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Yo me acuerdo de los tiempos felices, cuando un negro era un negro. Ahora es una persona de origen afroamericano, o “susajariano”, según el caso.
El Nuevo Orden Mundial ha instalado por todos los países occidentales unos organismos públicos que se encargan de vigilar los casos de racismo y denunciarlos.
Pero antes nos tendrán que explicar qué es eso de racismo, del que todos hablan y nadie define. ¿Negarles a los negros sus derechos? Hoy en día nadie es racista, si en eso consiste el racismo. ¿Oponerse a la sustitución en Europa de la raza blanca por la negra? Entonces racistas seríamos todos, como quien dice.
Una empresa de distribución de películas por televisión no ha podido resistir la presión de los comisarios políticos del antirracismo andante y ha retirado “Gone with the wind”, el “Lo que el viento se llevó” que todos hemos visto. ¿Motivo? Pues porque dicen que la película es racista. Lo que me faltaba por oír. Y no parará ahí el asunto, esto es sólo para que nos vayamos enterando, ¿adónde nos quieren llevar a parar?
El otro día un delincuente negro resultó muerto en un forcejeo con un policía blanco en EE.UU. ¡Buena se ha armado! Desórdenes y tumultos, asaltos a almacenes, destrozos por doquier, incendios, heridos, detenidos, en fin, la intemerata, y no sólo en aquel país, sino que los antisistema europeos no se han querido privar de apuntarse también, ¿cómo dejar pasar ocasión tan a propósito?
En Norteamérica cientos de policías y delincuentes mueren cada año a mano airada, tanto blancos como negros, pero sólo arman la de Troya cuando el muerto es negro y el matador blanco. Cuando a un negro le mata otro negro, no hay caso, y no se considera de recibo ni siquiera mencionarlo cuando es un negro quien mata a un blanco.
Aquí en España la policía corrió a unos negros chorizos, uno de los cuales falleció de un ataque al corazón. ¿Se acuerdan de la que armaron? Y eso que aquí, al menos de momento, los negros son todavía escasa minoría, no sabemos bien la que nos espera cuando sean muchos más.
Y como resultado de todo este amago de revolución, ahora los según ellos éticamente superiores han formado propósito de quitar estatuas y retirar honores a aquellos personajes históricos acusados de repente de racistas. ¡Fuera con los conquistadores del mundo entonces sin civilizar! Si nos ponemos a considerar las actuaciones y las opiniones de los más renombrados próceres del pasado, muy pocos nombres quedarían en los rótulos de calles y plazas, en los libros de texto escolares, y en la memoria colectiva en fin.
Los esclavistas de antaño, y esto bien se guardan de decirlo, en realidad no eran sino revendedores. Vendían en América los negros que compraban en África. ¿Y a quién se los compraban? Pues a otros negros, como es de cajón. ¿Quién clama ahora contra aquellos reyezuelos negros que capturaban a otros negros y se los vendían a los blancos?
Hasta los Evangelios habría que borrarlos y prohibirlos, pues a los judíos se les acusa de haber crucificado al Hijo de Dios y se les reprueba por tal motivo (¿judeofobia flagrante?).
Se tendrían que borrar definitivamente ciertas canciones carnavalescas, como ésa que dice “qué será lo que quiere el negro”, o la que repite el estribillo de “el negro no quiere”, o aquélla de “ahí viene el negro zumbón”, así como “Angelitos negros”, cantada por un negro, por cierto. Ítem más, las novelas “El negro que tenía el alma blanca” de Alberto Insúa, y “Diez negritos” de Agatha Chistie, entre otras muchas. Sin que se queden libres de prohibición obras teatrales tales como “El mercader de Venecia” de Shakespeare, donde el villano es un judío; y “Otelo”, y tantas otras. Habrá que suprimir de un plumazo todas las obras de Quevedo y de Lope de Vega, que se burlaban de su colega Góngora acusándole de descender de judíos conversos. Y por supuesto, habría que borrar de los libros de Historia a Isabel de Castilla y a Fernando de Aragón, que echaron de España a los judíos; lo mismo que habría que borrar a Felipe Tercero, que echó a los moriscos.
Habría de retirar del diccionario expresiones tales como “engañar a alguien como a un chino”, “una mosca en leche” (dícese de una negra vestida de blanco), “ponerse negro” (irritarse mucho), “sacar lo que el negro del sermón” (no enterarse de nada), “trabajar como un negro” (mucho y con denuedo), “merienda de negros” (situación de gran confusión), y otras como dinero negro, trabajar en negro, pasarlas negras, verse negro, bestia negra, oveja negra, mercado negro, lista negra…
Hasta el Ron Negrita tendría que cambiar de marca y llamarse, como mucho, Ron Señorita de Origen Afroamericano.
Las federaciones de fútbol y la prensa de la situación no hacen más que clamar contra el racismo. “No al racismo” a todas horas, en los periódicos, las emisoras, las declaraciones de políticos políticamente correctos, en los anuncios en los estadios. Si el público, antes soberano, ahora insulta a un negro, el árbitro tiene órdenes de parar el partido. ¿Y si insultan a un blanco? Siga el juego. Un servidor ha sido jugador, entrenador, directivo (menos mal que no he sido árbitro), y he tenido que oír de todo. Fíjense qué contrasentido. El árbitro tiene que aguantar todo lo que le digan desde las gradas, como que no oye nada, vergüenza ajena da oír lo que le dicen al árbitro. Y sin embargo tiene que seguir actuando como si no oyera nada. El fútbol, lamentablemente, es así. Pero si oye un insulto a un jugador negro, y no ya lo que se dice un insulto, sino simplemente un abucheo, tiene que parar el partido, para que la federación cierre el campo, y es que, tal dicen, la lacra del racismo (sic) hay que pararla como sea, como si hay que suspender la liga, cualquier cosa antes que permitir que a los negros se les haga de menos.
En ésas estamos.
¿Qué se pretende con todo esto? Más allá de un sentimiento de solidaridad humana y de filantropía, aquí lo que subyace es un intento, más o menos oculto, de conseguir un mundo globalizado, sin fronteras y sin naciones, sin razas y sin religiones, con un gobierno único que imponga un pensamiento único, y para eso hay que procurar que en no sé cuántos años, pues los que nos gobiernan desde las sombras no tienen prisa, las razas en el mundo estén tan mezcladas que ya no haya blancos ni negros, ni chinos ni indios, todos juntos mezclados en el crisol de la gran fraternidad universal.
Pero el linaje humano es por su naturaleza más bien territorial, y tenemos por tanto una tendencia natural a no aceptar en nuestro territorio a individuos de otras razas, otras civilizaciones, otras mentalidades, otras religiones. Y ahí es donde entran los agentes del Nuevo Orden Mundial, a empezar por conseguir que aceptemos a los negros que emigran en masa a tierras de blancos.
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