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Ayer el ABC sacó un artículo bastante interesante sobre Rudolf Hess que reproducimos:
«Cuando era niño, nadie me hablaba de él. Sabía que estaba en la cárcel, pero ignoraba más detalles. Mi madre nunca me facilitaba el menos dato, aunque siempre respondía a mis preguntas. Solía decirme: ‘Tu padre quiere que así sea’. Recuerdo los días de los juicios de Núremberg, en los que mi padre siempre se negó a recibirnos. Después ingresé en la escuela y me dediqué a mis estudios. A los 12 años, comencé a pensar que debía resultar magnífico contar con la presencia de un padre, pero no lo había perdido, porque, en realidad, nunca le había conocido, aunque en sus cartas siempre me diera algún consejo».
Quien así se sinceraba a ABC en noviembre de 1973 era Wolf Rudiger Hess, el hijo de Rudolf Hess, el colaborador más cercano de Hitler, el único hombre con quien el todopoderoso líder nazi, responsable de la muerte de seis millones de judíos, se permitía muestras de afecto en público. Por eso, cuando protagonizó aquel misterioso y solitario vuelo a Escocia, el 10 de mayo de 1941, sin consultar a su amo, justo en el momento en que el Führer estaba apunto de comenzar la invasión de la Unión Soviética en la famosa «Operación Barbarroja», la noticia de su detención por parte de los británicos provocó un auténtico terremoto.
Se trata del viaje más oscuro de la Segunda Guerra Mundial, el que más interrogantes desató, el único enigma del Tercer Reich que nunca se ha esclarecido del todo y que, a día de hoy, 80 años después, sigue envuelto en sombras. Su destino era el castillo de Dungavel, propiedad del duque de Hamilton, a quien llevaba un plan de paz para los británicos, con el objetivo de que pusiera fin al conflicto más devastador de la historia de la humanidad. Hitler no sabía si aquello era una traición o, simplemente, se había vuelto loco, como hicieron creer a todo el mundo. «¿Qué diantres iba a hacer allí la mano derecha de Hitler?», pensó el primer ministro británico, Winston Churchill, cuando le dieron la noticia, que en un principio ni se creyó.
El comunicado
¿Había sufrido una avería? ¿Fue un error de pilotaje? ¿Se trataba de un desertor? «El camarada Rudolf Hess, que sufre una enfermedad desde hace varios años, y al que se le prohibió formalmente volar, ha tomado posesión de un avión en Augsburgo, saltándose dicha prohibición, y no ha regresado. Una carta dejada por él muestra señales características de desorden mental y se teme que haya sido víctima de sus alucinaciones», defendía la nota de prensa hecha pública por el Tercer Reich.
En la visita que ABC realizó a la prisión de Spandau (Alemania) en 1966, en la que el lugarteniente de Hitler permaneció solo el resto de su vida, y hasta su muerte en extrañas circunstancias el 17 de agosto de 1987, se hacía precisamente esa misma pregunta. ‘¿Está loco?’, rezaba el titular del amplio reportaje que le dedico la revista ‘Blanco y Negro’ y que nuestro enviado especial comenzaba así: «A medida que avanzamos, las advertencias se vuelven más amenazadoras: ‘Atención, peligro’, ‘No acercarse, los guardias disparan a dar’. Imposible llegar más lejos. Las ametralladoras de las torres de vigilancia giran apuntándonos, los centinelas dan la alarma, los máuseres nos enfilan. Además, ¿quién se arriesga a franquear esta barrera de alambres espinosos por la que pasa una corriente de alta tensión, y esta franja de césped cuya corta hierba apenas oculta el suelo minado? Esto es Spandau, la antigua prisión militar alemana convertida, desde 1947, en la cárcel de este criminal de guerra, un gigantesco edificio de ladrillo siniestro, con su muro circular de 4,5 metros de altura y 180 de longitud».
Y continúa: «El prisionero aparece de pronto en la ventana de una celda. Cara muy pálida, cabeza rasurada con reflejos blancos, mirada atónita, estupefacta. ¿Quién es capaz de reconocer en este anciano vestido con uniforme de penado al brillante Rudolf Hess, que fue el delfín de Hitler y el tercer hombre, después del Führer y Goering, del Tercer Reich?». En primer lugar, cualquier de los 500 guardias que lo vigilaban en aquel espectacular complejo con 696 celdas en la que él era el único inquilino y cuyo mantenimiento costaba cientos de millones al año. Y en segundo, su hijo, que cuando se hizo adulto fue a visitarlo hasta en una treintena de ocasiones, hasta que apareció estrangulado con un cable eléctrico, a los 93 años, en un cobertizo del patio… o al menos eso defendió siempre la versión oficial de la primera autopsia.
En busca de la liberación
«Rudiger Hess ha atravesado las puertas de la prisión de Spandau para pasar treinta escasos minutos con su padre — contaba ‘Blanco y Negro’ en una entrevista con el hijo en 1973—. Será su visita número veinticinco y, como siempre, Wolf habrá memorizado de antemano los temas de la conversación. ‘Existen muchos asuntos que no nos están permitidos tratar’, reconoce Wolf, que ha viajado a Londres con el fin de rogar al Gobierno británico de que persuada a las autoridades soviéticas para que liberen a su padre».
Este revelaba muchos datos de la vida de su padre durante todas aquellos años de cadena perpetua, como aquella primera vez de 1969 en que, por fin, permitió que le visitara al ser trasladado a un Hospital Militar Británico para ser tratado durante tres meses de una «úlcera perforada». «Pienso que entonces tenía miedo de morir. En varias cartas nos había expresado las razones de su prohibición. Nos decía que el retorno sería mucho más duro que la ida. En realidad, creo que pensaba que si nos veía, el muro que había construido en torno suyo se derrumbaría. Ahora su actitud ha cambiado. Mi madre o yo le visitamos una vez al mes, pero nunca nos dejan estar solos».
Wolf Rudiger Hess contaba también a este periódico que, en 1973, le permitían cuatro libros al mes y cuatro diarios alemanes por día, aunque todo ello hábilmente censurado. En aquel momento, tras 32 años entre rejas, ya no tenía prohibido hablar de política con su hijo, como ocurría en las primeras visitas. Podían incluso departir de todo lo acontecido en el periodo comprendido entre el ascenso al poder de los nazis en 1933 y su caída en 1945, tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, aunque fuera siempre con un soldado vigilándoles y escuchándolo todo. Y, por supuesto, podían abordar con libertad la campaña en pro de su liberación que este estaba promoviendo desde hacía años.
«No trato de juzgarlo»
Rudiger Hess contaba que tenía en esos momentos 36 años, que trabajaba como ingeniero en Hamburgo y que a su padre lo había conocido, sobre todo, por los libros y artículos que había leído sobre él y por las conversaciones con personas que le habían tratado en el pasado, además de las más de veinte visitas que le había hecho a la prisión por entonces. «Era como juntar las piezas de un mosaico», comentó. Y cuando el enviado especial de ‘Blanco y Negro’ le preguntó si alguna vez se había planteado cambiar de nombre, por que no le relacionarar con el lugarteniente del hombre que había promovido el genocidio de los judíos, respondió: «No, porque Hess es un apellido corriente en Alemania y nunca tuve problemas».
Y sobre el hermetismo de su padre sobre su pasado, añadió: «Había muchos temas de los que me hubiera gustado hablar con él. Del Tercer Reich, por ejemplo. No trato de juzgarle, pero como hijo existen algunas preguntas que me gustaría que me respondiera. No estoy orgulloso de mi padre, pero creo que es un hombre idealista y honesto. El gran acto de su vida fue su vuelo a Escocia. Todo estaba preparado, excepto cómo salir del avión. Fue su primer salto en paracaídas. Así nos lo contó él en una carta que escribió durante el juicio de Nuremberg. Pero esto sucedía antes de que fuera impuesta la censura».
¿Cómo imaginaba a su padre antes de aquello? «Mi madre suele describirlo como un hombre introvertido, pero con un gran sentido del humor. No hay visita en la que no terminemos riendo. Para mi madre resulta más difícil, pero ella es una mujer valiente. Vive en las montañas de Baviera y en verano suele tener frecuentes visitas. En la actualidad tiene 73 años y continúa esperando. Ha visitado a mi padre en 16 ocasiones, pero el viaje le resulta muy fatigoso. Sería extraordinario que pudieran pasar sus últimos años juntos y en paz, pero las oportunidades son cada vez menores».
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