27/09/2024 12:00
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No sé si alguien tendrá tiempo para releer algo de Ramiro de Maeztu pero, créanme, es de lo más útil en la coyuntura que atraviesa España. Porque Maeztu es, de todos los de la generación del 98, el que con más acierto dedicó parte de su vida de periodista y escritor a reflexionar y a procurar encontrar una salida a las crisis española abierta por la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Insistía Maeztu con particular honestidad en la gran responsabilidad que en aquella coyuntura había tenido la prensa a la que acusa de no haber hecho otra cosa que regodearse en la falta de acierto del poder político al abordar la crisis, al tiempo que se complacía en evocar las pasadas glorias de esa misma España entonces derrotada. Los periódicos, añade, tuvieron una enorme responsabilidad en aquel impulso suicida de enfrentarse al poder norteamericano sin más recursos que una retórica trasnochada.

Pero la enseñanza más importante que se puede sacar de todo lo que escribió Maeztu a este propósito radica en su acertado diagnóstico del mal y de sus remedios, porque su propuesta no es otra que la de pedir libertad política para una sociedad que no puede y que no debe depender de los que ocupan el poder político.

Es curiosa la comparación con la España actual. En el 98 todo era machacar el clavo de la catástrofe ocurrida, mientras que los políticos apenas entraban a fondo en el cómo poner remedio a los problemas que esa derrota había puesto de manifiesto. Maeztu los señalaba pero la prensa sólo estaba pendiente de los cambios de gobierno, de la corrupción política o de los continuados fracasos de las campañas militares. 

Pero es que lo que ocurre ahora en España es la misma irresponsabilidad pero al revés. Porque la actual clase política ya no tiene catástrofe que lamentar pero sí que tiene un éxito social y económico que enterrar. Una y otra vez se trata de criminalizar los 40 años de gobierno de Franco y ello principalmente porque constituyen un mentís colosal a las pretendidas bondades de la República. Pero el problema en el fondo sigue siendo el mismo y la solución también. 

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El problema es que la clase política fagocita a la sociedad a la que administra y procura aprovecharse de ella lo más posible invadiendo las esferas de autonomía que debe tener toda sociedad para alcanzar su bienestar y su desarrollo y en vez de encauzar los esfuerzos se entromete en los sectores de actividad que pone en marcha la iniciativa privada. Y la responsabilidad de los medios de comunicación no debería ser otra que la de informar de los logros y apoyar las iniciativas que redunden en beneficio de esa misma sociedad.  

Pero en España seguimos teniendo el mismo problema que entonces, porque la prensa y los medios en general, en lugar de ocuparse de los problemas de la sociedad para contribuir así a que se definan y resuelvan, se entretienen –debidamente financiados eso sí- en comentar los diversas piruetas del Gobierno sobre la ideología de género y los cinco sexos con lo cual que oculta los problemas reales que España debe afrontar.

La única bocanada de aire fresco ha sido, por fortuna, la llegada al poder de la Comunidad de Madrid de Isabel Díaz Ayuso cuyo programa de gobierno se encamina hacia la libertad como alternativa al socialismo. Y tal y como ella ha explicado, lo que se pretende es dejar a la sociedad el suficiente aire para que asuma sus propias responsabilidades en lugar de esperarlo todo del poder político, porque ya sabe ella muy bien que todo lo que indebidamente invade el poder político para teóricamente ayudar, lo convierte en ruina. La mejor ayuda es siempre la de permitir que la sociedad asuma los problemas como propios y que el poder se limite a acudir a la necesidad, pero verdadera necesidad, sin dejarse por tanto engañar en ello.

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Lo que hay que evitar es que el partidismo destruya la democracia. Los partidos serán necesarios para el ejercicio de un poder representativo, pero si son incapaces de poner por encima del interés partidista el interés general, entonces se termina la democracia, lo que al fin y al cabo es lo que el partido socialista pretende y lo que desde 1888 figura como su programa máximo debidamente reproducido en el programa actual del PSOE. Por tanto, que nadie se engañe. 

Pero no es solo el socialismo el culpable, porque los populares de ayer y de hoy también participan de esa política suicida que procura la concentración de la riqueza y el empobrecimiento de la clase media a base de asfixiar la iniciativa privada y beneficiar a los grandes grupos financieros que les patrocinan. Y no se trata de teorías: según el Instituto Nacional de Estadística, en España en el año 1975 el 56% de la población era de clase media; pues bien, en el año 2008, tras 33 años de democracia partidista, la clase media era el 42,9 % de la población. Y ahora, tres 13 años de más de lo  mismo el porcentaje será aún más bajo.

El problema es grave. Las instituciones que sostienen la sociedad empiezan a estar ya carcomidas por los partidos y el pueblo, en cuyo nombre teóricamente se ejerce el poder, asiste al espectáculo como convidado de piedra e incomprensiblemente paga, vota lo que le inoculan y calla. Pero o la democracia acaba con el partidismo o el partidismo acabará con la democracia.

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REDACCIÓN