en forma pragmática y de fácil comprensión  como la “capacidad para conocer la finalidad de nuestra existencia y para vivir en consecuencia, logrando alcanzar el objetivo marcado por el Creador”.  

Con lo cual no invento nada sino que,  simplemente,  me atengo a la respuesta que infaliblemente tiene que dar todo ser inteligente a esta pregunta del divino Maestro, que todos hemos oído, si conocemos un poco el Evangelio y sus enseñanzas: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?”

En su siempre excepcional dirección de los Ejercicios espirituales el Padre Jean Jaques Marziac,  fallecido a los noventa y ocho años, en enero de 2022 en Caussade, Haute Garonne, — a donde yo acudía anualmente,  mientras la familia me dejó conducir distancias superiores a los quinientos kilómetros – solía mostrarnos una foto de uno de esos extravagantes millonarios  cuando era sepultado en su “coche de oro” como ejemplo de la estupidez humana…, ésa que no tiene otro dios que las riquezas. (Para mí  el P. Marziac siempre ha sido algo así –dicho en el lenguaje actual del pueblo—como el “Maradona” o el “Di Stefano” de los predicadores de Ejercicios Espirituales. En mis muchas decenas de tandas no he conocido nada parecido)

Quienes sentimos la obligación de trasmitir valores en nuestros escritos no podemos descuidar aquellos conocimientos que son cimiento de la felicidad de los humanos,  no solo en la vida verdadera,  en la que entramos por la puerta de  la dura muerte,  sino también en la presente; como es,  el dar la máxima importancia al esfuerzo en adquirir la “Sabiduría” que justifica nuestra existencia.

Con mucha frecuencia –cada vez más—oigo en mi interior la expresión “misereor super turbam” –siento pena por esta multitud—de Jesús antes del milagro de la multiplicación de los panes–, convertida en “misereor super eis” – ¡siento lástima por  ellos!—al contemplar  esta sociedad de la LGTBI .

Sí, es muy triste ver a los hombres “malgastar su vida”, al presentarse ante el Juez Supremo con las manos vacías de “sentido común”… 70, 80 90,…años sin enterarse de la razón de su paso por la Tierra.

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En parte,  porque no tuvieron a nadie que se lo recordase cuando tenían capacidad para asimilar verdades, pero sobre todo por su culpa, por “dejarse llevar” por los medios de comunicación en manos de los leales siervos de la Sinagoga de Satanás,  sin utilizar su inteligencia para buscar el sentido de la vida, ni utilizar la voluntad para trabajar en lo más importante de su existencia.

Con escritos  que publico de cuando en cuando –como éste–, creo satisfacer  una obligación de hombre y de católico, pero sin olvidar que,  por una “desviación de criterio” en  la opinión pública,  quienes lo hacemos somos considerados como  una especie de los antiguamente llamados “carcas”. Desviación que,   probablemente, es el freno que impide  a más de uno hacer lo mismo que yo. No es fácil para nadie lograr  ser absolutamente libre.

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.
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