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Parte del socialismo español no ha podido evitar la tentación de hacer suyos los planteamientos federalistas de gran parte de los nacionalismos, especialmente el catalán, al que puede superar en aspiraciones disgregadoras.

Uno de los motivos profundos de esta postura, según Lainz, digno de un serio examen de conciencia que sigue pendiente en la izquierda española, «es su contaminación con una inexplicable repugnancia a la idea de la existencia de la nación española. Esta hispanofobia, única en las izquierdas europeas, incapaces de comprender los escrúpulos que la izquierda española ha demostrado tener a su propia nación, ha sido heredada de sus aliados nacionalistas durante la Guerra Civil, de cuya terminación hace ya ochenta años no parecen haberse dado cuenta».

Este acercamiento a las tesis nacionalistas viene a dar un empujón a las aspiraciones de aquellas opciones políticas que desean dar un nuevo paso en la suelta de amarra del Estado independientes de esa indeseable nación española a la que la moda progresista no quiere pertenecer.

Para los nacionalistas, la conversión de España en un Estado federal sería la plasmación jurídica de su reivindicación de la inexistencia de la nación española. España, según esta teoría, es tan solo un estado plurinacional que engloba en su seno varias naciones, verdaderas éstas, como son, a saber, la catalana, la gallega, la vasca y la castellana. El Estado federal significaría el reconocimiento de la existencia de varias naciones, artificial e injustamente englobadas por la historia en el Estado español. Este reconocimiento vendría a ser el paso previo a la exigencia del Estado independiente que aparecería como el derecho inalienable del que sería acreedora cada una de estas naciones, temporal y frágilmente unidas en el Estado federal que serviría de transición no traumática hacia el estado natural de independencia.

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Pero es una lástima que no haya unanimidad a la hora de definir cuáles son estas supuestas naciones, pues si Herrero de Miñón nos divide en tres, dudando si incluir a Galicia en la nación castellana, José Antonio Aguirre escribía en Nueva York durante la II Guerra Mundial sus artículos destinados a aclarar al desinformado público norteamericano la realidad de España:

«La naturaleza real del problema ibérico consiste en que España no es una nación, sino varias».

«La península ibérica no es una unidad nacional, nunca lo será. Está constituida por cuatro grupos nacionales bien definidos: el español, el portugués-gallego, el catalán y el vasco».

Y les gustaría imponerles dicha concienciación nacional, pero no por ningún extraño altruismo nacionalista, sino porque, mientras no se consiga que los ciudadanos de esas naciones en las que han dividido artificialmente España admitan pertenecer a ellas, toda su imaginaría construcción nacional se viene abajo.

Un clarificador ejemplo, siempre siguiendo a Lainz, es el de Cesareo Rodriguez Aguilera de Prat, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Barcelona, quien escribía en 1991 la siguiente lamentación:

«La cuestión es que la España estrictamente castellana no se reconoce como tal: la cuarta nación ignora serlo, pues sólo se concibe como española, definición que incluye a Cataluña, el País Vasco y Galicia. La disolución histórica de Castilla en España complica, pues, la articulación de una armónica y consciente plurinacionalidad española».

Y continúa proponiendo una solución para esta problemática obcecación de los castellanos en considerarse españoles:

«En teoría, cabría pensar en la posibilidad de ir creando una mentalidad social castellana a partir de la existencia de un Estado federal, ya que esto ayudaría a alumbrarla. El poder de un Estado castellano, miembro de la federación española, acabaría moldeando, al menos en parte, una cierta conciencia de identidad cívica específica».

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Autor

REDACCIÓN