01/10/2024 00:46
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Seguro que, muchos de los lectores se han hecho la misma pregunta: ¿Por qué nadie reacciona? O si lo prefieren: ¿No hay nadie ahí para organizar todo este desaguisado?

La invasión de los rusos en Ucrania, la acción de Venezuela y Cuba, el movimiento reciente de muchos chilenos y colombianos ante la creciente presencia de los primos hermanos de los podemitas, la presencia en el poder de tipos como Sánchez, y tantos y tantos ejemplos de movimientos en el mundo entero del avance del comunismo internacional, vestido ahora con piel de cordero, hasta lograr sus propósitos, unido a la debilidad manifiesta de los EE.UU., el avance imparable de los fundamentalistas musulmanes y el peligroso silencio de China, mientras avanza en su principal objetivo de control de la economía mundial. Por algo hay que empezar, ahora que las ideologías están muertas en el corazón de los ciudadanos.

Mientras tanto, los europeos, creyéndose el ombligo del mundo, jugando a potencia económica y militar, descuidando sus valores humanistas históricos, se presentan con las manos llenas de un peligroso materialismo que les puede engullir en cuanto se descuiden.

¿Pero no hay nadie ahí?

Vuelvo a plantear la misma cuestión. No me resisto a creer que no haya gente dispuesta a jugarse el tipo por esta vieja piel de toro y no se una a principios como: “amo a España porque no me gusta”.

Los mayores estamos anulados por todas las partes. Un ejemplo: tiene una casa y desea cambiarse a otra más pequeña, porque sus hijos y nietos hace tiempo que volaron del hogar, y la suya es demasiado grande para mantenerla. Le pide al banco un crédito puente, después de la preceptiva cita previa, para afianzar la operación de compra de la nueva vivienda, mientras vende la vieja, y le dicen que, como es mayor de 75 años ya no tiene crédito porque el banco no asume el riesgo temporal de la transacción, aunque sea por un par de meses. Le ofrecen a cambio, unas condiciones leoninas, inasumibles, en cualquier caso.

Los jóvenes, bastante distraídos los tienen con los estudios y con las pésimas perspectivas de su futuro laboral, sin contar con la permisividad alcohólica del botellón o las tremendas leyes abortivas que autorizan interrumpir cualquier gestación sin el permiso de sus padres.

Viene a mi memoria el recuerdo de un amigo, cuyo padre era presidente de la Audiencia de una provincia del norte, y que ejercía de juez de Distrito en otra provincia muy tranquila, para que pudiera preparar las oposiciones a magistrado. Pues bien, el juez, que hoy lo es de la Audiencia Nacional, se lo pasó muy bien en aquella provincia tranquila.

La cuestión es que, el padre de mi amigo, juez de Distrito, se presentó con su mujer en la localidad tranquila, de aquella provincia tranquila, para verificar los progresos de su hijo. Y no tardó en darse cuenta de la realidad: el escaso avance en el trabajo de opositor de su vástago, la intensidad de su cometido como juez y el disfrute de una vida social nada permisiva, pero sí gratificante para el susodicho.

En el curso de una merienda campestre, el solemne Magistrado, me hizo una confesión que llamó poderosamente mi atención. Resulta que su padre, que era comerciante, había sufrido un grave revés económico y tuvieron que vivir en su familia una penuria económica demasiado prolongada. Esta penosa situación había motivado en el padre de mi amigo, una predisposición bastante negativa en sus relaciones personales con los bancos, de tal modo que, de la vieja inquietud vivida como consecuencia de la penuria familiar, había originado en él un sueño recurrente: que le tocaba la lotería y que ese día no acudía a la Audiencia. Pero, a media mañana, su casa empezó a llenarse de directores dispuestos a negociar con el dinero de la lotería y con muy buenas palabras.

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Recuerdo la fruición con que narraba el disfrute de ir recibiendo a los bancarios y las buenas palabras con los que los despedía.

Esta es la moraleja. Estamos rodeados de buenas palabras, de gente que promete y no da, de una realidad mentirosa presentada con papeles de colores.

La pregunta es la misma: ¿No hay nadie ahí? Y si hay, ¿a qué esperan? Porque, como reza el título de este comentario, el futuro está en manos de los inconformistas. Y somos muchos más los descontentos.

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REDACCIÓN